El mar nos devuelve todo aquello que le damos. Si le damos basura, nos devuelve basura en nuestra comida y en nuestras playas. Si no conservamos sus hábitats y especies, deja de proporcionarnos alimento y de dar protección a nuestras costas frente a fenómenos meteorológicos. El océano nos afecta a todos y nosotros le afectamos a él aún si vivimos lejos de sus costas. Se ha visto que es posible restaurar los daños causados a la salud del océano, pero tenemos un tiempo limitado. Como individuos tenemos más capacidad de la que pensamos para protegerlo y conservarlo a través de acciones que tienen una repercusión mucho mayor de lo que creemos.
Hasta hace no muchos años, el mar se consideraba un lugar inmenso capaz de suministrarnos una cantidad ilimitada de peces y que a su vez se «tragaba» todo lo que queríamos hacer desaparecer de nuestra vista. Un inmenso vertedero donde toda nuestra basura se invisibilizaba bajo la infinidad de sus aguas; como el que barre y mete todo bajo la alfombra y aquí no ha pasado nada. No ha sido hasta hace unos pocos años que la especie humana (¡y no todos sus miembros!) ha empezado a darse cuenta de que el océano no es tan infinito como parecía. La ciencia y la tecnología actuales nos permiten explorar sus profundidades y ver lo que antes era invisible. Contaminantes químicos, latas, neumáticos, electrodomésticos… cualquier objeto imaginable puede aparecer en el mar. Y algunos no se encuentran porque se han desintegrado en partículas minúsculas, como sucede con los plásticos. Pero mucha de esa basura y muchas de esas acciones perpetradas contra la salud del océano nos están afectando a nosotros. Estamos comiendo plástico en los peces y en la sal que consumimos. Estamos viendo efectos devastadores de tormentas, ciclones y tsunamis potenciados en las zonas donde hemos eliminado la vegetación que ejercía de barrera, como manglares o praderas marinas, para sustituirlos por alguna estructura que a nosotros nos parecía más útil o lucrativa. Estamos viendo cómo desaparecen las poblaciones de algunas especies de peces que tanto nos gustan porque los hemos pescado sin mesura o porque hemos eliminado sus hábitats. Como una especie de karma oceánico, el océano nos devuelve aquello que le damos.
El océano hace un servicio de valor incalculable al planeta y al ser humano, pero mucha gente aún no lo sabe. Por poner algunos ejemplos, regula el clima de todo el planeta y ha absorbido una tercera parte de las emisiones de gases de efecto invernadero que hemos lanzado a la atmósfera como consecuencia de actividades como la quema de combustibles fósiles, de la producción de cemento o de los cambios en el uso del suelo para, entre otros, la agricultura. Algunas áreas especialmente importantes en la absorción del carbono de los gases de efecto invernadero son las zonas costeras de manglares, marismas y praderas marinas (ecosistemas de carbono azul). Estas capturan diez veces más carbono por hectárea que los ecosistemas terrestres. Sin embargo, muchas de estas zonas costeras se han destruido con el convencimiento erróneo de que darían lugar a actividades supuestamente más lucrativas. Los gases de efecto invernadero están calentando la Tierra, pero el océano ha absorbido el 90 % de ese calor, dejándonos un clima mucho más fresco de lo que lo sería sin él. El océano es fuente de alimento para millones de personas en todo el mundo. Y es hábitat de innumerables especies de flora y fauna, muchas de las cuales son comerciales, o poseen compuestos químicos muy valiosos en tratamientos médicos.
Hablo del océano y no de los océanos porque, en realidad, todos están conectados formando uno solo. Aquello que sucede en una cuenca oceánica puede afectar a otra. Lo que hacemos en una zona costera puede afectar al agua, la flora, la fauna y las personas de otra parte del mundo. Todo está conectado a través de las corrientes marinas. Pero no solo dentro del océano, también los ríos y las alcantarillas están conectados con el mar, y lo que se tira en el baño de una casa puede llegar al océano y afectar a la vida marina que allí se encuentre.
Así que el océano hace mucho por nosotros, incluso si vivimos lejos de él. Pero para que el océano cumpla todos estos servicios debe estar sano: cuánto más sano, mejor hará su función. Por eso es importante protegerlo. Solo está protegido un 7 % del océano global, y solo un 2,7 % está estrictamente protegido. Estas son zonas en las que está prohibida la pesca, la navegación y toda actividad extractiva. Varios estudios han concluido que, como mínimo, se debería proteger el 30 % del océano para salvaguardar los ecosistemas marinos a largo plazo. Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó en 2015 fue el de «Conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, mares y recursos marinos para lograr el desarrollo sostenible» (objetivo 14). Las naciones costeras se comprometieron a proteger el 10 % de sus aguas para 2020 –algo que no se ha cumplido– y el 30 % llegado 2030. Este objetivo se pretende hacer en paralelo a la protección del 30 % de los ecosistemas terrestres.
Es posible enmendar muchos de los errores cometidos contra la salud del océano. Por ejemplo, se pueden restaurar los manglares o las praderas marinas en aquellas áreas en las que se han eliminado. También se ha observado que protegiendo algunas zonas se pueden recuperar las poblaciones de peces, muchos de ellos de consumo humano. Pero lo más difícil de todo esto no es el esfuerzo económico ni logístico sino la voluntad humana. Es difícil convencer a las autoridades de la alta rentabilidad y beneficios que tienen estas acciones. Muchos piensan que el coste económico es muy elevado, pero, en realidad, está demostrado que es mucho más económico que las consecuencias que conlleva no restaurar y proteger las aguas. También es importante proteger los océanos de la contaminación. El 80 % del plástico que llega al mar lo hace a través de fuentes terrestres, fundamentalmente de los ríos. Es necesario reducir los residuos de cualquier tipo y mejorar las infraestructuras para evitar que todo ese plástico acabe en el océano.
Según un informe de la UNEP (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, por sus siglas en inglés), en la historia de la humanidad las zonas costeras jamás habían tenido tanta importancia económica como ahora. Los servicios que estos ecosistemas prestan al mundo alcanzan un valor que supera los 25.000 millones de dólares anuales. Estos servicios son, por ejemplo, la protección de la costa y de la población que en ella habita, el aumento de pescado en las reservas pesqueras, la filtración de contaminantes y la mitigación de los efectos del cambio climático.
Aunque estamos a tiempo de solucionar muchos de los problemas que padece el océano, el tiempo juega en nuestra contra. Y si esperamos demasiado, muchos de esos problemas se volverán irreversibles. Por eso es necesario poner en marcha sin demora las acciones necesarias para su conservación. Hay quien piensa que sus acciones individuales no tienen mucha repercusión ni marcan una diferencia. «Qué más da que no coja el coche hoy o que no utilice un vaso de plástico si todo el mundo lo hace», pensamos. Pero se calcula que los individuos tenemos capacidad de reducir el 30 % de las emisiones necesarias para mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5º; el otro 70 % es responsabilidad de gobiernos y empresas. Pero nosotros, como individuos, también podemos influir en ellos. Somos nosotros los que votamos y los que decidimos dónde comprar nuestros productos. Si se alcanza una masa crítica, los políticos, sean del color que sean, lo priorizarán en su programa electoral. Como individuos podemos decidir no comprar a una empresa si no estamos de acuerdo con su acción medioambiental. Y está demostrado que esto funciona, como se ha visto con muchos productos que han dejado de fabricarse o con ingredientes que han dejado de incluirse porque la población comenzó a rechazarlos al considerarlos dañinos para el medioambiente.
Dentro de las acciones individuales que cada uno de nosotros podemos llevar a cabo está la reducción del consumo en general, que es imprescindible para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero. También podemos elegir una dieta con menor impacto medioambiental, reduciendo el consumo de carne, en especial la carne roja, que es la que genera mayores emisiones. Podemos elegir productos marinos con menor huella de carbono, como los mejillones, las almejas o las algas. Podemos evitar el despilfarro de comida, dado que se desecha una tercera parte de los alimentos que se producen en el mundo –si este desperdicio fuera un país, sería el tercero con mayores emisiones después de China y EE.UU–. Podemos rechazar productos desechables, ya sean de plástico, madera o papel, porque generan emisiones y además están provocando un problema de polución en el océano. Siempre que sea posible, podemos elegir el transporte público frente al coche individual, y el tren mejor que el avión. Y se ha visto que deberíamos usar los productos electrónicos un mínimo de siete años para reducir su impacto medioambiental. Y sobre todo, y muy importante, podemos crear conciencia medioambiental. Contar a otros todo lo que sabemos para que también sean conscientes del problema y de las soluciones posibles, y así alcanzar una masa crítica responsable que defienda la conservación.
Posiblemente, el problema medioambiental más grave al que se ha enfrentado la humanidad en toda su historia sea la crisis climática. El océano puede contribuir a mitigar sus efectos, además de todos los servicios que hemos visto que presta al planeta y a la especie humana. Por eso, protegerlo es protegernos a nosotros. Comencemos a crear buen karma oceánico.
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