En vísperas del año 2000, el mundo tembló. No por un terremoto o un tsunami, sino por algo mucho más incierto y predecible a la vez. El sistema informático mundial tenía un gran ‘bug’ o fallo. ¿Los ordenadores del planeta serían capaces de diferenciar entre los ceros del año 2000 y los del 1900? El error amenazaba con paralizar instantáneamente aeropuertos, hospitales, estaciones de transporte, bancos, escuelas, el tráfico… ¡La ‘aldea global’ entera se iba a detener! Los últimos días del milenio, el pánico fue aumentando. Y el mundo entero contuvo la respiración en los postreros minutos del 31 de diciembre de 1999. Por suerte, el final fue feliz: los ordenadores– que hubieran podido inmovilizar el planeta– se comportaron.
Aquello ocurrió hace doce años. ¿Se imaginan lo que controlan hoy en día las máquinas? No sólo el funcionamiento del planeta sino también las vidas desgranadas de millones de personas que quedan impresas en la ‘nube’ de Internet. ¿Y quién dirige los ordenadores que recopilan los datos que ‘flotan’ en el ciberespacio? Las grandes corporaciones de Silicon Valley, propietarias de las principales redes sociales que nos cautivan a diario, como si un sortilegio hipnotizador nos hubiera cogido desprevenidos. Facebook, Twitter, Amazon, Google, LinkedIn… Hoy día, ¿quién se atreve a decir que escapa del embrujo de estas marcas digitales?
Pagamos con el teléfono móvil, pedimos que nos traigan una pizza a casa, compramos vuelos, libros, ropa o gadgets tecnológicos, anotamos nuestros destinos vacacionales, registramos nuestros datos médicos, confiamos los números de nuestras targetas de crédito y… hasta declaramos nuestros sentimientos más íntimos a la red social creyendo que nos guardará el secreto.
Ahora usted, lector, si se atreve, responda ante millones de personas: “¿Cuál es el nombre de sus hijos? ¿Cuánto le costó la casa que acaba de comprar? ¿Cuánto dinero tiene en la cuenta corriente? ¿Cuánto se gastó en ropa el mes pasado? ¿Cuál es su número de tarjeta de crédito?”
Toda cara amable tiene su lado oscuro y las compañías del Silicon Valley están construyendo, con la mejor de sus sonrisas, un proyecto de esclavitud comercial. ¿Somos parte del ‘Mundo feliz’ de Aldous Huxley cuando respondemos inocentes a las propuestas de Facebook? ¿Estamos preparados para escapar de esta realidad?
Basta echar un vistazo a este hipotético vídeo, titulado: “Mind Reader” para tirarnos las manos a la cara y aterrorizarnos un poco de nuestra insconciencia en la Red. “Tu vida entera está en Internet. Ésta puede venirse en tu contra. Permanece alerta”, reza el eslogan de la campaña ‘Safe Internet banking’ promovida por una agrupación financiera belga que pretende concienciar para que se realicen transacciones bancarias online seguras.
‘Big brother data’
Una posible salvación para no caer en el ‘mundo feliz’ de Huxley podría ser potenciar el espíritu crítico. Si lo conseguimos, a base de difundir ideas y conocimiento, ¿nos libraríamos de una sociedad controlada?
El CCCB acaba de cerrar un ciclo de conferencias titulado: ‘Ciudadanía, Internet y Democracia’, donde se han barajado los tres conceptos del título, tan amplios como cercanos. El catedrático en comunicación James Curran, el comunicador holandés Geert Lovink, el profesor de Medios de la Universidad de Nueva York Nicholas Mirzoeff, la activista Leila Nachawati, el fotoperiodista Samuel Aranda y el teórico tecnológico Evgeny Morozov han juzgado y criticado abiertamente el momento actual.
El resultado ha sido un interesante abanico de reflexiones sobre lo poco conscientes que somos de la vida que habitamos en Internet; lo ilusos que nos mostramos ante el monopolio tecnológico que nos controla; lo ingenuos que parecemos al encomendar las recientes revoluciones sociales a las redes sociales; y cuán imprudentes somos al no manifestar interés por el funcionamiento de los algoritmos que capturan nuestros datos personales en el ciberespacio.
“Es muy curioso lo que está ocurriendo en las democracias liberales” argumenta airado el bielorruso Morozov. “Si queremos saber qué fuerza tienen nuestras protestas sociales, primero hemos de entender cómo funcionan estos intermediarios digitales del Silicon Valley. Con sus tecnologías inteligentes y sus algoritmos secretos, rastrean y definen nuestra vida digital. Es lo que llamo el ‘solucionismo’ o la ilusión de que nos solucionan todos nuestros problemas”.
Curran nos pide que dejemos de impresionarnos por la tecnología y que nos centremos más en los contenidos digitales. “Los grandes grupos mediáticos controlan la Red a través de webs de noticias que se sitúan en el top 10 de las páginas más consultadas del mundo«.
Pero el director del Institute of Network Cultures, Geert Lovink, va más allá en su ataque. “No podemos permitir que estas compañías estrechen la Web. Es importante potenciar las herramientas abiertas y otras redes alternativas a Facebook y Twitter”. Este activista holandés critica efusivamente la vulneración del derecho a la privacidad en las redes sociales y la tendencia de promocionar ‘el enlace débil’ de la Red o las relaciones personales algorítmicas.
“Internet es un espacio de acción política que nos conecta con lo que hacemos en el espacio real”, opina Mirzoeff, el profesor de Medios, Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York. “No es cierto que sea una utopía pero su definición final dependerá del uso que le demos”.
Un uso que ha servido para que se conozca la Primavera Árabe y se engrandezca el potencial de Facebook y Twitter por su fase comunicadora. La activista sirio hispana Leila Nachawati explica que los “ciudadanos ahora utilizan mejor estas herramientas para organizarse” pero también alerta del control, la represión y seguimiento que hacen los gobiernos desde los mismos espacios. “Internet no ha de substituir a otras acciones sociales”, añade el ganador del World Press Photo 2011, Samuel Aranda.
Al límite de nuestro poder
Si en el artículo que abría este ciclo de conferencias del CCCB, el sociólogo y filósofo Zigmunt Bauman nos prevenía de esta modernidad líquida en la que estamos viviendo donde nadie sabe quién controla el poder; ahora sería acertado cerrar el ciclo con el urbanista y filósofo Paul Virilio a modo de respuesta:
“Hoy en día con la instataneidad, la ubicuidad y la inmediatez llegamos al límite de nuestro propio poder. Si el tiempo es dinero, la velocidad es poder. Pero al hombre se le escapa por completo este poder porque lo ha delegado en las máquinas eficaces en aceleración, en contestadores automáticos, en ordenadores. A esta aceleración del tiempo real se le llama progreso, pero es una consecuencia fatal del progreso”.
Después de estas palabras, quizás sea el momento –como dijo Morozov– de “provocar una reflexión más profunda del impacto que está teniendo Internet en nuestras vidas”. O… acabaremos todos confiando en el ‘todopoderoso’ que habita en la ‘nube’ de Internet y rezando un ‘@Padrenuestro que estás en las redes’, aunque no seamos creyentes.
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