En qué piensan los insectos

¿Hemos sido desdeñosos en la apreciación de la inteligencia de los insectos? Los estudios sobre sus habilidades cognitivas nos revelan una mente sorprendente.

Como tener abejas

Como tener abejas | Anna Botsford Comstock, Biodiversity Heritage Library | Dominio público

Tradicionalmente se solía pensar en los insectos como pequeños robots biológicos cuyo comportamiento era dictado fríamente por un algoritmo innato. Sin embargo, un número creciente de estudios muestra que estos pequeños animales son capaces de modificar su conducta en función de las experiencias vividas y revelan un mundo interior que se distancia cada vez más de la imagen de autómatas vivos con la que solíamos caracterizarlos.

En la oscuridad de la noche del pasado 11 de junio, unas personas aparcaron un vehículo de carga en una propiedad rural dedicada a la apicultura en Newquay, en el condado de Cornualles (en Reino Unido). Nadie las vio llegar ni partir, pero a la mañana siguiente, las huellas recientes del vehículo sobre el terreno atestiguaban un robo. Los intrusos se habían llevado cinco colmenas con unas cuatrocientas mil abejas.

En el momento de escribir este artículo, la policía todavía no había atrapado a los ladrones, pero se sospechaba que tenían experiencia en apicultura porque lidiar con abejas mientras se manipula sus colmenas requiere pericia. Además, un hecho inesperado señaló a los pocos días que los culpables podrían ser habitantes de la región: las abejas robadas habían comenzado a regresar al sitio exacto de la finca donde previamente se encontraban las colmenas sustraídas, lo que demostraba que los ladrones no se las habían llevado demasiado lejos.

Este suceso policial despertó interés –si bien modesto– más allá de los medios locales porque permite entrever que los insectos son más sofisticados de lo que solemos creer a primera vista. Pero la complejidad conductual de las abejas no es ninguna novedad para la ciencia. Karl von Fritz recibió el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1973 –junto con Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen– por sus estudios que revelaron una de las habilidades de comunicación animal más impresionantes y sofisticadas de toda la naturaleza.

Cuando una abeja obrera sale a buscar alimento y encuentra una buena fuente de néctar, vuelve a la colmena para compartir esta información con las demás obreras. Se trata de la famosa «danza de las abejas», una serie de movimientos complicados que codifican tanto la dirección en la que se hallan las flores como la distancia que deben recorrer para encontrarlas.

El lenguaje de las abejas | National Geographic

Ejemplos de comunicación entre animales hay a raudales, pero lo más llamativo de la danza de las abejas es su naturaleza simbólica. Hasta donde sabemos, el grito agudo de una marmota solo pone en alerta a sus compañeras, no les indica que «hay un depredador a unos 500 metros al sur sureste». En cambio, las abejas sí hacen algo equivalente con su danza. Sin embargo, antes de emocionarnos con semejante proeza, conviene preguntarse si durante el proceso de «lectura» de la danza el cerebro de la abeja no hace sino activar un algoritmo biológico, carente de subjetividad y semejante a la programación de un ordenador. Randolf Menzel, un neurobiólogo de la Universidad Libre de Berlín, quiso averiguarlo y lo que descubrió en estos insectos puede interpretarse como un proceso mental en toda regla.

Cómo encontrar el camino a casa

En su artículo de 2014 publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences, Menzel y sus colegas afirman que las abejas, al igual que los mamíferos, pueden encontrar el camino a casa tras comparar las pistas de su entorno con los puntos de referencia de un mapa mental de la zona de la colmena que han memorizado previamente en sus vuelos exploratorios. Para llevar a cabo el experimento usaron abejas que habían encontrado una fuente de néctar y se disponían a regresar a su colmena. En lugar de dejarlas ir, las capturaron en una caja oscura y las soltaron en un sitio distinto, a centenas de metros de distancia. Una vez liberadas, las abejas realizaban vuelos breves de exploración y volvían al punto de liberación. Luego, como si se orientaran al reconocer la zona, volaban directamente a la colmena.

Algunos insectos sociales son capaces de creaciones más que sorprendentes. La ingeniería de los termiteros con sus túneles diseñados para enfriar el aire son un clásico ejemplo de una inteligencia colectiva que emerge a partir de reglas sencillas ejecutadas robóticamente por individuos programados para ello. Pero el tipo de inteligencia que demuestra el experimento de Menzel ilustra que también pueden ser inteligentes de manera individual. Otro científico destacado en el campo de la inteligencia de los insectos, Lars Chittka, de la Queen Mary University of London, diseñó un experimento que demuestra lo avanzada que puede llegar a ser la capacidad de aprendizaje de los abejorros.

El primer paso de la investigación ya era llamativo de por sí y podríamos describirlo hiperbólicamente como enseñarles a jugar al golf. En términos científicos y más comedidos, se trataba de un caso de condicionamiento operante: entrenaron unos abejorros para que llevaran una pelota a un agujero en el centro de una plataforma. Los que lo lograban recibían una recompensa de agua azucarada que reforzaba la conducta aprendida. Pero el experimento resultaba todavía más interesante con los abejorros que no aprendían a introducir la bola en el hoyo. En este caso, los investigadores intervenían con un abejorro de plástico que reproducía la conducta que querían obtener y los alumnos aprendían la lección de su maestro inanimado. Además, cada vez que repetían la tarea, lo hacían en menos tiempo.

En una segunda fase del experimento, se utilizaron tres bolas. Las dos más próximas al hoyo estaban inmovilizadas, de manera que el abejorro aprendiera a mover únicamente la más alejada. Una vez entrenado, el abejorro mostraba la tarea a otros individuos inexpertos, pero esta vez las bolas más próximas ya no estaban bloqueadas. Y en este caso, los novatos se daban cuenta rápidamente de que podían manipular otra bola más cercana al agujero para obtener su recompensa.

En el trabajo publicado en Science en 2017, Chittka y sus compañeros afirman que el tipo de situación planteada en este experimento difiere en gran medida de las que los abejorros encuentran en la naturaleza, y demuestra un nivel sin precedentes de flexibilidad cognitiva en un insecto. En otros experimentos realizados por Chittka se ha podido ver que las abejas son capaces de aprender a contar e incluso a memorizar rostros humanos.

Los abejorros aprenden a rodar bolas para recibir una recompensa | SciNews

Alas para que vuele la mente

Desde Copérnico a Darwin, hemos aprendido a ser más humildes, pero todavía nos gusta medir en centímetros cúbicos el orgullo de ser humanos (en nuestro cerebro caben aproximadamente 1200 cm³ de orgullo). Pero las habilidades que la selección natural ha empaquetado en el cerebro de las abejas, doce mil veces más pequeño que el nuestro, son sorprendentes. Una explicación posible para el origen de semejantes capacidades se puede encontrar en las alas.

La aparición de las alas requirió ampliar las capacidades cerebrales para controlar el vuelo e integrar inputs sensoriales distintos, de modo que el insecto pudiera hacer frente a un entorno más amplio y tridimensional.

Si bien las abejas y otros polinizadores parecen ostentar el trono de los insectos más inteligentes, la gran mayoría de los bichos son capaces, en mayor o menor medida, de modificar su comportamiento en función de la experiencia previa. Los insectos pueden aprender a asociar ciertos estímulos con resultados nocivos, como las descargas eléctricas, o –más relevante en el mundo natural– con sabores desagradables. Incluso las preferencias innatas por determinados aromas que indican la presencia de alimentos pueden ser modificadas por la experiencia. Un cierto grado del aprendizaje puede ocurrir incluso fuera del cerebro, en ganglios aislados: una cucaracha decapitada puede aprender a mantener una pata flexionada para evitar descargas eléctricas.

En el viaje científico a la mente de los insectos también se ha indagado en cuestiones que van más allá de su inteligencia. Un ejemplo que desata polémicas tanto dentro como fuera del ambiente académico son las investigaciones que intentan determinar si los insectos tienen emociones.

En su libro recientemente publicado The Book of Minds: How to Understand Ourselves and Other Beings, from Animals to AI to Aliens, el divulgador científico Philip Ball señala que tendemos a hacer interpretaciones antropomórficas del comportamiento mostrado por animales «carismáticos», como los chimpancés o los delfines. Al mismo tiempo, solemos resistirnos dogmáticamente a prestar ese mismo tipo de mirada a criaturas menos dotadas de características que atraen nuestra empatía, como los insectos.

Los estudios científicos sobre la mente de los insectos intentan aportar pistas sin el sesgo de nuestras afinidades hacia determinadas ideas o empatías. Pero en última instancia, como también señala Ball recordando la vigencia de la duda cartesiana, solo podemos inferir la existencia de otras mentes por analogía con la nuestra. No es un camino seguro, pero tampoco descabellado: a final de cuentas, todos somos hijos de la selección natural.

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  • Alicia Lo Celso | 26 julio 2023

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