Al feminismo se le llama movimiento porque siempre está activo y en transformación, en un movimiento constante y sin fin. Los cambios acaecidos en los últimos diez años son un reflejo de las transformaciones generales que han tenido lugar en los ámbitos de la sociedad y la política. Avanzamos, por cortesía de Pol·len Edicions, la introducción del nuevo libro de Mari Luz Esteban, El feminismo y las transformaciones en la política, que, partiendo de su experiencia en el contexto vasco, reflexiona sobre el movimiento feminista, una identidad colectiva (y multigeneracional) que se basa en prácticas plurales.
En este libro escribo sobre los cambios que el feminismo ha vivido en los últimos cuarenta años, centrándome en el contexto vasco,[1] aunque considero que muchas de las ideas recogidas aquí trascienden tanto las fronteras de este contexto como las del mismo movimiento feminista.[2] El feminismo vasco, como cualquier feminismo, ha sido y es heterogéneo, múltiple y variado, y reúne posiciones, líneas de actuación y colectivos muy variados; los hay de compatibles y otros, en cambio, no.
No estoy en disposición de dibujar un retrato completo y detallado de toda esta diversidad,[3] pero sí me fijaré en las tendencias y en los rasgos más destacados, poniendo la atención en los principales ámbitos de intervención del feminismo, como el asociativo, el institucional, el profesional y el académico. Soy muy consciente de que muchas de nosotras participamos en más de un ámbito, y que esto confiere una gran complejidad a nuestra actividad y, en consecuencia, a nuestros análisis.
En los últimos años, expertos y expertas en los movimientos sociales han puesto en cuestión el concepto de movimiento. La socióloga de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) María Martínez, por ejemplo, ha problematizado este término en su tesis doctoral sobre el feminismo en el Estado español, y ha propuesto hablar de «movilizaciones feministas»,[4] argumentando que la realidad actual es demasiado diversa y está demasiado fragmentada como para que este término pueda cubrir toda la actividad feminista.
No niego que este enfoque sea sugerente, pero yo continúo privilegiando la categoría de movimiento feminista, ya que estoy convencida de que vivimos en una totalidad, en una unidad, a pesar de que a veces se nos presente de manera fragmentada o internamente contradictoria. O quiero verlo así. Más aún si tenemos en cuenta la buena disposición que el feminismo vasco ha mostrado para actuar conjuntamente, como veremos más adelante. En otras palabras, y tal y como explica Jone M. Hernández,[5] ser feminista es una identidad colectiva que se construye sobre prácticas plurales.
El feminismo siempre ha estado en movimiento, y así continúa. Está siempre activo y en transformación, en un movimiento constante y sin fin. Así ha estado por lo menos hasta ahora, a pesar de sus altibajos, sus crisis y sus transformaciones. Sea como sea, los cambios acaecidos en los últimos diez años no son solo un reflejo de las transformaciones que han tenido lugar en el seno del feminismo, sino que también incluyen las transformaciones generales que han ocurrido en los ámbitos de la sociedad y de la política.
Yo soy de Basauri (Bizkaia) e hice mis primeros pasos en el feminismo en el Grupo de Mujeres de Basauri (y en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia). El hecho de haber sido criada y educada en un pueblo obrero y combativo, alimentado por la industria y encarnado por la inmigración, ha modelado mi forma de ver y de practicar la política. Con los años he tomado parte en varias iniciativas y espacios feministas, y hoy en día sigo perteneciendo al Grupo de Mujeres de Basauri y participo en Marienea – Casa de las Mujeres de Basauri, así como en algunas iniciativas alrededor de «la paz y la convivencia», a las que me referiré más adelante. Mi trabajo siempre ha estado vinculado a ámbitos relacionados con el feminismo: durante unos años fui la doctora de planificación familiar de Basauri, y ahora doy clases de Antropología Social en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), además de hacer investigación en el ámbito de la antropología feminista. Esta experiencia múltiple ha tenido un gran impacto en mi trayectoria. Pero creo que estas dobles o triples pertenencias son habituales en muchas de nosotras, y que es necesario reflexionar sobre sus interacciones, sus vínculos y sus consecuencias.
Tengo cincuenta y nueve años. Como yo, un gran número de feministas nos estamos haciendo mayores, y cada vez se ven más canas en nuestros encuentros. Algunas han dejado atrás la actividad política, pero siguen dispuestas a aportar su perspectiva o a participar en las citas más importantes. Otras siguen currando como siempre, cada una en su ámbito. Como dijo la bertsolari[6] Maialen Lujanbio, «no envejeceremos tan jóvenes como quisiéramos, con un cutis suave y bonito… Como tampoco hemos madurado tan jóvenes como pensábamos, ni tan rompedoras o distintas como nos creíamos».[7]
El movimiento feminista tiene una larga trayectoria, de no menos de cuarenta años (dependiendo de cómo se escriba su historia), pero la experiencia que la edad nos da puede servirnos para aliviar el día a día, como también puede acabar resultando una mochila pesada. Además, corremos el riesgo de haber perdido ya la energía y la espontaneidad que las jóvenes muestran ante las injusticias. Y es que la experiencia no lo es todo.
El feminismo se hace mayor y se rejuvenece a la vez, y la convivencia y la coincidencia de distintas generaciones es mucho más importante que todos los reconocimientos que queramos para nosotras. En el feminismo siempre han convivido distintas generaciones. En la década de los ochenta, por ejemplo, también fuimos testigos del surgimiento de colectivos de feministas jóvenes, pero la diferencia de edad entre unas y otras no era tan significativa como ahora. En las IV Jornadas Feministas de Euskal Herria (mayo del 2008), las últimas, quedo manifiesta la existencia de toda una nueva generación de feministas, gracias a la que podemos afirmar que el futuro próximo está asegurado. Esto fue un gran motivo de alegría.
Y aquí vemos a las feministas más jóvenes desarrollando sus propias actividades y propuestas, e intentando hacer equilibrios entre los esfuerzos para encontrar su sitio y el hecho de haberlo encontrado. Vemos, por otro lado, como estas jóvenes tienen más títulos universitarios que nunca, pero que, ahora, muchas están en el paro o tienen trabajos precarios.
Sea como sea, entre las jóvenes también podemos distinguir distintos tramos de edad y de formas de actuar, ya que no estamos ante una generación única o homogénea. En cualquier caso, en términos generales se puede afirmar que el movimiento –por lo menos la parte del movimiento que se mantiene fuera de las instituciones– está cada vez más en manos de las jóvenes. ¡Muchas gracias a todas! Muchas de las que no somos tan jóvenes también estamos ahí y queremos valorar su tarea, aunque a veces nos preocupemos un poco por su falta de memoria, mientras intentamos controlar la tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
La teoría feminista ha demostrado tener una gran capacidad para revisarse y para renovar sus contenidos, hasta el punto de volverse cada vez más extensa, más compleja, más sofisticada y abstracta. Tan compleja y sofisticada que más de una vez se ha distanciado y se distancia demasiado de la práctica. Entre muchos otros interrogantes que dejaré en el aire, en este libro quiero preguntar, precisamente, si no hay un cierto desequilibrio entre la teoría y la práctica.
Nuestra sociedad está llena de feministas (jóvenes) más preparadas que nunca para hacer diagnósticos y para llevar a cabo todo tipo de planes y de proyectos. Algunas ya trabajan, y otras esperan su oportunidad. Yo no soy de las que defienden que las feministas son capaces de llegar a cualquier sitio o que son las que mejor pueden hacer frente a cualquier responsabilidad. Además, una cosa es la preparación teórica y otra muy distinta es saber o poder jugar en el extenso y complicado terreno de la política.
Por otro lado, la teoría feminista y la teoría política «general» ocupen muy a menudo mundos paralelos, con pocos puntos de conexión, y cuando los hay suele ser porque las mujeres se empeñan en ello. He aquí donde estamos, apartadas de las (a veces) invisibles redes de los hombres que controlan el terreno de la política. De forma caballerosa y políticamente correcta, eso sí. También hay hombres feministas, es cierto: hombres activamente comprometidos con el feminismo que actúan sin darse importancia a sí mismos. Estos hombres también son fundamentales.
A lo largo de las páginas de este libro usaré los términos mujer y hombre, siempre en el sentido social, pues todas y todos somos mujeres o hombres socialmente designados como tales. Que la lectora ponga las comillas correspondientes mientras vaya leyendo. Usaré textos que he publicado y conferencias que he ido pronunciando por ahí en los últimos años, con la voluntad de profundizar en mis ideas, de ordenarlas y de completarlas. Pero dejaré en el tintero muchos temas sobre los que no he reflexionado tanto.
Dejando a un lado esta introducción, los contenidos de este libro están estructurados en tres grandes bloques, que son dos capítulos y un epílogo. Empezaré la primera parte con la siguiente pregunta: «¿Estamos reinventando la política?». Mi intención es reflexionar sobre las principales características del feminismo (vasco) de los últimos cuarenta años y sobre sus transformaciones. Aquí también desglosaré algunos desafíos que tenemos delante.
Cuando empecé a escribir este libro no pensaba que hubiera habido tantos cambios: tenía la sensación de que de alguna forma manteníamos la esencia de nuestros inicios, de que continuábamos siendo las de siempre. Pero debo confesar que, a medida que lo escribía, he ido encontrando numerosas continuidades, sí, pero también una gran cantidad de cambios, algunos muy profundos, que son propios de los nuevos tiempos que vivimos. Algunos de estos cambios me preocupan bastante; otros, no tanto.
En la segunda parte, titulada «Luces y sombras de algunos temas estrella», me centraré en tres cuestiones que tienen la máxima importancia hoy en día: el poder, la violencia y las curas. Los dos últimos temas están en el centro del debate feminista, y se han convertido en cuestiones fundamentales. Me referiré a ellos sin analizarlos demasiado profundamente, pero sí quiero apuntar dónde veo yo los elementos de debate.
Por último, quiero cerrar este libro con una idea, a modo de epílogo: la idea de ver y vivir el feminismo como un cuerpo colectivo, que reúne intelecto, razón, materia, emoción, sensación, imaginación, etc., todo junto. Yo entiendo el feminismo como un estar juntas, como un hacer cosas juntas.
Me gustaría que las lectoras recibieran las ideas presentadas a guisa de propuesta, de chispa para el debate, y que las pasaran, también las que quedan un poco desaliñadas, por el filtro de sus propios argumentos y experiencias.
He titulado esta introducción como «Rumiante», captivada por la «epistemología rumiante» de Lucrecia Masson, feminista criada entre vacas en Argentina y persona que lucha, entre otras cosas, contra la gordofobia.[8] Como en Argentina, en Euskal Herria también tenemos relaciones materiales y simbólicas con las vacas. Además, si alguna cosa somos las feministas es betizus, es decir, vacas semisalvajes, indómitas, fieras.
Termino la introducción con algunas ideas ilustrativas del pensamiento rumiante de Masson: [9]
El caminar de las vacas quedó muy bien guardado en mis retinas; caminan lentas, caminan juntas.
[…]
El rumiante es irreverente e iconoclasta.
No cree en ideas propias, se sabe no original. Sabe que, siempre que habla, traduce.
El rumiante apuesta por un ejercicio de invención política que es colectivo, siempre. Procurar darse, a sí mismo y a su comunidad, herramientas, y entiende que estas herramientas no son nada a lo que se llega, sino una cosa en constante construcción.
[…]
El método rumiante es:
lento, perezoso, poco productivo, poco sexy, grande, excesivo, de cuero muy duro, poco delicado, poco refinado, camina lentamente, es ocioso, dejado, abandonado a sus formas.
La epistemología rumiante rechaza los rígidos discursos de la salvación. Y cree que hay muchos relatos posibles.
Por este mismo camino quisiera yo andar. Planteando preguntas más que haciendo afirmaciones rotundas, para conversar con las que quieran y entre las que quieran: jóvenes o viejas, expertas o experimentadas, teóricas o practicantes, profesionales o activistas, feministas públicas o anónimas, mujeres o hombres designados como tales… Desafiando también los choques entre todas estas distinciones, que no siempre nos son útiles.
El 4 de noviembre, Mari Luz Esteban ofrecerá una conferencia en el CCCB dentro del ciclo Las palabras que aún no tenemos.
[1] En este libro, los términos País Vasco y Euskal Herria se utilizan como sinónimos e incluyen todos los territorios vascos, no solo los de la Comunidad Autónoma Vasca.
[2] El libro El feminisme i les transformacions en la política (Barcelona: Pol·len Edicions, 2019, traducción de Maria Colera Intxausti) es una traducción revisada y actualizada de un libro con el mismo título publicado en vasco en 2017 (Feminismoa eta politikaren eraldaketak. Zarautz: Susa. Colección Lisipe). Quiero agradecer a Edorta Arana, Miren Guillo, Marta Luxán, Isabel Otxoa y Biki Pozo su ayuda para mejorarlo.
[3] Para profundizar en la historia del movimiento feminista vasco es necesario consultar las ponencias de las jornadas de los años 1977, 1984, 1994 y 2008. Hay otras publicaciones que se han referido directamente a esta historia, entre las que destaco dos libros: Movimiento de mujeres. Mujeres en movimiento, de Begoña Zabala (Tafalla: Txalaparta, 2008) y Gure genealogia feministak. Euskal Herriko mugimendu feministaren kronika bat (‘Nuestras genealogías feministas. Una crónica del movimiento feminista de Euskal Herria’), de Edurne Epelde Pagola, Miren Aranguren Etxarte e Iratxe Retolaza Gutiérrez (Andoain: Emagin Elkartea, 2015).
[4] Martínez González, María (2015). Identidades feministas en proceso. Reiteraciones relacionales y activaciones emocionales en las movilizaciones feministas en el Estado español. Tesis doctoral. Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Otras feministas, como Silvia Gil (Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión. Madrid: Traficantes de Sueños, 2011), han hablado de la pérdida de la unidad del sujeto feminista único, como veremos más adelante. Pero que el sujeto no sea único no contradice la existencia de una unidad global general.
[5] Hernández, Jone M. (2018). «Multifaceted feminism: promoting diversity in the twenty-first century Basque Country». A: Bermúdez, Silvia; Johnson, Roberta (ed.) A New History of Iberian Feminisms. Toronto: University of Toronto Press.
[6] N. de la T.: Persona que improvisa versos en vasco a partir de melodías tradicionales.
[8] Masson es la autora de un fanzine titulado Epistemología rumiante (2015). Su propuesta se basa en la animalidad, a través de la cual se atreve a desafiar los límites que le han sido impuestos, tanto al propio cuerpo como a la humanidad en general.
[9] Masson, Lucrecia (2015). Op. cit., p. 5, 9, 10, 19 y 21.
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