La cocina abandonada

Una reflexión sobre la escritura a partir de reseguir el proceso de una novela ya terminada, en la que la cocina se desdobla como espacio y como metáfora de la creación.

La cocina de la casa de un minero. Kentucky, 1946

La cocina de la casa de un minero. Kentucky, 1946 | Russell Lee, U.S. National Archives and Records Administration | Dominio público

Una consideración sobre la creación de Canto yo y la montaña baila y sobre el proceso de elaboración desde la perspectiva de la novela una vez escrita y terminada. Sobre la convivencia, en el proceso de escritura, del autor omnisciente y del hecho inescrutable. A partir de la metáfora «cocinar novelas», nos adentramos en el arte de crear historias. La cocina como espacio y como alquimia. Hablamos de fermentos y de levaduras. De tiempos y de pósito. De dar forma.

He venido a hablar de cocina. De cocinar novelas. De cocinar una novela en concreto, que se llama Canto yo y la montaña baila. De ingredientes y cantidades y temperaturas, de maneras de cortar, remover y esperar, de cuántos tomates y cuantos puñados «así»[1] de almendras. Pero me doy cuenta que de lo que quiero hablar no es de platos deliciosos elaborados siguiendo una lista de consejos más o menos precisos en cocinas y fogones limpios y soleados de chalés felices o de platones de televisión, sino de la elaboración –difícil de escrutar, misteriosa, autònoma e imprecisa– de pócimas, venenos, fermentos y quesos, en cocinas miserables y en cuevas húmedas. Porque sus procesos de elaboración son tan emancipados, tan ambiguos, tan abstractos y a la vez tan científicos y precisos, que resultan mágicos. Tan mágicos como que del cuajo y la leche pueda salir el queso.[2]

Hace un tiempo llevé a cabo un proyecto que se llamaba Notes on a novel (that I am not going to write), or the swimming pool, or the hair, the herb and the bread or the tomato plant, que empezaba con una historia real y una receta que una vez me contó un chico islandés.

El chico se llamaba Bjarki, y hacía unos años había estado enamorado de una chica a quien llamaremos G, y le había hecho un pan, para que ella también le amara. Para hacer el pan, había robado un pelo de la cabeza de G y había recogido una hierba de las montañas cuyo nombre no quiso decirme para que no le imitara. Entonces Bjarki coció el pan con la hierba y el pelo dentro y se lo dio a G, G se lo comió y se enamoró de él. Y habrían vivido felices para siempre si él nunca le hubiera explicado nada acerca del truco del pan. Cuando ella lo supo, se enfadó y se fue, y Bjarki no volvió a verla jamás. En la explicación del proyecto, yo añadí: «Como cuando en los Pirineos le dices a una mujer de agua que lo es, y entonces ella se marcha y no la vuelves a ver.» En aquel momento, yo ya estaba investigando sobre mujeres de agua para escribir lo que sería Canto yo y la montaña baila.

Una cocina islandesa. Silfrastaðir, ca. 1900

Una cocina islandesa. Silfrastaðir, ca. 1900 | Cornell University Library | Dominio público

El proyecto de Notes on a novel… era un proyecto de no-novela. Un proyecto sobre semillas que no crecen o sobre plantar un manzano y ver crecer una tomatera. En un documento de Google Drive público yo me preparaba para escribir una novela (que no tenía intención de escribir), y trabajaba con una serie de apuntes, notas, listas de ideas, transcripciones de charlas, anécdotas, historias y leyendas que tenían que permitirme reflexionar sobre los intereses, los estímulos, la investigación, los robos y las probaturas que se llevan a cabo en el proceso de construcción de una novela.

Pero no nos alarguemos más con la explicación de un proyecto que ya está hecho y cerrado. (Ni hagamos que el bueno de Bjarki se exclame al pensar que, seis años después, todavía tiro del hilo de una anécdota que me contó en un día borrascoso.) Dejad, solo, que me dé cuenta de que lo que hoy intento hacer es lo contrario de lo que hacía aquella vez. Notes on a novel… se miraba el hecho creativo desde el antes, desde el presente, desde el proceso. Este artículo se mira Canto yo y la montaña baila desde el otro lado. Con la novela escrita y acabada. Buscando la puerta de entrada a una cocina oscura y sucia y ahora también vacía, de cueva, de cabaña, de casa destartalada y desordenada que se cae a trozos, abandonada y cubierta de zarzas.

Con tal de volver a encontrar la puerta de entrada a esta cueva húmeda donde podremos manosear los estímulos, las pruebas y los errores, las migajas, los enseres y las sobras de Canto yo…, a falta de migas de pan y piedrecitas blancas, he empezado abriendo el documento en el que tomé las primeras notas de la investigación. Data del 8 de abril de 2017. El primer tema que figura, en mayúsculas, son LAS GOGES (mujeres de agua). El segundo tema de investigación son las BRUJAS. Y, no sin alegría, pienso que estos dos intereses, estos dos estímulos, son los embriones, las semillas, la llave pesada y enmohecida, los hongos buenos del proyecto. La puerta. ¡Bingo! El umbral es fresco. El documento de investigación continúa por caminos como los accidentes de caza, la reacción de los animales antes y después de una tormenta y las lluvias de animales.

Clima muy desagradable o El viejo refrán verificado: Lloviendo gatos, perros y horcas. 1820

Clima muy desagradable o El viejo refrán verificado: Lloviendo gatos, perros y horcas. 1820 | George Cruikshank, National Gallery of Victoria | Dominio público

Entro en la cocina y miro los fogones negros, las paredes ahumadas, la chimenea apagada, la encimera llena de musgo y arañas, y pienso que Canto yo y la montaña baila se hizo así: vertí sobre la mesa oscura toda una serie de intereses (las mujeres de agua, las brujas, las lluvias de animales…). Los investigué, me llevaron a más descubrimientos alentadores y progresivamente vi claras las historias que quería explicar, y cómo lo quería hacer, y me puse manos a la obra.

Puestos a mirar entrañas para descifrar lo que fue en vez de lo que será, también abro el documento donde escribí las primeras líneas del texto. Data del 22 de marzo de 2017. Previo al documento de investigación. ¡Estoy descubriendo cosas! Empiezo con una lista de cinco palabras. Dice así:

«cazador
bruja
fantasma
animal
escozor»

Me reiría si no fuera porque me reconozco en ello. Sigue con notas como: «Mucha convivencia en el bosque de las mujeres de agua + Hilari + las brujas + la madre, Sió, como una niña + el padre con la cabeza abierta por un rayo + muertos republicanos»

O bien: «La mañana que murió Hilari, el bosque y la montaña estaban tristes, pero no porque hubiera muerto Hilari, sino porque hay mañanas tristes y punto.»

La cocina de las brujas. 1610

La cocina de las brujas. 1610 | Frans II Francken, Kunsthistorisches Museum | Dominio público

Pero hay más cosas que tienes que saber antes de que hablemos de recetas de pócimas. Desde el primer momento me imaginé el territorio, el paisaje (este trocito de mundo entre Camprodon y Prats de Molló donde se sitúa la novela), como un estrato geológico. El territorio cubierto de capas. Capas de historias, de anécdotas, de leyendas, de rastros de los que habían pasado por aquel sitio o habían vivido en él. Y vi claro que me interesaban todas aquellas capas, todos aquellos rastros, los de las mujeres y los hombres, pero también los de las bestias, las nubes, las setas, los fantasmas o las mujeres de agua. Y hay más cosas que debería contarte, o si no andaremos cojos. Por ejemplo, una «ambuesta» de referentes que o bien ya estaban leídos o bien leía durante el proceso: Tony Morrison, La muerte y la primavera, los Dramas rurales, Mariana Enríquez, Verdaguer, el amigo Lluís-Lluís, Eggers, las Montañas malditas de Pep Coll, Lucrecia Martel, Camille Henrot, Mark Dion…

Miro la única silla que hay en esta cocina de azulejos rotos y pared llorona, y me acuerdo de cómo me encerré allí, en aquella cueva que era mía y olía a humo, y de cómo trabajé durante meses, y de cómo salía solo de vez en cuando, y a veces era mediodía, y a veces la luna era creciente y unas veces se oía bramar los corzos y otras veces (mayoritariamente) me llegaba el sonido de las sirenas de los coches de policía londinenses, porque buena parte del texto, no nos engañemos, la escribí desde el 45 de Gunton Road, Londres.

Y no quiero aparentar, o no debería hacerlo, que no tuve un control de autor –tiránico, magistral, absoluto, cruel e impasible– sobre todo lo que escribí. Pero tampoco quiero negar que en el proceso, o en el hecho creativo, suceden, también, hechos intangibles y difíciles de escrutar que tienen que ver con los fermentos y las levaduras. Con un tiempo y un pósito que no sabías que recogías. Con hongos buenos de cuevas tuyas y cuevas de otros. Con los enzimas de la ceguera y las pócimas que pruebas por instinto. Con el juego y con el fracaso. Con los estupefacientes de la diversión. Con el goce de una cierta soledad y el placer de que de vez en cuando te cuenten historias, te las dejen contar a ti o te den de la mano.

Y ahora sí que, para terminar, me gustaría transcribir algunas recetas imprecisas de cabaña destartalada que pueden ser de lo más útiles:

La leche de vaca y el cuajo animal, dentro de una cueva de hongos buenos, dan queso.
La miel, la levadura y el agua, sobre la cómoda del 45 de Gunton Road, dan hidromiel.
La harina, el agua, la levadura, una hierba cuyo nombre desconocemos y el pelo de una goja dan el pan de enamorarse.
Un sapo batido fuerte con una rama hasta que se hinche y muera, laserpicio y arsénico dan un ungüento para untarse las axilas y conocer al Belcebú (a.k.a. Satán).
Y, por último, sapos, serpientes, ranas, hígado y pulmón de recién nacido dan un veneno que mata mucho.[3]


[1] Este invierno le pedí a mi madre cómo hacer salsa romesco para los calçots. Ella respondió: «Es muy fácil: una cabeza de ajos grande y tres tomates asados, cuatro ñoras y un puñado “así” de almendras.» Dijo «así» y juntó las manos en forma de ambuesta. «Ambuesta» es una palabra fantástica. «Ambuesta: lo que cabe en la cuenca de las dos manos juntas».

[2] La leche y el queso son un guiño a la investigación de la novela en la que estoy trabajando ahora mismo.

[3] Las dos últimas recetas se han extraído de confesiones reales de personas juzgadas por brujería en Cataluña. Pueden encontrarse en «La persecució senyorial de la bruixeria al Pallars: un procés contra bruixes i bruixots a la Vall Fosca (1548)» y en «Orígens i evolució de la cacera de bruixes a Catalunya (segles xv-xvi)», de Pau Castell Granados.

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