Cas Mudde es uno de los grandes expertos en ultraderecha, un movimiento sobre el que ha escrito siete libros y que conoce desde pequeño y de cerca. Su voz nos ayuda a contextualizar y a entender qué tipo de ultraderecha tenemos delante, en un momento en que estos partidos son, de media, la tercera fuerza más votada en gran parte de los países occidentales. En el marco del Día Orwell 2023, analizamos con él el auge de este espacio.
En esta entrevista, Cas Mudde fecha su interés por la ultraderecha hace ahora 40 años en Holanda, «cuando en 1982 un partido pequeño –y con nuestra mirada actual– no particularmente extremista entró en el parlamento holandés. Yo tenía quince años, y en Holanda aquello creó una gran obsesión por la política de ultraderecha, no tanto por el movimiento en sí, sino por las emociones y miedos que generó. Este es un factor clave de mis intereses». El otro factor es su hermano, Tim Mudde, militante de la ultraderecha holandesa, el hermano a quien dedica unas líneas en el prólogo del libro The Ideology of the Extreme Right: «Por último, me gustaría dar las gracias a Tim Mudde, que ha convertido mi trabajo académico en uno difícil y, a la vez, lo ha posibilitado. Le agradezco toda la ayuda que me ha brindado, y más aún por el hecho de que todavía nos respetamos a pesar de nuestras diferencias de opinión». Y tienen diferencias de opinión: mientras Tim estuvo condenado por delitos de odio, Cas ve cómo algunos de sus alumnos en Estados Unidos se apuntan a sus clases a escondidas de los padres, votantes de Donald Trump, que no quieren que sus hijos asistan a las clases del profesor europeo de izquierdas y que les diga, como hace, que Trump es un ejemplo más de la nueva ultraderecha, tan alejada de la imagen de nazi que, si no estamos vigilantes, no vemos el vínculo. Pero está ahí.
Hemos conocido a Mudde en tres ocasiones. La primera, leyéndolo, sobre todo La ultraderecha hoy, el libro que ayuda a ver la evolución de líderes, votantes y partidos de un movimiento, la ultraderecha, que ha llegado para quedarse. La segunda, por teléfono, él en el sur de Estados Unidos y nosotros conduciendo con el manos libres por el Pirineo catalán, para hablar de la presentación de La ultraderecha hoy en catalán. La última, meses después, en el Pati de les Dones del CCCB, donde Mudde se presentó vestido con pantalones cortos, sandalias cómodas y mirada afable, después de un tour mediático por Europa y la ciudad de Barcelona, y de haber abarrotado la conferencia celebrada en el CCCB. Mudde llena auditorios porque la gente tiene ganas de saber más sobre un movimiento que él ha dividido en cuatro fases, bien diferenciadas unas de otras, como nos explicaba en el año 2020 en la entrevista mencionada: «La primera ola (1945-1955) comienza después de la Segunda Guerra Mundial y está formada por organizaciones neofascistas, hijas de los regímenes de los años treinta y cuarenta. La segunda ola es el populismo de derechas de los años cincuenta y sesenta, periodo amorfo y a caballo entre la vieja ideología y la nueva. No es hasta la tercera ola (1980-2000) cuando el fenómeno ya es nuevo del todo, con personajes y temas que no estaban conectados con la Segunda Guerra Mundial. Supone la explosión de partidos como el francés Front Nacional (FN), el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) y el Vlaams Blok flamenco. Partidos de ultraderecha que entran en los parlamentos, pero que se encuentran aislados y sin formar gobierno. Esto cambia en el año 2000».
En el año 2000 empieza la cuarta ola, en la que todavía nos encontramos. Es el momento en que los partidos de ultraderecha son el tercero en número de votos en la mayoría de países europeos, y en muchos casos sus postulados no resultan extraños: «Y esto quiere decir que no solo los partidos de ultraderecha son vistos como partidos normales, sino que algunas de sus ideas centrales, por ejemplo, que la inmigración amenaza la identidad y la seguridad nacionales, se consideran de sentido común. La cuarta ola se caracteriza por que la extrema derecha es la corriente dominante, lo que significa que tanto sus ideas como sus actores forman parte de ella: la extrema derecha es mundial. No es solo un fenómeno europeo, sino que vemos políticos de extrema derecha, especialmente en América del Norte y del Sur, y también en algunos países asiáticos. Y que la ultraderecha se ha normalizado».
Un error clásico a la hora de juzgar a la ultraderecha actual es describirla como si fuesen neonazis de los años cuarenta. Y no es el caso. Mudde diferencia claramente la extrema derecha de la derecha radical. Ambas forman parte de la ultraderecha, pero presentan características diferentes: «Cuando piensas en la extrema derecha piensas en Franco o en la Falange, gente que no creía en la democracia, que creía que un líder tenía que mandar. En cambio, la derecha radical es más tipo Vox, que cree que la gente tendría que elegir a sus dirigentes. Y esto daría lugar a un gobierno democrático. Aun así, su interpretación del pueblo es muy monista. Creen que la nación tiene un tipo de intereses, de valores, y solamente unos. Por tanto, no aceptan los derechos de las minorías. No aceptan el estado de derecho ni la separación de poderes, que son los pilares de la democracia liberal […] Cuando pensamos en el dirigente tradicional de la ultraderecha pensamos en un hombre machista, brutal. Alguien como Jean-Marie Le Pen, un veterano de guerra que era sexista y abiertamente racista. Incluso Donald Trump, o Bolsonaro, encajarían. Pero muchos de los dirigentes de ultraderecha ni siquiera son hombres, como ahora Giorgia Meloni en Italia y Marine Le Pen en Francia. O son hombres como Jimmie Åkesson, de los Demócratas de Suecia, con aspecto de eterno estudiante».
Y no solo esto. Muchos líderes ultraderechistas pueden ser negros o gays, perfiles impensables en los años cuarenta: «Todo el mundo ha conocido alguna vez a una mujer machista. O a judíos con autoodio que usan estereotipos antisemitas. O a gays homófobos. Es decir, si vives en un mundo racista, interiorizas el racismo. Y el tipo de nativismo que tenemos hoy en día en muchos casos está enfocado contra el islam, y esto ha creado una oportunidad para los no blancos no musulmanes», nos dice Mudde.
Mudde también ha estudiado a los partidarios de la ultraderecha, que pasaron de ser militantes violentos en los años cuarenta a votantes minoritarios –muchos de ellos de clase obrera blanca– en los años ochenta, a conformar actualmente un cuerpo voluminoso que es ya el tercer partido, y donde la clase obrera blanca ya no es predominante, sino que llega a toda la sociedad. «Sabemos, después de décadas y décadas de investigación, que siempre hay algo que destaca, y es que los votantes ultraderechistas no solo presentan actitudes fuertemente negativas hacia la inmigración y los inmigrantes, sino que, además, esta cuestión es muy importante para ellos. La primera razón por la que la gente vota a la ultraderecha es el rechazo cultural. Se oponen a la inmigración, se oponen a la sociedad multicultural».
En el Pati de les Dones del CCCB, Mudde nos explica, para terminar, que el estado español tiene unas cifras de ultraderecha un poco más bajas que la media europea, pero que su característica más peligrosa es que el partido grande, el PP, ha pactado enseguida. No lo ha aislado. «En la mayoría del resto de países, esto ha costado décadas. Además, sale del PP, y a esto lo llamamos “escudo reputacional”. Los partidos de ultraderecha que surgen de la corriente principal tienden a tener más éxito porque son vistos como conservadores de corazón, que solo provocan un poco, que suenan más extremos de lo que en realidad son».
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