Las sucesivas crisis económicas nos han llevado a ver las contradicciones estructurales del sistema capitalista. Por primera vez en mucho tiempo, resurgen escenarios que hasta ahora parecían utópicos: la transición hacia una sociedad más allá del capitalismo, una sociedad del postrabajo fundamentada en la automatización y los avances tecnológicos. Conversamos de todo ello con Paul Mason, una de las personalidades más influyentes del postcapitalismo, aprovechando su participación en la última edición del festival Kosmopolis.
Antes de ejercer como periodista económico, Paul Mason fue profesor de música en la Universidad de Loughborough. En sus estudios de postgrado se especializó en la Segunda Escuela de Viena de Arnold Schoenberg, aunque finalmente decidió desplazar su atención del mundo de este compositor, que el desaparecido historiador cultural Carl E. Schorske dio en llamar «desenraizado» y «cósmicamente amorfo», hacia el romanticismo tardío y más armónicamente contenido de Richard Wagner.
En esa evolución se hace fácil entrever una cierta búsqueda de un ámbito sólido que recuerda la búsqueda de Adorno de encontrar la vida material en la música que nos emociona. Posiblemente también presagia la transición de Mason de la música al periodismo económico.
Como hiciera anteriormente la Escuela de Frankfurt, su trabajo se centra en las tensiones profundas subyacentes a los binomios de arte y ciencia, idea y práctica, material e inmaterial, de lo abstracto y lo real. No es de extrañar que se presente a sí mismo como autor, periodista y «dramaturgo». Tampoco sorprende que su conferencia en Kosmopolis 2019 gire alrededor de la historia del autor bolchevique de ciencia ficción Aleksandr Bogdánov y en su implicación en la política del cambio climático.
En una entrevista reciente en el Pati de les Dones, Mason me contó que fue contratado para realizar tareas de investigación y consultoría acerca de la película Jason Bourne. Según el contrato que firmó, Universal Studios son propietarios de los derechos intelectuales de su trabajo «para siempre y en todo el universo». «Así pues, aun cuando el planeta haya explotado y una nube polvorienta cubra el universo entero», agrega, «Universal Studios seguirá siendo el propietario de mi obra».
«La ideología sostiene que el mercado se autorregula. El Estado ya no se considera necesario, salvo para tener un cuerpo policial, una fuerza antidisturbios y el banco central.»
Lo absurdo de la propiedad intelectual privada y la audacia de este pensamiento colectivo acerca de la eternidad de la propiedad evocan la brecha causada por la crisis global financiera entre la especulación y la realidad. La visibilidad de esta desconexión no se hizo únicamente patente por las consecuencias materiales del colapso sufrido en millones de hogares sino también por la contribución de un puñado de comentaristas del entorno público que, como Mason, entendieron que ésta era una crisis de una narrativa, y que nuevas historias e ideas emergerían en el surgir de sus contradicciones.
«No se trató únicamente de que la economía estallara», comenta, «además, la ideología subyacente ya no tenía sentido. La ideología sostiene que el mercado se autorregula. El Estado ya no se considera necesario, salvo para tener un cuerpo policial, una fuerza antidisturbios y el banco central.»
Su forma de construir frases con tanta sencillez justifica en gran medida la popularidad de Mason como autor. Esta característica suya lo promovió también a ser uno de los primeros periodistas reconocidos en ofrecer una narrativa coherente de la crisis financiera y sus consecuencias políticas.
En este relato, Mason sugiere una relación entre titulización financiera y titulización del estado. Por medio de reprimir las protestas y enviando fuerzas policiales para asegurar los desahucios, los gobiernos han ejercido su monopolio de violencia con el objetivo de garantizar el valor de productos financieros abstractos como los bonos hipotecarios.
Why It’s Kicking of Everywhere y Postcapitalism son dos de los títulos donde Mason describe cómo esta crisis elimina las creencias predominantes en la relación entre estado y mercado. A partir de 2008, en lugar de entrar en conflicto, el estado protegió los mercados mediante una garantía implícita. Los gobiernos siempre rescataron a los bancos. De darse el caso, el banco central imprimiría más billetes. Una vez más, durante nuestra entrevista Mason hace hincapié sobre el hecho de que, en última instancia, esa decisión es ideológica. «El problema no era que la economía se colapsara,» concluye, «porque se la mantenía en soporte vital; y eso es algo que no se puede hacer con la ideología».
No obstante, transcurrida una década desde que la crisis financiera se hiciera notar, pocos son los que caracterizan nuestro contexto económico como una transición más allá del capitalismo global. Muy al contrario, las economías del Norte Global parecen depender aún más del trabajo precario y de la especulación inmobiliaria, que se han multiplicado en parte debido a los constantes cambios tecnológicos. No obstante, Mason considera que existen indicios de cambio en el papel que desempeña la tecnología:
No creo que las relaciones sociales del capitalismo puedan sobrevivir a un completo desarrollo de la automatización, de la inteligencia artificial, o al potencial de las redes digitales. Esta tecnología está en guerra contra la propiedad privada. Lo dijo Karl Marx en la década de 1850. Según él, si alguna vez se diera una situación en la que la humanidad abandonara el proceso de producción, siendo posible que fuesen las máquinas las que hicieran el trabajo, sería necesario que el conocimiento se socializara.
Aunque no conociera Internet, se refiere claramente a ello. Wikipedia, el software público, los estándares que utilizamos para hacer funcionar los aviones y los sistemas de transporte urbanos no tienen por qué ser privados. Son un bien público natural.
Me gustaría saber si existe un agujero o una brecha en el argot económico capitalista donde pudiéramos observar esta contradicción. Mason apunta al impacto de la tecnología sobre el valor de producción, algo que Jeremy Rifkin y otros denominan a menudo el efecto «coste marginal cero». Mason cita al economista Paul Romer, galardonado con el premio Nobel, para explicar la especial dificultad en fijar precios para los productos referidos a la información, puesto que no tienen competencia y su coste de reproducción es prácticamente nulo. En respuesta a esta situación, los gobiernos imponen una escasez artificial por medio de proteger los derechos de propiedad intelectual. «¿Qué quiere decir eso?», se pregunta Mason:
¿Qué es Google? ¿Qué es Facebook? ¿Qué es Amazon? Son monopolios diseñados para impedir que el precio de sus productos caiga hasta cero. Son un nuevo tipo de monopolio y la clave para liberar el futuro reside en romperlos. Si hubiera diez Facebooks, habría competencia y los enormes beneficios de Facebook se acabarían. El precio de su producto se iría al garete. Lo mismo ocurriría con Google y Amazon.
En vista de los hallazgos de Facebook-Cambridge Analytica, la idea de romper los llamados monopolios FAANG cobra paulatinamente una mayor relevancia. La indignación popular manifestada en contra del Big Tech no se ha limitado a su influencia sobre consumidores, mercados e instituciones políticas. En los últimos tres años, los sindicatos han organizado a miles de obreros contratados dentro de los campus de Silicon Valley —desde los conductores de lanzaderas en Apple, Tesla, Twitter, LinkedIn, eBay, Salesforce.com, Yahoo!, Cisco y Facebook; hasta los guardias de seguridad de Adobe, IBM, Cisco y Facebook; o los camareros de Cisco, Intel y Facebook. Especialmente durante el último año los conflictos laborales en el sector tecnológico han repuntado: los empleados de Google se han organizado para manifestarse a nivel global contra los protocolos de acoso sexual, los trabajadores en los almacenes de Amazon han organizado manifestaciones a nivel internacional contra las situaciones de trabajo precarias, los transportistas de Deliveroo han hecho lo propio para obtener unas condiciones de contratación dignas, y los taxistas han entrado en claro conflicto con Uber.
«El capitalismo podría ser sustituido por otro sistema basado en la abundancia de bienes producidos por maquinaria automatizada.»
La preocupación sobre el impacto de Big Tech en nuestras vidas y modus vivendi es abundante. Un sondeo popular de 2013 llevado a cabo por los investigadores del MIT CB Frey y el MA Osborne reveló sin ambages que un 47% de empleos en los EE.UU. está a riesgo de ser automatizado en los próximos años. Aunque su metodología haya sido criticada a menudo, las estimaciones conservadoras indican que muy probablemente el empleo se reduciría en un 9%. Sea como sea, la OCDE mantiene que una pérdida de empleo de tal magnitud provocaría alteraciones en la economía local varias veces mayor que la ocurrida en la década de 1950 con el declive de la industria de automóviles en Detroit. Otra manera de plantearlo sería imaginar el mismo número de pérdida de empleos resultante de la crisis financiera del 2008, que ahora es una característica estructural de la economía española.
Como resultado de todo esto, las ideas expresadas en los libros de Mason se han ido popularizando. En EE.UU., durante las primarias del partido demócrata, la candidata presidencial Elizabeth Warren hace hincapié en promover un plan detallado para desintegrar los monopolios tecnológicos. Por otra parte, el candidato externo Andrew Yang propugna, al parecer, muchas ideas de un proyecto ideológico que algunos izquierdistas radicales en el Reino Unido tildan de «comunismo de lujo totalmente automatizado». ¿Cabría pensar que los profundos cambios que Mason lleva anunciando desde hace tiempo resulten en un resurgimiento de proyectos utópicos?
Creo que las tecnologías de la información van a erosionar la necesidad de trabajar y, dentro de este siglo, creará ciertos sectores de abundancia. Sustentándome en esto, sería lógico pensar que el capitalismo, que en cualquier caso ya muestra señales extremas de fatiga, diera paso a un sistema distinto basado en la abundancia de bienes fabricados por maquinaria automatizada. Gran parte del trabajo será de humano a humano y, además, será ejecutado de forma voluntaria. Debemos encontrar una forma que permita a la gente sustentarse sin estar conectada a los salarios que recibe por trabajar.
Mi proyecto trata de erradicar del planeta la necesidad del trabajo remunerado. El único modo de conseguirlo es automatizando la producción de bienes y, siempre que sea posible, la producción de servicios. Este ha sido el gran proyecto utópico de la humanidad desde Aristóteles. Ya Aristóteles nos habla de unos trípodes mitológicos capaces de moverse por sí solos y de trabajar sin recibir orden alguna. Su sorprendente frase al respecto dice así: «Si esas máquinas llegaran a existir, la diferencia entre el amo y el esclavo desaparecería».
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