Mar Santamaria: «La ciudad es el artefacto y la estrategia que permitirá la supervivencia colectiva»

Una entrevista con la arquitecta y urbanista Mar Santamaria sobre los retos de presente y futuro en las ciudades contemporáneas y sobre políticas públicas, datos y derechos urbanos.




El entorno urbano es la escenografía de nuestras vidas. Cuando menos, se espera que en 2050 lo sea para el 70 % de la población mundial. La ciudad refleja el mundo socioeconómico que nos rodea y, al mismo tiempo, nos condiciona y nos define como sociedad. Atraviesa todas y cada una de nuestras acciones, decisiones y experiencias. Desde los edificios que habitamos hasta el uso del espacio público; desde el consumo hasta la movilidad. Sin embargo, a menudo la encontramos hostil y lejana. Como un agente externo que no podemos abordar y, aún menos, transformar. Pero ¿realmente es así? ¿Cómo son las ciudades hoy en día y cómo podrían llegar a ser en un futuro próximo?

Mar Santamaria es una arquitecta que ha hecho su propio camino más allá de las etiquetas preestablecidas. Es experta en análisis urbano y ha adoptado un nuevo lenguaje para el urbanismo: los datos. En 2014 cofundó 300.000 Km/s, un laboratorio de ideas y planificación urbana que reflexiona sobre los retos de las ciudades contemporáneas a través del análisis y la visualización de datos, y que ha sido galardonado con el premio S+T+ARTS y el Premio de Urbanismo Español por la calidad innovadora y la influencia en el cambio social de su labor. Combina la práctica urbana con la docencia y ha sido profesora en la universidad EPFL de Lausana y en la UPC. Y ha colaborado en la redacción de las agendas urbanas catalana y española para 2030.

Pero sobre todo –y seguramente también por deformación profesional– es una fiel defensora de la ciudad como «el artefacto que permitirá la supervivencia colectiva». Si le preguntas si alguna vez dejará de vivir en la ciudad, la respuesta es un «¡No, nunca!» rotundo, acompañado de una sonrisa llena de optimismo; de ese optimismo que tanto necesitamos y que escasea en un mundo a la deriva marcado por crisis económicas, climáticas y sociales. Con ella descubrimos por qué las ciudades son el futuro de la vida en el planeta y qué podemos hacer para mejorarlas.

Ciudades para las personas

Hacer ciudad con las personas en el centro. Este ha sido el discurso emergente y cada vez más predominante entre las líneas de pensamiento y prácticas urbanísticas contemporáneas. Un movimiento local e internacional que ha puesto el foco en las necesidades más humanas y vitales, constantemente relegadas a un segundo plano ante las fuerzas abrumadoras del capitalismo.

La pacificación y la lucha por las calles de Nueva York (Streetfight de Janette Sadik-Khan), las supermanzanas y los ejes verdes de Barcelona, la apuesta de urbes europeas como París, Milán, Utrecht o Pontevedra por los viandantes y ciclistas y el ya famoso concepto de la ciudad de los quince minutos, creado por el científico Carlos Moreno, son algunos de los ejemplos más recientes de esta revolución urbana para garantizar un espacio público de calidad, inclusivo, saludable y sostenible para el conjunto de la población.

Pero ninguna revolución nace de un día para otro. Podríamos decir que todo comienza con (y gracias a) Jane Jacobs, activista y teórica del urbanismo que en 1960 escribió Muerte y vida de las grandes ciudades, seguramente el libro más influyente y vigente en la historia de la planificación urbana. El relevo lo tomaría Jan Gehl, el arquitecto y urbanista danés que ha peatonalizado Times Square y el centro de Moscú o Melbourne, conocido también por publicaciones como La humanización del espacio urbano o Ciudades para la gente.

Menos vehículos privados, contaminación y ruido. Más movilidad activa, transporte público y espacios agradables y verdes. En definitiva, más vida y más salud. Las bases de esta ciudad para las personas que tanto queremos.

La ciudad productiva y la ciudad reproductiva

Mar Santamaria añade otra capa al debate: «La ciudad es y debe ser para las personas, sí, pero debemos preguntarnos para qué intereses». En este sentido, comenta, hay dos ciudades: la ciudad productiva y la ciudad reproductiva. «Con el fin de ofrecer una vida plena a todos los ciudadanos, es necesario encontrar un balance entre estas dos vertientes. Debemos garantizar que todo el mundo pueda tener un trabajo, pero al mismo tiempo fomentar también la crianza, el descanso y la socialización. Y todavía más en un entorno que, debido a la emergencia climática, será cada vez más hostil». La arquitecta sostiene que las políticas públicas tienen un papel fundamental en este juego de intereses: «En un documento de planeamiento se puede hacer constar que el derecho a la salud y el derecho a un aire limpio prevalecen, regulando y controlando la actividad económica».

Hoy en día, las fuerzas económicas, la productividad, el individualismo y la globalización están a la cabeza del urbanismo, con efectos directos sobre la zonificación de las ciudades, la movilidad, el espacio público, el acceso a la vivienda o la calidad del aire. El reto, pues, no es solo equilibrar los intereses productivos y reproductivos, sino priorizar todo lo que protege la vida, los cuidados y el ecosistema del que formamos parte, como apunta la arquitecta e investigadora Izaskun Chinchilla a través del concepto «la ciudad de los cuidados». Una ciudad que integre los criterios de interdependencia y ecodependencia, desde la diversidad y la complejidad.

Emergencia climática y renaturalización

Este reto alcanza una importancia aún mayor ante un horizonte incierto marcado por la emergencia climática. Sabemos que las ciudades consumen el 78 % de la energía mundial y producen el 60 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por tanto, es esencial abordar la crisis medioambiental desde la metrópolis. Minimizar los niveles de contaminación, la cantidad de residuos y las emisiones de CO2 y repensar los espacios públicos para revertir el efecto isla de calor. En definitiva, crear las condiciones óptimas para garantizar la biodiversidad y la supervivencia de todas las especies, humanas y no humanas.

«El urbanismo es una ciencia que materializa unos pactos que establecemos como sociedad. Venimos de una tradición donde estos pactos se basaban en el crecimiento ilimitado y en el agotamiento del territorio y de nuestro entorno. Ahora estamos en un punto de cambio. Debemos incorporar más espacio público, más ocio y más verde. Dotar a las ciudades de aquello que buscamos en un entorno rural».

Está claro que hay que actuar sobre las causas, pero también sobre los efectos. Preparar nuestras ciudades ante las olas de calor, las lluvias torrenciales o la subida del nivel del mar. Y debemos hacerlo cuanto antes, mejor. Pues «estamos en un momento transicional fundamental y debemos tomar la decisión adecuada de una vez por todas».

El poder de los datos

En este contexto de crisis y aceleración, se incrementan las desigualdades sociales y las injusticias espaciales. También en términos de especulación y gentrificación. Y aquí es donde entra en juego el poder de los datos.

Si bien Ildefons Cerdà ya incorporó 700 páginas de estadísticas en el plan del Eixample de Barcelona, las tecnologías actuales nos permiten ir mucho más lejos. Estos datos son el nuevo material de trabajo del urbanismo, especialmente para el estudio de Mar Santamaria y Pablo Martínez. Desde 300.000 Km/s exploran el potencial de los datos masivos para el análisis y la planificación urbana. Unas herramientas que pueden ser claves en la redacción y evaluación de las políticas públicas. Por ejemplo, para prever o prevenir los impactos y efectos colaterales de una intervención en el espacio público, como es el caso del plan de usos que han elaborado para el Eixample y las supermanzanas. Y es que, sin un seguimiento, algunos proyectos de mejora del espacio público pueden convertirse en un catalizador de especulación en manos del mercado libre.

El poder de la ciudadanía

Sea como sea, nunca podemos olvidar el papel de la ciudadanía. Hay que transformar el ciudades para la gente de Jan Gehl en ciudades hechas por la gente. «La ciudadanía puede construir una ciudad mejor a través de sus propias decisiones, definiendo diferentes formas de habitar. Podemos ir al mercado de barrio en lugar de llamar a un servicio de reparto que nos lleve la cena hecha a casa. Necesitamos una ciudadanía activa. También que participen de los procesos de decisión, especialmente aportando datos e información sobre un problema que están experimentando en su día a día. Todo lo que sea capacitar y ayudar a la ciudadanía a entender cómo pueden incorporar estas tecnologías y cómo pueden participar del hacer ciudad es esencial».

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