Puede decirse que el género está en deuda con la gramática en un doble sentido. Por un lado, la visión que tenemos de lo masculino y lo femenino, de los hombres y de las mujeres, viene determinada en gran parte por la lengua, seamos conscientes o no de ello. En este caso, por consiguiente, es el género, considerado como «organización social de las relaciones entre los sexos» (Joan W. Scott), el que está en deuda con la gramática. Por otro lado, el propio término de género, utilizado para describir y analizar dicha organización social, se empleó durante mucho tiempo sobre todo como un término gramatical. Vamos a considerar en primer lugar este uso y sus implicaciones, antes de volver sobre el tema de cómo la gramática actúa sobre las relaciones de género y contribuye de manera decisiva a perpetuarlas. Gracias a Icaria Antrazyt, presentamos en exclusiva el capítulo “Lo que el género le debe a la gramática” de Yannick Chevalier y Christine Plante del libro ¿Qué es el género? coordinado por Laurie Laufer y Florence Rochefort.
Qué le debe la noción de género a la gramática
Se ha dicho que el término género está tomado de la gramática y algún remanente de este sentido previo parece quedar aún en el uso de esta palabra en el sentido de «sexo social[1]». Esta persistencia de la significación gramatical es una de las riquezas del concepto y, sin duda, uno de los motivos de su éxito, pero también es fuente de malentendidos.
En 1986, Joan W. Scott citaba –en el epígrafe de un artículo que contribuyó mucho a la introducción del concepto de género en la investigación francesa, ya que fue uno de los primeros que se tradujo– la definición de gender en el Fowler’s Dictionary of Modern English Usage (edición de 1940): «Gender, n. a grammatical term only. To talk of persons or creatures of the masculine or feminine gender, meaning of the male or female sex, is either a jocularity (permissible or not according to context) or a blunder [2].»
Y observaba que el uso de esa palabra por parte de «las feministas anglófonas» «para hacer referencia a la organización social de las relaciones entre los sexos» se basa en una «vinculación con la gramática (…) a la vez explícita y rica en perspectivas todavía inexploradas [3]».
Esta constatación sigue siendo cierta en la actualidad, cuando el concepto ya se ha impuesto ampliamente pero también ha adquirido mayor complejidad. Dado que sus detractores han aducido a menudo el carácter supuestamente intraducible de gender en dicho sentido para rechazar su empleo en francés, aprovecharemos para señalar algunos elementos que permiten comparar la evolución de la palabra en ambas [4].
El concepto se construyó en varias etapas. A partir de los años 1950, John Money, que trabaja sobre los trastornos de la identidad sexual en menores, empleó el término gender en las expresiones «rol de género» y, posteriormente, «identidad de género [5]» para designar la parte que corresponde a la educación y a las determinaciones culturales en la asignación de un individuo a una categoría y en su identificación como niño o como niña. Un poco más tarde, Robert Stoller también empleó dicha palabra al referirse a «pacientes intersexos [6]» y teorizó el género como un aspecto de la identidad sexual socialmente determinada, diferenciado del sexo biológico [7]. Se ha destacado que el origen de esas ideas se remontaba a trabajos anteriores, entre otros los de Parsons [8] y Margaret Mead [9]. Pero se ha comentado poco, en cambio, la elección de un término gramatical para designar aquella parte de la formación de las identidades y los comportamientos de sexo que viene determinada por los usos sociales y por la cultura. Sin duda porque la palabra se impuso como algo evidente, ya que la idea de formación cultural implica en sí misma una dimensión lingüística. Money utiliza, por otra parte, una analogía con la adquisición del lenguaje para explicar el aprendizaje de un rol de género por parte de los niños/las niñas [10]. Esta elección parece particularmente obvia en inglés, dado que en general los diccionarios suelen presentar la definición gramatical al inicio del artículo “Gender”. Sin embargo, algunos citan a continuación ejemplos de usos con un sentido próximo al de “Sex”. Así, Joan W. Scott toma del Oxford English Dictionary una frase de Mary Wortley Montagu, del siglo XVIII («May only consolation for being of that gender has been the assurance of never being married to anyone among them [11]»), y David Haig cita un fragmento de George Eliot («Public opinion, in these cases, is always of the feminine gender [12]»).
En resumen, lo que la noción de gender permite problematizar en la segunda mitad del siglo xx ya parece estar presente y es fácilmente perceptible en algunos usos anteriores en la lengua inglesa. ¿Ocurre otro tanto en francés? También en esta lengua existen usos de ese tipo muy anteriores a la formación del concepto y los diccionarios ingleses y franceses apuntan a un origen común. Los primeros indicios datan del siglo xii en el caso de ambas lenguas [13]. El término procede del latín genus, del cual ha conservado todas las acepciones: hacia 1200 designa «el conjunto de los hombres considerados colectivamente» (humaine gendre) y se refiere ora a una colectividad vinculada a un lugar o a una familia, un pueblo, ora a una colectividad definida por el sexo: «Que una muerte perpetua caiga sobre aquel que ame más al género masculino que al género femenino. Y que Dios lo borre de su libro [14].»
Las primeras evidencias del sentido gramatical son de la misma época, circa 1225, pero este uso técnico no prevalece sobre el uso como sinónimo de “sexo”.
Este último se mantiene y encontramos huellas del mismo en la lengua y la literatura del siglo XIX y también del XX. Por ejemplo, en una carta de Laure Surville, hermana de Balzac, donde le escribe a una amiga de provincias que teme la reputación de “femme auteur” (‘mujer autora’), pues esta «nos aísla de nuestra esfera, de nuestros afectos, de nuestro género; pasamos a no ser ni hombre ni mujer [15]». O también en este ejemplo del diccionario de Littré, citado por Joan W. Scott: «No se sabe de qué género es, si macho o hembra, se dice de un hombre muy reservado (…).” Y en el célebre final de Un amour de Swan de Marcel Proust: «Dire que j’ai gâché des années de ma vie, (…) pour une femme qui ne me plaisait pas, qui n’était pas de mon genre [16]!» [*] Estos usos ponen de manifiesto que es posible la persistencia del género (genre) en el sentido de «sexo» y su extensión al sentido de «sexo social», tal como ha ocurrido en inglés. Por otra parte, ya en 1973, la Nouvelle Revue de Psychanalyse publicó, en su número sobre «Bisexualidad y diferencia de los sexos», la traducción de un artículo de Robert J. Stoller donde se empleaban los términos genre [género] e identité de genre [identidad de género][17].
Durante los años 1970, la crítica feminista comenzó a utilizar cada vez con mayor frecuencia el término gender, sobre todo en Estados Unidos. Si bien este siempre designa una dimensión socialmente construida de los roles y las identidades de sexo, su uso no implica necesariamente una referencia explícita a los trabajos de Money y de Stoller, aunque Kate Millett [18] y Ann Oakley [19] los citan. Gender tiende a imponerse entonces en la terminología de la investigación feminista universitaria, sobre todo acoplado al término sexo y a menudo en contraposición a este. Por ejemplo, en 1975, la revista Signs. Journal of Women in Culture and Society, que tendría un papel importante en el reconocimiento de este campo de investigación, se propone, en el editorial de su primer número, lograr una mejor comprensión «de los hombres y de las mujeres, del sexo y del género [20]». Ese mismo año, Gayle Rubin se refiere al «sistema sexo/género», en un artículo que haría época. Parafraseando a Engels en El origen de la familia, escribe que «el sexo es el sexo, pero lo que se considera como sexo es asimismo algo definido y adquirido culturalmente [21]». Por lo tanto, a medida que el concepto se difunde, este se diversifica y tiende a distanciarse de las primeras acepciones psicológica y clínica, mientras que el par conceptual sex/gender, al llamar la atención sobre la construcción del género, puede llevar a tratar, por oposición, el sexo biológico como algo evidente y dado por la naturaleza.
En los años 1980, en un momento en que el uso de gender, cada vez más marcado por el pensamiento feminista, se generaliza en la producción académica en lengua inglesa, es cuando parecen formularse en Francia algunas divergencias y una resistencia teorizada frente a las primeras tentativas de introducir dicho término. Aunque la reflexión estadounidense sobre la construcción del sexo social se ha alimentado a veces de los análisis de las feministas materialistas francesas (Nicole-Claude Mathieu, Colette Guillaumin, Christine Delphy), la investigación realizada en Francia en este ámbito, incluso la feminista, utiliza muy poco la palabra «género» (genre). En el coloquio Femmes, féminismes et recherches, celebrado en Toulouse en 1982, momento destacado en la aparición de ese nuevo campo, la palabra «género» se presentó prudentemente como una «técnica nueva y delicada [22]». El artículo Genre del diccionario Trésor de la langue française, en su volumen 9, publicado en 1981, «no incluye ninguna alusión a ese uso de la palabra genre en el sentido de ‘sexo social’ [23]», como recuerda el lingüista Michel Arrivé, quien concluye que en francés el género solo puede ser, por tanto, la categoría gramatical. Lo cual supone olvidar ciertos usos lingüísticos registrados con anterioridad y que acabamos de recordar,práctica académica extendida que describe fielmente lo que suele ocurrir en este campo.
La acepción del término género que designa la dimensión cultural y socialmente construida de las relaciones de sexo se extendió, no obstante, en Francia entre los años 1980-2000. Continuaron abundando las resistencias, que alegaban, en particular, que la traducción del inglés gender al francés topaba con la dificultad de la polisemia de un término utilizado no solo en gramática, sino también en el arte, la literatura y la biología, y comportaba un riesgo de confusión que lo hacía intraducible. Sobre el telón de fondo de una voluntad de reafirmación del francés como «elemento fundamental de la personalidad y del patrimonio de Francia [24]», el recurso a la acepción del término género como «sexo social» se identificó de buen grado como propio de un calco del inglés («franglais»). La misma actitud de rechazo llevó a la Comisión General de Terminología y de Neologías a pronunciarse sobre lo que dicha comisión presenta como un neologismo relativo al significado: «La substitución de sexo por ‘género’ no responde, por tanto, a una necesidad lingüística y la extensión del significado de la palabra ‘género’ no está justificada en francés [25].» Esta recomendación (en principio, aún vigente) entra en contradicción con las políticas de la Unión Europea de ámbito comunitario [26] desde el momento mismo en que se publica y se basa en un conocimiento muy incompleto sobre la producción científica. La adhesión a una identidad cultural o nacional a través de la lengua parece constituir, por consiguiente, un aspecto no desdeñable de la historia de la palabra y de las reticencias que ha suscitado su uso, no solo en Francia sino también en otros países francófonos, particularmente en Canadá donde, a pesar de la importante expansión de los movimientos feministas, la resistencia a la hegemonía de la lengua inglesa y de una cultura estadounidense genera desconfianza y recelo.
Entre las objeciones que se han formulado figuran también otro tipo de argumentos que merecen ser tenidos en cuenta. Los dos primeros se apoyan asimismo en observaciones de orden léxico. En primer lugar, aunque el objetivo es inscribir la cuestión de la sexuación en un campo social y cultural, en francés el término «género» forma parte del léxico habitual de la biología, donde designa un nivel de clasificación de los seres vivos, lo cual ha contribuido a enturbiar su recepción, sobre todo en las fases iniciales de su introducción. Además, su uso gramatical, tan arraigado en la conciencia lingüística, se podría interpretar como una invitación a buscar en la lengua una justificación del orden de las cosas, dando continuidad a discursos más antiguos. Por ejemplo, el de Jean Larnac, en una obra de 1929 que, sin embargo, se presentaba como favorable a las mujeres: «La palabra historiadora ni siquiera existe en nuestro vocabulario. Hemos tenido abundantes autoras de memorias, cronistas incluso, como Christine de Pizan. Actualmente tenemos profesoras de historia e investigadoras formadas en la escuela de Chartes que saben muchas cosas y son capaces de realizar una ‘tarea’ erudita. Pero no tenemos ninguna historiadora comparable a Augustin Thierry o a Michelet [27]». Un ejemplo que, sin embargo, demuestra que la prueba es frágil y se puede invertir su sentido, puesto que las lenguas evolucionan con la historia.
Por último, diferentes corrientes de la investigación feminista también han formulado críticas. Bien porque suscriben la idea de una dualidad de los sexos que el género invita a deconstruir. Bien porque el uso del término género en ese sentido, que se percibe como un neologismo, corre el riesgo de ocultar los numerosos trabajos anteriores en lengua francesa en los que se elaboró el concepto de «relaciones sociales de sexo» y de relegar al olvido a las mujeres como polo dominado del sistema binario cuyo funcionamiento se quiere describir. Género adquiere entonces el carácter de un eufemismo que tiende a ocultar el sexo, lo cual podría explicar en parte su éxito en el mundo académico.
Aun así, el término se ha acabado incorporando poco a poco en francés y la acepción de «sexo social» se incluye actualmente en los diccionarios habituales, aunque todavía no haya logrado un consenso y no tenga un significado absolutamente claro para la opinión pública. La idea habitual de que el término recupera una noción exclusivamente gramatical (sugerida por la práctica de los diccionarios de lengua inglesa que suelen presentar esta acepción en primer lugar) subestima los usos de la palabra género en el sentido de «sexo social», bien demostrados, como hemos visto, tanto en francés como en inglés, desde la Edad Media hasta el siglo xx. Curiosamente, como ya lamentaba Joan W. Scott en 1988, esta insistencia en el uso gramatical no ha conllevado el recurso sistemático a un modelo lingüístico de análisis, como habría cabido esperar, a pesar de tratarse de un concepto nacido dentro del linguistic turn [**]. En cambio, la inflexión introducida por Judith Butler [28] en la definición y en el uso del mismo a partir de los años 1990, con un eco muy importante, implica una filosofía del lenguaje, una de cuyas fuentes reivindicadas se encuentra en Austin [29]. Sin embargo, aún se ha avanzado poco en la exploración de lo que implican la polisemia del concepto y el recurso a la gramática, indagación que se podría desarrollar en tres direcciones principales. En primer lugar, el hecho de que las lenguas presenten una gran variedad en su modo de tratar el género gramatical (cuando este existe) invita a reconocer las variaciones del sistema de género en las diferentes culturas y sociedades humanas. En segundo lugar, la evolución de las lenguas con el transcurso del tiempo, que incluye la aparición de un cambio en el tratamiento del género gramatical, tanto en el léxico como en la gramática, demuestra que no es posible pretender que el sistema de género sea algo intangible ni basado en la naturaleza y que es preciso historiar su comprensión. En tercer lugar, prestar atención a la lengua y a la forma en que se inscribe en ella el género gramatical permite comprender mejor un factor importante de perpetuación de la jerarquía de género y las dificultades para cuestionarlo. Esto es particularmente cierto en el caso del francés.
Cómo se relaciona la norma gramatical con el género (en francés [***])
Con la fórmula «cómo la norma gramatical influye en el género» no pretendemos en absoluto sugerir que el sistema de género sea anterior a los discursos y que las relaciones sociales de género, previamente constituidas, se hayan inscrito en la lengua. El examen de los hechos lingüísticos invita, por el contrario, a considerar una causalidad simétrica: los usos lingüísticos cotidianos producen y reorientan la categorización y la jerarquía de género. Esta dialéctica entre las palabras (el género gramatical) y las cosas (las prácticas sociales) opera con especial intensidad en la medida en que los sujetos hablantes no tienen conciencia viva de ella [30].
Visualización del sexo de los/las hablantes o concordancia obligada
Para las inglesas o los ingleses ha de resultar sin duda muy sorprendente aprender el francés, que obliga a las personas francófonas a «hacer público (su) sexo [31]» cuando hablan. En efecto, el enunciado «estoy preparado» o «estoy preparada» no solo informa a la audiencia sobre la disponibilidad de la persona que se expresa, sino también sobre su identidad sexual. La alternacia [32] «preparado/preparada» es a la vez una manifestación del género gramatical (en la lengua escrita y en la oral) y una manifestación del sexo de la persona que habla. El fenómeno, idéntico cuando se habla con otra persona («tú estás preparado/preparada»), queda reforzado cuando se habla de una tercera persona «él/ella está preparado/preparada» manifiesta por partida doble el género gramatical y el sexo, por la concordancia del adjetivo y por la elección del pronombre.
Ahora bien, este fenómeno de concordancia entre el género gramatical y el sexo de la persona no es universal. Puede no existir (en finlandés), existir parcialmente (en inglés) o estar aún más presente (en árabe). Y en otras lenguas, lo que se manifiesta sistemáticamente cuando se toma la palabra no es el sexo, sino el estatus social que el sujeto se reconoce ante una persona concreta [33] .
Por lo tanto, la concordancia del género gramatical y el sexo, que en francés es la manifestación más frecuente del sistema de género en las interacciones cotidianas, no es indiscutible. Pero la obligación de que los sujetos hablantes se inscriban en una, y solo en una, categoría dentro de un sistema que incluye dos, y solo dos, es tan ineludible como la inscripción del sexo en el registro civil. Tiene el mismo efecto de restricción normativa y genera el mismo malestar a los individuos que no quieren o no pueden estar adscritos a una sola casilla. Herculine Barbin, a quien en su tiempo se denominó como hermafrodita y que ahora designaríamos como una persona intersexual, escribió lo siguiente en la primera página de sus Memorias, poco antes de darse muerte:
Mi lugar no estaba definida en este mundo que me rehuía (…).
Inquieto y soñador, mi frente parecía hundirse bajo el peso de sombrías melancolías, Era fría, tímida, y de algún modo insensible a todas esas alegrías ruidosas e ingenuas que iluminan de gozo un rostro infantil [34].
Ahora bien, el orden que impone la lengua a través del género gramatical no implica solo una polaridad binaria, sino también una jerarquía.
Los nombres de las ocupaciones de las mujeres invisibles
«Un padre y su hijo sufren un accidente de coche y quedan gravemente heridos; los bomberos los llevan al servicio de urgencias y cuando el cirujano de guardia ve a la criatura, exclama: ‘¡No puedo operarlo, es mi hijo!’.» Para resolver el enigma, hay que recordar que lo habitual en francés es usar los nombres de las ocupaciones en masculino, aunque las desempeñen mujeres: en el relato anterior, «el cirujano» es simplemente «una cirujana» y la madre del niño herido. Se trata claramente de un uso social, pues en la lengua francesa no hay nada que impida emplear la forma femenina: el uso de la palabra chirurgienne («cirujana») está acreditado desde 1350. El resultado es hacer invisible el hecho de que las mujeres trabajan y siempre lo han hecho.
Para justificar la reticencia a emplear esas formas en femenino se aducen diversas razones. Se dice que algunos femeninos designan posiciones consideradas menores o subalternas o evocan valores sexuales despectivos. Se rechaza el término «maestra de ceremonias» para feminizar «maestro de ceremonias» a causa de la proximidad con la «maestra de escuela», que interviene en los primeros cursos y no en la universidad; además en francés maîtresse (maestra) también designa a la amante de un hombre casado.
Sin embargo, si se usaran de manera sistemática las formas femeninas, se reduciría y se desvanecería el peso de las interpretaciones negativas. Es lo que ha ocurrido con «les étudiantes» (las estudiantes), asociadas a menudo en el siglo xix con una cierta ligereza sexual [35] y que actualmente ya no evocan esa imagen. O con «les romancières» (las novelistas). Jules Barbey d’Aurevilly, en un artículo cargado de desdén contra George Sand, le discutía su lugar entre los «romanciers»: «La señora Sand, a pesar de la lengua francesa, que no siempre sigue las órdenes de la inteligencia para crear sus palabras, no es más que una romancière, es decir, en fin de cuentas, una bas-bleu [****] [36].»
Después de las grandes obras novelísticas escritas por mujeres que han caracterizado los dos últimos siglos, ya nadie se atreve a expresar a cara descubierta semejante juicio. Aun así, nuestros usos lingüísticos todavía siguen estando determinados en gran parte por representaciones sociales no igualitarias que ellos a su vez contribuyen a reproducir.
«El masculino predomina (sobre el femenino)»: ¿en verdad es así?
¿Quién no ha escuchado esta fórmula, en clase de gramática, durante sus años escolares? Este enunciado, que supuestamente describe cómo funciona el francés, suena más bien como una orden social conminatoria –y, en efecto, lo es-, que se sitúa en el punto de convergencia de dos problemas: el de la concordancia y el de la ausencia de un genérico en francés.
Hasta el siglo xviii, en presencia de un grupo que combinaba dos nombres de géneros diferentes, el uso generalizado establecía la concordancia con el más próximo. Así, se podía decir y escribir: «El cuchillo y la cuchara han quedado abandonadas encima de la mesa» o también «Él habla con un buen gusto y una nobleza encantadoras». La norma de la concordancia en masculino, formulada por los gramáticos a partir del siglo XVI, se impuso tarde, siendo claramente el resultado de una intervención sobre la lengua. Las justificaciones de esa primacía del masculino (que según Beauzée respondería a «la superioridad del macho sobre la hembra», mientras que para Bouhours el género masculino sería «más noble») resultan particularmente insatisfactorias ya que no son de orden gramatical. La nobleza remite a un orden social y la supremacía del «macho» sobre la «hembra» a representaciones derivadas de los conocimientos médicos y biológicos.
Por otro lado, el francés, una lengua con dos géneros, adolece de un déficit de genéricos que induce a recurrir al masculino para reemplazarlos. Decir George Sand es el novelista más destacado del siglo xix no es lo mismo que decir George Sand es la novelista más destacada del siglo XIX. El empleo del masculino no construye la misma categoría que el femenino: el novelista más destacado relaciona a Sand con el conjunto de los novelistas del siglo xix, hombres y mujeres, pero no registra explícitamente su pertenencia al sexo femenino; la novelista más destacada, relaciona a Sand únicamente con el subconjunto de novelistas que son mujeres. En este caso, el masculino y el femenino no se contraponen, por tanto, como dos categorías simétricas. El masculino se utiliza para construir una categoría genérica, mientras que el femenino designa una categoría específica.
Se puede formular la hipótesis de que este funcionamiento del «llamado masculino genérico» resuelve la aplicación del principio de concordancia con el verbo. Sin embargo, en ausencia de una explicación, generaciones de escolares han captado ciertamente un principio de dominación masculina en la norma gramatical tal como esta se enuncia. Esta norma que se ha impuesto incluye, no obstante, dos grandes inconvenientes. En primer lugar, hace invisible, una vez más, la presencia de las mujeres en los conjuntos colectivos designados por términos masculinos plurales (los electores, los estudiantes, los asalariados, los franceses…). Además, introduce una ambigüedad referencial en los términos empleados en masculino: ¿estos designan la categoría específica de personas de sexo masculino, o bien el conjunto genérico de personas, más allá de las categorías de sexo? La incertidumbre que ya hemos constatado en la interpretación de los nombres de las ocupaciones, títulos y funciones afecta también al uso de la palabra «homme» (hombre) en francés [37], que en ciertos casos designa la categoría genérica («el hombre es un lobo para el hombre», «las ciencias del hombre») y en otros, la categoría específica («vestuarios para hombres», «peluquería de hombres»). Esta ambigüedad fundamental que también está presente tanto en el título de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre como en las traducciones al francés del Génesis [38] conforma nuestro imaginario social, religioso y político, y tiende a excluir, sin que nos demos cuenta de ello, a los seres clasificados como mujeres de las representaciones de lo humano.
La terminología gramatical y la sexuación de nuestras percepciones del mundo
Finalmente, un último problema reside en la asignación de las categorías «masculino» y «femenino», que la gramática francesa ha heredado de la griega y la latina. Esta asignación, que podría justificarse en el caso de los nombres que designan a seres animados sexuados (el panadero/la panadera, el perro/la perra), carece de fundamento semántico en el caso de los nombres que designan sujetos no sexuados (el cuchillo/la cuchara, el feminismo/la virilidad).
Lo problemático no es tanto la clasificación lingüística de los nombres en dos géneros sino la elección de los nombres que los gramáticos han atribuido a una u otra categoría, las cuales tienden a vincular lo que no va forzosamente unido y a confundir sexo y género gramatical. Damourette y Pichon teorizan esta confusión y proponen hablar de «sexuisemblance» (sexusemejanza) en lugar de «género gramatical»; en efecto, el objetivo es concebir el fenómeno lingüístico del género como un símil de sexo o como un «sexo ficticio», sexualizando así lo que no lo está. Claire Michard ha puesto claramente de manifiesto hasta qué punto esta confusión aparece fuertemente modulada por concepciones misóginas y sexistas. Los términos «masculino» y «femenino», tal como aprendemos a utilizarlos en la escuela y como los vemos inscritos en los diccionarios, transmiten una sexualización de nuestra visión del mundo y de nuestra percepción de las cosas a través de la forma en que percibimos las palabras que las designan. Una sexualización que Bachelard reivindica abiertamente en La Poétique de la rêverie, donde escribe por ejemplo: «Me encantaba saber que en francés los nombres de los ríos suelen ser femeninos. ¡Es tan natural! L’Aube y la Seine, la Moselle y la Loire son mis únicos ríos. Le Rhône y le Rhin son monstruos lingüísticos para mí. Transportan el agua de los glaciares. ¿No se requieren acaso nombres femeninos para respetar la feminidad del agua verdadera?»
«Fantasear» así sobre «el género masculino o femenino de las cualidades morales, como el orgullo y la vanidad, el valor y la pasión», igual que sucede con el enfoque de Damourette y Pichon, que parte de las palabras para llegar al pensamiento, sal menos tiene el mérito de invitarnos a adquirir conciencia de las determinaciones lingüísticas al hacer explícitas las fantasías que estas suscitan.
Examinar los hechos lingüísticos y los usos de la lengua también es, por lo tanto, un paso necesario para comprender cómo se mantiene la organización social de las relaciones de sexo. Si existe alguna singularidad francesa en este ámbito, como a menudo se proclama o se lamenta, esta sin duda le debe mucho a la lengua. En la medida en que impone de manera absoluta a los hablantes la propia inscripción y la de los demás en una categoría de sexo, en que tiende a hacer invisible la presencia de numerosas mujeres en la vida social y en el mundo del trabajo, en que promueve la apropiación de lo universal por los términos en masculino, mientras excluye el uso de términos en femenino como genéricos, por todo ello la lengua francesa participa activamente, y la mayoría de las veces de forma inadvertida, en la renovación cotidiana del género.
Sin embargo, las y los hablantes pueden incorporar nuevas visiones y nuevas prácticas en este sistema restrictivo pero no inmutable; así lo hacen escritores de todos los géneros, pero también ciertos usos sociales. El francés actual está evolucionando en diferentes ámbitos; cada vez se utilizan de manera más habitual las formas femeninas de los nombres de las ocupaciones y profesiones y no solo en las ofertas de empleo. Están apareciendo nuevas grafías, innovadoras con respecto a la historia de la lengua, para combinar las formas masculinas y femeninas, según el modelo del plural “les étudiant-e-s”, inventando en el código escrito formas verdaderamente genéricas, que eviten el recurso a masculinos ambiguos y femeninos implícitos. Estos cambios, promovidos por unas nuevas relaciones sociales y que van más allá de soluciones puntuales, bosquejan nuevos usos del francés. Sin embargo, sigue siendo necesario prestar atención a la inscripción del género en la lengua para comprender las visiones heredadas que esta transmite, obstaculizando así el cuestionamiento de la jerarquía de género.
* * *
Nuestro análisis confirma, por lo tanto, la importancia del modelo gramatical para la construcción del concepto de género y su carácter aún demasiado inexplorado, como ya subrayaba Joan W. Scott. También nos lleva a matizar la idea, ampliamente aceptada, de que el género es ante todo un concepto principalmente, o incluso exclusivamente, gramatical; lo cual, entre otros motivos, podría ser un impedimento para su uso en el sentido de «sexo social». Y pone de manifiesto que, a pesar de una polisemia más amplia de la palabra, nada en la historia de la lengua francesa impide usarlo en ese sentido. Solo cuando el pensamiento feminista ha inscrito claramente este uso en el marco de un proceso de denuncia de la dominación de las mujeres y a la vez también de un sistema restrictivo de bicategorización normativa de las identidades de sexo, se ha pretendido invocar la singularidad de la lengua (y a través de ella de la cultura) francesa para intentar oponerse a ello.
El uso de la palabra genre (género) en francés conlleva sin duda algunos riesgos de confusión por razones lingüísticas y culturales, pero lo mismo ocurre en otras lenguas, y en francés también en el caso de otros términos. En realidad, la cuestión de saber si genre es admisible ya ha quedado superada en la práctica por el extraordinario auge de trabajos que ha suscitado dicho concepto en las últimas décadas. Pretender ignorarlos o rechazarlos completamente solo puede ser fruto de la ceguera intelectual y de una crispación retrógrada. Sin embargo, el término tampoco puede convertirse en un instrumento mágico de un nuevo prêt-à-porter del pensamiento . Debido a su mismo éxito, también en la terminología de numerosas instituciones, y dada la multiplicidad de sus usos –que es imposible, además de absurdo, pretender reducir y restringir a una definición única–, su adopción como instrumento de análisis ha de ser por fuerza siempre crítica y contextualizada. Ahora bien, para su uso crítico, tener en cuenta la diversidad y la historia de las lenguas permite enriquecer el concepto y a la vez comprender mejor las modalidades a través de las cuales se ha perpetuado y ha evolucionado el sistema de jerarquía de género. En el caso de la lengua francesa, su uso evidencia el peso particularmente importante de un sistema gramatical con dos términos, que impone un sistema de clasificación omnipresente, restrictivo y desigual a los seres animados y a la vez también a la percepción del mundo, sistema que pronto se confunde con una supuesta ley de la «naturaleza», sobre todo cuando se quieren mantener las desigualdades de las que dicho sistema es producto y que este continúa vehiculando.
[*] «Pensar que he desperdiciado años de mi vida, (…) por una mujer que no me gustaba, que no era de mi género».
[**] Giro lingüístico. (N. de la T.).
[***] Todas las observaciones siguientes referidas al francés son aplicables también al castellano y al catalán, al ser todas ellas lenguas flexivas nacidas del latín y que siguen la misma tradición «académica», sobre todo a partir del siglo XVIII. (N. de la T.)
[****] Sabihonda.
[1] A lo largo del presente capítulo utilizaremos este equivalente por comodidad, cuando se tenga que eliminar una ambigüedad. Los significados de la palabra, como veremos, son más numerosos y más complejos.
[2] Género: término exclusivamente gramatical. Hablar de género masculino o femenino para referirse a personas o criaturas de sexo masculino o femenino es o bien una ocurrencia (permisible o no según el contexto) o bien una torpeza. [Cursivas de l@s autor@s.]
[3] Joan W. Scott, «Le genre: une catégorie utile d’analyse historique», en De l’utilité du genre, París, Fayard, 2012, p. 18 (primera traducción al francés en Les Cahiers du GRIF, nº 37-38, 1988). [Texto original inglés: «Gender: A Useful Category of Historical Analysis» en American Historical Review, 91,1986, pp. 1053-1075. Hay traducción al castellano de Eugenio y Marta Portela: «El género: Una categoría útil para el análisis histórico», en James Amelang y Mary Nash (eds.), Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1990. (N. de la T.)]
[4] Esto nos lleva a hacer hincapié en la existencia de un largo primer periodo de emergencia progresiva del concepto, antes de la inflexión y la resonancia que le aportaron los trabajos de Judith Butler. Por razones de espacio, nos limitaremos a mencionarlos muy rápidamente. Por el mismo motivo, no nos es posible ampliar aquí la reflexión sobre la lengua francesa a fin de incluir los diferentes usos francófonos.
[5] John Money, «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism. Psychologic findings.», Bulletin of the John Hopkins Hospital, 96, 1995. En francés, véase Lovemaps, Fantasmes sexuels, «cartes» affectives et perversions, París, Payot, Petite bibliothèque Payot, 2009.
[6] Robert J. Stoller, «Gender-role change in intersexed patients», JAMA, nº 188, p. 684-685.
[7] Robert J. Stoller, Sex and Gender. The Development of Masculinity and Feminity, Nueva York, Science House, 1968.
[8] Talcott Edger Parsons, «Age and sex in the social structure of the United States», American Sociological Review, nº 7, 1942.
[9] Margaret Mead, Male and Female: A Study of the Sexes in a Changing World, Nueva York, Willima Morrow, 1949.
[10] David Haig, «The inexorable rise of gender and the decline of sex: social change in academic titles, 1945-2001», Archives of Sexual Behaviour, vol. 33, nº 2, abril 2004, p. 92.
[11] «Lo único que me consuela por el hecho de pertenecer a este género es la seguridad de que jamás llegaré a estar casada con alguien del mismo», citado por Scott, artículo citado, p. 17.
[12] A. Jumeau lo traduce como: «L’opinion publique […] est toujours du sexe feminin» [La opinión pública […] es siempre de sexo femenino], George Eliot, Le Moulin sur la Floss (1860), París Gallimard, Folio, 2003, p. 652. Citado por Haig, artículo citado, nota 8.
[13] En los textos franceses se encuentra la forma gendre, por influencia del verbo gendrer (que en francés moderno ha dado lugar a engendrer) y esta misma forma gendre del anglonormando es la que daré lugar a gender en inglés. género.indd 30 09/09/2016, 14:13 31.
[14] Gautier de Coincy, Miracles Notre Dame: La mort perpetuel engenre Cil qui aimme masculin genre Plus que le feminin ne face. Et Die de son livre l’esface [1236].
[15] Laure Surville de Balzac, Lettres à une amie de province (1831-1837), París, Plon, 1932, p. 141.
[16] Marcel Proust, Un amour de Swann [1913], París, Gallimard, Folio, 1998, p. 375. Anne-Emmanuelle Berger también señala este uso en Le Grand Théâtre du genre, París, Belin, 2013, p. 195.
[17] Robert J. Stoller: «Faits et Hypothèses. Un examen du concept freudien de bisexualité», Nouvelle Revue de Psychanalyse, nº 7 «Bisexualité et différence des sexes», primavera 1973, p. 153. El inglés solo se ha conservado de manera puntual en la versión francesa de este artículo para introducir la distinción que establece Stoller entre bisexualidad y bigenderality, entendida como la «cualidad psicológica inherente al hecho de poseer simultáneamente aspectos de masculinidad y de feminidad».
[18] Kate Millett, La politique du mâle, París, Stock, 1971. [Hay traducción al castellano de Ana María García: Política sexual, Madrid, Cátedra, Feminismos, 1995.]
[19] Ann Oakley, Sex, Gender and Society, Nueva York, Harper Colophon, 1972.
[20] Catharine R. Stimpson, «Editorial», Signs. Journal of Women in Culture and Society, vol. 1, nº 1, otoño 1975.
[21] Gayle Rubin, «The Traffic in Women: Notes on the “Political Economy” of Sex», en R. Reiter, Toward an Anthropology of Women, Nueva York, Monthly Review Press, 1975, p. 165; traducción al francés de Nicole-Claude Mathieu, «L’économie politique du sexe. Transactions sur les femmes et systèmes de sexe-genre», Les Cahiers du Cedref, nº 7, 1998. Reeditado bajo el título «Le marché aux femmes: ‘Économie politique’ du sexe et sistèmes de sexe/genre», en G. Rubin, Surveiller et jouir. Anthropologie politique du sexe, París, Epel, 2010, p. 33. [Hay traducción al castellano: «El tráfico de mujeres: Notas sobre la ‘economía política’ del sexo», Revista Nueva Antropología, vol. VIII, nº 30, Universidad Nacional Autónoma de México. México D.F., 1986, pp. 95-145.]
[22] Femmes, feminisme et recherches. Actes du colloque national de Toulouse, décembre 1982, Toulouse, AFFER, 1984, p- 34.
[23] Michel Arrivé, Le Linguiste et l’Inconscient, París, PUF, 2008, p. 152.
[24] Ley nº 94-665 de 3 de agosto de 1994, relativa al uso de la lengua francesa, conocida como Ley Toubon.
[25] Boletín oficial nº 34 de 22 de septiembre de 2005, Commission générale de terminologie et de néologie, «Recommandation sur les équivalents français du mot gender».
[26] La Guía para la evaluación del impacto en función del género de la Comisión Europea se publicó en 1998.
[27] Jean Larnac, Histoire de la littérature féminine en France, París, éditions Kra, 1929, p. 256.
[28] Judith Butler, Trouble dans le genre. Pour un féminisme de la subversion, París, La Découverte, 2005. [Hay traducción al castellano de María Antonia Muñoz García: El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, Barcelona, Paidós, 2007.] género.indd 31 09/09/2016, 14:13 32.
[29] Lo expone muy bien Anne-Emmanuelle Berger, Le Grand Théâtre du genre, op. cit., pp. 48-51, por ejemplo.
[30] En esta línea, Natacha Chetcuti y Lucas Greco titularon su libro sobre las relaciones entre lengua y género, La Face cachée du genre [La cara oculta del género], París, Presses de la Sorbonne nouvelle, 2012.
[31] Monique Wittig, La Pensée straight [2001], París, Éditions Amsterdam, 2007, p. 106. [Hay traducción al castellano de Javier Saéz y Paco Vidarte: «El pensamiento heterosexual», en El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Barcelona y Madrid, Egales, 2005.]
[32] Nos sumamos a la argumentación de Edwige Khaznadar, quien demuestra en sus trabajos que es más conveniente pensar y analizar la relación masculino/femenino en términos de alternancia y no, como ha sido costumbre en la tradición gramatical francesa, en términos de derivación (conforme a la cual las formas del femenino se construyen a partir de las formas del masculino). Véase, por ejemplo, Edwige Khaznadar, La Féminin à la française. Académisme et langue française, París, L’Harmattan, 2002.
[33] Por ejemplo, en coreano, para decir «yo» se emplea, según los casos, bien el pronombre «corriente» na, bien el pronombre «humilde» ce, que se usa ante personas que se consideran superiores. (François Jacquesson, Les Personnes. Morphosyntaxe et sémantique, París, CNRS Éditions, 2008, p. 71.)
[34] Michel Foucault reeditó este texto en 1978, bajo el título de Herculine Barbin dite Alexina B., París, Gallimard, 1978, p. 9.
[35] Véase, por ejemplo, Guy de Maupassant, Bel-ami, 1885, primera parte, cap. VII traducido con el título de El buen mozo, por S. Romo-Jara: «‘¿Qué caprichosa imaginación ha podido preparar esta unión de una viejo con una desequilibrada? ¿Qué razones han podido decidir a ese inspector a casarse con esa colegiala? Misterio. ¿Quién sabe? ¿El amor acaso? En fin —concluyó—, como querida es deliciosa y sería una estupidez dejarla.»
[36] Jules Barbey d’Aurevilly, «Deux romans scandaleux», Les Romanciers, en Les Oeuvres et les hommes, primera serie, vol. 1, París, Les Belles Lettres, 2005, p. 1184.
[37] Derivado del latín homo, el «ser humano», el francés homme tiene los dos sentidos de homo y de vir (en latín, el «ser humano masculino», que a dado lugar al adjetivo viril).
[38] La Vulgata cita el versículo 1-27 como sigue: Et creavit Deus hominen ad imaginem suam ad imaginem Dei creavit illum masculum et feminam creavit eos. Lo cual en francés se convierte en: Dieu créa l’homme a son image, il le créa à l’image de Dieu, il créa l’homme et la femme [Dios creó el hombre a su imagen, Él lo creó a la imagen de Dios, Él creó al hombre y a la mujer] (traducción al francés de Louis Segond).
Ainhoa | 02 marzo 2017
Thank you for this publication. It is extremmely helpful and interesting.
Hopefully, we will continue on the research of «gender», opposite from «social sex» and we will find solutions to the «lack of plural neutral» which expresses colectivity (males and femlaes) but creates ambiguity.
I am currently carrying out an investigation about «Male chauvinism in English and Spanish newspapers about Olympic Games 2016» where I will quote this publication.
Nervertheless, I would like to ask something: What is the convention nowadays for jobs? Do we use «deliverywoman» and «deliveryman»? (For example)
Thank you in advance
Deja un comentario