En un mundo afectado por la pandemia, la crisis climática, las transformaciones tecnológicas y la guerra, los museos y centros culturales se replantean su papel e implicación en la sociedad. En esta conversación, Mathieu Potte-Bonneville, director del departamento de cultura y creación del Centro Pompidou de París, y Judit Carrera, directora del CCCB, explican cómo atraviesan estas crisis las organizaciones culturales. Destacan la importancia de la mediación y de incorporar nuevas voces y relatos a las programaciones, y reivindican los museos y centros culturales como espacios de encuentro y vínculo con los públicos.
El Centro Pompidou de París, la HKW (Casa de las Culturas del Mundo de Berlín) y el CCCB son las tres instituciones culturales europeas que trabajan en red en Cultures d’Avenir, un programa europeo dirigido a jóvenes creadores. Con motivo de la clausura del programa, visitó Barcelona Mathieu Potte-Bonneville, filósofo, escritor y director del cultura y creación del Centro Pompidou. En esta conversación, él y Judit Carrera, directora del CCCB, compartieron algunas reflexiones sobre los retos a los que se enfrentan los museos y las instituciones culturales en un mundo afectado por la crisis pandémica, el cambio climático, la amenaza a la democracia y la guerra en Ucrania.
¿De qué manera deben reaccionar los museos y las instituciones culturales ante las crisis del mundo? Potte-Bonneville admite que en los últimos años estas instituciones han visto interrumpida a menudo su actividad ordinaria por las crisis constantes y las situaciones dramáticas que han sucedido en el mundo, de manera que los tiempos «normales» son cada vez más la excepción. Esto ha hecho que actualmente se interpele a las instituciones culturales para cambiar constantemente ante las crisis y para tomar decisiones que van mucho más allá de la programación estrictamente cultural. Hay ejemplos recientes de cómo museos y centros culturales han respondido de manera muy activa a emergencias humanitarias: el Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín se usó como depósito de cadáveres durante los primeros días de la pandemia o la misma HKW de Berlín ha sido espacio de acogida para los refugiados de la guerra de Ucrania.
En este sentido, Judit Carrera cree que las instituciones culturales son espacios permeables al mundo, y la cultura, que genera un vínculo entre el yo y el nosotros, tiene por función principal dar sentido al hecho de vivir juntos, y más en un mundo con tendencia a acabar con la idea de futuro. El lenguaje de la cultura, en todas sus vertientes y disciplinas, ayuda a plantearse «otros futuros posibles» en un contexto en que la emergencia climática, las guerras, las dictaduras en diferentes lugares del mundo o el auge de la extrema derecha «nos niegan esta posibilidad de futuro». La cultura ayuda, por tanto, a imaginar situaciones nuevas y a abrir un horizonte de esperanza ante esta situación.
La ruptura de los límites del papel de las instituciones no solo se ha producido como consecuencia de las profundas y continuadas crisis actuales. Potte-Bonneville recuerda que los artistas ya hace mucho que han transformado y cambiado las fronteras de la cultura en disciplinas como, por ejemplo, las artes performativas. Tradicionalmente, la creación ha unido de manera natural arte y política. Es lo que Potte-Bonneville define como «artivismo». Los creadores fueron pioneros, pero, además, la profunda transformación que vivimos también ha provocado que los museos e instituciones culturales se replanteen su relación con los públicos ya que se ha roto la barrera entre «quién produce la cultura y quién la disfruta», según Carrera. «Es la revolución más profunda que ha vivido el mundo de la cultura en la última década. La manera en que se crea y se distribuye el conocimiento ha quedado profundamente alterada por la transformación tecnológica», asegura.
En este contexto, la mediación tradicional entre la institución y los públicos, que acostumbraba a ser un discurso emitido desde el museo y dirigido a un público puramente contemplativo, ha quedado obsoleta y se ha tenido que repensar. Potte-Bonneville cita la conferencia de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie titulada El peligro de la historia única como un ejemplo de la necesidad actual de multiplicar los relatos y tener en cuenta la complejidad, las interrelaciones, las divisiones y las contradicciones de historias múltiples. «No hay que suprimir las historias antiguas, sino, muy al contrario, enriquecerlas», afirma el filósofo. Carrera también cree que es necesario ampliar el número de registros en la mediación de los centros culturales. El CCCB ha creado un programa de mediación para incorporar el máximo número de voces, perspectivas y miradas posibles sobre el mundo y ensayar nuevos formatos culturales.
Esta apertura en los relatos de los centros culturales también afecta al propio concepto de público o públicos. Potte-Bonneville defiende el término «usuario» para definir la audiencia de una institución cultural porque implica una relación más dinámica y participativa del visitante con el museo. El filósofo Gilles Deleuze ya afirmaba que eran más necesarias para un museo las asociaciones de usuarios que los comités de expertos. «Ser usuario implica que las obras de arte no solo son contempladas y admiradas, sino que también se pueden usar», añade Potte-Bonneville. En esta nueva relación más igualitaria entre institución y usuario, según la directora del CCCB, la cultura tiene que incentivar su rol como espacio de encuentro, de intercambio y de creación compartida de sentido.
Respecto a la relación entre la experiencia presencial y virtual en las instituciones culturales, Judit Carrera explica que, sobre todo entre el público más joven, las dos experiencias están ya totalmente integradas. Es cierto que lo virtual ha adquirido un protagonismo inmenso a partir de la pandemia, pero a la vez también ha evidenciado la necesidad de espacios de encuentro físicos. Judit Carrera aboga por que las instituciones culturales fomenten la presencialidad y la creación de comunidad y de refuerzo de los espacios culturales como espacios públicos en el sentido más filosófico de la palabra, como lugares de representación y de creación de ciudadanía.
Lo presencial y lo virtual, así pues, son compatibles y complementarios. Mathieu Potte-Bonneville apuesta asimismo por la presencialidad con un ejemplo. Un cuadro, para él, es una experiencia 3D que no puede compararse con ninguno de los ingenios que pueden encontrarse en línea. En el ordenador o en cualquier dispositivo, cuando miramos una imagen de una obra de arte nos perdemos la medida real de la obra y, sobre todo, no podemos interactuar físicamente con ella, es decir, no podemos acercarnos ni alejarnos de ella ni cambiar de ángulo. Tampoco se puede captar la «vibración» de la obra. Por tanto, para tener esta experiencia, Potte-Bonneville lo tiene claro: «Hay que venir al museo».
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