En la mente de Daniel Tammet cada número tiene su propia forma, color, textura y emoción. Y lo mismo le sucede con las palabras. Tammet ha publicado varios libros donde nos explica lo que sucede en una mente maravillosa, y cómo esa mente puede realizar una gran exploración de sí misma con la ayuda de las neurociencias, pero, sobre todo, estudiando y cuidando todo aquello que nos emociona y asombra. Entrevistamos a Daniel Tammet en su paso por Kosmopolis 2017, para conocer la fisiología de su pensamiento, su desarrollo como escritor, su visión de las inteligencias no humanas, su postura frente el cambio climático, y también sobre las tecnologías que nos fascinan y nos aíslan, nos conectan y nos controlan.
Tammet por Tammet
Tengo una disfunción que se llama autismo de alto funcionamiento o síndrome del sabio. Es una enfermedad rara en que las conexiones del cerebro entre sus diferentes células se desarrollan de una forma distinta a la de la mayoría de gente. Una de las consecuencias de esta condición, cuando era pequeño, era que, por un lado, tenía grandes dificultades para interactuar socialmente, pero, por otro lado, desarrollé destrezas como el lenguaje o también números. Porque, en mi cabeza, los números y las palabras tienen color, textura, personalidad. Es un fenómeno que se denomina sinestesia.
Aunque yo en aquella época lo ignoraba todo sobre ella, la sinestesia es una parte fundamental de la creatividad. El escritor Nabokov también era sinestésico y, probablemente, también era autista, aunque no se le llegó a diagnosticar nunca de ello. Del mismo modo que Nabokov, para mí las palabras tienen colores. Cuando escribo, como él, también tengo mis pasiones y obsesiones con los números o con el ajedrez. Mi primera novela, por ejemplo, se centraba en el ajedrez. Era una partida de ajedrez entre grandes maestros soviéticos, en Moscú.
Así, lo que podría haber sido un problema grave para mucha gente para mí ha significado la oportunidad de entender el mundo desde una perspectiva diferente, y de encontrar mi camino como escritor. Pienso que la mayoría está de acuerdo con que los escritores somos personas inusuales, y que tenemos una gran capacidad para encarar el mundo desde una perspectiva diferente. Como lectores, queremos ver el mundo a través de unos ojos diferentes.
«Qué pasaría si el mundo no tuviera 24 horas al día, sino 23? El 23 es un número primo y, por lo tanto, tendría consecuencias bastante significativas en cuanto a nuestra forma de concebir el paso del tiempo.»
La palabra «tiempo» es un buen ejemplo de ello. Para mí, la palabra «tiempo» es de color naranja. Pero quiero señalar que el hecho de sufrir autismo o sinestesia no me impide pensar de manera abstracta. Soy capaz de plantearme el tiempo como un fenómeno, y preguntarme si el tiempo empezó con el principio del universo, por ejemplo, o si existen diferentes universos y, por lo tanto, varios tipos de tiempo. Qué pasaría si el mundo no tuviera 24 horas al día, sino 23? El 23 es un número primo y, por lo tanto, tendría consecuencias bastante significativas en cuanto a nuestra forma de concebir el paso del tiempo.
Puedo plantearme estas preguntas y así lo hago al escribir. Pero la sinestesia me hace ver las cosas de un modo superficial: la palabra deviene naranja instantáneamente y ello es una experiencia placentera. En cierto modo, cuando escribes poesía tratas el lenguaje de una manera superficial. Quieres juntar las palabras para que comuniquen cosas interesantes, bonitas y, a poder ser, profundas.
«Veo las palabras con colores, entiendo cómo se interrelacionan y las conexiones existentes entre sí, y ello me ayuda mucho a la hora de aprender una lengua que desconozco. También es porque, por motivos sociológicos, me apasionan las lenguas. Son un fenómeno fascinante. Cuando te apasiona algo, es natural que se te dé muy bien.»
El lenguaje siempre me ha parecido fascinante, porque yo nunca he sentido que tuviera una lengua materna. Cuando naces con algún trastorno autista, te sientes como en otro país, un país extraño, con una lengua extraña. No te sientes parte de tu país ni de tu lengua. Es uno de los motivos por los que me fui de Inglaterra hace diez años, me casé con un hombre francés y vivo en Francia, y no uso nunca el inglés salvo cuando escribo. Siempre hablo en francés.
Para mí fue duro adquirir el lenguaje con toda su parte social. Fue muy difícil para mí, pero al mismo tiempo me apasionaba, había algo que me fascinaba. Cuando te apasiona algo, a menudo es que tienes una habilidad especial para ello y yo, como muchos escritores, tengo un don de lenguas, las aprendo y las entiendo fácilmente, con rapidez. Un buen ejemplo de ello es que hace mucho tiempo, más de diez años, salí en un documental y eligieron una lengua, el islandés y me pidieron que me aprendiera esa lengua en una semana. Estrictamente hablando, es imposible aprender una lengua en una semana, para mí y para cualquiera. Pero el hecho es que fui capaz de aprender lo suficiente para que pudieran entrevistarme en islandés, tras una semana. O sea que soy capaz de hacer cosas que a la mayoría de gente le parecen increíbles, pero forma parte del modo en que se ha desarrollado mi cerebro. Veo las palabras con colores, entiendo cómo se interrelacionan y las conexiones existentes entre sí, y ello me ayuda mucho a la hora de aprender una lengua que desconozco. También es porque, por motivos sociológicos, me apasionan las lenguas. Son un fenómeno fascinante. Cuando te apasiona algo, es natural que se te dé muy bien.
Yo uso de forma cotidiana tres lenguas: el inglés, el francés y el islandés. El islandés, porque desde que lo aprendí prácticamente en una semana, he hecho muy buenos amigos en Islandia y voy cada año. Lo utilizo regularmente, nos escribimos en islandés. No fue solo un entretenimiento. Fue una oportunidad para descubrir una nueva forma de expresarme y para leer la magnífica literatura que existe en islandés. También sé algo de esperanto, pero no es una lengua que se hable, solo se escribe. No he oído nunca a nadie que hablara esperanto. Puedo leer el español, pero me cuesta hablarlo. Bueno, lo hablo un poco, pero bastante mal, creo. Podríamos decir que domino unas cinco o seis lenguas. Y he estudiado cuatro o cinco más a lo largo de los años, y las puedo entender un poco.
«Antiguamente se pensaba que el autismo era una condición irreversible, que si nacías falto de habilidades sociales, vivirías toda la vida con esa carencia. Hoy sabemos que eso es totalmente falso y que el cerebro cambia constantemente a lo largo de toda la vida.»
Antiguamente se pensaba que el autismo era una condición irreversible, que si nacías falto de habilidades sociales, vivirías toda la vida con esa carencia. Hoy sabemos que eso es totalmente falso y que el cerebro cambia constantemente a lo largo de toda la vida. Yo tuve la suerte de que me estimularon muchísimo. Éramos ocho hermanos, así que desde muy pequeño estuve muy estimulado, estábamos rodeados de libros, leía ávidamente. Aprendí muchísimo sobre sentimientos humanos, la empatía, a través de la literatura, la poesía, las novelas, Shakespeare… y muchos otros grandes autores. Y mi cerebro cambió.
Actualmente tengo una profesión, viajo por todo el mundo, hago conferencias ante cientos o miles de personas, mis libros se han traducido a un montón de lenguas, he vendido muchos ejemplares, he ganado premios… Es increíble hasta dónde he llegado pero también es porque antes se tenía una idea errónea sobre las limitaciones de los humanos, o de cualquier condición humana. Pienso que esto se puede explicar a cualquiera: poner límites a alguien y creer que hasta allí es donde puede llegar es un erro. A menudo ignoramos hasta dónde somos capaces de llegar, hasta que no lo probamos.
«Como humanos, debemos tener presente que podemos aprender de las plantas y los animales, y que existían culturas tradicionales en todo el mundo, antes de que los europeos se establecieran ahí, que entendían el entorno como algo con vida propia.»
Soy muy partidario de la idea de que existen varios tipos de mentes, tanto humanas como no humanas. Personalmente, no creo que exista inteligencia extraterrestre. Mucha gente me pregunta si hay vida fuera de nuestro planeta. Desde un punto de vista estrictamente matemático, no hay ninguna evidencia de vida inteligente extraterrestre. Pero, en cambio, pienso que hay mucha inteligencia en nuestro planeta. Los humanos formamos parte de él, pero no tenemos la última palabra respecto a esta inteligencia.
Como humanos, debemos tener presente que podemos aprender de las plantas y los animales, y que existían culturas tradicionales en todo el mundo, antes de que los europeos se establecieran ahí, que entendían el entorno como algo con vida propia. Para ellos, la religión no era ir a la iglesia, la oración de los domingos, la Biblia… sino el hecho de que en cualquier momento podías conectar con el mundo externo. El mundo no empezaba y terminaba en los límites de su piel, en todo momento estaban interconectados con otras formas de inteligencia, con resultados positivos y enriquecedores. Soy muy partidario de esta idea.
Yo todavía iría más allá y plantearía la cuestión de si algunas formas de vida abstractas, como los números y las palabras, también participan en la experiencia humana, y hasta qué punto. ¿Es solo el ser humano quien crea números y palabras? Quizá los números y las palabras nos ayudan a la hora de participar en la habilidad de pensar y de crear. Cuando un escritor dice: «Tengo una idea», y de repente crea un poema de la nada y dice que ha sido la inspiración… Una persona creyente diría que es cosa de Dios, pero otra posibilidad es que lo haga el lenguaje por sí mismo, que aparece, rescata al poeta y le pone las palabras prácticamente en la boca o el bolígrafo. Me gusta mucho esta idea, pienso que todo tipo de objetos poseen una cierta inteligencia y que lo que cuenta es usar el cerebro, así como el lenguaje. Muchas cosas no pueden hablar. Los animales se pueden comunicar, pero no utilizan el lenguaje tal y como nosotros lo entendemos. Nosotros sí, y tenemos la responsabilidad de aprovechar esta habilidad y hablar en representación de las cosas que no tienen capacidad de hablar ni lenguaje, ya sean otras formas de vida u objetos inanimados. Un poeta que escribe sobre una lámpara, o que escribe sobre su bolígrafo, da vida, a través del lenguaje, a unos objetos que normalmente consideramos totalmente inertes. Podríamos preguntarnos, de forma filosófica, si el poeta da vida al bolígrafo o a la lámpara, o si estas cosas ya existen realmente de algún modo y nosotros simplemente usamos la inteligencia para comunicarnos con ellas.
«En vez de reñir, creo que es mejor poner al alcance una idea de futuro de nuestro planeta, de nuestra sociedad, que sea lo bastante atractiva para que la gente, con el instinto y la razón, tenga ganas de formar parte de ella.»
Soy optimista por naturaleza, así que espero que no nos caiga encima ninguna espada. Pienso que es positivo que cada vez tengamos mayor conciencia de la necesidad de respetarnos los unos a los otros y también el medio ambiente, el planeta. Creo que hay que alertar a la gente, pero también resulta peligroso alertar y nada más, porque cuando solo alertas a la gente a veces se cierran en banda porque no les gusta que les riñan constantemente, como si fueran un niño travieso a quien hay que echar una bronca. En vez de reñir, creo que es mejor poner al alcance una idea de futuro de nuestro planeta, de nuestra sociedad, que sea lo bastante atractiva para que la gente, con el instinto y la razón, tenga ganas de formar parte de ella. Eso es algo que los escritores hacen muy bien, y los poetas y los periodistas.
El instante en que coges un bolígrafo, en cierto modo es un acto de desobediencia civil. Quieres hacer un mundo mejor, porque si no ya no te molestarías en coger el bolígrafo. Desde el momento en que coges el bolígrafo, haces este gesto, escribes y te haces oír, si eres capaz de hacer oír tu voz, publicar tu obra y encontrar un público, puedes persuadir, y la mejor vía, la forma más persuasiva de escribir a menudo es la que no tiene la intención de educar explícitamente, la menos evidente, como: «esto es lo que queremos decir, esto es muy importante». Es preferible explicar una historia. A los humanos nos encantan las historias, somos narradores intuitivos. Cuando una historia está bien escrita, tiene la capacidad de convencer por sí misma. La historia que podemos explicar acerca de nuestro mundo y nuestro planeta, siempre y cuando se explique bien, podrá convencer a suficiente gente en el futuro, estoy seguro de ello. Quiero ser optimista y pensar que el mundo pervivirá muchos años más y que hallaremos soluciones.
«Todos los cerebros son extraordinarios. La genialidad, sea del tipo que sea, no se debe a una mera particularidad del cerebro, sino que es el resultado de otros atributos, mucho más caóticos y dinámicos, como la perseverancia, la imaginación, la intuición o el amor.»Daniel Tammet, La conquista del cerebro (2017)
La palabra clave es «herramienta». Una vez entendido esto, depende de cómo lo utilicemos. Es como el lenguaje: lo podemos usar para inspirar, para entretener, para educar… O lo podemos usar para humillar y insultar. Todo depende de cómo lo utilicemos. En cuanto a Internet, si sirve para que puedan comunicarse personas que están a grandes distancias, lo encuentro fantástico. Yo tengo amigos en Islandia, en Canadá, en Quebec, en todo el mundo, puedo comunicarme con ellos instantáneamente gracias a Internet, y esto es fabuloso. Por el contrario, sé que existen plataformas como Twitter o Facebook que pueden ser peligrosas, que tienen su cara oscura. A menudo la gente escribe cosas sin pensar, cosas que pueden herir los sentimientos de otras personas, y que pueden insultar. Es paradójico. Al mismo tiempo nos acerca y nos distancia y fomenta el aislamiento, nos hace vivir en burbujas. Yo me pasé tanto tiempo en una burbuja, cuando era un niño autista, que no animaría a nadie a vivir en una burbuja, en Internet o donde sea.
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