Anna Starobínets es periodista de formación y escritora de profesión. Nacida en Moscú en 1978, la autora ha visto truncada su fulgurante carrera literaria por la invasión rusa de Ucrania. Como muchos otros escritores e intelectuales de la Rusia actual, Starobínets ha tenido que emprender el doloroso camino del exilio (en su caso, a Georgia) por haber manifestado públicamente su desacuerdo con la represión de la sociedad civil y con la expansión imperialista promovida por el Gobierno ruso, y por negarse a aceptar el papel de comparsa que Putin reserva en estos momentos a los literatos afectos al régimen.
Anna Starobínets ha cultivado especialmente la narrativa, en particular la de carácter breve. Es autora de obras que se valen de elementos de terror y fantasía para dibujar unos escenarios distópicos que presentan un marcado perfil realista. En este sentido, la autora consigue arrastrar al lector a mundos profundamente incómodos, mundos que nos pueden generar extrañeza pero que, al mismo tiempo, reconocemos como plausibles e incluso cercanos. Starobínets también es capaz de provocar sensaciones similares en su único libro de no ficción.
Comparada de una forma más o menos fundamentada con autores clásicos del terror, la ciencia ficción, el género fantástico y la distopía, como Bradbury, Dick, Jackson, Orwell, Zamiatin o King, más recientemente (y quizá también de una forma más profunda) se la ha emparentado desde un punto de vista estético con Samanta Schweblin, con quien comparte generación y una notable habilidad para imponer la lógica de la fábula y de lo grotesco sobre la vida cotidiana, hasta el punto de presentarla como la única lógica posible. La autora ha publicado hasta ahora tres recopilaciones de relatos, cuatro novelas y un libro de no ficción, además de una serie de libros de detectives para niños que en Rusia ha tenido un éxito rotundo.
En 2005, Starobínets publicó la recopilación de relatos Una edad difícil (aparecida en 2012 en Nevsky Prospects, en traducción castellana de Raquel Marqués García). El libro aglutina ya todos los elementos que la autora ha ido desarrollando después en su corpus literario. Es un compendio variado que incorpora algunas de las innovaciones formales que Starobínets ha retomado en otras obras y que la ayudan a explotar las anomalías, los apuros y las incomodidades de unas vidas cotidianas de lo más inquietantes.
En la novela de 2011 El vivo (publicada en 2012 por Nevsky Prospects, también en traducción castellana de Raquel Marqués García), Starobínets construye una sociedad distópica de numerus clausus, un mundo con un número limitado de habitantes (personalidades, en realidad) que componen un todo viviente. Un ente que funciona como un sistema totalitario en el que podemos reconocer elementos de la represión estalinista, pero también de la sociedad actual, obstinada en dejar huella de lo que hace en todo momento.
En 2013 apareció la que tal vez sea la compilación de relatos más aclamada de la autora: La glándula de Ícaro (publicada en 2014 en traducción castellana de Fernando Otero Macías por Nevsky Prospects, y en 2023 por Mai Més, en traducción catalana del autor de estas líneas). Con el sugerente (y ovidiano, y kafkiano) subtítulo de Libro de las metamorfosis, la compilación explota las transformaciones como metáfora de problemas personales y sociales, como un retrato vivo y magmático de las tensiones que vivimos en nuestra ordenación, en nuestra construcción pretendidamente estable. Los personajes de La glándula de Ícaro se sacuden en el frágil equilibrio entre lo que queremos que sea el mundo y lo que probablemente acabará siendo, un equilibrio alterado y manipulado constantemente por la imaginación de la autora.
Además de los tres libros mencionados y de las exitosas obras de literatura infantil, el libro que terminó de impulsar a Starobínets al frente de la literatura rusa contemporánea fue su única obra de no ficción. Con el libro Tienes que mirar (publicado en 2021 por Impedimenta, en traducción castellana de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado), la autora fue finalista del National Bestseller ruso en 2017. Es una pieza dura y perturbadora, una historia sobre el duelo perinatal que exuda sinceridad y verdad, que araña y que duele. Un libro que denuncia las durísimas condiciones que han tenido y tienen que soportar todavía en Rusia (y en muchos otros lugares) las mujeres que se ven en la situación de tener que abortar.
Tienes que mirar supuso un cataclismo en Rusia. La autora sufrió todo tipo de ataques por haber abordado un tema tabú: el control de las mujeres sobre su propio cuerpo. Ella misma resume los reproches que le hacían con una frase hecha: la ropa sucia se lava en casa. Y es que una parte de la sociedad rusa (porque el libro suscitó polémica en los medios generalistas) le reprochaba que hubiese hecho públicas unas prácticas perinatales aberrantes con el argumento de que estas cosas no hay que contarlas, que hay que aceptar el sufrimiento y el dolor en silencio y con resignación, especialmente por parte de las mujeres. Por lo tanto, lo más grave no era el terrible hecho que el libro denunciaba, sino que se hubiese producido la denuncia en sí. «Dudé mucho tiempo si merecía la pena escribir este libro. Es demasiado personal. Demasiado real. No es literatura». Esto es lo que escribe Starobínets en el prefacio de Tienes que mirar. Pero lo cierto es que la obra es precisamente literatura. Y de la mejor. La que nos trastorna y nos revuelve las entrañas.
A pesar de la naturaleza autobiográfica del libro, la autora también le imprime su sello literario habitual. Encontramos elementos que explotan la desesperanza, el horror, lo grotesco, lo absurdo, el humor y el autodescrédito. Elementos que están al servicio de una historia perturbadora que reconocemos como cierta y a la vez excesiva. No obstante, en este caso la base de todo es la experiencia de la autora en primera persona, no su imaginación desbordante. Y pese a todo, incluso cuando cuenta el drama del aborto y, más si cabe, el de la muerte de su joven marido, Aleksandr Garros, cuando el segundo hijo de ambos apenas acababa de nacer, Starobínets es capaz de mantener la tensión narrativa, de arrastrarnos con su cadencia, de adornar la historia con episodios de humor (ácido, corrosivo, desgarrador), de construir un artefacto literario de primer orden.
Al fin y al cabo, el corpus entero de la autora aborda también uno de los temas recurrentes de la literatura rusa. Y es que, tanto en su obra autobiográfica como en los relatos, Starobínets no evita tratar una de las grandes tragedias del constructo sociocultural ruso: la deshumanización. Desde los Apuntes de la Casa Muerta, de Dostoyevski, hasta los Relatos de Kolimà, de Varlam Shalámov (en castellano en Minúscula y en catalán en Días contados), pasando por El vértigo, de Yevguenia Ginzburg (en castellano en Galaxia Gutenberg), y llegando hasta las microcrónicas por Telegram que estas funestas fechas ofrece Iliá Yashin desde la prisión, la literatura rusa nos ha legado testimonios escalofriantes del constante menosprecio por la vida humana promovido por los sistemas de poder de tendencias muy diferentes que han dominado el país desde antiguo.
La sociedad rusa de los primeros años 2000 había comenzado un proceso de rehumanización que se antojaba inexorable. Un proceso de fondo que había arrancado con fuerza y que implicaba una revisión de los valores sociales del constructo político ruso: unos valores que se arrastran desde la turbia Edad Media rusa, que eclosionan con los zares más tradicionalistas del siglo XIX y que alcanzan el paroxismo con el gran terror estalinista. Sin embargo, por desgracia este giro ha quedado no ya sólo truncado, sino totalmente alterado por la guerra. Este proceso, que quizás obedecía más bien a los signos de los tiempos que a un deseo consciente y manifiesto del pueblo ruso, y que explicitaba asimismo una ruptura generacional (y de época, y de paradigma), se ha detenido y se ha revertido con gran celeridad.
Y este vuelco de la dinámica social ha expelido y ha proscrito de Rusia a sus creadores, sus pensadores y sus divulgadores más capaces, a sus artistas y a sus periodistas más sugerentes. Y los ha dejado en entornos donde mayormente no pueden desarrollar su labor creativa como quisieran, como sería justo y deseable que pudiesen hacerlo. Starobínets vive (y lucha por trabajar) en Tiflis, la capital de Georgia, en el Cáucaso. La emigración, como a todos los emigrados, le comporta incertidumbre, inestabilidad económica y una angustia personal y familiar difíciles de transformar en algo positivo, más allá de nuevas obras literarias que pueden ayudarla a sublimar todo este escenario de desesperanza. Ahora bien, el hecho de tener cerrado el mercado literario ruso le complica enormemente las posibilidades de seguir desarrollándose como escritora.
Los escenarios de incertidumbre e inquietud y los cuadros de las sociedades distópicas que encontramos en las obras de Anna Starobínets se han vuelto reales en la vida de la autora. Lo único que podemos hacer ahora mismo es leerla, escucharla y desear fervientemente que este gigante enfurecido que conocemos con el nombre de Rusia, y que en el ámbito de la ciencia ficción, el género fantástico y el noir ha generados nombres tan potentes como los de Bogdánov, Zamiatin, Bulgákov, Petrushévskaya o los hermanos Strugatski, deje de una vez de querer estrangular y aplastar a sus creadores, también (¡y especialmente!) a los más inquietos e imaginativos. Sólo así podremos volver a oír unas voces que lo único que han querido siempre, como afirma Starobínets en la entrevista, es hacer como los «canarios enjaulados» de los mineros, es decir, alertar de los peligros inminentes. Lo que no haría ninguna falta, eso sí que no, es que compartiesen el destino fatídico de esas pobres criaturas, abnegadas a la fuerza.
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