¿Y si tu estado de ánimo depende de las bacterias en tu colon?

La microbiota intestinal desempeña un papel clave en ese diálogo continuo entre intestino y cerebro.

Un hombre y una mujer comiendo perritos calientes de un pie de largo, 1953

Un hombre y una mujer comiendo perritos calientes de un pie de largo, 1953 | City of Vancouver Archives | CC BY

Intestino y cerebro están en diálogo continuo. Colaboran, se ayudan y, en ocasiones, también se perjudican. Para hacerlo, cuentan con un complejo entramado de canales de comunicación por los que se envían mensajes, químicos y eléctricos. Desde hace quince años los científicos investigan este eje cerebro-intestino y los resultados obtenidos están cambiando la forma en la que se diagnostican, tratan y también intentan prevenir algunas enfermedades mentales.

Los habitantes de aquel pueblecito de Ontario, en Canadá, no daban crédito. Pero ¿qué les estaba ocurriendo? ¿Estarían malditos? Aquel mayo del año 2000 unas fuertes lluvias torrenciales provocaron que las aguas residuales de granjas de la zona, repletas de purines y niveles elevados de dos patógenos, inundaran e infectaran el sistema público de agua. Como consecuencia, miles de habitantes de Walkerton cayeron enfermos con gastroenteritis aguda. Siete murieron. Y muchos comenzaron a presentar problemas psicológicos. Cinco años más tarde, uno de cada cinco vecinos había acabado por desarrollar una enfermedad intestinal inflamatoria, así como depresión y ansiedad crónicas.

¿Qué había tenido que ver aquel episodio fatídico de gastroenteritis con la salud mental posterior de los residentes de Walkerton? Seguramente, mucho, o incluso todo. Se sabe que, a menudo, las personas que padecen enfermedades gastrointestinales crónicas, como colitis ulcerosa o síndrome de Crohn, suelen tener mayor tendencia a padecer ansiedad, depresión y alteraciones del estado de ánimo y emocionales en comparación con las personas sanas. También ocurre al revés: personas que comienzan a padecer trastornos psicológicos acaban desarrollando problemas gastrointestinales.

Y es que intestino y cerebro se hablan, se influencian y se ayudan, o se perjudican, mutuamente. Están en comunicación continua, algo que, de hecho, si nos paramos a pensar, sabemos desde siempre, como demuestra el hecho de que utilicemos en el lenguaje habitual expresiones como «tener mariposas en el estómago» o «cagarnos de miedo», que, precisamente, reflejan esa relación. También la experimentamos casi a diario, como cuando comemos algo que nos gusta y sentimos una inmensa sensación de bienestar y placer, o gastamos un humor de perros cuando tenemos un agujero en el estómago. Los nervios, a muchos, nos quitan el hambre, y una situación de mucho estrés puede provocarnos desajustes intestinales, ya sea diarrea o estreñimiento.

El eje intestino-cerebro

Esa relación que conocemos, aunque sea de forma inconsciente, se descubrió científicamente en el siglo XVIII. Un médico francés se percató por primera vez de que el tubo digestivo cuenta con su propio sistema nervioso, el sistema nervioso entérico, que depende del cerebro. Tres siglos más tarde, en 1996, el investigador Michael Gershon, recuperando la idea de aquel médico francés mientras investigaba en la Universidad de Columbia (EE. UU.), halló que el intestino alberga cientos de millones de neuronas, muchas más de las que hay en la médula espinal y el sistema nervioso periférico juntos. Y acuñó el archifamoso concepto de que el intestino es el «segundo cerebro».

Esas neuronas intestinales que encontró Gershon secretan neurotransmisores importantes, somo serotonina, dopamina o GABA, encargados de regular el estado de ánimo y el humor; y también permiten al intestino realizar muchas funciones de manera independiente. Sin embargo, y a diferencia de las cerebrales, las del intestino no tienen capacidad cognitiva, no generan pensamientos conscientes, ni son capaces de razonar, ni de tomar decisiones. Por ese motivo, y a pesar del bestseller de Gershon hablando de este segundo cerebro, que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo, y de que es una metáfora aún hoy muy popular, lo cierto es que es poco precisa.

Cómo los microbios intestinales te canvian la mente | John Cryan | TEDMED

Una red de comunicaciones

Todas esas neuronas intestinales no pueden pensar, pero sí sentir. Y envían información a sus colegas en el cerebro acerca de necesidades nutricionales, pero también, por ejemplo, sobre potenciales patógenos. El cerebro, a su vez, le manda al intestino peticiones y preguntas. Todo ese activo intercambio de mensajes se produce a través de distintos canales de comunicación. El principal es el nervio vago, una enorme autopista que se extiende entre ambos órganos y transmite impulsos eléctricos a través de sus fibras. Por él hay un tráfico constante de sustancias químicas y hormonas que envían señales al cerebro sobre el estado del intestino, y también permiten al cerebro impactar sobre el entorno del colon. El sistema inmunitario y el endocrino también colaboran y participan en este intercambio de misivas y, en menor medida, el circulatorio y el linfático.

En el centro de todo este entramado de comunicaciones entre el cerebro y el intestino se halla la microbiota intestinal, el conjunto formado por más de 39 billones de microorganismos ­–sobre todo, bacterias– que habitan en el colon, funcionan como un solo órgano y realizan funciones vitales para la supervivencia humana, desde ayudarnos a digerir los alimentos y extraer energía de ellos a fabricar vitaminas esenciales, o entrenar al sistema inmunitario.

Desempeñan un papel clave en la salud y el bienestar, aunque, paradójicamente, no se acaba de comprender del todo. Lo que está claro es que para estar saludables necesitamos que nuestra microbiota esté saludable, y esto, por el momento, los científicos lo traducen como que esté equilibrada, sea resiliente y diversa. Alteraciones o desequilibrios en su composición se relacionan con trastornos y problemas de salud mental.

La primera pista de la estrecha relación que existe entre mente y tripas se produjo hace medio siglo, cuando se llevaron a cabo experimentos con ratones que demostraron que cualquier tipo de estrés, desde hambre a sueño, ruidos fuertes o separar a las crías de sus madres, alteraba la composición de la microbiota intestinal de los animales, lo que se relacionaba con un riesgo incrementado de padecer problemas de salud. Y es que las bacterias del colon son capaces de influir en los niveles de serotonina, que es uno de los muchos mensajeros bioquímicos que regulan nuestro estado de ánimo y comportamiento; favorecen el metabolismo de la dopamina, que es el neurotransmisor asociado a la alegría, el aprendizaje y la recompensa; e intervienen en la liberación de GABA, una molécula esencial en la modulación del comportamiento.

Influye en el estado de ánimo

Tres estudios posteriores han añadido evidencia científica a esa primera pista del eje cerebro-intestino y han demostrado que la microbiota intestinal desempeña un papel fundamental en la salud mental. El primero de esos experimentos lo llevaron a cabo investigadores de la Universidad de McMaster, con Premysl Bercik a la cabeza: observaron que las dos cepas de ratones –unos eran animales tranquilos y tímidos, y los otros, nerviosos y agresivos– que tenían en el laboratorio, a pesar de comer lo mismo, presentaban composiciones de bacterias intestinales distintas. Decidieron, entonces, realizar un trasplante de heces de los ratones de un grupo al otro. Para su sorpresa, vieron cómo los animales se intercambiaban el carácter.

En esa línea, poco después, al otro lado del Atlántico, en la Universidad de Cork un grupo de científicos, dirigidos por John Cryan y Ted Dinan, utilizaron la misma cepa de ratones tímidos que en el experimento de Canadá y comprobaron que eran capaces de cambiar el comportamiento de los animales administrándoles un suplemento con bacterias beneficiosas o probióticas: los animales eran menos ansiosos y más atrevidos, como si estuvieran tomando dosis bajas de antidepresivos.

Posteriormente se han realizado también estudios con personas en esa misma línea, con el fin de intentar discernir la relación entre cerebro e intestino y comprobar si es posible impactar en la salud mental a través de la microbiota. Por ejemplo, en un experimento de la Universidad de California dieron a un grupo de mujeres un lácteo fermentado dos veces al día durante cuatro semanas y comprobaron que se producían cambios positivos en las regiones cerebrales encargadas de regular las emociones.

Microbiota y depresión | Ted Dinan | MicrobiomePost

Comienzan los problemas

Si una microbiota rica, diversa, equilibrada y resiliente suele asociarse a un mejor bienestar emocional, desequilibrios en su composición se han asociado a enfermedades y trastornos mentales, como la ansiedad y la depresión, pero también al autismo e incluso al párkison, al alzhéimer o a la esclerosis múltiple. Aunque cabe decir que este es aún un ámbito de investigación muy joven, que apenas cuenta con quince años de vida, y que, por el momento, existen muchos indicios, pero el conocimiento es limitado.

Se sabe que, en muchas de estas enfermedades neurodegenerativas y trastornos mentales, un denominador común es que quienes los padecen suelen tener una microbiota alterada y, por tanto, problemas gastrointestinales. Se ha observado, además, que tratando los síntomas gastrointestinales se lograban mejorar los síntomas de la enfermedad neurológica. Es más, hay trabajos que han hallado que, al transferir bacterias de niños con trastorno del espectro autista a ratones sanos, los animales desarrollaban síntomas parecidos a los pequeños, como aversión social.

Muchos microorganismos intestinales son capaces de secretar sustancias inflamatorias que pueden escapar del intestino y llegar a todo el cuerpo a través de la sangre. Y se sabe que la inflamación crónica contribuye, entre otros, al desarrollo del alzhéimer. Es más, muchos genes implicados en esta demencia están asimismo asociados a la inflamación.

La revolución por llegar: los psicobióticos

En este sentido, cada vez hay más trabajos que apuntan a que la microbiota influye en la forma en que nos enfrentamos a la vida, por lo que, cuanto más saludable sea esa comunidad, mayor influencia positiva ejercerá sobre nuestra salud emocional. El factor principal que influye en la microbiota intestinal es la alimentación, por lo que ya hay investigadores centrados en determinar qué alimentos podrían permitir modular la comunidad de bacterias intestinales para impactar, a su vez, sobre la salud cerebral.

Algunos incluso investigan cócteles de bacterias beneficiosas capaces de producir sustancias neuroactivas, como GABA o serotonina, que actúan sobre el eje intestino-cerebro para reducir la ansiedad y la tristeza. Son los llamados «psicobióticos». Quizás, en un futuro no muy lejano, podamos recurrir a estas combinaciones bacterianas para levantar el ánimo. Aunque da un poco de no sé qué pensar que un consorcio de bacterias, desde un rincón oscuro del intestino, controla nuestro cerebro y nuestro estado de ánimo, ¿no creen?

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  • Maria | 13 noviembre 2022

  • Carlos | 14 noviembre 2022

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