El dominio de la naturaleza por el hombre, el control del aumento de la población o el vínculo entre el uso de animales y la aparición de nuevas patologías son tres ideas de finales del siglo XVIII que nos ayudan a comprender la situación medioambiental del presente. Publicamos, por cortesía de Levanta Fuego, un fragmento de Socialismo de medio planeta, donde Troy Vettese y Drew Pendergrass plantean un modelo político y social novedoso para un futuro posible.
Buena parte de los marcos epistemológicos para la comprensión de la actual crisis medioambiental se pueden hallar en tres obras escritas en 1798. Teniendo en cuenta lo tumultuoso de la época, aquel no fue un año especialmente destacado. Napoleón Bonaparte estaba ocupado en su infructuosa campaña militar en Egipto y aún faltaba un año para su golpe de Estado; la revolución en Haití se encontraba únicamente a la mitad de sus treinta años de duración; y Alessandro Volta no inventó la batería eléctrica hasta el año 1800. Y, así, cobijados entre los pliegues de estos acontecimientos tan célebres, G. W. F. Hegel, Thomas Malthus y Edward Jenner escribieron una serie de textos que, con el paso de los años, acabarían definiendo los tres principales paradigmas medioambientales. El espíritu del cristianismo y su destino, de Hegel, era un ensayo personal en el que el filósofo reflexionaba sobre sus recientes lecturas de teología y economía política. Ensayo sobre el principio de la población, de Malthus, la obra más famosa de las tres, ha ejercido una influencia permanente en la economía, la demografía y la ecología poblacional. Por su parte, Jenner tuvo que autopublicar su Investigación sobre las causas y los efectos de las «Variolae vaccinæ», pues nadie más quiso difundir sus descubrimientos derivados de la experimentación con la vacuna de la viruela. Entendemos estos tres textos como parte de un debate no verbalizado sobre lo que hay de cognoscible en la naturaleza. Cada uno de estos tres autores hizo las veces de progenitor de uno de los tres grandes linajes del pensamiento medioambiental: el prometeanismo hegeliano, el malthusianismo y el escepticismo ecológico jennerita.
Antes de que esos hombres diesen forma a los lineamientos de la teoría medioambiental, fueron sacudidos por la tormenta de la Revolución francesa. Hegel, recordado como el venerable patriarca de lo más conservador de la academia prusiana, fue en su juventud un estudiante radical. Se puede ver un Vive la liberté!! garabateado en su anuario de la universidad de Tubinga. Por su parte, el Ensayo de Malthus hizo que su autor dejase inmediatamente de ser nada más que un oscuro párroco de Dorking y le valió tanto la fama como la infamia, además de proporcionarle la primera cátedra de economía política (en una universidad gestionada por la Compañía de las Indias Orientales). A pesar de su educación radical –su padre era un gran admirador de Rousseau–, Malthus escribió su libro teniendo en mente la conservadora esperanza de desviar el «cometa en llamas» de la Revolución francesa antes de que este «destruyese la mermada población de la Tierra». El panfleto de Jenner sobre la vacuna de la viruela ganó popularidad en 1799, cuando la guerra contra Francia provocó en Gran Bretaña un estallido de ese «monstruo moteado».
El espíritu del cristianismo y su destino es una de las obras menos conocidas de Hegel, pero esencial para nuestro propósito, ya que presenta por primera vez su concepto, aún sin bautizar, de «humanización de la naturaleza» (die Humanisierung der Natur), una idea que animaría buena parte de su trabajo filosófico, desde Fenomenología del espíritu a Lecciones sobre la estética. La humanización de la naturaleza es el proceso por el cual la humanidad supera su alienación con respecto del mundo natural al infundirle a este una conciencia humana mediante el proceso de trabajo, al transformar lo silvestre en un jardín. El trabajo humano es la naturaleza actuando sobre sí misma de forma que pueda volverse autoconsciente o, como el mismo Hegel lo expresa en su Enciclopedia, «el fin de la naturaleza es destruirse a sí misma y romper su corteza inmediata, consumirse como el Fénix, para surgir rejuvenecida como espíritu». Partiendo de esa base, Hegel y sus herederos alentaron la creencia en que el dominio de la naturaleza resultaba tan factible como históricamente necesario.
En El espíritu del cristianismo y su destino, Hegel sitúa este concepto en el pasado bíblico. Entre la Caída y el Diluvio, una era en la que solo «algunos tenues vestigios se habían conservado», los humanos pugnaban por «recuperarse de la barbarie» y regresar a un estado de gracia mediante la restauración de su «unidad» con la naturaleza. La naturaleza truncó el esfuerzo mediante el Diluvio, dejando a la humanidad tres opciones, cada una representada por una figura bíblica. Noé reconstruyó el mundo mediante la ley divina, que controlaba la violencia entre las personas así como entre la humanidad y la naturaleza. En rechazo a esta paz jurídica, Nimrod sometió tanto a las personas como a la naturaleza a su voluntad: «Se defendió del agua con murallas; fue un cazador y un rey». Abraham rechazó los contratos sociales tanto de Noé como de Nimrod porque aspiraba a independizarse de la naturaleza y de la sociedad. Al evitar los asentamientos y optar por el pastoreo en lugar de por la agricultura, Abraham fue «un extraño en el mundo, extraño tanto para la tierra como para los hombres». Si bien en principio Hegel escribió este ensayo para explicar el ascenso del monoteísmo judío, también ideó en él el concepto de humanización de la naturaleza en su forma primigenia al contrastarlo con los enfoques de esas tres figuras. Noé subordinaba la humanidad y la naturaleza a la voluntad de Dios, mientras que Nimrod no proponía reconciliación alguna sino solo pura hostilidad. Abraham, a su vez, representaba de igual manera una vía muerta al simplemente aspirar a la independencia, no a la libertad. La verdadera historia, según Hegel llegó a asegurar, solo podría iniciarse una vez la oposición entre naturaleza y humanidad fuese reconciliada mediante el trabajo, esto es, mediante la reorientación de la naturaleza hacia fines humanos.
El segundo urtexto de 1798, el Ensayo sobre el principio de la población de Malthus, fue escrito para atacar a William Godwin, un utopista protoanarquista que ganó protagonismo en 1793 tras la publicación de su Investigación acerca de la justicia política y su influencia en la moral y la felicidad. Godwin, que hizo campaña en contra de las opresivas instituciones del matrimonio y la monarquía, creía en la «perfectibilidad» última del ser humano. Su optimista visión acerca de una «igualdad refinada» en una sociedad en la que «la carga de trabajo de cada hombre sería liviana y su porción de solaz sería amplia» animó a Malthus a agarrar la pluma para abrir agujeros en esa argumentación. De todas las «dificultades insuperables» que impedían la utopía de Godwin, Malthus se centró en la superpoblación. «La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica [es decir, exponencial]», declaró; mientras que «los alimentos tan solo aumentan en progresión aritmética [es decir, lineal]». En otras palabras, la población puede crecer exponencialmente –duplicándose cada veinticinco años, estimó Malthus–, pero las cosechas agrícolas aumentan únicamente en el mismo número año tras año. Según señala con sarcasmo: «Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas». El único modo de devolver a la sociedad a un equilibrio con su base agrícola es mediante los «obstáculos» del hambre, la guerra y la enfermedad. Los efectos de la demografía procustiana tendrán que «manifestarse y hacerse sentir cruelmente en un amplio sector de la humanidad».
Nuestro tercer texto destacado de 1798, la Investigación sobre las causas y los efectos de las «Variolae vaccinæ» de Jenner, proponía una filosofía de la naturaleza muy poco reconocida. El libro es conocido por informar sobre las «pruebas de objetivo» con las que Jenner probó su vacuna contra la viruela, tras haber concebido la idea de que el virus de la viruela bovina podría proteger de la viruela común, lo que explicaría la creencia común de por qué las ordeñadoras que habían contraído el primero nunca enfermaban del segundo. A la vacuna de Jenner le precedía la extendida y muy arriesgada práctica de la «variolización», que ya se llevaba a cabo en Asia y África Occidental antes de que Mary Wortley Montagu la introdujese en Inglaterra en 1721. Jenner tampoco fue el primero en usar el virus de la viruela bovina como profiláctico; un granjero poco conocido, George Jesty, lo utilizó para proteger a su familia en la década de 1770. La principal contribución del autor que nos ocupa fue su rigor específico e interpretación histórica. Sus experimentos dieron forma a una comprensión más certera –aunque aún incompleta– de la inoculación de viruela bovina, demostrando que resultaba fiable y podía replicarse y extenderse. Esto obligó a Jenner a superar un sinnúmero de dificultades técnicas, como por ejemplo diferenciar entre las úlceras en las vacas, para asegurarse de estar recogiendo muestras del virus de la viruela bovina para su vacuna y no cualquier otro patógeno, y evitar que la vacuna se contaminase de viruela común.
Lo relevante para nuestra argumentación es la explicación que da Jenner de por qué existen la viruela y los virus de su clase; para él, las enfermedades eran el resultado del dominio antinatural sobre los animales por parte de la humanidad: «La desviación del Hombre respecto del estado en que se hallaba originalmente en la Naturaleza parece haberle proporcionado una fuente prolífica de Enfermedades». Jenner fue el primero en indicar que los intentos de controlar la naturaleza permitían la emergencia de nuevas patologías y observó que cualquier animal usado para cualquier propósito podía convertirse en un vector para la enfermedad: «El lobo, despojado de su ferocidad, ahora se acomoda en el regazo de las damas. El gato, ese pequeño tigre de nuestra isla, cuyo hogar natural es el bosque, ha sido igualmente domesticado y agasajado. La vaca, el cerdo y el caballo son, todos ellos y con varios propósitos, puestos bajo cuidado y control.»
El énfasis que puso en el vínculo entre la salud animal y la humana queda patente en «vacuna», término acuñado a partir de la palabra latina para «vaca» (vacca). Cabe señalar que el histórico descubrimiento de Jenner ha sido muy poco reconocido. Es a Rudolf Virchow, médico alemán tres generaciones más joven que Jenner, a quien se considera el iniciador del paradigma sanitario denominado «Una Salud», que engloba el bienestar animal y el humano. Si bien es fácil admirar las habilidades de Jenner como experimentador, muy pocos se han interesado por su filosofía de la naturaleza.
Estos tres textos de 1798 representan diferentes epistemologías basadas en lo que puede ser conocido y controlado: la naturaleza, la demografía o la economía. Si bien Hegel no compartía el entusiasmo de los economistas políticos ingleses de su época por la cualidad autocorrectora del mercado, reconoció que la autonomía de este último era algo necesario para una sociedad moderna. La naturaleza, sin embargo, en algún momento podría ser comprendida y controlada por la humanidad. Malthus, en cambio, creía que la vida biológica de la humanidad podía ser comprendida tan fácilmente como la de cualquier otra especie, ya que la ley poblacional «permea toda naturaleza animada». El mejor instrumento para el control demográfico sería un mercado no regulado, y es por ello por lo que culpaba a las Leyes de Asistencia Pública del aumento de la población y de la pobreza. Si bien Jenner no escribió explícitamente sobre economía o demografía, de sus tesis se deduce que las enfermedades seguirán cruzando entre especies mientras los humanos exploten a otros animales.
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