Silvia Fehrmann: «Ante el fortalecimiento del fascismo, generar redes y comunidades es más importante que nunca»

La periodista y productora cultural nos habla de la importancia de las instituciones culturales para tejer comunidad.

Silvia Fehrmann cuenta con una extensa experiencia en el impulso de proyectos educativos y de fomento de la creatividad y del intercambio cultural. Dirige «Artists in Berlin», un prestigioso programa de residencias de creadores de todo el mundo. Conversamos con ella sobre cómo actualizar las instituciones culturales para que sean espacios públicos, con sentido y conectados a la ciudadanía.

Desde su llegada a Berlín desde Buenos Aires hace ya dos décadas, la periodista y productora cultural Silvia Fehrmann ha participado intensamente de la vida cultural de la ciudad. Dirige desde hace cinco años el programa internacional de residencias artísticas «Artists-in-Berlin», del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD), y es portavoz del Consejo de las Artes de Berlín. Atrás queda su trabajo como directora de comunicación y de proyectos educativos en la Casa de las Culturas del Mundo (HKW), donde impulsó algunos de los programas más emblemáticos de la institución, como «Las escuelas de mañana», y su participación en el proyecto del mítico teatro del pueblo, Volksbühne, bajo la dirección de Frank Castorf. En todos esos frentes, su empeño ha sido el de crear y fortalecer espacios culturales plurales, abiertos a la diferencia y que fomenten la circulación del pensamiento crítico. Firme defensora de la financiación pública de la cultura, «en momentos en los que se fortalece el fascismo», afirma, «la capacidad de los espacios culturales para generar redes y comunidades es más importante que nunca».

Desde Berlín, capital cultural de Europa y polo de atracción para una nutrida comunidad de artistas de todo el mundo, el programa de residencias que dirige Silvia Fehrmann es uno de esos espacios que promueven activamente la circulación de ideas y personas y la creación de comunidades. Durante los últimos sesenta años, han participado en él más de un millar de músicos, cineastas, artistas plásticos y visuales, bailarines y escritores a sumarse a la ciudadanía cultural de la ciudad. La lista es larga, larguísima, y en ella aparecen muchos de los grandes creadores de la cultura contemporánea de las últimas décadas, como John Cage, Susan Sontag, Svetlana Aleksiévich, Jim Jarmusch, Andréi Tarkovski o Marina Abramović, por poner solo algunos ejemplos. Más recientemente, han pasado por el programa las escritoras Fernanda Melchor y Samanta Schweblin o la artista Teresa Margolles, y, si dibujamos un círculo más cercano, Eulàlia Valldosera, Cesc Gelabert, Antoni Miralda o Mathias Enard.

El programa ofrece cada año a entre veinte y treinta artistas con una trayectoria consolidada la posibilidad de vivir en la ciudad entre seis y doce meses, con todas sus necesidades cubiertas y sin ninguna condición ni obligación. «No hay nada que impulse más la creatividad que la invitación a tener absoluta libertad», apunta Fehrmann, «y “Artists-in-Berlin” da a los artistas tiempo y la posibilidad de acumular capital simbólico». Después de la residencia, algunos como Samanta Schweblin o Svetlana Aleksiévich se instalan en Berlín; para la mayoría, la experiencia de salir de su contexto habitual y sumergirse en otra vida cultural y artística supone un punto de inflexión en su trayectoria: «Desplazarse ha sido siempre un procedimiento estético, permite desarrollar una nueva mirada, romper con los hábitos, desacostumbrar la percepción».

De acuerdo con Fehrmann, el efecto de un programa de residencias como «Artists-in-Berlin» sobre la vida de la ciudad y sobre la producción cultural local e internacional es mucho más profundo que el de bienales y festivales, «que no permiten formar comunidad, no se enraízan con los agentes locales, no tienen relación con el contexto». Así, la riqueza del proyecto no radica solo en su capacidad para promover la circulación internacional de personas e ideas, sino más bien en la oportunidad para tejer redes y para actuar como una caja de resonancia al promover que los artistas participen en los debates estéticos y políticos de la ciudad y se conecten activamente con creadores e instituciones locales. «Pasar medio año o un año en una residencia permite anclarse a un lugar y, en tiempos de globalización, eso es una ventaja tanto para los artistas como para la comunidad, porque ese anclaje genera otros contenidos, otras miradas, otra profundidad. En ese sentido, Berlín se beneficia de estos artistas internacionales que aportan a la calidad de la producción de lo que se está haciendo en la ciudad en las artes, contemporáneas y clásicas».

«Artists-in-Berlin», que ha nutrido la ciudad de un caudal ininterrumpido de creadores durante los últimos sesenta años, fue creado por la Ford Foundation en plena Guerra Fría como una estrategia de poder blando. Se confió entonces en la capacidad del arte para abrir la ciudad tras la construcción del Muro y para combatir las continuidades del fascismo en la cultura. Hoy, en un momento en que el continente europeo se repliega sobre sí mismo y está sacudido por una nueva oleada de movimientos autoritarios, un programa como el que dirige Silvia Fehrmann sigue siendo un gesto de resistencia al cierre.

Abierto decididamente al Sur global (entre los residentes más recientes hay artistas de todo el planeta, desde Sri Lanka o Nicaragua hasta Estados Unidos), acoge una heterogeneidad de procedencias y prácticas que responden a contextos institucionales y culturales diversos. «Detrás de cada artista individual suele haber redes de colegas, redes institucionales, críticos, pensadores o escuelas. Aun cuando muchos de los artistas se instalan en Berlín, siguen manteniendo su actividad en sus países de origen, generan una recirculación de ideas y también económica. No solo fomentamos artistas individuales sino que, reconociendo a artistas individuales, damos relevancia y reconocimiento a otros artistas y escenas locales». Para Fehrmann, esta es de hecho una de las claves del proyecto: no hacerse eco de los sistemas de valor que imponen las bienales internacionales y dar relevancia a artistas que son importantes en sus contextos locales. «El efecto es que nuestros artistas comienzan a trabajar luego en bienales y festivales reconocidos y diversifican las prácticas artísticas».

El objetivo, entonces, es tejer redes, generar comunidades y poner en relación lógicas de producción y de creación heterogéneas, conectándolas con los contextos locales: desplazar las voces pero también recombinarlas, articularlas de otras maneras, generar otras conexiones y otras relaciones: «Me parece que las instituciones de todos los campos necesitamos reinventarnos para hacer frente a la complejidad de este momento, y crear rearticulaciones de agentes cambia la manera de pensar. Cuando se rearticulan los interlocutores se generan nuevas preguntas y nuevos pensamientos».

«Uno de los papeles de la cultura», afirma, «es insistir en la posibilidad de encontrarse con la complejidad sin caer en formas de la crueldad, mantener esos espacios públicos es clave en estos momentos, y tratar de invitar a la mayor cantidad posible de actores sociales que todavía estén de este lado, del lado de las ideas democráticas y de un intercambio pacífico».

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