Rimini Protokoll: «No hay grandes diferencias entre nosotros y el público»

Hablamos con el trío de directores de escena que está detrás de Rimini Protokoll, una compañía alemana de vanguardia que hace viajar al teatro más allá de sus límites.




Son directores de escena y son antropólogos, documentalistas, investigadores sociales, comunicadores, politólogos, ingenieros de robótica… Hace 20 veinte años que Helgard Haug, Stefan Kaegi y Daniel Wetzel fundaron Rimini Protokoll en Berlín, y han creado un centenar de espectáculos con los que han conseguido que el teatro rompa las barreras de las salas convencionales. En el CCCB presentaron Win-Win el 2017 y preparan un nuevo proyecto para 2021.

Si hay una compañía de teatro en Europa que esté en buenas condiciones para hacer frente al futuro inmediato, esa es Rimini Protokoll. Por diversas razones. Justo en mitad del confinamiento, con el conjunto de las artes escénicas europeas cerradas a cal y canto, pregunté al director suizo Milo Rau cuál era el problema del teatro en el momento actual, y su respuesta fue clara y directa: la arquitectura, utilizar todavía edificios del siglo XIX. Hace años que Rimini Protokoll sacó el teatro de estos edificios –con obras que son paseadas, radiofónicas, inmersivas, etc.–, pero sin renunciar a ellos.

«Estos edificios se construyeron», afirma Kaegi, «para que la gente estuviese lo más junta posible, con unas líneas de visión ideales y con las potenciales vías de evacuación cerradas. Estos edificios tienen un problema. Son interesantes en sí mismos para el teatro, como también lo son los campos de fútbol o los aeropuertos, que podrían convertirse en espacios de representación». Durante el confinamiento pusieron en marcha, por ejemplo, un tour por el teatro Vidy-Lausanne (Boîte noire), una pieza por videoconferencia con trabajadores de call centers de la India (Call Cutta at Home) y otra (1000 Scores. Pieces for Here, Now & Later) que permite que cada espectador fabrique una obra en casa. Nada en absoluto novedoso en su carrera.

Wetzel asegura que en sus comienzos, en el cambio de milenio, tenían en común «una noción general del teatro: un medio muy antiguo, con edificios que determinan el tipo de teatro que se puede hacer, que excluyen, por ejemplo, la relación entre el público y la escena», algo que no pasaba antes, con los corrales de comedia españoles o las playhouses del teatro isabelino inglés, donde el teatro se representaba al aire libre. Ellos querían abrir nuevas vías, romper los parámetros establecidos, dejar de lado el teatro de la Ilustración, tan ligado a la realeza, y acercarlo a otros modelos, como el parlamentario o el judicial, acontecimientos que también son culturalmente comprensibles. Querían cambiar el sistema operativo, liberarlo, hacerlo de código abierto, como si de un programa informático se tratase, para ofrecer nuevas definiciones al teatro.

Rimini Protokoll ya colaboró con el CCCB en 2017, con la instalación inmersiva «Win Win», presentada en el marco de la exposición «Después del fin del mundo». La obra, en la que el público era protagonista, planteaba reflexiones sobre el impacto de la crisis climática.

Nunca hablan de arte, matiza Wetzel, cuando se refieren a su obra, sino que, a pesar de que a menudo se mueven por sus márgenes, el término teatro ya les va bien. Pero con un adjetivo: postdramático. Sobre todo por lo de post (‘correo’, en inglés), porque les permite introducir «cambios y malentendidos». «Lo postdramático introduce un trato juguetón con nuestro patrimonio cultural», añade risueño. Así, el teatro les gusta simplemente porque, según dicen, tiene que ver con la vida cotidiana y todo el mundo sabe lo que quiere decir. No obstante, siempre han pretendido jugar en espacios que se encuentran en un contexto arquitectónico… «Gran parte de nuestra obra tiene que ver con el uso del tiempo de manera consciente. No se trata de poner un vídeo en un museo donde la gente entra y sale, de elaborar una cosa hermética. Creemos en esculpir algo que es un acto de comunicación», dice Kaegi.

De ahí que el formato de sus obras sea tan diverso. Sobre todo porque lo que lo determina es el tema, de qué quieren hablar. No es de extrañar, pues, que muchas de sus piezas estén protagonizadas por ciudadanos normales y corrientes que no son intérpretes profesionales. Han trabajado con gente de todo tipo, desde inmigrantes africanos hacinados en un camión (Cargo Congo), hasta nietos de la Revolución Cubana (Granma), enfermos de Tourette (Chinchilla Arsehole, eyey), un androide con la personalidad del escritor Thomas Melle (Uncanny Valley), trabajadores de Volkswagen de todo el mundo (Volksrepublik Volkswagen), gente que está a punto de morir (Nachlass-Pièces sans personnes)… En los cinco continentes.

«Gran parte de nuestra obra», recuerda Kaegi, «tiene que ver con la transferencia de la realidad a la escena. Hay diferentes maneras de hacerlo. Podemos intentar preparar la realidad para que sobreviva en el escenario o para que sea todavía más potente con gente que uno nunca vería en un escenario». O pueden llevar al público a un lugar donde la realidad sea muy visible o en el que la relevancia de dicho lugar sea muy importante, como una junta de accionistas. Haug asegura que eligen a las personas que participarán en los espectáculos a partir de su conocimiento o de su experiencia, porque creen que «es interesante mirar a través de sus ojos». Wetzel añade: «Cuando un actor hace un papel, vas del qué al cómo, y a la vez evalúas tu experiencia y la interpretación… » En cambio, si no tienes actores, las personas con las que trabajas «no pretenden ser alguien sino que son alguien».

Para ellos, que rehúyen como de la peste ser encasillados en el «teatro documental», tan de moda hoy en día en Europa, el teatro es un espejo de cómo vivimos. Y lo explotan al máximo, multiplicando las líneas de visión. «Cuando el espejo te dice cómo debería ser el mundo, eso es propaganda», avisa Wetzel. Por eso tratan de situarse siempre en el mismo nivel que el espectador: «No hay grandes diferencias entre nosotros y el público», indica Wetzel. Durante el proceso de investigación encuentran cosas que quieren transmitir y nunca exponen al público a nada que no hayan probado antes. «Hacemos que la obra funcione sola o añadimos parámetros sociales», remarca.

Tal vez la clave de que, veinte años después, Rimini Protokoll continúe siendo una realidad, sea el haber sido capaces, cada uno de ellos, de ampliar los campos de trabajo, de arrastrar diversas mochilas y partir de un mismo punto: el tiempo, «esculpir el tiempo», como dice Kaegi. Y lo han hecho con toda clase de medios, pero siempre con la idea de «organizar el estar junto a la gente». Para la compañía alemana, el público nunca es una entidad anónima: «No está en la sala oscura como podría estarlo en un teatro, donde la luz se apaga para el público y las estrellas brillan sobre el escenario. Nosotros hacemos que se encienda la luz sobre gente que uno no espera, y que no son actores. O puede que la luz caiga sobre ti, espectador, y te conviertes en el protagonista para otra parte del público. Nos encanta dar un papel a todos los que forman parte del experimento», señala Kaegi.

«Quizá el término público esté equivocado» matiza Haug. «Yo les llamaría socios del proyecto. Y nos los tomamos muy en serio como invitados, como colaboradores. No hay espectáculo sin espectadores. A veces tienen que interactuar mucho en el proyecto, a veces los intérpretes no están, sino que hay documentos y tienes que ponerte en la piel de los protagonistas, y a veces todo pasa por la fina línea de cómo miras a alguien». ¿Será algo así lo que preparan en el CCCB? Habrá un poco de todo y se parecerá a un site specific, es decir, una instalación que reproduce la realidad a escala 1:1. «Será como una maqueta», dice Wetzel, que no oculta la pasión que sienten los tres por las reproducciones.

La sorpresa, lo inesperado, es el ADN de Rimini Protokoll. Parte de su atractivo radica en eso, en ser capaces de sorprender al espectador. En primer lugar, situándolo muy cerca de personajes y temas que, a pesar de que forman parte de su vida cotidiana, los ha pasado por alto. Y, en segundo lugar, inventando formatos que no solo han derribado paredes teatrales, sino también personales. Quieren incluso que la gente que colabora con ellos, sus socios, afirma Kaegi, «miren lo que no están acostumbrados a mirar, para que surjan nuevas ideas». «No se trata únicamente de explicar una historia, o de hacer una película mientras están explicando esta historia, sino de que nosotros reorganicemos su vida para que inventen una nueva manera de explicar la historia a partir de este formato particular», añade Kaegi.

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