Las nuevas tecnologías frente al cambio climático

Con una buena gestión y regulación política y legal, Internet y la cultura digital pueden reducir de forma significativa el desgaste del ecosistema natural.

Tándem de cuatro plazas, 1898.

Tándem de cuatro plazas, 1898. George H. Van Norman, Springfield, Mass (Library of Congress). Dominio público.

Hace unos años, con la popularización de los dispositivos digitales y la expansión de la Red, muchos contemplaron estas nuevas herramientas con esperanza. Parecía que el advenimiento de nuevos sistemas de comunicación, de almacenamiento y de gestión basados en la intangibilidad de los objetos sería una solución per se para la mayoría de los problemas ecológicos de la sociedad contemporánea. Hoy puede parecer una ingenuidad pensar que la tecnología, por sí misma, pueda cambiar las bases éticas del mercado y de la industria, enfocándolas hacia un sistema de valores comerciales más respetuoso con el medio natural. Con todo, podemos seguir afirmando que, con una buena gestión y regulación política y legal, Internet y la cultura digital podrían haber reducido de forma significativa el desgaste del ecosistema natural.

Nuestro sistema económico tiene una respuesta predeterminada y clara frente a aquellas tecnologías que no dan beneficios rápidos, independientemente de su impacto social, de lo que aporten a la evolución del corpus del conocimiento o de su utilidad para solucionar problemas globales. Estamos sujetos a una lógica que promueve la innovación, pero solo en cuanto a capacidad técnica y de nuevas funcionalidades, sin atender a la mejora de los procesos de fabricación, la calidad y la durabilidad de los materiales y su capacidad de actualización, con miras a preservar el entorno natural. En estos términos, pues, la dinámica de funcionamiento del mercado y su impacto en los hábitos sociales son enormemente destructivos para el ecosistema.

Las iniciativas que pretenden mejorar los materiales con los que fabricamos los dispositivos digitales, con la única intención de reducir el impacto nocivo de los productos no reciclables, no encuentran financiación. Aquellas tecnologías energéticas que buscan liberarnos de la dependencia sistémica de los combustibles fósiles son compradas por los grandes lobbys energéticos para garantizar su implantación lenta y mantener vigente el modelo actual de negocio. Cuando una iniciativa busca, manteniendo el mismo volumen de negocio, aplicar procedimientos de fabricación más respetuosos con el entorno y basados en materiales reaprovechables, no encuentra financiación. Si no aumentan los beneficios, no tiene sentido comercial invertir en ello.

A pesar del poco interés del mercado en propuestas de esta naturaleza, es innegable el enorme potencial que estos avances tendrían para una mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos a nivel global. Las tecnologías digitales se muestran como un gran aliado para hallar soluciones a muchos de los problemas medioambientales que se plantean, ya sea a nivel institucional o en el ámbito privado.

Open data como condición para definir ciudades inteligentes

En el caso de la administración pública, la actuación central pasa por la gestión y el uso del big data para conocer las necesidades reales de la ciudad, tanto en cuanto al funcionamiento técnico como respecto al comportamiento de los ciudadanos. Un ejemplo de ello sería la regulación del tráfico en función de parámetros reales de comportamiento de los vehículos. De este modo, en tiempo real, podemos modificar los límites de velocidad en función de los niveles de contaminación, o cambiar el sentido de algunas vías según la saturación de la ciudad.

La inteligencia artificial puede ser utilizada para condicionar el comportamiento de la mayoría de los sistemas tecnológicos que controlan y regulan una ciudad, pero, para programarla, necesitamos un acceso abierto al big data. Esta es la principal premisa de lo que llamamos open data, que pretende liberar de copyright el uso y la manipulación de los datos. Solo el acceso abierto y la titularidad pública de esta información permitirán desarrollar las herramientas necesarias para transformar estos datos en iniciativas en pro del beneficio social. Barcelona es un buen ejemplo de avance hacia una ciudad inteligente, basada en el open data. En la web opendata.bcn.cat se pueden realizar búsquedas sobre un repositorio de datos abiertos de diferentes campos, muy útil para conocer mejor la ciudad y para desarrollar nuevos recursos adaptables e interactivos.




La base para las smartcities está formada por el trinomio sensores + datos + software. Necesitamos sensores que recojan la máxima información posible, respetando siempre la privacidad de los usuarios y su anonimato; que esta sea clasificada en forma de datos accesibles, y que el software permita transformar los datos en herramientas digitales útiles para solucionar problemas reales. Con esta intención tenemos disponibles diferentes iniciativas que permiten una manipulación y visualización de los datos con fines de planificación de las ciudades. Matsim o CitySDK y los proyectos europeos Eunoia y Besos son un buen ejemplo de lo que la tecnología nos puede ofrecer en este campo. En combinación con el Open Sensors Platform (OTS), contamos con las herramientas suficientes para poner la tecnología a trabajar en favor de un entorno más limpio y más sostenible. El abaratamiento de los sensores y el hardware computacional, con todo el conjunto de nuevas iniciativas del Open-source hardware, añaden el componente necesario para completar el citado trinomio.

Este camino hacia las ciudades inteligentes recibirá un impulso enorme con la consolidación de la Internet de las cosas, la conexión de los objetos físicos al entramado digital con la posibilidad de recolectar e intercambiar datos. La separación radical entre entorno virtual y físico dejará de tener sentido en el momento en que suficientes objetos estén conectados a la Red. Los expertos anuncian cincuenta millones de elementos físicos conectados en 2020.

Con la conexión de los vehículos a la Red, y aplicando los algoritmos necesarios, podemos gestionar de manera mucho más eficiente el tráfico en las ciudades para reducir la contaminación atmosférica, la duración de los componentes que generan residuos o la eficiencia de nuestra conducción. Con la conectividad de los elementos del espacio público podemos gestionar de forma más sostenible la iluminación, el riego o la recogida de residuos.

El ámbito doméstico: la cotidianeidad comprometida

Ahora bien, el consumo energético, uno de los principales problemas medioambientales, depende mucho de los usos domésticos y del comportamiento individual de los ciudadanos. Las soluciones que el gobierno municipal, el estado y las instituciones internacionales planteen serán siempre ineficaces e insuficientes si los ciudadanos no se convierten en agentes comprometidos en su realización.

En este ámbito, Internet y las tecnologías digitales también ofrecen soluciones accesibles para una gestión mucho más efectiva del gasto energético y el consumo de recursos naturales en los domicilios particulares. Los sistemas domóticos, que permiten automatizar determinadas gestiones del hogar mediante un control centralizado y la conexión a la Red, se están abaratando y empiezan a ser accesibles para una parte importante de la población. Estos domicilios inteligentes hacen posible configurar los sistemas de climatización en función de nuestra ubicación geográfica, el tiempo, la meteorología, nuestro comportamiento en casa, etc. Así, el sistema apagará la calefacción si abrimos las ventanas o la pondrá en marcha un rato antes de que lleguemos al domicilio gracias al seguimiento por GPS de nuestra posición. Los electrodomésticos inteligentes permiten una gestión más efectiva de los alimentos, por ejemplo, controlando las fechas de caducidad y avisándonos de la necesidad de consumir un producto antes de que se eche a perder, o recordándonos que hay que reducir la potencia de la nevera si estamos en invierno. Así pues, interconectando los objetos físicos y gestionándolos a través de los dispositivos móviles, se abren nuevos horizontes para la gestión eficiente del hogar, pero también para la empresa o los edificios públicos.

Por otro lado, con la mayor concienciación de los usuarios, las diferentes iniciativas pensadas para promover una fabricación más responsable encuentran un pequeño espacio de mercado en el que desarrollar y distribuir productos alternativos, concebidos de acuerdo con unos principios éticos y más respetuosos para el medio. Fair Phone nos ofrece un teléfono inteligente accesible formado por diferentes piezas autónomas que se pueden sustituir y permiten actualizar la capacidad del dispositivo. Además, sus procesos de fabricación cumplen con los principios del comercio justo, por cuanto garantizan que en el proceso no se explota a ningún trabajador ni se abusa del entorno natural para obtener los materiales de fabricación. Google tiene un proyecto de estas características, Project Ara, que, pese a no inscribirse en la filosofía del comercio justo, sí plantea el funcionamiento modular para los teléfonos inteligentes, que permite alargar notablemente la vida útil de los dispositivos y reducir de forma ostensible los residuos generados.




Conclusión: ¿realmente queremos salvar el planeta?

Todos estos ejemplos priorizan la concepción de productos más valiosos cualitativamente y más respetuosos con el entorno natural. Pero, no solo las empresas tecnológicas deben asumir como propios los valores ecologistas y de respeto al entorno, sino que los usuarios, los compradores, también nos los tenemos que hacer nuestros. Debemos exigir algo más que eficiencia y capacidades a los dispositivos digitales: el respeto al medio ambiente debería ser una característica necesaria para considerar que un producto es de calidad.

Ha llegado el momento de que todo ciudadano sea consciente de las grandes potencialidades de las tecnologías para trabajar en la construcción de un entorno social y económico más justo y ecológicamente sostenible. Pero, antes de dedicar esfuerzos a dibujar una hoja de ruta factible y eficaz para la preservación del ecosistema, hay que formularse con sinceridad una pregunta primordial: ¿de verdad queremos salvar el planeta? ¿Estamos dispuestos a ir más allá de la retórica y de los buenos propósitos y actuar en nuestro día a día? Es decir, no coger el coche si no es imprescindible, utilizar vehículos menos contaminantes aunque suponga un esfuerzo, controlar el consumo energético para la climatización de espacios cerrados, aprovechar los dispositivos durante su vida útil y no sustituirlos constantemente según las modas y las tendencias, plantearse la necesidad real de adquirir un producto, actuar activamente contra el exceso de envasado y el uso de materiales no reutilizables…

Tenemos que decidir si queremos establecer un entramado tecnológico y de consumo que no sea el verdugo final del ecosistema, sino un aliado en favor de su preservación. Porque el principal problema que hay que afrontar es que el sistema económico en el que vivimos es insostenible. El consumo desmedido de materias primas y la fabricación continua de nuevos productos son totalmente incompatibles con el respeto hacia el entorno natural. Así pues, si la lógica del mercado no adopta como propios los valores éticos universales de la especie humana, la sostenibilidad del planeta seguirá menguando.

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