Topologías de la contaminación. ¿Puede medirse una extinción?

Una parábola sobre la extinción y la contaminación, y sobre su posible medición.

Identificación de insectos, 1938

Identificación de insectos, 1938 | Arthur Rothstein, Library of Congress | Dominio público

En Especies inanimadas, Joana Moll propone expresar la extinción y la contaminación[1] literalmente en términos de analogía: la invasión de los microchips se compara con la extinción de los insectos. La comparación entre estos dos grupos de seres visualmente similares[2] es una medida de la artificialidad de la contaminación, así como de las inconsistencias inherentes a los métodos de medición. El intento de taxonomizar microchips siguiendo las reglas de la taxonomización de la vida, que es ya un método artificial aplicado a la naturaleza, sugiere una posible forma de forjar un acuerdo sobre medidas y valores compartidos.

A propósito de la contaminación: carbono, colonialismo y apropiación

Las emisiones acumuladas de combustibles fósiles constituyen una causa principal de la contaminación antrópica: aumentan la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera[3] y contribuyen al calentamiento global del planeta. Para compensar esta contaminación cuantificable, se han sugerido numerosas maneras de equiparar los niveles de estas emisiones con alguna forma de inversión monetaria. El estudio Global Carbon Budget [presupuesto anual de carbono del planeta] es una modalidad destacada de mediar entre las emisiones y la inversión, entre el conocimiento científico y la elaboración de políticas.[4] La globalidad que plantea el presupuesto de carbono dibuja un mundo unido y mide las emisiones como una simple acumulación. Sin embargo, el presupuesto global no es directamente equiparable al aumento global de la temperatura. Una traslación directa entre ambos supone una simplificación excesiva de la dinámica del clima: el aumento de la temperatura difiere en función de la distribución de las emisiones de carbono a lo largo del tiempo. Pese a ello, hoy en día los científicos coinciden en que la elaboración de un presupuesto puede ser la medida más robusta y científicamente acotada de las emisiones permitidas dentro de un límite específico de aumento de la temperatura.

Poner el foco en las emisiones permitidas enmarca la contaminación como un fenómeno cuantificable y abordable, puesto que presupone un acceso y un derecho sin trabas a la tierra y a los recursos, cuya capacidad asimiladora puede medirse. Max Liboiron demostró en Pollution is Colonialism[5] que la propia comprensión de la contaminación como «asimilable» conlleva una relación extractiva con la tierra, que supuestamente sirve de sumidero donde verter los elementos desechables. La contaminación aparece cuando el sumidero deja de ser capaz de limpiarse a sí mismo. En otras palabras, la contaminación solo es problemática y solo es realmente contaminación cuando satura un cierto umbral de medición. Para Liboiron, este es uno de los muchos ejemplos de una relación colonial con la tierra. La contaminación, afirma, no es un síntoma del capitalismo sino una reconstrucción violenta de las relaciones coloniales que reclama el acceso a las tierras indígenas. En resumidas cuentas, la contaminación es colonialismo.

Cualquier acto de contaminación es al mismo tiempo uno de apropiación. Michel Serres hablaba de esta co-incidencia en su libro sobre las formas en que la contaminación expresa poder y hegemonía.[6] El mundo es nuestro anfitrión y nos lo apropiamos cuando llenamos el aire con emisiones de combustible fósil, cuando liberamos sustancias tóxicas en el agua o cuando saturamos los mercados con productos que no necesitamos; convertimos el mundo en objetos que pueden poseerse, en propiedad. En lugar de situarnos a nosotros mismos en el centro, Serres sugiere que reservemos el centro para las cosas y que nos consideremos a nosotros mismos dentro de ellas, como parásitos.[7] A pesar de la importancia de recordar que el «nosotros» en el contexto de la contaminación tiende a oscurecer las diferencias en la responsabilidad y el acceso a los recursos, la propuesta de Serres podría entenderse como una llamada a la suspensión del juicio sobre el derecho. Ser un parásito es vivir a costa de los nutrientes y de la energía del anfitrión. Casualmente, el término parásito se basa en el concepto de parasitos procedente del griego antiguo, que denota a una persona que come en la mesa de otra, que se alimenta junto a los ricos y se gana su aprecio por medio de la adulación.[8] Ser un parásito y contaminar no es lo mismo, pero ambos evidencian una apropiación y una subversión de los recursos; comerse el mundo uno al lado del otro.

Especies inanimadas, una instalación de Joana Moll

Especies inanimadas, una instalación de Joana Moll

Terrenos metabólicos: esto comerá eso

En Especies inanimadas, Joana Moll traza de manera sistemática dos tendencias que aparentemente no guardan ninguna relación entre sí: el aumento en el número y en la proliferación de microchips y la pérdida de volumen y del número de especies de insectos conocidas. Si nos fijamos por un lado en el Intel® 4004, el primer procesador comercial programable de uso general, y por otro en los índices actuales de extinción de los insectos, el proyecto artístico de Moll problematiza el rastreo de la pérdida de biodiversidad. La creación del microprocesador Intel en 1971 podría fecharse de manera alternativa en el «año 1» según el tiempo de Unix.[9] Se da la coincidencia de que su lanzamiento comercial permitió el almacenamiento y la manipulación de grandes cantidades de datos a gran escala. También coincidió con la introducción de una documentación sistemática de la pérdida de biodiversidad. Aunque la pérdida del número de especies es difícil de precisar y habitualmente se mide por medio de la comparación del volumen de la masa de insectos, la proliferación de microchips puede medirse con precisión mediante el número de transistores, que actualmente se expresa en decenas de sextillones (1036).

El proyecto de Joana Moll parece proponer una relación metabólica entre los microchips y los insectos, constituida mediante la contaminación, el parasitismo y la destrucción de hábitats. Cuando los microprocesadores funcionan, consumen energía. La fabricación de microprocesadores agujerea en suelo allí donde se extraen minerales con elementos de tierras raras (REE por sus siglas en inglés); la compleja maraña de combustibles, sustancias químicas, agua y mano de obra dejan una importante huella medioambiental. Aunque ciertos tipos de insectos, como, por ejemplo, el escarabajo pelotero, metabolizan el suelo ocupándose de los excrementos de otros animales para facilitar su absorción en la tierra, compararlos con la proliferación de los microchips sugiere que una especie inanimada está a punto de comerse la vida. Es importante destacar que Especies inanimadas no se embarca en argumentos polémicos sobre relaciones causales. La comparación entre el aumento de la masa antrópica y la reducción de la biomasa de los insectos trae a colación la cuestión de qué puede considerarse «vida».

La medición de la contaminación: topología y taxonomía

El principio rector para situar en el mismo plano la pérdida de biodiversidad y la contaminación antrópica es visual: los microprocesadores parecen bichos. La medición de la masa antrópica podría expresarse en términos de equiparación de la proporcionalidad, como una sistematicidad simbólica. Vera Bühlmann analizó este enfoque comparativo de la simbolización en su entrada sobre «Equiparación» para el Posthuman Glossary. La equiparación va más allá de equiparar cantidades como la magnitud y la multitud (por ejemplo, «¿cuántas» especies perdidas?) hacia una sistematicidad simbólica que establece un método comparativo. De manera similar, la no causalidad en el tratamiento que realiza Especies inanimadas de los microprocesadores y los insectos implica la articulación de una comparación proporcional de magnitudes no relacionadas. Joana Moll codifica las relaciones y sus cualidades a través de esta equiparación.

La medición de la extinción también puede considerarse desde un punto de vista topológico: las transformaciones continuas preservan ciertas propiedades contra las deformaciones al tiempo que propagan el cambio a través del espacio topológico. En Contagious Architecture, Luciana Parisi extendía su observación de la indeterminación en los procesos algorítmicos a las relaciones mereotopológicas.[10] La mereotopología es una técnica que estudia las relaciones entre las partes, entre las partes con el todo y los límites entre las partes. ¿Cómo contabilizar las partes que son mayores que el todo? El espacio (mereo)topológico de la contaminación no responde a nuestros intentos de medición discreta. La extraña taxonomía que surge de la obra de Joana Moll se fundamenta en el interés en las relaciones que pueden ser articuladas en términos de ubicaciones, o topoi, organizando una similitud visual entre los microchips y los insectos, así como entre los propios microchips.

Especies inanimadas, una instalación de Joana Moll

Especies inanimadas, una instalación de Joana Moll

La inevitable importancia de comer

Equiparar la medición discreta de la contaminación a un presupuesto y la observación de los umbrales de contaminación son métodos inadecuados para abordar la relación indirecta pero perceptible entre el aumento de la masa antrópica y el descenso de la biodiversidad. La comparación se articula en similitudes visuales que escapan a la relación de equivalencia directa en favor de la proporcionalidad y la sistematicidad. Dicha medición puede ser un modo de consensuar su posición y sus valores. Especies inanimadas propone un enfoque experimental para establecer formas de medir la contaminación y hacerla visible.

Retomando la idea del parásito, ¿qué vías podríamos plantear para medir la información, o las infraestructuras de la información, que formen parte de la masa antrópica? El concepto de comer unos junto a otros puede implicar fácilmente comer de los demás. La práctica de construir una taxonomía de microchips debería servir como un valioso gesto de reconocimiento de su incrustación en el mundo de los seres vivos. Articula la polaridad entre el aumento en el volumen de microchips y el declive de la biodiversidad. La contaminación es desorganizada, y bien podría beneficiarse de una taxonomía para reconocer las formas en que se come la vida.


[1] Este texto es una parábola sobre la extinción y la contaminación, y sobre su posible medición. Al hablar de parábola [en inglés: parable], un método narrativo para expresar metafóricamente una cosa a través de otra, nos aprovechamos aquí de su similitud con la forma geométrica, parábola [en inglés: parabola], que focaliza la reverberación, como hace el espejo parabólico en el caso de las antenas de satélite. Los debates sobre la extinción y la contaminación son a menudo moralizantes, y esta parábola puede llevar a plantearnos de qué manera esta energía podría centrarse con mayor eficacia en las causas en lugar de en los efectos de la contaminación. 

[2] Sugerir una similitud visual va más allá de la superficialidad de la apariencia y se pronuncia a favor de la importancia y la persistencia de la visión tal y como aparece recogida en Donna Haraway, «Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective», Feminist Studies 14, nº 3 (1988): 575.

[3] La medición sistemática de la industria humana en el aumento del contenido de dióxido de carbono en la atmósfera empezó como una forma de resolver una discusión científica entre un pequeño grupo de oceanógrafos y geoquímicos británicos y estadounidenses en los años 50. Véase Guy S. Callendar, «The Artificial Production of Carbon Dioxide and Its Influence on Temperature», Quarterly Journal of the Royal Meteorological Society 64, nº 275 (abril de 1938): 223–40. La medición continua más larga se efectúa desde 1957 en la cima del volcán extinto Mauna Loa en Hawái y se mantiene hasta nuestros días. Muestra una curva en constante ascensión que refuta la creencia inicial de que los océanos podrían absorber todas las emisiones de CO2 provocadas por el hombre.

[4] Bård Lahn, «A History of the Global Carbon Budget», WIREs Climate Change 11, nº 3 (mayo de 2020).

[5] Max Liboiron, Pollution Is Colonialism (Durham: Duke University Press, 2021).

[6] Michel Serres, Le mal propre: polluer pour s’approprier ?, Nouvelle éd., Poche Le Pommier (Paris: Éd. Le Pommier, 2012). En francés, la palabra «propre» hace referencia a la propiedad, a ser uno mismo, así como a la cualidad de estar limpio.

[7] El debate más relevante sobre el concepto de parásito se encuentra en el libro de Serres del mismo título, pese a que es una figura que aparece continuamente en su pensamiento y en su obra. Véase Michel Serres, Le parasite (París: B. Grasset, 1980).

[8] Entrada de parásito (sustantivo) en el Online Etymology Dictionary.

[9] El tiempo Unix es una fecha arbitraria que fue programada en el sistema operativo Unix por los ingenieros de Bell Labs. Por razones de conveniencia, se eligió el 1 de enero de 1970.

[10] Luciana Parisi, Contagious Architecture: Computation, Aesthetics, and Space, Technologies of Lived Abstraction (Cambridge, Massachusetts l London, England: The MIT Press, 2013). La mereotopología en Parisi está basada en el trabajo del matemático Alfred North Whitehead y se amplía sobre la noción de topología tal y como la analizan Deleuze y Guattari.

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