Física crítica

Una invitación a revisar la relación entre el progreso científico y los proyectos políticos, económicos y sociales deliberadamente despojadores.

Prueba de tiro combinado de animales. Hampton Institute, Virginia 1899

Prueba de tiro combinado de animales. Hampton Institute, Virginia 1899 | Frances Benjamin Johnston, Library of Congress | Dominio público

Si bien la ciencia moderna ha propiciado logros notorios, estas innovaciones han afectado a la sociedad en diferentes intensidades, acelerando a menudo procesos de marginalización y perpetuando relaciones de poder. La política de patentes médicas, el proceso de deslocalización económica o la falta de acceso a las tecnologías de la información son ejemplos que reflejan estos mundos en los márgenes. La física crítica es una invitación a repensar el entrelazamiento de los hitos de la ciencia moderna con estas prácticas jerarquizadoras y excluyentes.

Mas allá del rechazo a la autoridad papal, la Reforma luterana, es decir, el movimiento cristiano del siglo XVI que se erigió como un desafío religioso y político a la Iglesia católica, se oponía fundamentalmente al Credo (o confesión de fe) de Nicea. Propuesto y aprobado en el contexto de dos importantes concilios ecuménicos, el primer concilio de Nicea en el siglo IV y el concilio de Calcedonia en el siglo V, el Credo de Nicea defendía la naturaleza divina del hijo de Dios. El abandono de este principio, uno de los más místicos del cristianismo, por parte de las sociedades que se transformarían en protestantes, dio vía libre a un relato hacia la centralidad de las capacidades racionales del ser humano, un relato que con el tiempo llenaría el vacío que dejó este alejamiento de las confesiones de fe más misteriosas. A lo largo de los siglos XVI y XVII, esta temprana supremacía de la racionalidad humana fue estableciendo los pilares de un proceso histórico que conocemos hoy en día como la Ilustración, caracterizada por una supuesta singularidad y excepcionalidad de la razón humana, que se sitúa en el centro de los debates esenciales sobre la naturaleza, la moralidad, la libertad, los derechos o la igualdad. La expansión de los frutos textuales de este acontecimiento dentro de los confines europeos se intensifica con la llegada de vectores de información modernos como la imprenta tipográfica, introducida en el siglo XV por Johannes Gutenberg en Maguncia, en la actual Alemania, el corazón de la Reforma luterana. En torno al siglo XVIII, el método científico, un lenguaje íntimamente vinculado con esta fe ciega en la racionalidad humana y basado en una codificación rígida de la observación y la experiencia, se consolida como un sistema universal de acceso a la génesis del cosmos.

Los orígenes de la física o de la mecánica clásica deben encontrarse en la proyección de una imagen bifurcada de la naturaleza, es decir, en la afirmación de que la realidad se divide en dos partes: lo que deriva de la subjetividad humana y lo que es natural y, por tanto, escapa a los límites del hecho social. Empleando los términos de Whitehead: el sueño y la conjetura, ya que lo que escapa a los límites de la persona humana nunca puede ser conocido en su totalidad, tan solo supuesto. La física se presenta como un medio a través del cual podemos explicar esta naturaleza separada del sujeto humano. Más concretamente, la física clásica responde, entre otros, a tres desarrollos filosóficos principales. En primer lugar, en el siglo XVII, siguiendo el sistema geométrico euclidiano, Descartes –que también sería reconocido por establecer las bases de esta ontología dualista que separa mente/subjetividad humana y materia/naturaleza– define un sistema de coordenadas que especifica cada punto de un plano mediante dos coordenadas. Estas resultan de trazar una línea recta desde el mismo punto hasta el eje de coordenadas (x, la línea de coordenadas horizontales; y, la línea de coordenadas verticales). En segundo lugar, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, Newton elabora una definición del espacio-tiempo que será determinante para los cimientos de la mecánica clásica. Para el físico inglés, tanto el tiempo como el espacio son conceptos universales y absolutos. Por un lado, el tiempo transcurre de manera lineal y uniforme, independientemente de los acontecimientos del mundo. Por otro, el espacio se concibe como un lienzo en blanco donde reside todo lo material. En tercer lugar, Hume, siguiendo a Newton, en el siglo XVIII enraíza el método científico en la suposición de que la experiencia (lo empírico) conduce de un modo determinista a la relación causa-efecto. Estas tres intervenciones componen lo que Denise Ferreira Da Silva ha descrito a menudo como la tríada en la que se basa la Ciencia del Hombre: separabilidad, secuencialidad y determinismo. Por tanto, la genealogía de la mecánica clásica contribuye a un modo lineal, progresivo y teleológico de entender y de estar en el mundo. Como explica matizadamente Michelle Wright, las leyes de movimiento y gravedad de Newton se correlacionan con un relato de progreso lineal intrínseco al acontecimiento de la Ilustración y a la proyección del imaginario de Occidente. La autora examina cómo la física newtoniana proporcionó a los científicos y filósofos del momento una comprensión del espacio-tiempo relativamente sencilla, pero convincente, a través de la cual podían interpelar a Europa como vanguardia de la civilización.

En su reconocido análisis crítico de principios del siglo XX, el físico soviético Boris Hessen señala que la ciencia newtoniana sirvió a intereses de Estado, como la mejora de las comunicaciones, el transporte marítimo y la actividad comercial; la industria, principalmente minera y metalúrgica; y la tecnología de guerra. Según Hessen, figuras como Da Vinci, Galileo, Kepler y, sobre todo, Newton, reducen estas cuestiones de Estado a problemas mecánicos, que son hábilmente resueltos con el objetivo de amplificar sus implicaciones políticas y socioeconómicas. Para el filósofo soviético, existe una relación indiscutible entre las demandas del Imperio británico, particularmente de la clase burguesa emergente que llegaba al poder, y la agenda de la física clásica. Hessen nos ayuda a desmitificar la ciencia moderna como un logro complejo e impenetrable desligado de la esfera social. Al contrario, tal como el propio físico sentencia, Newton no solo no era un erudito aislado y desvinculado de la vida mundana, sino que se posicionó de manera notable en el centro de los problemas físicos y técnicos de los intereses de Estado de su tiempo. De esta manera, se puede afirmar que la física newtoniana refuerza las etapas incipientes de proyectos políticos devastadores, como el hecho colonial, que se vuelve incondicional para la progresión de un capitalismo desenfrenadamente extractivo y que consolida un sistema económico mundial basado en relaciones de sumisión.

La llegada de la física moderna, y en particular la revolución cuántica, también comporta problemas de exclusión a diferentes niveles. Más allá de los ampliamente conocidos efectos deshumanizadores de la nueva física en ámbitos como la física nuclear a través del diseño y la posterior detonación de la bomba atómica, hay elementos más sutiles de la historia cuántica que nos revelan prácticas de desplazamiento y anulación parecidas a las descritas en el caso de la física clásica. Por ejemplo, en referencia a la construcción del relato cuántico, este ha sido paradójicamente lineal. Es decir, el acontecimiento cuántico se presenta desde los círculos científicos como un proceso europeo que arranca a finales del siglo XIX con Planck y culmina en 1925 en la isla de Helgoland de la mano de Heisenberg. Este ejercicio narrativo omite logros de otros sistemas de conocimiento que, lejos de poder describirse como cuánticos, alcanzan marcos conceptuales que recuerdan a los de la mecánica cuántica. Entre otros, figuran los conceptos de Tuat, Ka y Queb del Antiguo Egipto y su semejanza con el principio de la dualidad onda-partícula; descripciones matemáticas del sistema Ifá, practicado por el pueblo yoruba en el África subsahariana, que llegan a resultados conceptualmente similares a los cálculos de las funciones cuánticas que conectan ondas y materia; o las partículas yin-ultron y yan-ultron descritas en la filosofía confuciana, cuya definición puede leerse como la función que realizan las cuerdas en la teoría de cuerdas. En este sentido, lo que entendemos como cuántico quizá no sea tanto fruto de una secuencia lineal de acontecimientos, que suscita una poética muy poco cuántica en sí misma, sino de un entrelazamiento complejo de flujos de conocimiento y prácticas que trascienden una concepción constrictiva y excluyente del espacio-tiempo.

Además, en nuestros días convivimos con un constante de situaciones en las que la mecánica cuántica se instrumentaliza con fines despojadores y supresores. En el sector de la inteligencia artificial, la computación cuántica, que sustituye la codificación binaria clásica por unas estructuras mecánicas sofisticadas que permiten la manipulación de los estados cuánticos, tiene el potencial de acelerar a niveles exponenciales la velocidad de transmisión de información (en computación cuántica, los denominados cúbits). Este hecho es de una relevancia capital para el diseño de algoritmos cuánticos con una hipotética capacidad para resolver grandes sistemas de funciones a una velocidad mucho mayor que en el ámbito de la computación clásica y, de esta manera, empujar aún más los límites del alcance de la inteligencia artificial. Ahora bien, es necesario un ejercicio de repolitización de estas innovaciones tecnocientíficas. Tal como apunta Joy Buolamwini, aplicaciones de la inteligencia artificial como las tecnologías de análisis facial se basan en el reconocimiento de patrones comunes que resultan de la codificación algorítmica de grandes bases de datos. Para enseñar a una máquina a detectar una cara, se utilizan técnicas de aprendizaje automático que analizan un gran número de datos sobre rostros humanos. Con tiempo, se puede modelar un aprendizaje automático para detectar el rostro humano. Sin embargo, como demuestran numerosos estudios actuales, si la base de datos no es diversa, estas tecnologías producen resultados altamente sesgados y excluyentes que discriminan a ciertos grupos, en este caso, a las mujeres no blancas.

En conclusión, la física crítica invita a revisar los hitos del tecno-optimismo, supuestamente obtenidos a través de un proceso científico riguroso y neutral, como un componente inseparable de la esfera social. Es así como podemos observar, en primer lugar, la violencia epistémica que produce la ciencia moderna, que desplaza, oblitera o absorbe otras formas de explicar el mundo. Y en segundo lugar, centrando la mirada en la física teórica, también podemos reconocer que el desarrollo científico no puede disociarse de prácticas orientadas a la construcción de mundos excluyentes basados en relaciones de subordinación. Como le espeta el compañero de vagón a Albert Kropp cuando regresan heridos de uno de los frentes más mortíferos de la Primera Guerra Mundial: «¿De qué ha servido tanta ciencia si no hemos podido evitar esto?». Cuestionando los anhelos científicos de comprensión del cosmos en su totalidad, el físico David Bohm refuta la posibilidad de reducir la realidad a un conjunto de leyes rígidas y determinísticas y describe la «infinidad cualitativa de la naturaleza», que se diluye inexorablemente en nuevos procesos y, por tanto, muestra sin cesar nuevas cualidades huidizas. En esta línea, la física cuántica intenta contribuir a la desedimentación del edificio de la ciencia moderna y abrir la puerta a una multiplicidad de formas de ser, hacer y entender.

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