Cambiar la escuela hace tiempo que es inevitable. Quizás ahora se ha vuelto urgente. Los argumentos podemos resumirlos en tres grandes grupos: la escuela no sirve para moverse en el mundo actual; enseña como si el conocimiento no estuviera en el mundo digital; comienza a dejar de humanizar, agudizando sus efectos de selección social. Sin embargo, no es fácil llegar a acuerdo sólidos sobre qué y cómo cambiar. Por eso se sugieren cuatro propuestas de pacto sobre las bases que deberían conformar el aprendizaje y la educación en el mundo actual.
Está de moda decir que la escuela actual debe cambiar, aunque a menudo no deja de ser una expresión vacía de sentido o rellena de razones y pretensiones contradictorias, de valoraciones escasamente coincidentes. La opinión de las autoridades académicas puede ser tan simple como que debemos cambiarla para mejorar los resultados del Informe Pisa. Encontraremos una parte de la ciudadanía que sugiere cambiar porque los chicos de ahora no saben casi nada de lo que siempre se dijo que debían saber. Un grupo significativo del profesorado pide el cambio porque el alumnado, descarriado, ya no soporta sus pretensiones de dar clase y enseñar cosas que consideran importantes.
De las competencias a la humanización
La lista de motivos (no siempre razones consistentes) es mucho más larga. Pero, dado que si hemos de cambiar necesitamos algún acuerdo sobre el porqué, sugiero quedarnos con tres razones (con tres grupos de ellas si se prefiere). En primer lugar, hay que cambiarla porque no aporta, no facilita, las competencias (los bagajes) que se necesitan para ser ciudadanos y ciudadanas en el mundo actual. La segunda razón nace de descubrir que sus formas de enseñar y de aprender nada tienen que ver con la sociedad informacional, la sociedad digital. Por último, porque la escuela ha dejado de ser el espacio primordial de la humanización (o, si se quiere, necesitamos con urgencia que lo sea, como acaba de recordar la UNESCO).
Hemos de cambiar porque necesitamos una escuela que estimule la adquisición de los «manuales de instrucción» de sociedades cada vez más complejas. También necesitamos una escuela que sea la pieza central de una multiplicidad de formas de aprender, en un mundo marcado por la lógica del 2.0. Urge no perder una escuela centrada en el saber, el paradigma del razonamiento, de la duda y la construcción abierta de respuestas, para un mundo global y plural, en la que no debe caber el dogma ni la justificación de la injusticia.
Hay quien invoca el cambio porque le atenazan los desconciertos educativos. También piden cambios quienes creen que la escuela ya no sirve para mantener su sociedad. Así, en las propuestas de «nueva» escuela, alguna corriente con poder propone volver atrás (back to the basics). Hagamos, dicen, que la escuela tradicional funcione hoy. Una parte singular de los cambios antirreformadores están centrados, por ejemplo, en la batalla del currículo (fijar para todos aquello que todos deben saber).
Las propuestas reales de renovación se basan en nuevas formas de organización, nuevas pedagogías y nuevas didácticas, todas ellas profundamente transformadoras del orden escolar actual. Pero, atención, no todas las propuestas piensan en el tercer grupo de razones o se refieren a ellas de manera opuesta a la que he sugerido. Por ejemplo, una de las innovaciones que más se ha divulgado en este curso ha sido «Horizonte 2020», una propuesta de las escuelas de los jesuitas. Es profunda y tiene una gran solidez organizativa, pero se basa en mantener un cierto grado de desigualdad social o no renunciar al adoctrinamiento religioso. Se puede ser radicalmente innovador en lo pedagógico y conservador en lo educativo. De hecho, el pacto escolar imposible (ese que suele definirse como acuerdo para no hacer más leyes de educación), no tiene tanto que ver con qué enseñar y cómo hacer posible el aprendizaje hoy, cuanto con cómo acordar para qué ha de servir la escuela, hoy y en el futuro y, especialmente, cómo ha de considerar la desigualdad social y la diversidad humana de la infancia y la adolescencia actuales.
Las propuestas actuales de cambio radical vienen después de unas décadas de negación de las pedagogías, de batalla por la lógica de las asignaturas y de clasificación y etiquetaje del alumnado. Resulta curioso comprobar cómo gran parte de las «nuevas» propuestas están ya descubiertas y aplicadas (con otro entorno) en las grandes experiencias pedagógicas del siglo XX y han sido reformuladas en las pedagogías del siglo XXI. Las sociedades de hoy, aceleradamente cambiantes, complejas y mestizas, han venido a poner de relieve la ineludible necesidad de formular una nueva escuela. Curiosamente, las nuevas realidades sociales ponen de moda viejas innovaciones escolares que algunos quisieron arrinconar (un ejemplo ha sido el trabajo escolar por proyectos).
Acuerdos sobre los cambios y pacto sobre el grado mínimo de exclusión
La complejidad social convertida en complejidad educativa también ha agudizado dos propuestas de renovación opuestas. Por un lado, las que proponen escuelas modernas basadas en la equidad, con pretensiones de colaborar en la construcción de sociedades más justas. Por el otro, nuevas propuestas de segregación. Hacer nuevas escuelas de éxito pero separando pronto los sujetos, dando por supuesto que ya son desiguales cuando van a la escuela. Agrupar de manera abierta y flexible (suprimiendo, por ejemplo, clase y curso) o segregar tempranamente por itinerarios académicos separados. Antes y ahora parece una pretensión titánica pretender que la escuela como institución (aún renovándose) no siga al servicio de la segregación.
¿Qué acuerdos de renovación escolar son inevitables? Propongo pensar en cuatro grupos:
- ¿Dónde se aprende hoy? Si ya estamos de acuerdo en que la escuela no es el principal lugar, la conclusión no es que la escuela haya de desaparecer, sino qué hacer para que la escuela se convierta en la referencia central de los aprendizajes. Además, seguimos necesitando que para toda la infancia la escuela sea la principal referencia de normalidad vital. La idea central sigue siendo cómo construir la escuela asociada a su comunidad (presencial y virtual). Comenzando por el edificio abierto y utilizando los entornos y los recursos como lugares de aprendizaje.
- Abandonemos cualquier idea de que su función sea la instrucción o la transmisión de conocimientos. Definamos la escuela como la institución que se ocupa significativamente de la parte de la educación que tiene que ver con el acceso al saber. Como el lugar para despertar y mantener la curiosidad. El lugar para estimular las preguntas y ayudar a buscar las respuestas. El lugar que facilita la integración en la persona del niño y el adolescente de todos los saberes que, en diversos lugares y con diferentes formatos, se van aprendiendo. Hace tiempo, por ejemplo, que no debería haber lugar para las asignaturas.
- Ordenemos las formas más útiles de aprender hoy, dejemos claro cómo se aprende (considerar, por ejemplo, los conocidos «7 Principios del aprendizaje»). En la era de Internet el predominio es del aprendizaje en red, en grupo, que puede transformarse en colaborativo, que ha de generar construcción activa. Razonablemente supone la supresión de libros, de clases cerradas y del discurso magistral del profesor como forma universal.
- La escuela que ayuda a que sea posible ser ciudadanos y ciudadanas de la sociedad actual es la escuela de las personas, en su globalidad. La escuela de los sentimientos y las emociones. La escuela en que se descubre al otro, en que no se puede aprender sin convivir. También, como siempre debió ser, es el lugar del pensamiento científico y de la producción creativa. Permite conocer las respuestas que los seres humanos han encontrado a lo largo de la historia a los interrogantes del mundo, mientras estimula a buscar nuevas respuestas. La escuela siempre es el lugar en el que no caben dogmas y se adquiere la actitud crítica.
No hace falta citar a Finlandia para innovar. Bastaría con no negar la evidencia que la escuela oficial queda cada vez más lejos de las realidades de la infancia y la adolescencia.
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