La filósofa Rosi Braidotti habla de la ética posthumana, de los efectos devastadores del capitalismo neoliberal y de su propuesta de resistencia afirmativa. Braidotti pasó por la Bienal de Pensamiento Ciudad Abierta para exponer su nueva perspectiva postantropocéntrica, pero no pudo evitar hacer referencia a la inquietud que siente por el auge de la extrema derecha y el nacionalismo en Europa. La preocupación de fondo es la misma: la vida en común y la relación con los otros.
¿Qué significa ser humano hoy?
Ser humano hoy es un concepto en discusión. De hecho, no estoy segura de que haya consenso a la hora de definir qué significa ser humano. La Ilustración nos dejó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero las mujeres no tenían derechos humanos, ni los judíos, ni los negros, ni los niños. El concepto «humano» siempre ha tenido una carga de relaciones con el poder, de exclusión y de inclusión. Nunca ha sido un concepto neutro ni inclusivo. Hoy, más que nunca, la noción de ser humano está en evolución. El ser humano debe definirse a sí mismo en un contexto de cuarta revolución industrial, con la explosión de la ciencia y la tecnología…
Es decir, que sin haber llegado a definir lo humano, ¿ya estamos en la fase posthumana?
Sí. Yo no creo que lo posthumano sea algo que llegará en el futuro. No es ciencia ficción. No es Blade Runner, Mad Max o una de esas películas que postulan un nuevo ser humano después del apocalipsis. Y tampoco no soy una transhumanista de Silicon Valley que cree que seremos capaces de cargar la consciencia en un ordenador y convertirnos en superhumanos. Yo creo que el posthumanismo es más bien un índice para describir en qué momento nos encontramos ahora.
«Nuestros valores, nuestras representaciones y nuestras formas de comprender todavía están atadas a concepciones antiguas del ser humano.»
¿Y en qué momento nos encontramos?
Estamos repensando los parámetros de nuestra humanidad. Estamos en un momento de crítica del antropocentrismo, de la idea de una especie central que controla a todas las otras. «Posthumano» no es un gran concepto. A mí personalmente no me gusta, pero por el momento no tenemos otro mejor para designar las investigaciones y los experimentos que se están llevando a cabo en universidades y centros culturales, que se centran en nuevas formas de pensar en qué nos estamos convirtiendo. Hemos desarrollado nuevas posibilidades fascinantes, como por ejemplo la manipulación genética, pero nuestros valores, nuestras representaciones y nuestras formas de comprender todavía están atadas a concepciones antiguas del ser humano. Tenemos que ser valientes y discutir conjuntamente, de forma democrática y crítica, en qué queremos convertirnos. Qué somos capaces de devenir.
Insiste mucho en este concepto: «devenir».
La idea de devenir es esencial. Necesitamos abrir el sentido del concepto «identidad» hacia las relaciones con una multiplicidad, con los otros. Por oposición a la idea de identidad como algo completamente cerrado, ya formado y estático. Somos sujetos en construcción, siempre estamos convirtiéndonos en algo.
«Por el momento las decisiones sobre lo que seremos las toman las grandes corporaciones o los políticos.»
¿Y podemos decidir qué queremos devenir?
Debemos hacerlo, con discusiones y debates democráticos, en común. Afrontando juntos los nuevos retos. Pongamos el ejemplo de la irrupción de los robots. Sabemos que en los próximos veinte años las máquinas destruirán millones de puestos de trabajo. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Odiar a los robots que hemos creado nosotros mismos? ¿O aprovechar que son útiles y usarlos para hacernos la vida más fácil? También se puede decidir cobrar un impuesto a los robots, como si fueran trabajadores. Debemos tener estas discusiones. Pero por el momento las decisiones sobre lo que seremos las toman las grandes corporaciones o los políticos. Los ciudadanos normales o bien están asustados o bien están excluidos.
¿Y se han resignado a ello?
Creo que no estamos haciendo lo suficiente para reflexionar conjuntamente sobre lo que nos está ocurriendo. Pero no es culpa de nadie, el problema es muy complejo. Además, ahora atravesamos una era política muy complicada. Las grandes transformaciones sociales han provocado mucha infelicidad y descontento y estamos en una era de populismo, ira y violencia política. Y en este contexto la teoría no está muy bien considerada. Los teóricos son vistos como especuladores y su tarea se considera inútil, y mientras dejamos que las noticias falsas y los hechos alternativos se extiendan. La reputación de los académicos es muy baja en épocas populistas. Necesitamos poner fin a estos ataques a las universidades, a los académicos y a los expertos. Tenemos que desarrollar una cultura del respeto por el conocimiento. Y parece evidente que la clase política está haciendo todo lo contrario, que pone palos en las ruedas a las discusiones públicas y que miente abiertamente sobre los hechos y los datos. Explota el descontento comprensible que ha provocado la cuarta revolución industrial. Explota sus efectos negativos para alimentar este populismo, y esconde el lado positivo de la historia. Los aspectos negativos son importantes, pero también debemos fijarnos en la parte positiva de esta gran revolución tecnológica.
¿Cómo lo logramos?
Lo primero que necesitamos es hacer un esfuerzo para entender que nos está ocurriendo. ¿Cómo funciona el capital? Y a partir de aquí debemos plantear la discusión sobre como podemos redistribuir mejor el mundo, rompiendo el monopolio de grandes compañías como Amazon o Apple. Debemos analizar en detalle como se están reorganizando los conceptos de poder y conocimiento y, a partir de aquí, plantear una alternativa, una resistencia basada en la solidaridad.
Pero en teoría ya hace años que sabemos cómo funciona el capital…
El problema es que hablamos de capitalismo, pero ya no es el capitalismo de Karl Marx. Es un capitalismo distinto. El capitalismo de hoy no necesita producir nada para ganar dinero, puede sacar provecho de la nada: por ejemplo, inventando una nueva mercadería como el crédito. El capitalismo contemporáneo gana dinero a partir del conocimiento. La ciencia, la neurociencia, las tecnologías de la información, los códigos biogenéticos, los algoritmos: todo esto es el capital. Y hoy en día esto resulta difícil de entender, incluso para la izquierda. Aún se proponen esquemas para reformar la economía que no describen el sistema económico actual. Es imprescindible comprender cómo el poder y el capital utilizan hoy en día el conocimiento.
¿Y por qué cuesta tanto de entender?
Porque todos estamos atrapados ahí. Somos parte del problema. Por eso el capitalismo funciona. Y por eso los análisis marxistas que creían que el capitalismo acabaría colapsándose se han demostrado erróneos. Lo que hemos aprendido desde 1968 es que el capitalismo nunca cae. Se transforma, se adapta y adopta cualquier modalidad posible. Y debemos mirarlo en toda su complejidad. Pero estamos atrapados en un modelo de consumo que sigue funcionando sin parar. Por lo tanto, si somos parte del problema, debemos convertirnos en parte de la solución. Tenemos que trabajar conjuntamente para hallar los márgenes de actuación.
«Debemos desintoxicarnos de los malos hábitos de consumo, de pensamiento y de relación con los otros.»
¿Cómo? Parece claro que el capitalismo siempre gana…
Creo que hay formas de desvincularnos y de tomar distancia de estos modelos equivocados de consumo. Tenemos que darnos cuenta de que, contrariamente a la idea marxista-leninista de una revolución global, los cambios que podemos conseguir son colectivos, pero paso a paso, tomando distancia. Fijémonos en cómo el feminismo nos ha enseñado a distanciarnos de la violencia masculina. O en cómo el antirracismo nos ha enseñado a distanciarnos del supremacismo blanco. Se trata de distanciarse. Es como un ejercicio de desintoxicación. Debemos desintoxicarnos de los malos hábitos de consumo, de pensamiento y de relación con los otros.
¿Qué papel puede desempeñar Europa en este contexto?
Propongo crear valores afirmativos y hacerlo juntos. En otras palabras, necesitamos discutir los problemas conjuntamente. La actitud optimista de negar los problemas es inútil, no tiene sentido. Los problemas son reales, pero son solo una parte de la foto. Debemos analizarlos conjuntamente y con calma. Y eso es exactamente lo que la situación política actual no permite: un poco de calma para discutir sobre los distintos retos que tenemos, en lugar de polarizarlo todo. Hoy todo es a favor o en contra, muerte y destrucción o evolución extraordinaria. Es como si no pudiéramos encontrar el término medio, y es muy peligroso no tener un término medio en momentos como el actual. Para mí, afirmar es crear relaciones que permitan tener estas discusiones, en lugar de insultar a los otros y abusar de ellos. No nos dejemos bloquear por el miedo, no nos dejemos bloquear por la nostalgia.
No parece fácil…
Lo que necesitamos es una transformación radical, siguiendo las bases del feminismo, el antirracismo y el antifascismo. Una transformación profunda del tipo de sujeto que somos. Y esto solo puede pasar de forma colectiva, redefiniendo el tipo de mundo que está ocurriendo. Este es el proyecto.
mlibia restrepo betancur | 09 abril 2020
excelente entrevista, magnificos conversadores, siquiera ambos son filosofos, de ahi que los temas sean bien llevados
Mario Montoya | 18 noviembre 2020
Gracias. Excelente entrevista. Una invitación política necesaria y apropuada.
Lía Inés Lorenzo | 02 marzo 2021
Creo que en el análisis se pierde de vista la desigualdad entre países. Mirar una realidad socioeconómica desde Europa no es lo mismo que verla desde Latinoamérica. Habría que analizar los países productores de servicios electrónicos, internet y los que fabrican celulares…son dos realidades distintas ni que hablar de países agrícolas ganaderos, fabriles. No se, me parece que hay una realidad que está más allá de Europa, dónde las luchas de clases siguen vigentes más que nunca.
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