Renata Ávila: «La Internet de la creación desapareció. Ahora tenemos la de la vigilancia y el control»

Una entrevista con la especialista en derechos humanos, tecnología y libertad de expresión sobre cómo las sociedades de hoy avanzan al ritmo del «colonialismo digital».




Hace tres décadas, Internet prometía ser el lugar democratizador al cual acudir para huir de las desigualdades del mundo analógico. Se nos presentó como el terreno donde encontrar libertades, creación desbordada, comunicación que traspasara fronteras y educación gratuita para todos. «Se nos prometió una Internet abierta… y fue una trampa», dice Renata Ávila, enojada. «Creíamos que estábamos construyendo algo colectivo, pero acabamos siendo esclavos sin sueldo del nuevo mundo digital.» Con motivo de la entrega del III Premio Internacional a la Innovación Cultural del CCCB, aprovechamos para conversar con una de las voces más influyentes y lúcidas del momento en el ámbito de la tecnología y los derechos humanos.

Conexión trampa para los pobres

El Internet Report Health 2019 recuerda que la mitad del mundo ya está conectado a Internet. Esto supone más de 4.000 millones de personas. Pero también podríamos darle la vuelta a la moneda y pensar que –pasadas tres décadas desde la creación de Internet– solo la mitad del mundo está conectada. ¿Qué pasa con los desconectados? ¿De qué manera se relacionan, se comunican, trabajan o se entretienen? «Quiénes están decidiendo para qué se van a conectar los que no tienen acceso a la red son las empresas tecnológicas que dominan el futuro de la industria. Y estas empresas solo representan el 1% hiperconectado», explica Ávila.

Cada una de las respuestas de su discurso —armado laboriosamente y con firmeza— desgrana un complejo entramado de conexiones que explican por qué hoy vivimos con las mismas desigualdades que en el pasado, o todavía más, aunque nos prometieran que Internet lo iba a cambiar todo. Aparentemente felices pero más controlados que nunca. Lo sabemos y, sin embargo, lo obviamos, porque no queremos perdernos nuestra porción de fama, de ego, de ser conocidos, de estar comunicados, de ahorrar tiempo aunque luego lo malgastemos en tonterías.

Esta abogada y activista habla con una perspectiva global de los movimientos que el poder del «colonialismo digital» lleva a cabo. Sus argumentos son imprescindibles para no dejarse arrollar por el mundo tecnológico, para no dejarse arrastrar por la corriente del divertimento efímero. Para ser plenamente conscientes de que, como individuos, no tenemos la batalla perdida, sino que podemos controlar el uso de nuestros datos, negarnos al reconocimiento facial o exigir que se cumplan las leyes de privacidad que nos protegen.

Ante la inminente transición al 5G ­–todos conectados a todos los objetos que nos rodean–, Ávila nos quita el velo de ingenuidad e insiste que Internet ya no va a ser nunca la que soñábamos. Ahora estamos dentro de la Internet de la vigilancia, el control y la medición.  «Puede que un trabajador de una fábrica en Bangladesh no tenga acceso a la red, pero está conectado a objetos que lo vigilan todo el tiempo. Monitorean su trabajo, que no se distraiga, que no hable con su compañero. Y lo que ven esas cámaras va a determinar su salario. La conectividad que se le ofrece hoy a los pobres es la del control y las cadenas.»

«Si yo fuera la presidenta…»

Los ejes prioritarios que el Internet Health Report ha destacado para este año son cinco:  privacidad y seguridad, descentralización, inclusión digital, apertura y alfabetización digital. Pero puestos a priorizar, ¿cuál de ellos es más urgente? «No se puede descartar ninguno», responde esta activista de pensamiento transversal. Y para explicarlo se proclama presidenta imaginaria de tres países: «Si yo fuera la presidenta del país A, que concentra las industrias tecnológicas más poderosas del planeta, mi decisión sería apostar por la descentralización. Porque si no fragmento estas empresas, que tienen tanto control y poder, con buenas leyes de la competencia, estoy alimentando a un monstruo que me va a tragar fácilmente y no voy a poder gobernar.»  El ejemplo nos traslada a Estados Unidos.

Y continúa. «Si yo fuera la presidenta del país B, que produce cierta tecnología y tiene a la población conectada, aunque todo lo que consumen los ciudadanos es del país A, que les roba sus datos, les da una infraestructura insegura y viola sus derechos fundamentales, mi preocupación fundamental sería la seguridad y la privacidad.» Y, de nuevo, vemos una analogía con esta Europa hiperconectada a Silicon Valley.

«Ahora bien, si yo fuera la presidenta del país C –donde no tengo a casi nadie conectado, no produzco industria y estoy consumiendo los servicios más baratos y menos preparados del país A, ¿qué haría? ¿Conectaría a los ciudadanos a un sistema centralizado gratuito a cambio de darle todos sus datos? Ni siquiera han desarrollado las habilidades de alfabetización digital. ¿Por dónde empiezo? ¿Los llevo a una nueva fase de dependencia, de colonización?» Las respuestas no son fáciles, apunta Ávila. «Deberíamos presionar a los países tipo B para que ofrecieran a los estados más pobres alternativas que permitieran revertir la situación actual. Solo así conseguiríamos un sistema equilibrado», propone, a modo de receta.

Los imperios de la vigilancia

Ávila, abogada internacional, defiende a ultranza la tecnología como herramienta para empoderar a la ciudadanía y conseguir una transparencia verdadera de los gobiernos y las multinacionales. Ese es precisamente el objetivo de la Fundación Ciudadanía Inteligente, de la cual es directora ejecutiva desde el 2018.

Explica que la combinación de poder con un grado muy sofisticado de desarrollo tecnológico y un fuerte empuje de mercados permiten que Estados Unidos y China tengan acceso a los países pobres, para explotarlos y controlarlos, ahora tecnológicamente. Ante la pregunta de si hay alguna escapatoria al panorama desolador y manipulado que dibuja, la abogada se encoge de hombros y responde: «La única esperanza para redefinir este imperialismo tecnológico es que Europa asuma el liderazgo que le corresponde. Que ofrezca opciones que respeten derechos humanos y modelos de negocio alternativos, no basados en el extractivismo de los datos. Esta Europa no será competitiva en el mercado pero lo podría ser desde los gobiernos, poniendo el interés social en el centro.»

El colonialismo digital

Pocas empresas concentran mucho poder y, lo peor –asegura Ávila–, controlan el pensamiento de colectivos enteros. Bienvenidos al «colonialismo digital». Trump, el Brexit, Bolsonaro y Johnson son ejemplos de dominación. Pero también lo son el imperio norteamericano GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y el chino BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi).

«En el inicio del siglo XXI, una de las cuestiones que más me emocionaba del acceso a Internet era la posibilidad de producir infinitas copias de libros y compartir conocimiento. Esa idea de que Internet iba a ser una herramienta de integración y de acceso al conocimiento se ha desintegrado en pedacitos. Era una trampa. Colaboramos como esclavos sin sueldo del nuevo mundo digital. Me siento como cuando llegaron los colonizadores españoles a Latinoamérica. Nos creímos el cuento de «un mundo nuevo». Y estábamos en una caja, controlada por el país más poderoso del mundo. Debimos haber regulado mucho antes. Y haber dicho: «Te comparto mi foto, pero ¿cómo te beneficias tú y cómo yo?» Porque lo que hoy estamos haciendo es trabajar gratis: con nuestro tiempo, creatividad y energía pagamos a estos imperios. Les damos de todo.»

Y remata el discurso asegurando que no solo están a merced nuestras tierras, como en el pasado, sino también lo más íntimo de cada uno de nosotros, lo más vulnerable: «Somos totalmente predecibles, controlables. Y eso quiere decir manipulables. Me preocupa mucho.»

Un control que se ejerce, sin duda alguna, a través de los algoritmos implementados en las aplicaciones de nuestros móviles, en los servicios públicos, en las empresas que nos venden productos. Algoritmos que toman decisiones de manera automática, que influyen en nuestras acciones más cotidianas, pero que desconocemos por la opacidad que impera en nuestro alrededor. Por no hacer el esfuerzo de aprender. Por no querer saber.

«Estoy en el consejo consultivo de una iniciativa del Banco Interamericano de Desarrollo para hacer diez pilotos de aplicaciones de inteligencia artificial en el sector público. Nuestra primera pelea es que deben ser transparentes y auditables», explica con esperanza. «Empecemos por ahí, ya que no podemos atacar al sector privado.»

La precarización vendida como oportunidad

Entramos en el terreno ético y preguntamos a Ávila por tres conceptos que han cambiado de significado en la última década, precisamente por la aceleración con la que hemos adoptado la tecnología. Son la confianza, la privacidad y la transparencia; le preguntamos también cómo influyen en las nuevas generaciones. «No podemos divorciar estas tres nociones de los conceptos de austeridad, precariedad y crisis de corrupción institucional», argumenta. «Dejar entrar a extraños en tu casa y que pasen la noche, ¿es un exceso de confianza o la necesidad de buscar recursos?»

Para la activista, la intensa precarización del trabajo, la carencia de oportunidades para los jóvenes y la traición de los estados –que apostaron por salvar bancos fallidos después de la crisis económica antes que preocuparse por el futuro de sus ciudadanos–, han abocado a la gente a encontrar otros recursos. «¿Cuántos taxistas de Über me he encontrado que tenían dos grados universitarios? El fallo es muy sistémico.»

Estamos inmersos en dos crisis superimportantes, a las que no queremos hacer el menor caso, «pero un día van a explotar y nos vamos a enterar», comenta Ávila. No se puede obviar que tanta tecnología forzosamente ha de pasar factura al medio ambiente. Crisis medioambiental pero también tecnológica. No podemos desacelerar el momento, y mucho menos regresar al pasado, cuando las conexiones solo eran presenciales. ¿Qué hacer? Ella tiene una fórmula, que quizás no sea «mágica», pero podría resultar: cambiar las lógicas con las que funcionamos. Y consiste precisamente en confiar en la innovación tecnológica para dañar menos el planeta. «Dejar atrás la obsolescencia programada, el modelo extractivista de datos, almacenar menos en servidores gigantes que necesitan sistemas de refrigeración monumentales, etc.»

Mensaje optimista para el presente

Después de todo lo comentado, alguien podría pensar que esta activista guatemalteca es tan realista que no deja espacio ni para el optimismo. Pero a Renata Ávila no le gusta ser negativa, y está convencida de que el género humano es capaz de sacar recursos para salir de cualquier «quilombo», hasta en los momentos más críticos. Con una media sonrisa de preocupación, dice: «Tenemos un cóctel perfecto: crisis democrática provocada por unos líderes en el poder terribles, crisis de cambio climático y crisis tecnológica. Esto solo puede provocar una reflexión colectiva que nos haga replantear en qué planeta queremos vivir en el futuro.»

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  • Webwarrior | 22 octubre 2019

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