En 2015, un manifiesto anónimo emitido por Laboria Cuboniks hizo su aparición en los debates actuales sobre género y sexualidad con una propuesta adaptada a nuestros tiempos de aceleración tecnológica y de enorme complejidad. Se titulaba Xenofeminismo: una política para la alienación, y concluía con una afirmación rotunda: «Si la naturaleza es injusta, ¡cambiemos la naturaleza!». Este texto había un colectivo formado por arqueólogas, artistas, programadoras, filósofas… Una de sus integrantes es Helen Hester, autora de Xenofeminismo (Caja Negra Editora, 2018), libro de reciente aparición donde se exponen los hallazgos fruto de algunas líneas de investigación llevadas a cabo por la autora, tales como las tecnologías digitales, la reproducción social y las políticas del post-trabajo.
El Manifiesto Xenofeminista tiene más de tres años y en la actualidad has publicado un libro que defines como tu propia versión del xenofeminismo. ¿A qué ámbitos quieres dirigir tu propuesta? En el tema de la reproducción, por ejemplo, el manifiesto no lo trata explícitamente y, no obstante, es el hilo conductor de tu ensayo.
El manifiesto es el resultado de una síntesis de muchos temas de investigación coparticipado por seis personas de seis entornos de disciplinas diversas o bien de ámbitos de interés distintos. En consecuencia, se intentaron trazar algunas direcciones que no se desarrollaron muy a fondo. En cierto modo, esa intencionalidad viene dada (o cuando menos es apropiada) por el formato del manifiesto. Una buena parte de mis planteamientos en Xenofeminismo están latentes, abreviados, de forma embrionaria. La primera mención del embarazo y la crianza aparece muy al principio, por ejemplo en 0x01, pero de forma muy soslayada. Es posible que el texto pueda parecer denso, porque está repleto de monografías bajo la apariencia de eslóganes. Las otras cinco integrantes de Laboria Cuboniks podrían fácilmente escribir un libro entero con sus opiniones propias y sus posicionamientos. ¡Ojalá!
En la introducción de tu libro dices que el xenofeminismo es un «proyecto polisémico», el resultado de «la tarea colaborativa basada en la diferencia», y te refieres al proceso de negociación entre vuestras distintas visiones como «uno de los elementos más satisfactorios y relevantes». Dejando a un lado la diversidad de disciplinas y los intereses de las integrantes del proyecto, ¿cuáles han sido las mayores discrepancias?
Sí, parte del proceso de síntesis que he explicado anteriormente tuvo su buena dosis de negociación. Partimos de una criba o análisis de nuestros puntos de vista a fin de encontrar espacios comunes, para saber cómo podíamos crear algo en conjunto y que todas suscribiéramos. Eso hizo que, asimismo, nos cuestionásemos los puntos clave individuales para repasar nuestro compromiso con amplitud de miras, y velar por establecer hasta qué extremo estábamos dispuestas a ceder y poder escribir una obra conjunta bajo un mismo pseudónimo.
Desde mi punto de vista hay dos figuras que han influenciado el xenofeminismo y que podrían estimarse icónicas y capitales en el proyecto: por una parte Shulamith Firestone, y por otra, Sadie Plant. Dos personajes algo conflictivos. La primera apuesta por la hegemonía, y la otra, por la insurgencia. Una se concentra en la soberanía del sujeto, y la otra, en la del colectivo, etc. Organización versus espontaneidad, construcción versus destrucción generativa, control versus evasión. Éstos son algunos de los conflictos que surgen cuando hablamos de xenofeminismo. Aunque puedan parecer contradictorias, ambas son tendencias necesarias y representan un foco de confrontación de perspectivas dentro del manifiesto. Esta es una de las razones por las que la dimensión mesopolítica es primordial en la elaboración de mi propio discurso xenofeminista. Se trata de mediar entre la inversión colectiva en contrahegemonía firestoniana y la insurrección descentralizada y diseminada de Plant. Sería de utilidad dar relevancia al tránsito político, a la transición entre los distintos niveles de pensamiento y acción, aunque eso no significara necesariamente aliviar todas las tensiones existentes. Deberíamos aceptar, hasta cierto punto, que el pensamiento colaborativo es inevitablemente abierto de miras y, por ende, predispone a un cierto grado de confusión y de conflicto.
Laboria Cuboniks se creó durante una escuela de verano donde debíais responder a la pregunta: «¿Cómo sería el feminismo aceleracionista?». Aunque tu visión es bastante crítica, tuvisteis algunos puntos en común como por ejemplo, la orientación cara al futuro o la reivindicación de la universalidad. ¿Qué aspectos del aceleracionismo te parecen útiles y cuáles problemáticos u hostiles para las mujeres?
Lo que me chocó al principio de los debates sobre el aceleracionismo de izquierdas fue que tomaran como referente a un grupo muy particular de pensadores, porque ello creaba una genealogía algo parcial y que influía marcadamente a la hora de definir el modo de acoger y estructurar ideas. Las teorías feministas de ciencia y tecnología quedaban a menudo aparcadas o incluso eliminadas del debate, aun cuando el punto de partida fuese un conjunto de compromisos y de propósitos compartidos. A pesar de su aparente talante cosmopolita, el marco de referencia de este acceleracionismo era, en el fondo, corto de miras.
Yo no quise descartar el aceleracionismo de cuajo porque me parecía (y aún me lo parece) interesante y admirable en su intento de creer que cualquier futuro mejor debe crearse necesariamente a partir de la estructura social corrompida y tóxica que ya habitamos. No obstante, parecía importante dar visibilidad a los innumerables puntos de intersección en los que se encuentran los políticos aceleracionistas con las pensadoras feministas, a quien tanto deben, a fin de reintroducir un conjunto de voces nuevas al discurso prevalente de aquel momento político específico.
Aceleracionismo aparte, el xenofeminismo está vinculado a otros movimientos filosóficos relacionados con el denominado giro especulativo (realismo especulativo, ontología orientada al objeto…), que responde a un aumento de discursos realistas y materialistas después que éstos ocuparan un espacio marginal dentro del ámbito filosófico. ¿Cuáles son los motivos tras la reciente aparición de estos métodos de análisis materialistas? ¿Es posible que otros enfoques, como por ejemplo el constructivismo, que había gozado de hegemonía en la teoría de género, ya no sean válidos?
Creo que debe tenerse mucho cuidado en no meter en un mismo saco de filosofías contemporáneas al realismo especulativo, al OOO, al nuevo materialismo y al aceleracionismo, por mencionar algunos. Es posible que tales movimientos sean compartidos por algunos pensadores —pongamos por citar algunos a Ray Brassier y a Nick Srnicek, ambos asociados al realismo especulativo y al acceleracionismo, o bien a Graham Harman, a quien se relaciona con el realismo especulativo y el OOO—, pero esto no significa que no existan tensiones y conflictos entre dichos posicionamientos. Demasiado a menudo estas tendencias se convierten en un objeto de crítica fantásmica y las definiciones vagas propician la construcción de sus propios enemigos. En mi opinión carecen de rigor y hacen un flaco favor cuando se trata de anticiparse a los debates.
Dicho ésto y en un sentido más amplio, existe ciertamente un espacio común entre el realismo especulativo y el xenofeminismo (con énfasis en el conocimiento asequible como punto de partida, por ejemplo, y también el rechazo al correlativo “mente equivale a mundo”). El xenofeminismo interpreta ésto como un interés hacia el materialismo biológico: una perspectiva atenta al estrato biológico de la realidad encarnada, que reconoce las capacidades y vulnerabilidades propias de cada cuerpo. Nuestro materialismo biológico, no obstante, está amparado por la afirmación antinaturalista que sostiene que, por el hecho de ser real, un objeto no tiene por qué ser automáticamente fijo o inmutable; un cuerpo físico en sí mismo puede llegar a ser sujeto de un cierto grado de manipulación. Algo que no rechaza ni infravalora las teorías que pretenden descifrar los aspectos discursivos y textuales de la identidad. Reconocemos que las ideas sociales desempeñan un papel destacado cuando se trata de comprender la materialización. El xenofeminismo tiende a poner énfasis sobre el hecho de que la biología también es mutable y un espacio propicio para las intervenciones políticas de emancipación de género. Como explico en mi libro, la biología no es sinónimo de destino porque puede transformarse tecnológicamente y es, justamente, lo que debería hacerse para conseguir una justicia reproductiva y la transformación progresiva del género. Reitero, sin embargo, que cualquier encrucijada que se pueda encontrar, lo es a un nivel más general, hasta el punto de poder significar una comparación inútil.
Formas parte de una genealogía feminista concreta —ciberfeminismo, tecnofeminismo…— bajo el nombre de «las hijas desobedientes de Haraway». En tu obra existe la voluntad de dialogar con generaciones feministas anteriores, que se hace patente cuando enlazas el movimiento para la salud de la mujer de los años 70 con el trans*activismo contemporáneo, e intentas destacar algunos intereses comunes y evitar la tendencia a generar divisiones, una práctica muy generalizada hoy día. ¿Qué importancia tiene para ti el intercambio entre distintas corrientes y generaciones feministas?
La solidaridad intergeneracional es extremadamente importante para mí. La metáfora de las olas como medio para acotar o delimitar temporalmente las teorías feministas (como «primera ola», «segunda ola», etc.) ha sido criticada, con razón, porque se dice que fomenta la reducción de un complejo tejido de ideas a un relato de simple digestión; se arrincona y olvida cualquier perspectiva o voz anómala que no encaje dentro del relato. La idea de las olas también parece insinuar movimientos sucesivos dentro del feminismo, tendencias separadas y diferenciadas que aparecen para subsumir y sustituir lo precedente. Naturalmente, la realidad nos señala que cada momento histórico está repleto de feminismos que se contagian entre sí, de ciertas aproximaciones, estrategias e ideas que se implantan mediante contextos diferentes y maneras distintas o nuevas.
Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, es importante reconocer también las diferencias presentes en cada época y perspectiva —los cambios, ¡son posibles!— y hacer una reflexión crítica sobre lo que hicieron las generaciones precedentes. Así se empieza a aprender. También opino que es la forma de abordar las teorías anteriores con la mayor camaradería posible, porque reconocemos que se trata de debates e ideas todavía vitales y vivas. Ésto enlaza con una de mis metodologías favoritas: la resignificación. En mi libro hablo de resignificaciónen términos de tecnología, de elegir un aparato y ponerlo en contra de su función original, aplicándolo a una nueva finalidad. Es cuestión de encontrar oportunidades nuevas o inesperadas dentro de los artefactos o sistemas que quizá no hayan sido diseñados teniendo en cuenta nuestras precisas necesidades. No obstante, la resignificación puede ir más allá de las tecnologías específicas y significar una mirada reparadora más general, en busca de aspectos útiles para los movimientos intelectuales, por ejemplo, o en tradiciones activistas previas que no tienen por qué coincidir con nuestro punto de vista.
Aunque el xenofeminismo sea fundamentalmente una política de género, tiene implicaciones más allá de ese ámbito, por ejemplo en la esfera del ecologismo o en el del antiespecismo. Por otra parte trata también aspectos económicos: hablas de la necesidad de una «economía que libere el trabajo reproductivo […] mediante la construcción de modelos de familiaridad libres de la monotonía del trabajo asalariado». ¿Son inseparables el xenofeminismo y el postcapitalismo?
Aparte de algún indicio hipersticioso ocasional, resulta imposible implantar el xenofeminismo en un sistema capitalista. El xenofeminismo y el postcapitalismo tienen mucho en común. Ambos son aproximaciones y llamamientos a un futuro extraño; ambos toman cosas que habían sido consideradas hasta hace poco como inmutables e insisten en que se las puede someter a un cambio total. La tesis del postcapitalismo tampoco sugiere un proyecto necesariamente; como concepto, está incluso desprovisto de las ideas confusas asociadas al comunismo, al socialismo o al anarquismo. Es, hasta cierto punto, un código o marcador de posición para el «aún no», para una diferencia que podría estar emergiendo aunque todavía le quede un buen trecho por recorrer y que no se puede predecir con fiabilidad ni prever con antelación (un xenofuturo, por así decirlo). Algo llegará después del capitalismo y, seguramente, será peor. Ciertamente será peor si nos quedamos de brazos cruzados mientras observamos el cambio climático y la crisis ecológica. Debemos luchar por el sistema sucesor que verdaderamente queremos y desarrollar colectivamente el contenido de un postcapitalismo realmente emancipador. El xenofeminismo aspira a proporcionar herramientas para combatir en esta lucha así como plantear un horizonte provisional para determinar para qué vale la pena luchar.
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