Podemos encontrar ya incorporados en nuestro sustrato cultural algunos conceptos vinculados a la sociedad digital (tan confusos) como los de «la aceleración del tiempo», la comunicación en «tiempo real», el multitasking o el «tiempo globalizado», que representan intentos de definir las situaciones en las que el nuevo ecosistema digital nos sitúa. Ante este relato (interesado) sobre el ritmo que las tecnologías digitales imponen son pocas las voces que cuestionan o critican cuál es nuestra responsabilidad a la hora de comprender, construir y utilizar socialmente los nuevos tiempos digitales. El próximo 22 de febrero, Judy Wajcman hablará del tiempo en la era digital en el CCCB.
El debate acerca de la naturaleza del tiempo es una de las cuestiones más antiguas que existen. Para algunos, es algo que está ahí, de forma medible; para otros, es aquello que está vivo y aquello de lo que estamos hechos. En plena era de la sociedad digital, este debate vuelve a coger fuerza con Internet, los dispositivos móviles y el resto de artefactos digitales que nos ofrecen nuevas aproximaciones a la experiencia, la vivencia y la comprensión del tiempo.
Nuevos paisajes temporales
Situémonos en un día laboral cualquiera. Salimos del trabajo a media tarde y nos dirigimos a la parada de bus andando mientras nos intercambiamos mensajes por móvil con una persona con la que hemos quedado un rato más tarde. Miramos el reloj de pulsera para ver qué hora, contamos las paradas mentalmente para calcular lo tarde que estamos llegando, pero dudamos y abrimos aquella aplicación que nos lo calcula a una velocidad de procesador de 4.000 millones de ciclos por segundo. A media calle observamos la velocidad de los coches que cruzan la calle siguiente para ver si podremos llegar a pasar en verde. Nuestro amigo nos vuelve a escribir preguntando cuánto tiempo nos queda para llegar, el programa nos indica que ha escrito hace 3 minutos y 2 segundos. Y echamos a correr porque sabemos que no le gusta nada esperar.
Llegamos a la parada mirando el paso de las nubes, oyendo el repique rápido de campanas de la catedral y notando el ritmo de nuestros latidos. Miramos al hombre mayor que camina pausadamente por la acera de enfrente y a la chica que tenemos al lado sentada leyendo inmersa en una novela de ciencia ficción, situada en un futuro lejano. Según el panel informativo de la parada, quedan 3 minutos y 10 segundos para que llegue el bus, 17 minutos y 3 segundos para que llegamos a nuestra cita, 6 horas y 18 segundos para que sea la hora de acostarse y 7 horas y 23 segundos de batería. La chica sigue sumergida en el tiempo de ficción. Subimos al bus.
La experiencia de vivir en sociedad es la de estar interaccionando constantemente con múltiples indicadores del paso del tiempo y varias escalas temporales que se mezclan con nuestra experiencia vital; la memoria, la intuición y la sensación del paso del tiempo, siempre diferente, y a partir de las cuales hacemos proyecciones de presente y de futuro. Barbara Adam, una de las principales impulsoras de las últimas aproximaciones contemporáneas al estudio de la experiencia del tiempo, describía en su libro Time (2004) los timescapes como aquellos paisajes de temporalidades complejos con los que convivimos: varios ritmos biológicos, mecánicos, con varias velocidades y tempos. Unos paisajes que ahora conviven con los ritmos y los tiempos del ecosistema digital que nos acompaña paralelamente a nuestro mundo real, conviviendo y confrontándose con ellos, haciéndonos tener el tiempo más «presente» o haciéndolo «fluir», comprimiéndose y expandiéndose, a la manera en que el filósofo francés Henri Bergson concibió el presente como un estado de fluidez constante que tiene duración, que viaja del presente al pasado constantemente. Según él, el tiempo no es una materia indivisible o cuantificable, sino un estado interno subjetivo que a menudo colisiona con sus diferentes representaciones técnicas: el tiempo digital es reproducible, reversible e ilimitado, versus el humano que es irreversible, limitado y subjetivo.
Los inventos tecnológicos siempre han transformado la relación entre el espacio y el tiempo en sociedad, especialmente durante la revolución industrial, en eso no hay nada nuevo. Pero si ahora encontramos que nuestros paisajes temporales con los que hoy en día convivimos están acelerándose de una forma exponencial se debe a la tecnología digital. Desempeña un papel fundamental, ya que las experiencias temporales están resultando cada vez más mediadas por estas tecnologías y dispositivos. Y hay que decir que de una forma trascendental y no neutral, porque estas herramientas trabajan con ritmos y sincronías diversos, y están en constante transformación.
La percepción y los usos del tiempo en la comunicación digital varían según las interfaces, los programas y sus capacidades de transmisión de datos. Su capacidad de aceleración y rapidez de cálculo sobre la que construyen algoritmos de ordenación y visualización de datos limitan la información a la que accedemos y, por lo tanto, la comprensión de nuestro mundo. Y todo ello, sin ser lo bastante cuestionados, entre otros factores porque ni siquiera tenemos tiempo para hacerlo debido a su obsolescencia, al ritmo que nos impone y al tiempo que les dedicamos organizándolos y aprendiendo a usarlos.
El tiempo de las redes
En los últimos años Internet se ha convertido en un espacio de confluencia de todas estas nuevas temporalidades, al resultar ser una gran convergencia digital de la mayoría de medios precedentes, y mezclándose también con los nuevos conflictos temporales que la propia red ofrece. El profesor Manuel Castells, en The Rise of the Network Society (1996), proponía el concepto de timeless time para reflexionar en torno a las sociedades en red, donde él veía una pérdida de los tiempos biológicos y sociales en favor de un tiempo homogéneo y globalizado. El tiempo, según el autor, queda alterado en la nueva era de la información de las redes, donde nuestras experiencias temporales quedan disueltas en un ciberespacio atemporal. De forma similar, el sociólogo Paul Virilio apuntaba, en Open Sky (1997), que la pérdida del referente temporal viene dada porque en nuestro entorno real el «cuando» está vinculado con el «donde», y en el tiempo de las redes y de la comunicación instantánea está «matando» el presente aislándolo de su espacio y contexto, donde la presencia concreta del acto comunicativo ya no tiene importancia.
Para Robert Hassan, en 24/7 Time and Temporality in Network Society (2007), estas interpretaciones precedentes de un mundo en red ganado por un capitalismo que ha impuesto un mercado y tiempo global parecen no responder a la concepción de la aceleración del tiempo flexible que vivimos, donde las redes modulan y confluyen en varias experiencias temporales sociales muy heterogéneas. Según Hassan, la verdadera temporalidad de las redes es la asincronía porque, dentro del gran ecosistema que representa Internet, cada uno puede establecer diferentes espacios y modos temporales de interacción no vinculados a su tiempo local, «real». La homogeneización de un tiempo lineal globalizado se convierte, de hecho, en una fragmentación casi infinita de contextos temporales síncronos y asíncronos diferentes y vivos en la red.
La sociedad en red cambia radicalmente nuestra relación con el reloj, con el tiempo social local y global. Ni lo sustituye ni lo niega, lo desplaza y ofrece nuevas formas de control y vivencia del tiempo. Hassan pone el ejemplo de las redes sociales o las salas de chat. En estos espacios de comunicación no existe ninguna relación con el contexto real de los relojes y los tiempos locales de los usuarios. Y ello supone un gran reto, ya que todos los espacios son contingentes de tiempo que modulan nuestra experiencia. El espacio laboral, por ejemplo, tiene unos horarios y un tiempo determinados, algunos son inherentes a su actividad, otros son dinámicas culturales. En este sentido, Internet ofrece la oportunidad de cambiar las «reglas» de gobernación y control social del tiempo, reinventando nuevos espacios y contextos de comunicación.
Las fronteras del trabajo y el tiempo libre
La frontera entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre se difumina. Las redes de comunicación y los dispositivos móviles que nos acompañan diariamente son herramientas que potencialmente pueden extender nuestra actividad profesional a nuestros espacios de ocio. Por esta razón, algunos países como Francia han decidido legislar el uso del correo electrónico fuera de las horas de trabajo oficiales, después de que algunas empresas alemanas como Volkswagen hubieran limitado el acceso al correo de sus trabajadores fuera del trabajo. La transformación que estas herramientas generan en el mundo laboral es tal, que cada día cuesta más definir los límites laborales, desde un punto de vista de horarios, pero también de presencia física, dado que el puesto de trabajo ya no es único ni estable. Y es necesario entender que esta transformación no es solo cuantitativa o tiene en cuenta la eficacia y el rendimiento laboral (tan cuestionado en este país), sino que muy especialmente se refiere a cómo se transforma la organización laboral y cuál es papel del trabajador en esta nueva etapa. Aquellas semanas de solo quince horas de trabajo que el economista británico John M. Keynes vaticinó en 1930 para el futuro de sus nietos gracias al avance productivo y el progreso que suponían las tecnologías resuena de fondo cada vez que miramos el correo fuera de horas de trabajo.
La socióloga Judy Wajcman pone en alerta en su último libro, Pressed for Time (2015), nuestra capacidad de organizarnos a la hora de afrontar la sensación de estar constantemente acosados por el trabajo (por el tiempo laboral). La imagen que damos quejándonos del volumen de trabajo que impone el correo electrónico parece ser recibida como positiva, dice Wajcman. Quizás porque debería implicar tener un gran volumen de trabajo, pero también contar con habilidades en el uso de las tecnologías digitales de gestión laboral.
Pero, si la tecnología fue creada para facilitarnos el trabajo y hacerlo más eficaz y productivo (o así nos lo han vendido), ¿vivir atrapado por el trabajo a través de los dispositivos digitales no debería verse como un fracaso colectivo de nuestra gestión laboral y de estos dispositivos, y no como un mérito? Cuanto más acosados temporalmente estamos, más consumimos dispositivos digitales, como si de una droga se tratara.
Otra de las problemáticas interesantes que Wajcman destaca es la tendencia a individualizar la experiencia del tiempo. La monitorización de todas nuestras actividades personales a través de apps e iwatchs para «facilitarnos» la gestión y hacernos más «eficaces» promueve el tiempo como una medida personal, como si fuera una materia cuantificable. Nada más lejos de su realidad, ya que el tiempo resulta de y sirve para la construcción colectiva de las actividades llevadas a cabo en sociedad colectivamente.
Las tecnologías digitales suponen un paso más en la historia de la aceleración de los procesos de producción, pero de momento fallan en la liberación o la disminución de la dedicación laboral. La proyección y el diseño de entornos y dispositivos digitales pensados para hacer más eficaz nuestro trabajo no deberían ser la única forma de entender y conceptualizar las temporalidades de estos nuevos escenarios digitales. Por eso, como dice Wajcman, hay que ver que el imperativo de la aceleración del tiempo digital es solo uno de los posibles artefactos culturales construidos para explicarnos este nuevo mundo. Y, por lo tanto, es nuestra responsabilidad combatir este relato imperante explorando, comprendiendo y desarrollando alternativas culturales a las vivencias temporales de nuestro ecosistema digital.
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