Internet ha supuesto un cambio de escala a todos los niveles que ha afectado la forma en que accedemos, consumimos y nos relacionamos con la información. En pocos años, hemos pasado de un proceso en que la curiosidad motivaba la búsqueda hacia un sistema automatizado que nos sugiere contenidos que se supone que nos gustarán. Asimismo, se desdibujan las fronteras entre medio, canal y fuente, y todos nos creemos emisores y receptores de contenidos. Este nuevo paradigma de supuesta socialización de la información se produce en un escenario hipercentralizado en el que los algoritmos de empresas como Google, Facebook o Twitter canalizan e influyen sobre un altísimo porcentaje de la información que consumimos. ¿Cómo nos afecta todo ello? ¿Qué riesgos y beneficios potenciales tiene?
Auctoritas
Internet ha supuesto una revolución y un cambio de escala en la creación, la distribución y el acceso a la información, modificando el ecosistema cognitivo a nivel mundial.
Se han incrementado exponencialmente el número y la diversidad de personas con acceso a recibir y emitir información. Esto puede considerarse un hecho democratizador y positivo: el nivel cultural medio de la humanidad es mucho más alto ahora que hace cien años. Dado que el conocimiento no es un bien escaso, cuanto más se difunda mejor para todos. Cuando las bases de cualquier sociedad mejoran todo el sistema mejora.
Sin embargo, ¿cómo afecta esta masificación a la jerarquía informativa? Ahora que muchas más personas hablan, ¿cómo podemos discernir quién tiene autoridad para hablar de un tema? ¿Cómo podemos definir qué fuentes son fiables? ¿Quién determina qué voces se convierten en canónicas, es decir, cómo se definen los nuevos modelos de referencia?
En el contexto actual, el canon, tradicionalmente fijado por una élite institucional, ha muerto para dar lugar a un ecosistema de cánones en el que confluyen tantas jerarquías como identidades y motivaciones se relacionen en cada individuo o cada sociedad. Las instituciones que hasta ahora decidían cuáles debían ser los referentes en los diversos ámbitos del conocimiento han perdido poder, ahora diversificado entre nuevas voces.
Trazabilidad
En los últimos años, la sociedad ha incrementado paulatinamente su conciencia a la hora de consumir. Los ciudadanos queremos saber de dónde han salido los productos que adquirimos y esperamos que se respeten los derechos de las personas involucradas en los procesos de producción. Así han nacido iniciativas como el comercio justo, la alimentación ecológica, los fondos de inversión responsables o los medicamentos no testados en animales.
La ética ha exigido trazabilidad a los sistemas de producción. Hoy, cualquier producto del supermercado incorpora un número de lote que nos permite, en caso de incidencia, detectar su origen. En este caso, la tecnología ha servido para mejorar la calidad de los sistemas de producción y de distribución, así como del servicio al consumidor.
Pero, ¿ha pasado lo mismo en el ámbito del consumo informativo? En plena era del hipervínculo, ¿cómo es posible que nos pasemos el día hablando de noticias falsas, de fakes de Internet? ¿No debería ser posible «trazar» las piezas de información, poder validar las fuentes de donde se han extraído los datos, de modo que el consumidor tuviera la tranquilidad de que lo que lee ha pasado por varios filtros y controles de calidad y, en caso de incidencia, pudiera contactar con el productor original? ¿No era ese el rol del periodismo?
Canal
¿Quién tiene más fuerza hoy? ¿El productor de la información, la fuente o el canal de distribución?
Internet nació como un proyecto abierto, que permitía la comunicación descentralizada y horizontal entre dos nodos cualesquiera de la red. Actualmente, grandes corporaciones como Google o Facebook se esfuerzan por concentrar el máximo de información y usuarios y retenerlos dentro de sus entornos, y así quieren convertir la red en un conjunto de silos, cada vez más aislados entre sí.
Estas empresas quieren ser canal y fuente a la vez. Cuando buscamos información meteorológica en Google, no nos fijamos en qué agencia ha hecho la previsión (¿Meteocat o Aemet?). Los datos se nos presentan como si la fuente fuera el propio Google, mientras que la fuente real cada vez aparece más escondida. Lo mismo ocurre cuando buscamos información sobre la bolsa, el estado del tráfico o cuando leemos las noticias.
Estas plataformas nos piden atención continua y hacen todo lo posible para que cada vez consumamos más información sin tener que salir. Incluso, algunos proyectos como Instagram van un paso más allá y ya no permiten añadir enlaces vía URL.
Los medios de comunicación también se han sumado al afán centralizador. Para evitar que los lectores abandonen su web, los principales diarios ya no incluyen dentro de las noticias hipervínculos que redirijan a fuentes externas.
Hay que ser conscientes de esta situación y combatir el creciente monopolio luchando para que Internet siga siendo multicanal y multifuente, garantizando, promoviendo y defendiendo la diversidad en la red. Y también hay que hacer una reflexión sobre cuál es y cuál debe ser el rol del cuarto poder en este contexto.
Emoción y hecho cognitivo
Los medios de comunicación no solo están tendiendo a concentrar la información, sino que también han iniciado una encarnizada lucha por el clic, porque ven que sus ingresos dependen cada vez más de la publicidad de Google. Esto hace que los periodistas se esfuercen cada vez más a hacer titulares cazaclics, que apelan a la emoción en lugar de la razón y hacen irresistible el clic.
La emoción per se no es un sesgo negativo al hecho cognitivo, ya que la curiosidad siempre ha sido una fuente de conocimiento. El riesgo aparece cuando, para conseguir clics, muchos medios tradicionales están olvidando su ética y su libro de estilo y se están acercando peligrosamente a la manera de hacer de la prensa amarilla. La popularidad, el número de visitas, likes, retuits o similares han provocado una progresiva crisis de la argumentación, en favor de un incremento de contenidos emocionales, cada vez más polarizados. Los titulares han perdido neutralidad en favor del escándalo. La calidad ha bajado en favor de la redundancia.
Algoritmo y búsqueda activa
A este nuevo escenario se le suma el hecho de que hemos pasado de un entorno de «búsqueda» a un entorno de «feed» o canal de contenidos. Ahora ya no consultamos los periódicos, sino que la información nos llega a través de nuestros timelines.
Hay que ser conscientes de que estos canales, ya sean informativos o culturales, no son neutros. Hay un algoritmo detrás que filtra, ordena y nos presenta aquellas piezas de información o conocimiento que es probable que nos gusten más según nuestro historial de comportamiento.
Un algoritmo no es más que un código diseñado por una organización. Quién y cómo lo diseña y con qué fines –comerciales o políticos– es un aspecto que debería ocupar una posición destacada en el debate social. Tres o cuatro empresas a nivel mundial están decidiendo, de forma opaca, qué material consumimos en el ámbito informativo y cultural. Paulatinamente van haciendo que dejemos de buscar, atrapándonos en una «burbuja informativa» hecha a medida para nosotros, o para todas las personas que cumplen nuestro mismo patrón. Lo pudimos ver con empresas como Cambridge Analytica y las elecciones de 2016 en Estados Unidos.
Los algoritmos tienden hacia la convergencia de patrones e intentan, por defecto, simplificar nuestra complejidad. Nos interpretan y nos incluyen en un patrón determinado, lo que atenta directamente contra nuestra individualidad. Refuerzan estímulos que funcionan, y ello dificulta que nuestros gustos o intereses evolucionen.
Ante esta herramienta tan potente, tenemos la responsabilidad de mantener nuestra curiosidad activa, de salir del patrón, de ir a descubrir cosas nuevas para no acabar «enmarcados» en un perfil social determinado, por pequeño y segmentado que sea.
Del mismo modo que hace años hacíamos un esfuerzo por encontrar información sobre los temas que nos interesaban (música, libros, etc.), ahora hay que hacer un esfuerzo para escapar de ella. Solo así podremos romper y ensanchar nuestros límites y gustos. Tenemos más patrones que nunca, podemos recorrer más caminos, siempre y cuando mantengamos viva la curiosidad.
Hacia una ética informativa global
Los humanos siempre hemos necesitado filtros para acceder a la información. Profesores, libros, manuales, medios de comunicación, etc., el divulgador es una herramienta necesaria básica para poder acceder al conocimiento.
Esta tarea, hoy, es asumida cada vez más por máquinas, con los beneficios y riesgos potenciales que ello conlleva. Hay que tenerlo en cuenta y actuar en consecuencia. Por ello, es necesario que estas tecnologías sean abiertas por defecto, desarrolladas con software libre, para poder detectar y evitar sesgos económicos o cognitivos en su diseño.
En un mundo ideal, un buen algoritmo podría convertirse en un «buen divulgador». El buen divulgador traduce de arriba abajo, adaptando el discurso al nivel del receptor y respetando la fuente original. Un algoritmo podría realizar esta tarea, pero la tecnología no es neutra. Por ello, debemos incorporar la ética en la toma de decisiones técnicas.
Ahora somos más conscientes que nunca de que, como miembros de una sociedad, somos un nodo de una red, donde desempeñamos un papel. La acción es colectiva, pero nosotros, como individuos, somos responsables de ella. Hay que seguir defendiendo una Internet abierta, libre y descentralizada. Hay que luchar para que este cambio de escala, que es Internet, vaya en la dirección correcta. No podemos aceptar como única realidad los productos sesgados de grandes corporaciones. Hay que fomentar la responsabilidad individual de la elección y del descubrimiento, y la responsabilidad y el poder colectivo que tenemos como comunidad de usuarios. Hay que diferenciar entre fuente y canal, y luchar para que no haya un canal único.
Hay que proseguir con el esfuerzo para conocer el canon, pero con la libertad de salir de él. La divergencia muestra nuevas posibilidades hasta que establece nuevos paradigmas. Defendámoslos.
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