Samanta Schweblin: «Las autoras latinoamericanas de mi generación sentimos la alegría de haber llegado a una fiesta en su mejor momento»

Hablamos con la escritora argentina sobre su obra, a medio camino entre el realismo y la ciencia ficción.

Traducida a más de 25 idiomas y reconocida por el magnetismo de sus relatos fantásticos, la escritora argentina Samanta Schweblin explica cómo creó dos de sus obras más destacadas: Kentukis y Distancia de rescate. Habla de escribir en tiempos de pandemia y de su pasión por el cuento como dispositivo para condensar el terror. Reivindica a las autoras latinoamericanas de su generación y los talleres de escritura como espacios ideales para aprender el oficio de escribir.

No pasa todos los días que una escritora se encuentre inmersa en un cuento de una de sus autoras favoritas. A Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) le sucedió: de pronto se vio un día convertida en un personaje de Shirley Jackson.

A la autora, que vive desde hace nueve años en Berlín, el estallido de la pandemia la agarró «en el sur del sur de Argentina», donde vive su familia, en un pueblo de 2.000 habitantes. «Yo fui una semana a visitar a mi mamá y no volví nunca más. El Gobierno prohibió moverse entre provincias y quedé atrapada allí durante cuatro meses. Alquilé un chalecito de madera, donde no había nada, una especie de cabañita hecha pedazos, para poder ir a escribir. Recuerdo una tarde de lluvia, ya casi oscurecía. Era por la tarde, iba vestida con la ropa de mi mamá, con unas botas de plástico, los pelos locos, el mate con el termo en la mano… Me vi en el espejo y pensé: ¿quién es esta mujer?».

Como a tantos otros escritores, se le atascó lo que tenía entre manos, y la solución para salir del colapso fue empezar a escribir a cuatro manos un guion con la directora Claudia Llosa, que vive en Barcelona, a través de Zoom. Ambas se conectaban desde distintos husos horarios y, juntas, salían de la fijación pandémica. Su flechazo profesional ocurrió en realidad unos años atrás, cuando quedaron para hablar de la posibilidad de que Llosa adaptase Distancia de rescate (Literatura Random House, 2015), la novela de Schweblin que es un acongojante retrato sobre la maternidad y los miedos.

«Yo no suelo tener problemas en soltar mis textos –explica la autora–. Tengo ya varias adaptaciones y siento que los textos ya no me pertenecen cuando los termino. Pero con Distancia sentía que había algo muy personal y delicado. Era importante que la lectura a nivel emocional fuera muy cercana al lector. Había dicho que no a muchas adaptaciones, hasta que apareció Claudia. Me senté a tomar un café con ella y a los diez minutos pensé: ya está, te lo doy todo, todo lo que quieras». Entre las dos confeccionaron el guion de un filme que protagonizaron Dolores Fonzi y María Valverde y se estrenó en Netflix el pasado septiembre.

CC BY-NC-SA CCCB, Pau Fabregat, 2022

Distancia de rescate fue también el relato que apartó a Schweblin de su primer amor, el cuento, y la llevó hasta la novela. Pero la argentina, que ha publicado volúmenes de relatos como Pájaros en la boca (Literatura Random House, 2008) o Siete casas vacías (Páginas de Espuma, 2009) se sigue considerando una cuentista de corazón. «Yo no pensé: ahora voy a ser una escritora adulta, voy a hacer cosas serias, voy a hacer una novela. Lo que pasó fue que el texto me sobrepasó. Me senté a escribir un cuento de 20 páginas y en algún momento me di cuenta de que estaba en la página cien», explica. Cuando alguien le recomienda un autor nuevo, lo primero que hace es acudir a sus cuentos. «Siento que es la manera más rápida y efectiva de conocerlo. No diría que el cuento es mejor que la novela, pero cuando un cuento muy potente logra darme la vuelta, cuando gira algo en mi pensamiento, eso me alucina. Me encanta la economía, la efectividad del dispositivo. Y a veces me extraña que, con lo obsesivos que somos con el tiempo, ese siga siendo un género que leemos menos».

Tras Distancia, que fue finalista del Man Booker Internacional Prize, llegó Kentukis, una novela que también podría concebirse como una colección de relatos. Es un consuelo para el padre de Samanta Schweblin que el libro se haya traducido a más de 20 idiomas, haya terminado de instalar cómodamente a su hija en la primera línea de la ficción global y se vaya a convertir en breve en una miniserie, sobre la que aún no se puede adelantar mucho. Porque la primera vez que padre e hija hablaron de lo que fue la idea-germen de Kentukis, el hombre se llevó una decepción.

«Cuando apareció la idea fue tan insólita –explica Schweblin– que no la asocié con una idea literaria. Quedé con mi padre para comer, le conté la idea y me dijo: “Esto hay que registrarlo de inmediato. Si no, los chinos harán una fortuna y nosotros nos vamos a quedar sin un centavo”. Le dije que no tenía tiempo ni ganas para registrar algo, que es un proceso muy complejo, y mi papá, muy decepcionado, contestó: “Dale, escribí una novela”».

La idea insólita, inspirada por la moda de los drones caseros que se vivía entonces en Buenos Aires, es que podría existir un muñeco de peluche con un móvil dentro gestionado por un ser humano y que cualquiera podría comprarse un kentuki o ser un kentuki. Aunque la relación entre un humano y su kentuki podría parecerse a la de alguien con su mascota, en realidad el dueño es consciente de que ahí dentro, en algún lugar, hay un ser humano, lo que genera un surtido de preguntas tan inquietantes como tentadoras en la mente de una novelista.

Samanta Schweblin | Anatomía de la inquietud

Quien califique Kentukis –y hay quien lo ha hecho– de sci fi o distopía futurista, se equivoca. Al fin y al cabo, la tecnología que haría posible unas criaturas así lleva mucho tiempo disponible. Y el marco mental es el mismo en el que nos movemos todos. «Hacía tiempo que me venía preguntando por esto –admite la autora–. Vivimos en un mundo hipertecnologizado. A mí no me sorprende mandarle un mensajito de audio a mi mamá, que lo va a recibir inmediatamente a 11.000 kilómetros de distancia, pero en el momento en que esa misma tecnología aparece en un libro, entre dos tapas, entonces es high tech, es futurismo. Ahí hay un ruido que me parece interesantísimo».

Construir una novela –o una serie de cuentos, según se mire– tan coral y transnacional, con personajes diseminados por todo el mundo y de distintas nacionalidades, solucionó de paso otro problema que se estaba encontrando Schweblin: ¿qué pasa con tu lengua cuando vives muy lejos del lugar en el que aprendiste a hablar? La argentina habita lo que ella califica de «burbuja latinoamericana» en la capital alemana, una comunidad de hablantes mexicanos, chilenos, guatemaltecos y colombianos que suavizan sus localismos para hacerse entender y a la vez se prestan y se roban todo el tiempo los mejores hallazgos de cada variedad dialectal. «Una vez tenés el “joder”, ya no podés volver al “pucha”. Son cosas distintas».

Hay otra burbuja, más informal, a la que también siente que pertenece Schweblin: la de las escritoras latinoamericanas de su generación, gente como Mariana Enríquez, Selva Almada, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli y Brenda Navarro. ¿Hay grupo? “Hay grupo. No todas somos amigas, no todas nos conocemos. Pero todas nos leemos. Hay mucha admiración mutua y hay la alegría de estar en una fiesta en el mejor momento. Hace diez o quince años, la literatura escrita por mujeres no tenía este nivel de visibilidad. Y también creo que todas estamos de acuerdo en que nos molesta la etiqueta de “el nuevo boom latinoamericano”. Lo del boom está de más. ¿Cómo va a ser un movimiento marketinero o una moda lo que escribe la otra mitad de la población?». Así que no hay boom, pero sí fiesta.

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Samanta Schweblin: «Las autoras latinoamericanas de mi generación sentimos la alegría de haber llegado a una fiesta en su mejor momento»