Red, enjambre o multitud han sido distintas metáforas para aproximarnos al concepto de inteligencia colectiva. Todas ellas han marcado nuestra relación con Internet y su desarrollo. Con la llegada de la IA, nos preguntamos por otras metáforas que nos permitan desarrollar una nueva conceptualización de la inteligencia colectiva que se adecúe mejor a los actuales retos ambientales y sociotécnicos.
La expansión de Internet en los años noventa generó grandes expectativas en torno a la emergencia de una inteligencia colectiva, que Pierre Lévy definió como «una inteligencia repartida en todas partes, valorizada constantemente, coordinada en tiempo real, que conduce a una movilización efectiva de las competencias».[1] En esta visión de Lévy, el ciberespacio juega un rol fundamental, en la medida que posibilita la interacción dinámica entre distintos conocimientos y agentes en un contexto compartido. Esta relación entre la inteligencia colectiva y las tecnologías digitales ha dado lugar a distintos modelos o morfologías que han ido variando a lo largo de las últimas décadas. En primer lugar, con el surgimiento de las TIC predominaron la metáfora de la red y el énfasis en la conectividad. Desde una visión igualmente ciberutópica, pero menos interesada en el potencial democratizador de la tecnología, tomó relevancia la metáfora del enjambre o la colmena. Más tarde, con la aparición de nuevos movimientos sociales y de protesta, se impulsó la noción de multitud. A la luz de la actual condición sociotécnica, marcada por la proliferación e integración ubicuas de sistemas de IA, se ha vuelto necesario repensar la noción de inteligencia colectiva y preguntarnos si estas metáforas siguen siendo pertinentes o si deberíamos operar con otras.
El modelo de la red es, todavía hoy, comúnmente empleado para describir el funcionamiento de las tecnologías de la información y la comunicación –o de Internet, la red de redes– como un «conjunto de nodos interconectados». En los años noventa, Manuel Castells propuso pensar bajo este modelo la estructura social que estas tecnologías habrían propiciado, a la que denominó sociedad red,[2] despertando un entusiasmo generalizado en torno a la posibilidad de que su expansión condujese a un desmantelamiento de las estructuras jerárquicas en favor de una descentralización del poder social. Para otros, además, proporcionaba la base material para la aparición de una inteligencia colectiva que permitiría movilizar todos los recursos cognitivos de la humanidad para abordar cualquier desafío. En su libro Inteligencias en conexión, Derrick de Kerckhove sostuvo –siguiendo a Pierre Lévy– que «Internet nos da acceso a un entorno real, casi orgánico, de millones de inteligencias humanas perpetuamente trabajando en algo y en todo con una relevancia potencial para cualquiera y para todos».[3] En su opinión, las condiciones de interactividad, hipertextualidad y conectividad que caracterizan las tecnologías en red dan lugar a nuevos hábitos cognitivos que se manifiestan como imaginación conectada (haciendo posible el acceso al contenido de la imaginación y la memoria de otros a través de una pantalla), propiedades emergentes (la aparición de nuevos tipos de inteligencia surgidos a partir de las conexiones en la red) o una inteligencia distribuida (gracias a la cual distintos individuos podrían colaborar en actividades unificadas bajo un mismo propósito). El problema de este modelo es que presupone la existencia de nodos individualizados y cerrados en sí mismos, que se conectan pero no son transformados por esa conexión, perpetuando así una comprensión errónea de la inteligencia (como la actividad mental desencarnada de un sujeto autónomo) y de lo colectivo (como agregado de individuos entre los que se dan intercambios puntuales y acuerdos voluntarios). La consecuencia de esto es una falta de atención a la dimensión sensible y corpórea del trabajo cognitivo en red, precario y socialmente aislado. Como señala Franco ‘Bifo’ Berardi: «La existencia social de los trabajadores cognitivos no se agota en la inteligencia: los cognitarios, en su materialidad existencial, también son cuerpo, es decir, nervios que se tensan en el esfuerzo de la atención constante, ojos que se cansan al fijarse en la pantalla. La inteligencia colectiva no reduce ni resuelve la existencia social de los cuerpos que producen esta inteligencia, de los cuerpos concretos de los cognitarios y las cognitarias».[4]
En una línea similar, Kevin Kelly propuso la metáfora del «enjambre» como modelo de una inteligencia colectiva que tomaría la forma de una supermente biónica organizada como una de colmena. A diferencia del modelo de la red, las tecnologías informáticas no son un medio que permite la conexión de distintas inteligencias humanas individuales, sino que la propia inteligencia deviene artificial. Como explica en Out of Control: «Una mente colmena es una memoria distribuida que percibe y recuerda. Es posible que una mente humana sea principalmente distribuida, pero es en las mentes artificiales donde la mente distribuida prevalecerá sin duda».[5] Para Kelly, los sistemas de enjambre ofrecen algunas ventajas como la flexibilidad (o la capacidad de adaptarse a nuevos estímulos); la resiliencia (o la capacidad de sobreponerse a los fallos); la autoorganización (o la capacidad de generar un orden espontáneo a partir del caos); y la novedad (o la capacidad de ofrecer innumerables posibilidades abiertas a la variabilidad y la imperfección). Sin embargo, también son ineficientes, incontrolables, impredecibles e incomprensibles; pero, precisamente por ello, representan mucho mejor la complejidad de lo real. Para Kelly, «la maravilla de la mente colmena es que nadie tiene el control y, sin embargo, una mano invisible gobierna, una mano que surge de miembros muy tontos». Esta alusión a Adam Smith muestra que el modelo del enjambre se basa en realidad en el funcionamiento del libre mercado y el sistema de precios, por lo que no sólo reduce la sociedad a una colectividad de animales – con su estructura fija y su división por castas–, sino que también se alinea de forma explícita con los intereses del capitalismo. Por ello, Franco ‘Bifo’ Berardi lee este efecto enjambre como la incorporación de automatismos en nuestro sistema nervioso y nuestra vida social. Jaron Lanier, por su parte, denuncia en su libro Contra el rebaño digital el peligro que conllevan estas ideas sobre la autonomía de la mente colmena en términos de zombificación, ya que favorecen un tipo de subjetividad sin interioridad.[6]
Otro modelo para pensar la inteligencia colectiva ha sido el de las multitudes inteligentes de Howard Rheingold, que estarían «formadas por personas capaces de actuar conjuntamente aunque no se conozcan» gracias a «sistemas informáticos y de telecomunicaciones» que «contribuirán a coordinar acciones con otros ciudadanos del mundo, pero también con las personas del entorno más próximo», adquiriendo así «nuevas formas de poder social, nuevos medios para organizar sus interacciones e intercambios en el momento justo y en el lugar adecuado».[7] Rheingold no es excesivamente ingenuo sino que se anticipa a muchas de las aplicaciones nocivas de estas tecnologías, que pueden utilizarse como arma de vigilancia y control por parte de corporaciones y Estados o ser empleadas por grupos en dinámicas de linchamiento. En cualquier caso, el énfasis en su potencial para el cambio social guarda relación con el hecho de que esta metáfora apareció en un momento histórico marcado por la crisis de la nueva economía vinculada a Internet y al movimiento antiglobalización, teorizado por Michael Hardt y Antonio Negri a partir del concepto de «multitud». Si bien esta imagen resulta útil a la hora de activar procesos constituyentes, no es igual de eficiente a la hora de generar decisión política y gobernanza sostenida. Como afirma Eugene Thacker: «La autoorganización de la multitud no implica automáticamente el autogobierno».[8] Las razones de esto se hallan en su propia definición paradójica: una multiplicidad de singularidades, una diferencia que es repetición, una expansión que es a su vez contracción… Además, si bien el uso crítico de las capacidades de organización masiva que ofrecen las plataformas digitales está detrás de fenómenos como el 15M, #BlackLivesMatter o el #MeToo, la proliferación de noticias falsas, el uso de trolls y bots en el marketing político o las cámaras de eco y su consiguiente polarización crean las condiciones menos favorables para la emergencia de una inteligencia colectiva.
Después de esta revisión de las distintas maneras de comprender la morfología de la inteligencia colectiva, es necesario preguntarnos si precisamos otra metáfora, que no opere en términos abstractos e individualizados como la red, que no dé cuenta de una visión automatizada y naturalizada de la sociedad y que no se exprese en términos paradójicos como la multitud. En este sentido, la noción de «ensamblaje» de Katherine N. Hayles supera algunas de estas limitaciones. Si bien este concepto ha sido teorizado anteriormente por Deleuze y Guattari o Manuel DeLanda, en su planteo esta noción adquiere caracteres diferenciales de estos autores y se liga particular y específicamente a una noción ampliada de cognición.
A diferencia de la noción de red, los elementos que componen un ensamblaje se ven modificados por el tipo de intercambio que se establece entre ellos. Partiendo de las bases de la biología cognitiva, Hayles piensa los ensamblajes como parte del contexto materializado de los elementos (corporizados) que lo componen, entre los que se ejerce una influencia mutua, lo que supone cambios y reestructuraciones internas en base a las dinámicas específicas y las temporalidades de esas interacciones en cada uno de esos elementos. La autora menciona, por ejemplo, los cambios neurológicos que se producen en los cerebros humanos a raíz de las intensas interacciones con los medios digitales. Por otro lado, la estructura del ensamblaje no contiene conexiones definidas de forma estable como la red, pero tampoco es completamente inestable como los enjambres, sino que dicha estructura adquiere distintas configuraciones en función de su actualización en el tiempo. Como afirma la autora: «Las configuraciones en las que operan estos sistemas están siempre en transición, añadiendo y eliminando constantemente componentes y reorganizando sus conexiones».[9]
Sin embargo, a pesar de su capacidad mutante y variable, la morfología de ensamblajes cognitivos no cae en definiciones paradójicas que desembocan en relativismos políticos, sino que justamente intenta diferenciar las distintas modalidades de cognición que la componen y su respectiva capacidad de acción, así como sus potenciales funciones y responsabilidades. Pueden formar parte de un ensamblaje cognitivo modalidades de cognición consciente como la de los humanos, así como cogniciones no conscientes como las que están presentes en animales, plantas y ciertos sistemas técnicos. La condición para formar parte de esta capa de cognición es que, en su interacción con el entorno, estos «cognoscentes» sean capaces de interpretar información y realizar elecciones. Por último tenemos los procesos materiales, que no son cognoscentes en sí mismos pero sí pueden ser utilizados como base para procesos cognitivos. Según Hayles, dentro de un ensamblaje los cognoscentes (tanto conscientes como no conscientes) son «actores», en la medida en que tienen la capacidad de decidir, unos a partir de la voluntad o libre albedrío, otros mediante una mera interpretación de la información y la elección de canales alternativos de acción. Por su parte, los procesos materiales son tan solo agentes, en tanto que no pueden intervenir en el curso de su capacidad de acción más que por condicionamientos externos.
Entender la inteligencia colectiva como un ensamblaje permite, por tanto, incluir a distintos agentes humanos y técnicos, superando el antropocentrismo de los otros modelos basados en la voluntad humana, ya sea ampliada (como en la multitud) o negada (como en el enjambre). De este modo, la decisión ética y la responsabilidad se distribuyen entre diferentes actores cognitivos con capacidad de elegir e interpretar: en la medida en que toman decisiones –aunque sean algorítmicas–, están sujetos a la rendición de cuentas. Esto es especialmente importante ante la actual situación de crisis climática, en la que los procesos materiales (tsunamis, calentamiento global, tornados, inundaciones) desatan su agencia muchas veces destructiva para formas de vida humana y no humana. Del mismo modo, apunta a la proliferación de sistemas de IA aplicados a la toma de decisiones automatizada –actualmente empleados para la contratación de personal, la concesión de créditos e hipotecas o la asignación de becas y ayudas sociales– o al control biométrico con fines policiales y militares –por ejemplo, para el control de fronteras–, que permiten a las empresas y a los Estados tomar distancia ética y eludir la rendición de cuentas al reemplazar a los humanos por algoritmos. Por lo tanto, identificar estos procesos y sistemas como parte de un ensamblaje –dando peso a las posibilidades de elección y decisión– resulta crucial a nivel político.
En lo que respecta a la autoría de Alejandra López Gabrielidis, este artículo ha sido realizado con el apoyo de la Beca Postdoctoral Irla 2022-2023.
[1] Lévy, P. (1997). Collective Intelligence: Mankind’s Emerging World in Cyberspace. Nueva York: Perseus Books.
[2] Castells, M. (1996). La era de la información. Vol. 1: La sociedad red. Madrid: Alianza.
[3] Kerckhove, D. (2009). Inteligencias en conexión: hacia una sociedad de la web. Barcelona: Gedisa.
[4] Berardi, F. (2003). La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global. Madrid: Traficantes de Sueños.
[5] Kelly, K. (1994). Out of Control. The New Biology of Machines, Social Systems and the Economic World. Nueva York: Perseus Books.
[6] Lanier, J. (2011). Contra el rebaño digital. Barcelona: Debate
[7] Rheingold, H. (2002). Multitudes inteligentes. La próxima revolución social. Barcelona: Gedisa.
[8] Thacker, E. (2004). Networks, Swarms, Multitudes. CTheory a142a.
[9] Hayles, K. N. (2017). Unthought. The Power of the Cognitive Nonconscious. Chicago: University of Chicago Press.
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