Tania Bruguera: «Se nos está cortando la posibilidad de pensar lo que no ha pasado todavía»

Hablamos con la artista cubana sobre las tensiones entre el arte y la política y la capacidad de imaginar nuevas instituciones.

Tania Bruguera es una artista reconocida internacionalmente por haber expandido los límites de la performance. Entrecruzando política y arte, su obra formula una crítica a las instituciones y a los mecanismos de dominación del gobierno. La lucha por la libertad de expresión ha conducido a Bruguera a entablar un también dilatado enfrentamiento con el régimen cubano que, si bien ha acabado con el exilio de la artista, le ha servido para dejar al descubierto los métodos con los que el poder inculca el terror.

Tania Bruguera no hace performances. Esta artista, que desde bien joven se declaró en deuda con Ana Mendieta a partir de una amplia serie de performances con las que le rendía homenaje, aborda actualmente una versión expandida del término, la performatividad, que así rápidamente podemos definir como la incidencia que tienen las prácticas simbólicas (la cultura, los medios de comunicación, las leyes) a la hora de conformar la vida cotidiana. En concreto, más que las performances en plural, lo que interesa a Bruguera es comprender e interceder en la performance con la que las instituciones gubernamentales buscan determinar la totalidad de la vida de las personas.

Mientras que los debates en el ámbito de la performance han quedado tradicionalmente apresados en la tensión que se establece entre el acontecimiento y su registro –esto es, la posibilidad de que los dispositivos de reproducción capturen aquella acción inefable que ejecuta un artista en un momento y espacio determinados–, Bruguera rompió la baraja a principios del nuevo milenio cuando constituyó en La Habana Cátedra de arte conducta, una escuela de arte que la artista concebía al mismo tiempo como una obra de arte –en concreto, un trabajo de intervención en el espacio público

Ante Cátedra… ya no era válido preguntarse por el sentido de documentar y reproducir performances, ya que se trataba de una performance de 7 años de duración (2002-2009) que utilizaba las tecnologías de comunicación para su propio desarrollo. A la vez, se trataba de un proceso colectivo con el que la producción y la recepción del arte difuminaban sus límites, interviniendo Bruguera con carácter de urgencia el entorno urbano inmediato a la vez que el sórdido panorama institucional de la dictadura de Cuba –en concreto, la educación, uno de los bastiones más celosamente protegidos para la reproducción ideológica del régimen

Tania Bruguera. El arte y el poder | CCCB

Desde ese momento, los experimentos con las instituciones han sido una opción preferente de la artista. No sólo a la hora de proteger su actividad artística (como a menudo sucede con la autogestión artística), sino procurando Bruguera establecer un diálogo cara a cara con la política y sus mecanismos de dominación. Su anhelo es intervenir eficazmente problemáticas atendiendo a su especificidad, y al mismo tiempo lograr una reverberación en el plano simbólico, introduciendo transformaciones sociales de un carácter más profundo que las que se lograrían con la performance de un solo acto. De ahí que la artista haya fundado una escuela, pero también la Asociación de Arte Útil, que ha contado con la implicación de algunos de los museos más importantes del mundo, así como del partido político Immigrant Movement International.

Ahora bien, desde que en 2016 la policía detuvo a Bruguera a raíz de haber anunciado la instalación de un micrófono abierto en la Plaza de la Revolución de La Habana para hablar sobre el futuro de Cuba –una acción que se inscribía en la campaña «Yo También Exijo», que tenía lugar con las primeras conversaciones entre Raúl Castro y Barack Obama, y asimismo en la serie de performances El Susurro de Tatlin–, la acción performativa de la artista ha alcanzado otro nivel: si, por un lado, Bruguera ha constituido una última institución en contra de la censura –INSTAR, Instituto de Artivismo Hannah Arendt (activo desde 2016)–, por otro ha trasladado su intervención al interior de los automóviles con los que la han secuestrado los agentes de la policía secreta en repetidas ocasiones, a las salas donde la han interrogado y sometido a vejaciones, así como a la conversación telefónica con la que finalmente negoció su exilio de Cuba, ocurrido en agosto de 2021.

Bruguera se refiere a aquel acontecimiento como una «negociación con el diablo»: la artista explica que accedió a la petición de exilio que le hacía el Gobierno cubano a cambio de que este liberase hasta una veintena de artistas que, como ella, habían sido arrestados por supuestos delitos relacionados con la libertad de expresión. Así, con esta negociación, Bruguera se anticipaba una vez más a la capacidad de reacción del régimen, tal y como había hecho cuando en plena persecución había procurado introducir fracturas en las grandes dosis de performatividad que los gobiernos también necesitan desplegar a fin de mantener a la población subyugada. Al darse cuenta, por ejemplo, de que el gobierno extraía la información de Wikipedia para saber de ella, la artista insertó subrepticiamente en su página fragmentos de la filosofía política de Hannah Arendt, a fin de forzar a los agentes de policía a repetir extractos de Los orígenes del totalitarismo durante los largos interrogatorios a los que la sometían.

Bruguera abandonó Cuba a los 54 años. Su primer recuerdo de la isla es, en cambio, de los 12, cuando puso el pie después de haber acompañado a lo largo de más de una década a su padre, Miguel Bruguera, a ciudades como Beirut, París o Panamá como representante diplomático. Habiendo sido fundador del Partido Comunista de Cuba e integrante del movimiento revolucionario a finales de los años cincuenta, se había encargado de proyectar durante toda la infancia de la artista la imagen idílica de una república socialista.

Bruguera recuerda el shock que le produjo el regreso a la ciudad natal como la causa remota de su trabajo artístico, imposibilitada como se encontró de adolescente para reconciliar la realidad de la isla con la proyección de esta misma realidad donde hasta entonces se había criado. De una cuna en «el líquido amniótico de la revolución» –tal como se ha referido Pablo de Llano– ha surgido una práctica con la que Bruguera conjuga a partes iguales la esperanza con la cautela de quien se ha visto profundamente desengañada, la lucha incondicional por la libertad con quien conoce de primera mano los mecanismos del poder. Unos mecanismos que ya no sólo se orientan a erradicar la libertad, sino que, de una manera todavía más perniciosa, la transforman en un instrumento para la dominación: un espejismo donde la palabra libertad se encuentra implicada en performar realidades que tienen que ver justamente con su contrario.

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