Como sucede con todos los grandes pensadores, es posible una aproximación al matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead (1861-1947) desde un amplio abanico de ángulos y sensibilidades. Desplegamos, pues, un viaje personal, exploratorio e intermediado por el trabajo previo de otras personas sobre la opus magnum de esta figura, Proceso y realidad, una compilación de conferencias publicada en el año 1929.
En el marco del giro teórico y práctico antropocénico, así como de la empresa de algunos círculos epistémicos de desdibujar las fronteras entre las ciencias naturales y las sociales, son numerosos los autores contemporáneos que en su obra actual hacen referencia a Whitehead. Entre los más populares figuran Steven Shaviro, Bruno Latour, Graham Harman y, de forma más prominente, Isabelle Stengers, una de las pensadoras más influyentes del siglo XXI. Grosso modo, la principal tesis de Proceso y realidad (Process and Reality) que instrumentaliza y discute este grueso de intelectuales versa sobre el carácter relacional intrínseco a todo ser, humano y no humano, orgánico e inorgánico. Para Whitehead, el hecho relacional es previo a la propia condición de ser, tal como se desglosa de manera más detallada en las siguientes líneas.
A efectos de contextualizar esta obra, es relevante que el filósofo inglés siguiera de cerca y con entusiasmo la discusión de mediados de la década de 1920 entre Niels Bohr, físico de la escuela de Copenhague, y el físico austriaco Albert Einstein, sobre los principios del acontecimiento cuántico. Parece ser que la realidad siempre contiene un componente incierto, inabarcable para la ciencia moderna. Bajo este pretexto, Whitehead edifica lo que él describe como el «conocimiento especulativo». Él mismo lo explica gráficamente: si uno ve un avión elevarse hasta que se pierde de vista, y al cabo de pocos minutos el mismo avión reaparece en nuestro campo de visión, ¿podemos afirmar que el avión ha estado volando durante el tiempo que no era visible? La respuesta que nos ofrece es: empíricamente, no; especulativamente, sí.
En un intento de sintetizar las grandes líneas argumentales de Proceso y realidad, a continuación se formulan tres grandes contribuciones que realiza el libro y que son capitales para entender algunos debates contemporáneos sobre el carácter del ser en el universo, así como también la relación entre el ser humano y su entorno material, tal y como intentan desgranar disciplinas como, por ejemplo, los Estudios de Ciencia y Tecnología, las Ciencias de la Tierra o la Antropología, entre otros. Este libro es la pieza en la que Whitehead introduce su filosofía del organismo, donde se revela un materialismo orgánico, es decir, la materia pasa de concebirse como una configuración estática a una energía en flujo.
La primera gran tarea de esta obra profundiza en los pilares del conocimiento especulativo. Whitehead ha leído y estudiado minuciosamente los textos que engendran el empirismo de la mano de Francis Bacon y David Hume, padres de la ciencia moderna. Desde esta posición fundamentada, Proceso y realidad expone los límites de esta racionalidad epistemológica, de la fe irracional en la idea de que la relación causa-efecto deriva de la experiencia. Tal y como explica el libro, las categorías kantianas, que supuestamente definen los objetos del mundo, no son afirmaciones dogmáticas de lo que es obvio, sino generalizaciones tentativas. El conocimiento especulativo, como también han elucidado autores contemporáneos como Quentin Meillassoux, rehúye la reducción de la realidad al mero modo en que el ser humano la experimenta y, en un ejercicio de humildad, reconoce que esta realidad es inaccesible en su integridad para el conocimiento humano. En el fondo, Whitehead está urdiendo una crítica penetrante a la colonización intelectual de la naturaleza, que justifica la humanidad como propietaria del mundo y que ha desencadenado los actuales sistemas de organización económica basados en la extracción y perturbación del entorno material hasta niveles de agotabilidad.
El conocimiento especulativo abre alternativas cuidadosas y sensibles a las infinitas posibilidades que ofrece la lectura del mundo, más allá de los anhelos de conquista de la ciencia moderna. La antropóloga Anna Tsing traza, mediante un ejercicio de story-telling, el proceso de mercantilización de un hongo japonés (matsutake) para revelar el entrelazamiento de historias de vidas migradas y modos de subsistencia en el marco de lo que autora describe como las ruinas del capitalismo. De forma similar, Donna Haraway utiliza fábulas especulativas, una práctica narrativa cuyo objetivo es distorsionar la percepción de la realidad para cuestionar formas convencionales de producción de conocimiento y posibilitar nuevos mundos a través de las micro interacciones del día a día entre seres y materia. Por tanto, el conocimiento especulativo es una invitación a reimaginar las infinitas posibilidades en que pueden desplegarse los acontecimientos.
La segunda gran línea argumental del libro desarrolla el carácter relacional del ser, que para Whitehead precede al propio ser. En otras palabras, todo ser es un compuesto, por tanto, es fruto de una relación. Así pues, en la génesis del ser no hay un elemento estático sino un proceso relacional. El autor hace un guiño a tradiciones de pensamiento hinduistas y chinas, en las que la realidad también se concibe como un proceso, a diferencia de la mayor parte de las tradiciones de pensamiento occidental, en las que la esencia del ser es un hecho completo y concluido. En Proceso y realidad se sustituye la causalidad determinista por la creatividad, que precisamente da lugar a las infinitas colisiones indeterminables que terminan configurando la estética del universo. Una de las implicaciones más notables de esta disertación, donde la relación es la condición primera para toda posibilidad, se manifiesta actualmente en nuevas formas de materialismos, en la narrativa crítica del Antropoceno o en los movimientos ecofeministas, entre otros. En el fondo, la relacionalidad del ser desvela su dependencia y vulnerabilidad, invitando así al ser humano a repensar su futuro íntimamente entretejido con su entorno material.
Esencialmente, para Whitehead la relacionalidad es una herramienta para erosionar el dualismo cartesiano, que separa drásticamente las esferas del sujeto (humano) y el objeto, o bien cultura y naturaleza. Esta separación otorga una superioridad artificial al ser humano en el plano terrenal, que a lo largo de los últimos tres siglos ha degenerado en un progreso antropocéntrico desenfrenado con unos efectos planetarios devastadores. Esta separación también ha generado exclusiones interraciales, de género y respecto a los cánones de belleza, en tanto que el sujeto en el imaginario cartesiano no es cualquier sujeto humano, sino, hablando metafóricamente, la imagen de Vitruvio de Leonardo da Vinci: un hombre blanco y proporcionado. Proceso y realidad rechaza con clarividencia lo que algunos autores actuales han descrito como el «correlacionismo», es decir, el hecho de que la existencia de un sujeto (humano) es condición sine qua non para la existencia del mundo. Para el filósofo inglés, el ser humano y la naturaleza no pueden disociarse: forman parte de un mismo pliego de la realidad.
Finalmente, en sintonía con la concepción relacional del ser, así como los acontecimientos en el dominio cuántico que él mismo atestigua, Whitehead desarrolla una concepción del espacio-tiempo que rompe con la geometría euclidiana y con la física newtoniana, para los que el espacio-tiempo es una configuración lineal, un vacío donde el ser humano evoluciona determinista y progresivamente de forma ilimitada. El filósofo inglés está notablemente influenciado por Henri Bergson, que sugiere que el intelecto tiende a «espacializar» el universo y, por tanto, a categorizarlo, ignorando así su condición fluctuante. En Proceso y realidad se describe el espacio-tiempo como un continuo extensivo, es decir, un complejo relacional que posibilita la concreción de los seres. Este continuo incluye el todo y las partes, puntos y líneas, pasado, presente y futuro. Autores contemporáneos han indagado con perspicacia en esta concepción de la historia no lineal, misteriosa y estrambótica. Manuel Delanda, por ejemplo, argumenta que el tiempo no es un recipiente donde suceden acontecimientos, sino que son estos acontecimientos los que acaban ocasionando el tiempo. Esta tercera línea argumental implica repensar el papel de la humanidad en el universo, desmitificando la teleología de raíz judeocristiana para la cual el devenir humano tiene un sentido y una dirección providenciales y esperanzadores.
Recapitulando, Whitehead nos ofrece herramientas de gran valor para releer los acontecimientos del presente, desde la crisis ecológica hasta la guerra. En referencia a este último factor, el filósofo inglés nos dice en un texto posterior, Aventuras de las ideas (Adventures of Ideas), que la consecución de la paz por desgracia se escapa del propósito y la voluntad humanos. La paz, prosigue el autor, no puede ser la fuente de esperanza para el futuro, en tanto que comprende infinitas variables inabarcables en su integridad. Creer en la posibilidad de definir el futuro simplemente reproduce el mito de la teleología judeocristiana, según el cual el ser humano ha venido al mundo con un propósito. Y esta posición arriesgada aboca a la frustración. Anna Tsing, de nuevo, lo dice claramente: también debemos aceptar la posibilidad de que no haya un final feliz. La paz, dice Whitehead, ha de entenderse en relación con los acontecimientos trágicos que la constituyen: la paz es, entonces, la comprensión de la tragedia y, a la vez, su preservación. La tragedia posibilita la existencia de la paz. Para el filósofo inglés, la experiencia humana de la paz proporciona una fuerza generativa y una creatividad que ciertamente abre toda posibilidad de futuro, incluso la ausencia de la guerra. Sin embargo, pasar por alto el carácter radicalmente abierto e incierto de los acontecimientos que vendrán tan solo puede conducir al abismo. A modo de conclusión, Whitehead y, en concreto, Proceso y realidad, nos invita a proyectar el mundo no como un teatro dado, sino como el suma y sigue de la fricción entre una infinita multiplicidad de acontecimientos posibles.
Gustavo Arteaga | 05 abril 2022
Un texto que genera más interés por un autor maravilloso….
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