Internet: ¿más superficiales o más listos?

¿Internet está erosionando nuestra capacidad de concentración y pensamiento crítico, o potencia nuestra agilidad cerebral y permite aprender más y más rápido?

À l'école. Dentro de la serie de postales: France en l'an 2000. XXIème siècle. (Atrib. a J.M.Côté, 1901).

À l’école. Dentro de la serie de postales: France en l’an 2000. XXIème siècle. (Atrib. a J.M.Côté, 1901). Fuente: Wikimedia Commons.

En 2008 el tecnólogo americano Nicholas Carr publicó un artículo en el que afirmaba que Internet estaba erosionando nuestra capacidad de concentración y de pensamiento crítico, e incluso aseguraba que la Red cambiaría la estructura de nuestro cerebro y forma de pensar. Expertos de diversos ámbitos comenzaron a realizar estudios y a reflexionar sobre la relación entre la Red y nuestras capacidades cognitivas. Algunos coincidían con Carr, pero otros como Clive Thompson descartaban esos argumentos asegurando que siempre que surgía una nueva tecnología se producía el mismo debate. Estos «tecnooptimistas» afirman que la Red no solo potencia nuestra agilidad cerebral, sino que además nos permite aprender más y más rápido, en definitiva, nos está haciendo más inteligentes.

Cuenta Platón en Fedro que Sócrates no dejaba de lamentarse ante aquella invención. Pero ¡qué sería de la sociedad!, se preguntaba contrariado. Aquello supondría el fin de la cultura que él tanto había cultivado, temía el viejo sabio, que estaba convencido de que el desarrollo de la escritura llevaría a la población a abandonar por completo su memoria y a convertirse en olvidadizos, vacíos de conocimiento.

El filósofo iba incluso más allá y aseguraba que, como las personas entonces podrían acceder a una gran cantidad de información sin necesidad de recibir una instrucción adecuada, quizá se sentirían erróneamente cultas, aunque –decía– no serían más que puros ignorantes que desconocerían la verdadera sabiduría.

Sócrates no erraba demasiado y aquella nueva tecnología tuvo los efectos que predijo. Tal y como había vislumbrado, el conocimiento se comenzó a volcar sobre el papel, de manera que ya no hacía falta recordarlo todo. No obstante, no todo fue negativo, como presupuso el sabio, puesto que la escritura y la lectura, lejos de acabar con la cultura, contribuyeron a propagar la información, a estimular nuevas ideas y a expandir el conocimiento humano, si no la sabiduría.

Argumentos similares a los que Sócrates esgrimía al respecto de la escritura se repiten desde hace unos años en nuestra sociedad, aunque ahora en el ojo del huracán se encuentra Internet. En los últimos años, prominentes biólogos, pensadores, psicólogos, psiquiatras, filósofos, educadores, escritores y tecnólogos han reflexionado en torno a la cuestión de cómo la Red y las nuevas tecnologías están modulando nuestro cerebro y nuestra forma de pensar.

Para muchos, la World Wide Web representa una revolución cultural sin precedentes, que permite que en una sola tarde sea posible acceder a más información de la que estaba almacenada en la célebre biblioteca de Alejandría o que a un solo clic tengamos a nuestra disposición más de un millón de terabytes, la mayoría de ellos de acceso gratuito. Estos tecnooptimistas, entre los que se encuentran expertos como Clive Thompson, consideran que la Red es algo positivo, sumamente beneficioso y enriquecedor para el ser humano, que, además, agiliza la mente y entrena a las neuronas.

Sin embargo, para otros, navegar de forma intensiva erosiona nuestra capacidad de concentración, de memoria y de pensamiento profundo y creativo. Alegan que acceder a contenidos en línea requiere un foco de atención cambiante y corto que puede ir en detrimento de la atención sostenida, esencial, por ejemplo, para el estudio. Aseguran que Internet está provocando cambios en nuestro cerebro, indelebles, y no precisamente para bien: aseguran que, en definitiva, nos está haciendo más tontos.

«¿Nos hace Google más estúpidos?». Artículo de la revista The Atlantic.

«¿Nos hace Google más estúpidos?». Artículo de la revista The Atlantic.

El efecto Google

Nicholas Carr, un tecnólogo americano y antiguo director de la Harvard Business Review, fue seguramente quien abrió definitivamente la caja de los truenos cuando, en 2008, publicó un artículo, polémico y provocativo, en la revista The Atlantic, que tituló: «¿Nos hace Google más estúpidos?», al que después siguió un libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus Pensamiento, 2011). En ambos, Carr escribía: «En los últimos años tengo un sentimiento incómodo de que algo o alguien ha jugado con mi cerebro, ha remapeado mis circuitos neuronales y reprogramado mi memoria […] No pienso como solía hacerlo y soy consciente de ello sobre todo cuando leo […] Ahora mi concentración se empieza a ir a la deriva al cabo de dos o tres páginas; me pongo nervioso, pierdo el hilo, empiezo a buscar algo más que hacer. […] La lectura en profundidad que solía venir de manera natural se ha convertido en una lucha».

Y Carr apuntaba a Internet como la causa principal de esa falta de concentración. Alegaba que, en definitiva, la Red nos está enseñando a no pensar y que nuestra dependencia creciente de la tecnología estaba cambiando nuestra estructura cerebral. «Internet es un obstáculo para cristalizar ideas nuevas o profundizar en las antiguas. Nos incita a buscar lo breve y lo rápido, y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. En cambio, cuando enciendes el ordenador, te llegan mensajes por todas partes; es una máquina de interrupciones constante», considera.

Algo similar opina Howard Rheingold, ensayista norteamericano experto en las implicaciones culturales, sociales y políticas de los nuevos medios de comunicación, quien cree que Internet potencia la credulidad, la distracción y la superficialidad, con el resultado de que nuestras mentes están en una lucha continua por ser disciplinadas. La ubicuidad de la información, opina Rheingold, hace que sea menos probable que busquemos nuevas líneas de pensamiento antes de conectarnos a la web, lo que redunda en un pensamiento menos sustancial que satisface las necesidades inmediatas en detrimento de una comprensión más profunda.

Diversos estudios surgidos en los últimos cinco años validan las aserciones de Carr y apuntan a que Internet está dañando la consolidación de memoria a largo plazo. Por ejemplo, se ha visto que cuando una persona sabe que puede recuperar fácilmente una información no se molesta en recordarla, como han demostrado una serie de trabajos publicados en la revista Science y realizados por las universidades estadounidenses de Harvard, Columbia y Wisconsin-Madison, en los que se medía la capacidad de recordar de un grupo de voluntarios; vieron que estos retenían menos información si sabían que podrían acceder a ella más tarde.

Porque, ¿para qué recordar fechas, nombres, episodios de la historia cuando sabemos que podemos consultárselo a Google? Internet se ha convertido en lo que muchos expertos han calificado como una especie de ampliación de nuestra memoria y la han bautizado como «efecto Google». Aunque, de hecho, no es un fenómeno propio de la era digital. Ya en 1985, Daniel Wegner, un psicólogo americano, demostró que tendemos a despreocuparnos de aprender conocimientos que sabemos que posee otro miembro del grupo y propuso el concepto de «memoria transactiva».

El problema, señalan los críticos con Internet, es que nuestros cerebros precisan de la información almacenada en la memoria a largo plazo para elaborar pensamiento crítico. Necesitamos los recuerdos únicos para entender e interactuar con el mundo que nos rodea, por lo que si confiamos a Google el almacenaje de nuestro conocimiento, señalan, puede que estemos perdiendo una parte importante de nuestra identidad.

Clifford Nass, recientemente fallecido, ha sido otro de los gurús beligerantes contra la dispersión digital que en su opinión conlleva Internet y las nuevas tecnologías de la información. Este sociólogo de la Universidad de Stanford fue de los primeros en establecer una relación entre la deficiencia de atención y la multitarea. Para Nass, estar continuamente expuestos a pantallas y cada vez realizar más tareas a la vez de todo tipo, algo que estimula el navegar por Internet, no ayuda a la concentración ni tampoco a la capacidad de análisis. Es más, merma nuestra empatía.

Y al parecer, además, es capaz de provocar cambios profundos similares a los que se encuentran en los cerebros de los adictos a las drogas. En una investigación liderada por Hao Lei, de la Academia de Ciencias China, y publicada en PlosOne, escanearon el cerebro de 35 jóvenes adictos a Internet y hallaron alteraciones en el cableado neuronal, así como una disminución del volumen de sustancia gris y alteraciones en las conexiones de fibras nerviosas que unían áreas del cerebro implicadas en la toma de decisiones, el autocontrol y las emociones. Gunter Schumann, catedrático en psiquiatría biológica del King’s College de Londres, dio con resultados similares en adictos a los videojuegos. En ambos casos, esos cambios son similares a los que se han visto en adictos a drogas como la heroína, cocaína o marihuana.

Análisis visual de los mapas de anisotropía fraccional. Artículo: Abnormal White Matter Integrity in Adolescents with Internet Addiction Disorder.

Análisis visual de los mapas de anisotropía fraccional. Artículo: Abnormal White Matter Integrity in Adolescents with Internet Addiction Disorder.

Aprendemos más y más rápido

No todos los neurocientíficos están de acuerdo con Carr y los expertos que alegan que Internet nos está haciendo más tontos. «¿La generación más estúpida? –se pregunta Clive Thompson, periodista especializado en ciencia y tecnología, y autor del libro Smarter Than You Think. How Technology is Changing Our Mind (Más inteligente de lo que crees. Cómo la tecnología está cambiando nuestra mente) –. Para nada, todo lo contrario, Internet está haciendo que seamos más listos, porque nos está ayudando a aprender más y más rápido».

De hecho, cuando la institución Pew Research Center, dentro del proyecto Pew Internet & American Life Project, preguntó a su panel de 370 expertos en la red acerca de esta cuestión, ocho de cada diez respondieron que Internet, efectivamente, estaba aumentando la inteligencia humana.

Para Thompson, estamos en un período de transición: estamos pasando de ser pensadores privados a pensadores públicos, en el sentido de que ahora compartimos nuestros razonamientos con otros en la red. Y eso tiene efectos positivos y profundos tanto en nosotros como individuos, en la forma en que se gestan las ideas y los pensamientos, como en la forma en que generamos ideas socialmente. «Ahora la dimensión social es sumamente importante», considera este experto, para quien nuestra sociedad está de lleno aprendiendo a adaptarse a Internet. «El debate y la lucha en marcha entre detractores y entusiastas son los mismos que se han producido con todas las revoluciones tecnológicas, como la imprenta o el nacimiento de los medios de comunicación», afirma.

Internet no está cambiando nuestra forma de pensar, rebate el neurocientífico Joshua Greene, de Harvard, a los críticos con esta tecnología; nos proporciona un acceso sin precedentes a la información, pero no ha cambiado lo que nuestros cerebros hacen con ella, algo que también defiende el psicólogo cognitivo Steven Pinker, también de Harvard, para quien «los medios electrónicos no van a renovar los mecanismos del cerebro para procesar la información».

Además, apuntan, es casi axiomático alegar que Internet cambia nuestro cerebro y sus procesos porque, de hecho, todo lo que hacemos provoca cambios en el cerebro. Cualquier pensamiento que tengamos, cualquier experiencia influye en el constante proceso de cableado y recableado de nuestras redes neuronales. Sin ir más lejos, leer este artículo está dejándole huellas, a usted lector, en su cerebro, así como ir a correr, charlar con un amigo o consultar una página web. Esto es debido a una cualidad única de nuestro cerebro, la plasticidad cerebral, gracias a la que durante toda la vida nuestras neuronas tienen la capacidad de ir adaptándose a un entorno cambiante.

Y dado que la mayoría del uso de Internet que hacemos es para buscar información y para comunicarnos, los expertos como Thompson creen que la red debería entonces afectar al cerebro para que fuéramos mejores en esas cosas. Probablemente, afirman, eso ya esté pasando y seamos mejores que generaciones anteriores no digitales a la hora de tratar con información abstracta.

Navegar por Internet estimula nuestro cerebro. Neurocientíficos de la Universidad de California han descubierto que, de hecho, ejercita la mente mucho más que leer. Y Gary Small, director del Centro para la memoria y el envejecimiento del Instituto Semel de neurociencia y comportamiento humano vinculado a la Universidad de California, hizo un experimento en el que escaneó la actividad neuronal en gente de entre 55 y 76 años, la mitad de los cuales eran usuarios habituales de Internet y la otra mitad, analfabetos digitales. Vieron que aquellos que ya usaban antes Internet tenían el doble de actividad que quienes no lo hacían. «Una tarea sencilla como buscar una información en la web parece que mejora los circuitos cerebrales en adultos, lo que podría abrir nuevas vías de estimulación cognitiva en personas mayores, para ayudarlas a mantener cerebros sanos», considera Small.

Para Howard Gardner, psicólogo cognitivo creador del concepto de inteligencias múltiples, seguramente Internet sea un enorme espacio de almacenamiento de información y estamos inmersos en el proceso de externalizar el depósito de conocimiento como hicimos ya con la capacidad de cálculos aritméticos y la calculadora. Puede que perdamos algunas habilidades en este proceso, como la de concentrarnos durante un tiempo prolongado y ser capaces de recordar grandes cantidades de información a largo plazo, pero, muy posiblemente, Internet también nos está dotando de nuevas capacidades.

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  • Amilcar Vargas | 29 noviembre 2013

  • Ricard Lorenzo | 29 noviembre 2013

  • Carlos A. Scolari | 30 noviembre 2013

  • Alba Hernandez | 29 enero 2014

  • [email protected] | 08 junio 2015

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