Web 2.0 diez años después

Una década después, constatamos el alcance de los cambios radicales que ha provocado un fenómeno que presenta dos caras sobre las que conviene reflexionar.

Una multitud se manifesta en El Cairo, 1951.

Una multitud se manifesta en El Cairo, 1951. Fuente: Wikimedia Commons.

En 2004, el grupo editorial O’Reilly Media organiza una conferencia en la que se populariza el término «web 2.0» para definir un nuevo modelo de Internet en el que la dimensión relacional se convierte en protagonista. Una década después, constatamos el alcance de los cambios radicales que ha provocado un fenómeno que presenta dos caras sobre las que conviene reflexionar.

Web 2.0: 2004-2014

Existe cierto consenso en admitir que el concepto web 2.0 se acuñó en una conferencia celebrada por el grupo editorial O’Reilly Media en octubre de 2004. Aunque el término ya había sido utilizado por otros autores, la amplificación de esta nueva fase está estrechamente relacionada con ese foro, donde los supervivientes del colapso de las puntocom a finales de los noventa, convocados por una elite de ciberideólogos, anuncian la emergencia de un innovador modelo relacional que sitúa al usuario como protagonista decisivo y también como «materia prima» casi inagotable del universo digital.

Se activa desde entonces un gran llamado a la participación de los ciudadanos (digitales) poniendo a su disposición una serie de herramientas que facilitan el compartir información, la interoperabilidad y la colaboración permanente en la creación de contenidos, tal como nos indica la definición de Wikipedia, uno de los proyectos triunfales del nuevo ecosistema definido hace una década.

Pese a los reparos del creador de la World Wide Web, Tim Berners Lee, que calificó el término web 2.0 como «tan solo una jerga», el advenimiento de las tecnologías digitales colaborativas ha favorecido una serie de transformaciones impensables a finales del siglo pasado. Redes sociales, wikis, blogs, mashups y folksonomias son el resultado de cambios acumulativos en la forma en que los desarrolladores de software y los usuarios finales utilizan la web y han permitido el florecimiento de promesas locales y globales de carácter sociocultural y objetivos maximalistas, entre las que cabe destacar el acceso a todo el conocimiento acumulado por la Humanidad a través de los siglos o la consecución de una cultura democrática en la que las redes sociales tienen y tendrán un papel decisivo.

Diez años después de su nacimiento –en los que nos hemos sumido en un bosque de jergas e idiolectos vinculados a Internet y sus tecnologías derivadas–, lo que conocemos como web 2.0 puede verse desde una perspectiva más crítica y compleja. Un fenómeno con dos caras sobre el que conviene seguir reflexionando, pese a la velocidad con que el desarrollo tecnológico puede convertir en obsoleta toda teoría o crítica, incluso aquellas que, sin filias ni fobias excesivas, intentan recuperar la pregunta por el sentido. Intentamos aquí un balance, una enumeración de los aspectos positivos y negativos del fenómeno 2.0. La cara A de la web social es una defensa del salto evolutivo que ha supuesto. La cara B contradice e interpela sus conquistas proyectando un cono de sombra sobre el devenir de la Red.




Cara A: el bien común

  • La web social favorece el acceso de los ciudadanos a la cultura, ofreciendo un modo más igualitario de concebir, producir, compartir y distribuir información y conocimiento.
  • Se inspira en los modelos de redes distribuidas, que, a diferencia de las redes centralizadas y descentralizadas, permiten la conexión potencial de cada nodo con todos los nodos de una red.
  • La web 2.0 es una vindicación de la inteligencia colectiva, supone una intensa reactivación de las prácticas comunitarias y conduce a una reformulación de los bienes y espacios comunes.
  • La web social permite la expansión de la crítica a los modelos económicos y políticos, ampliando la capacidad participativa de los ciudadanos.
  • Pone en jaque las concepciones tradicionales sobre los derechos de autor y los modelos de negocio cultural vinculados a ellas. En paralelo al seísmo que esto ha provocado en las industrias discográfica, cinematográfica o editorial, ha favorecido la emergencia de modelos y estructuras abiertas a nuevos creadores y a comunidades locales conectadas globalmente.
  • La web social interpela la noción tradicional de auctoritas, favoreciendo la emergencia de nuevas categorías de conocimiento y la irrupción de nuevos prescriptores.
  • La web 2.0 promueve las prácticas expandidas. No hay ámbito que no haya sido afectado o influenciado por dinámicas más abiertas y participativas, como puede verse, por ejemplo, en el impacto de las TIC en el sistema educativo.

Cara B: la sombra del Gran Hermano

  • La web 2.0 ha generado una formidable operación de marketing global que favorece el poder y el enriquecimiento de las multinacionales de la comunicación y de las empresas de alta tecnología.
  • Es un extraordinario canal para la prosperidad de las tecnoutopías, algunas de las cuales solo parecen concebidas para y por elites tecnocráticas y cientificistas.
  • La web social (e Internet en general) provoca la pérdida de facultades intelectuales significativas, como la concentración, la reflexión profunda, el cultivo de la memoria y el pensamiento crítico.
  • Las promesas de emancipación serían nuevamente promesas incumplidas. El TU que la revista Time proclama en 2006 como personaje del año se habría convertido en un sujeto alienado proclive a la fascinación acrítica, cuya vida en sociedad depende del ultimo gadget tecnológico.
  • La web social tiene su reverso en nuevas y cada vez más sofisticadas formas de control que van desde el conocimiento pormenorizado de nuestros hábitos de consumo, gustos, tendencias y aficiones, hasta la práctica impune del espionaje masivo con objetivos políticos, como cabe imaginar si llevamos al límite las consecuencias de la era post-Snowden.
  • La web 2.0 ha facilitado una fabulosa acumulación de datos cuya utilización y explotación comienza a ser comprendida y resistida por la ciudadanía, hasta tal punto que ya se anuncia una nueva generación de empresas de Internet cuyo modelo de negocio está orientado a la máxima privacidad, el derecho al olvido y el control de los datos personales.

La velocidad del cambio

No acabamos de aclararnos sobre las conquistas verdaderas y los peligros evidentes de esta segunda fase en el uso global de la Red, cuando ya estaríamos incluidos en una nueva fase (web 3.0), que, además de los riesgos y bondades de la datificación del mundo, promete innovaciones sustanciales en inteligencia artificial y tecnologías 3D. Hay muchas controversias sobre cómo definir este nuevo ciclo: web semántica, el Internet de las cosas, la era del Big Data, etc. Todos fenómenos confluyentes que acentúan las tendencias aceleracionistas.

La velocidad del cambio prevalece como única constante, lo cual impide crear marcos jurídicos que acoten, regulen o modulen los efectos de las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento. Los derechos y las leyes van ralentizados, siempre detrás del sprint de la innovación tecnológica.

¿Qué pensar? ¿Cómo actuar? Parece evidente que no podemos evolucionar sin concebir Internet como parte de la solución y no solo como parte del problema, procurando amplificar y desarrollar sus aspectos positivos. Si la web social entroniza la función de los prosumers, bricoleurs y contribuidores, si es cierto que favorece la verdadera participación y su paradigma, la cocreación, si facilita una verdadera democratización de la cultura y de la política, si promueve la inteligencia colectiva y la clarificación de los bienes comunes, son los ciudadanos quienes deben intervenir activamente en la conformación del nuevo escenario social, político, cultural y científico que es físico y virtual al mismo tiempo. Allí se disputa el poder sobre los relatos que definen nuestro actual estadio como sociedad. Allí se juega el presente-futuro del mundo que estamos creando.

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