Lenguaje provisional

La globalización y la digitalización han convertido todo lenguaje en lenguaje provisional.

El escritor.

El escritor. Fuente: Flickr

«Dado que las palabras son baratas y se producen hasta el infinito, se convierten en desechos con poco significado y aún menos sentido». En el libro Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital, Kenneth Goldsmith, el creador de UbuWeb, argumenta que la globalización y la digitalización han convertido todo lenguaje en lenguaje provisional. La cantidad de texto disponible y las facilidades para intervenir en él o manipularlo suponen un nuevo desafío para los escritores actuales y hacen necesario replantearse las nociones tradicionales de «originalidad», «escritura» y «autoría». Gracias a Caja Negra Editora, publicamos un fragmento del libro donde Goldsmith expone el concepto de lenguaje provisional.

En el mundo digital, el lenguaje se ha convertido hoy en un espacio provisional, rebajado y transitorio, un mero material para ser acumulado, trasladado, transformado y moldeado en la forma más conveniente, solo para ser desechado más tarde con la misma facilidad. Ya que las palabras son baratas y se producen al infinito, se vuelven desperdicios con poco significado y aún menos sentido. La desorientación causada por la copia y el spam es la norma. Rastros de autenticidad u originalidad son vez más difíci­les de detectar. Los teóricos franceses que anticiparon la desestabilización del lenguaje jamás imaginaron hasta qué punto las palabras de hoy se rehúsan a estar quietas. Hoy las palabras solo conocen la agitación. Las palabras ac­tuales son burbujas, criaturas metamórficas, significantes vacíos que flotan en la invisibilidad de la Web, ese gran ecualizador del lenguaje del cual tomamos todo insacia­ble e indiscriminadamente, llenando nuestros discos duros hasta hacerlos desbordar solo para reemplazarlos por dis­cos duros más grandes y baratos

El texto digital es el doble del texto impreso, el fan­tasma en la máquina. El fantasma se ha vuelto más útil que lo real; si no es descargable, no existe. Las palabras son aditivas, se apilan sin fin, se vuelven indiferenciadas. En un momento, explotan en esquirlas y luego se recom­ponen y forman nuevas constelaciones de lenguaje solo para volver a explotar.

La tormenta de lenguaje induce amnesia: no son estas palabras para recordar. La estasis es el nuevo movimiento. Las palabras viven en una condición simultánea de pre­sencia y obsolescencia ubicuas, en un estado dinámico y sin embargo estable. Un ecosistema que se reutiliza, se reafirma, se recicla. Regurgitar es la nueva no-creatividad; en vez de crear, honramos, adoramos y acogemos la mani­pulación y la readaptación.

Las letras son tabiques indiferenciados –ninguna letra tiene más sentido que otra–; vocales y consonantes se reducen a un código decimal, a constelaciones repentinas en un documento de Word, luego en un video, después en una imagen, después, quizá, de vuelta a un texto. Tanto la irregularidad como la singularidad se construyen pro­visionalmente a partir de elementos textuales idénticos. En vez de tratar de extraer orden del caos, lo expresivo de hoy es extraído de lo homogéneo y lo singular es liberado de lo estándar. Toda materialización es condicional: está cortada, pegada, hojeada, forwardeada, espameada.

El oficio de la escritura alguna vez sugirió la unión (quizá eterna) de palabras y pensamientos; ahora se ha convertido en un acoplamiento transitorio a la espera de ser deshecho; un abrazo pasajero con alta probabilidad de se­paración, reventado por fuerzas interconectadas. Hoy estas palabras conforman un ensayo, mañana estarán pegadas en un documento de Photoshop, la semana entrante serán una animación en una película, el año entrante parte de un remix tecno.

La industrialización del lenguaje: debido a su intenso consumo, las palabras ahora se producen de forma fanáti­ca y se administran y almacenan con el mismo fervor. Las palabras nunca duermen; torrents y robot-webs [spiders] aspiran lenguaje sin descanso.

Tradicionalmente, la tipología implica la demarcación de algo, la definición de un modelo singular que excluye otros ordenamientos. El lenguaje provisional representa una tipología inversa de lo acumulativo; tiene menos que ver con la cualidad que con la cantidad.

El lenguaje drena y es drenado; la escritura se ha vuel­to un espacio de colisiones, un contenedor de átomos en continuo movimiento.

Hay una manera especial de navegar por la Web, al mismo tiempo sin objeto y con propósito. Ahí donde al­guna vez la narrativa prometía conducirnos hacia el des­canso de un final, el flujo de lenguaje de Internet ahora nos ofusca y enmaraña en un matorral de palabras, nos fuerza a desviaciones indeseadas y nos devuelve al punto de partida cuando estamos perdidos: estamos en una deri­va acelerada y nos hemos convertido en un flâneur veloz.

El lenguaje se ha nivelado a una misma forma de simili­tud e insipidez. ¿Podemos distinguir lo indiferente? ¿Podemos exagerar lo monótono? ¿Cómo? ¿Lo extendemos? ¿Lo amplia­mos? ¿Lo variamos? ¿Lo repetimos? ¿Supondría una diferen­cia? Las palabras existen para el détournement [desvío] y la malversación: toma el lenguaje más lleno de odio que encuen­tres y neutralízalo; toma el más dulce y hazlo feo.

Restaura, reorganiza, reensambla, renueva, revisa, re­cupera, rediseña, regresa, recrea: los verbos que comien­zan con re producen lenguaje provisional.

Obras enteras (autorales) ya utilizan lenguaje pro­visional, estableciendo regímenes de ingeniería para la desorientación calculada con el objetivo de instigar una política de desarreglo sistemático.

Babel se ha malentendido; el lenguaje no es el proble­ma, es solo la nueva frontera.

El lenguaje provisional pretende unir pero en realidad fracciona. Crea comunidades, no de interés compartido o de libre asociación, sino de estadísticas idénticas y demografías inevitables, un tejido oportunista de intereses particulares.

“Maten a sus maestros.” La escasez de maestros no ha detenido la proliferación de obras maestras. Todo es una obra maestra; nada es una obra maestra. Es una obra maes­tra si yo digo que es una obra maestra. La muerte del autor ha generado un espacio huérfano; el lenguaje provisional no tiene autor y sin embargo es sorprendentemente autori­tario, asume sin pudor la máscara de quien lo haya robado.

La oficina es la nueva frontera de la escritura. Ya que podemos escribir en casa, la oficina quiere ser domésti­ca. La escritura provisional presenta a la oficina como el hogar urbano: los escritorios se vuelven esculturas, se adoptan neologismos corporativos como jerga –“memoria de equipo” y “gestión de información”–, y un universo de Post-its electrónicos satura la nueva escritura.

La escritura contemporánea requiere de la pericia de una secretaria mezclada con la actitud de un pirata: copiar, organizar, cotejar, archivar y reimprimir, junto a una tendencia más clandestina hacia el contrabando, el saqueo, el acaparamiento y la distribución de archivos. Hemos tenido que adquirir nuevas habilidades: nos hemos convertido en maestros del tipeo, exactos recopiladores del cortar-y-pegar, somos unos demonios del Reconoci­miento Óptico de Caracteres [ocr]. No hay nada que ame­mos más que la transcripción; pocas cosas nos satisfacen tanto como recopilar.

No hay mejor museo ni librería que tu local de in­sumos de oficina más cercano repleta de materia prima para la escritura: discos duros poderosos, torres de cds en blanco, tintas y tóners, impresoras con mucha memoria y toneladas de papel barato. El escritor es ahora productor, editor y distribuidor. Los párrafos se queman, bajan, co­pian, imprimen, encuadernan y se envían a la velocidad

de un rayo, todo a la vez. La tradicional madriguera so­litaria del escritor se ha convertido en un laboratorio de alquimia interconectado socialmente, dedicado a la tosca fisicalidad de la transferencia textual. La sensualidad de pasar gigas de información de un disco a otro: el zumbido del disco, la agitación de materia intelectual vuelta soni­do. La excitación carnal generada por el calor de la super­computación al servicio de la literatura. La rotación del escáner mientras extrae lonjas de lenguaje de la página, descongelándolo, liberándolo. Lenguaje en juego. Lengua­je fuera del juego. Lenguaje helado. Lenguaje derretido.

Esculpir con texto.

Excavar datos.

Chupar palabras.

Nuestra tarea es solo atender a las máquinas.

La globalización y la digitalización convierten todo lenguaje en lenguaje provisional. La ubicuidad del inglés: ya que todos lo hablamos, nadie recuerda su uso. La de­gradación colectiva del inglés ha sido nuestro logro más impresionante; le hemos fracturado la columna con nues­tra ignorancia y nuestro acento, con la jerga, el slang, el turismo y el multitasking. Podemos hacer que diga lo que queramos, como un muñeco parlante.

Los reflejos narrativos que desde el comienzo de los tiempos nos han permitido conectar puntos y llenar vacíos hoy se han vuelto contra nosotros. No podemos dejar de prestarle atención: no hay secuencia tan absurda, trivial, sin sentido o insultante que no queramos registrar. Encon­tramos sentido, extraemos significado, y leemos intencio­nes aun en las palabras más atomizadas. El modernismo demostró que es imposible no encontrar sentido incluso en el sinsentido más absoluto. El único discurso legítimo es la pérdida; antes buscábamos renovar lo agotado, ahora tratamos de resucitar lo que se ha ido.

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