Las políticas de la tecnología-ficción

La ficción, más allá de un protocolo de comprensión de la información, opera como una herramienta de control y una tecnología táctica para abrir otros mundos posibles.

Radio wardman Pks. Pool, 7/10/24 | Library of the Congress

Radio wardman Pks. Pool, 7/10/24 | Library of the Congress | Sin restricciones de uso conocidas

La ficción, más allá de una serie de medios y protocolos de comprensión de la información, puede entenderse como una herramienta que es utilizada por las hegemonías para perpetuar su poder sobre la visión del pasado, la experiencia presente y las proyecciones del futuro. Hoy, las grandes corporaciones tecnológicas se sirven de ella para imponernos ciertos imaginarios de futuro alineados a sus intereses y sobre los que parece que no tenemos ningún poder.

Esta historia empieza con un monstruo: las púas que tiene en la espalda atraviesan su capa roja y sus brazos son peludos, robustos y terminan en unas garras enormes. Esta entidad es la razón por la que una comunidad no abandona los límites de su pueblo. Sus habitantes tienen una vida apacible siempre y cuando nadie se acerque al bosque, en el que habita «aquello de lo que no se puede hablar». Tras la arboleda, una reja separa a esta aldea amish de un mundo de carreteras, consumo e individualismo.

The Village (2004)

En The Village –la película que se basa en esta trama–, la bestia es el garante del orden social: el monstruo es una ficción performada por el gobierno del pueblo con un objetivo concreto. Este mito crea y garantiza la conservación de una forma de vida marcada por un pequeño grupo de personas que decide por el resto. Mantiene a la sociedad anclada en una realidad determinada por una idea de lo deseable.

La cultura contemporánea, global y conectada de la que formamos parte tiene, del mismo modo, un nutrido catálogo de ficciones. Por ejemplo, aquellas que retratan ciudades conectadas donde seres humanos caucásicos, acaudalados y habitantes de países desarrollados les hablan a unas máquinas que les entienden a la primera, utilizando una inteligencia artificial y autónoma que se pone al servicio del confort y la eficiencia.[1]

CISCO comparte su visión de futuro atravesada por las tecnologías que la propia empresa diseña (2004)

¿En qué se parecen estas dos ficciones? En primer lugar, en que ambas son construidas intencionalmente por una hegemonía para mantener su poder. Las dos tratan de perpetuar un orden social: una por los líderes de la aldea, la otra por las grandes corporaciones tecnológicas turbocapitalistas. La fantasía de la primera se nutre del pasado para proyectar un futuro similar a sí misma, la segunda trata de ordenar el devenir, de convencernos de que «el futuro va a ser de esta manera» y no de otra.

En ambos casos, las ficciones, abrazadas por la mayoría, ordenan la existencia individual y colectiva. Hacen inteligible un determinado orden de cosas: señalan aquello deseable e indeseable, disciernen lo posible de lo imposible. Oprimen a través de una ilusión de realidad.

La primera se niega a aceptar que la tecnología está ligada al progreso (su ficción busca contener posibles derivas sociotécnicas), la otra se niega a aceptar que tecnología y progreso pueden no estar directamente relacionadas. Una evita la entrada del capitalismo, la otra capitaliza y mercantiliza el mañana.

Los cauces quebrados de la ficción

Lo que generalmente se entiende por ficción es la simulación de realidad desplegada en medios como el cine, la literatura, los videojuegos, los cómics o el teatro. Esta categoría hoy nos parece natural, pero, sin embargo, podemos trazar su genealogía. El advenimiento de la era moderna trajo consigo una nueva cartografía del conocimiento dividido por los meridianos de la religión y la ciencia y la ficción y la realidad.

Centrando la atención en lo medial, con la popularización de la imprenta, cada una de estas categorías desarrolló una serie de protocolos discursivos y medios de distribución que facilitaron su distinción. De este modo, se consolidaron unos marcos de comprensión que encuadraban aquello susceptible de considerarse verdad y lo que no.

Hoy, estos diques de contención se están resquebrajando en un ecosistema mediático donde las noticias no necesariamente se basan en hechos reales (el escurridizo fenómeno de la postverdad). Aquí, lo que se ha convenido en llamar ficción está desbordando los canales por los que tradicionalmente ha circulado (películas, novelas, etc.) para empañar la legitimidad que atribuíamos a la prensa, el medio encargado de ayudarnos a entender la realidad.

Ficciones tecnocapitalistas

El dinero, las naciones, la propiedad privada, el amor romántico, la identidad de género o la idea de progreso y dominio sobre la naturaleza son ficciones, constructos culturales que disciplinan nuestras relaciones y preservan cierta estabilidad social. Tienen consecuencias en nuestros bienestares, los lugares donde vivimos o los derechos y las facilidades que tienen algunos seres por encima de otros. Son relatos contingentes y consensuados que se han terminado institucionalizando en realidades sociales.

Estos marcos de comprensión toman sentido cuando están situados dentro de un determinado aparato socioeconómico. Al respecto, Richard Sennett, explica que «el capitalismo moderno funciona colonizando la imaginación de lo que la gente considera posible. Marx ya se dio cuenta de que el capitalismo tenía más que ver con la apropiación del entendimiento que con la apropiación del trabajo». En este mismo sentido, Frederic Jameson pone en evidencia el absurdo de que nos sea más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

La industria tecnológica –mastodóntica, delirante y monopolista– también disemina sus ficciones. Del mismo modo que el monstruo de The Village, las ficciones corporativas expresan los deseos de los agentes en el poder y nos convencen para compartirlos: en el presente, nos ofrecen otros modos de gestión del tiempo, de afectar y dejarnos afectar, lo que consideramos o no trabajo y ocio, y concepciones de cercanía, comodidad, seguridad y eficiencia.

Estas ficciones no solo inciden en el ahora, sino que funcionan como un agente colonizador de nuestros imaginarios de futuro. Señalando lo que llegará, genera una inercia a la que se suman varios agentes (gobiernos, start-ups, universidades, distribuidores, agencias de comunicación, etc.) que movilizan sus recursos en el presente para hacer realidad ese deseo. La élite tecnocapitalista, a través de canales que en principio no son ficticios (revistas especializadas, prensa general, ensayos y artículos académicos), anticipan realidades que todavía no son pero que se hacen pasar por incuestionables.

Aquí, la ficción funciona como un lubricante entre escenarios emergentes (aquello que puede llegar a ser) y estables (aquello que finalmente es, pero que podría haber sido de otra manera). Esta negociación se hace evidente, por ejemplo, en la siempre cambiante relación entre personas, máquinas y sistemas de gestión de poder: las ficciones sociotécnicas corporativas proyectan en nuestro futuro la larga sombra de la delegación constante, creciente dependencia de sistemas conectados, flexibilidad, extracción de valor de nuestro comportamiento y vigilancia constante.

Ontología Tecnoblandas | Tecnologías Blandas

Ontologia Tecnoblandas | Tecnologías Blandas | (CC BY-SA 2.0)

Poder: táctica-estrategia-ficción

En un momento en el que la complejidad del mundo parece inversamente proporcional a nuestra capacidad para conocerlo, concebir la ficción como un objeto semiótico-material quizás pueda ser útil. Atendiendo a los relatos diseminados por instituciones como el mercado, la iglesia o el heteropatriarcado, la ficción aparece como un elemento que se pone en juego para desplegar virtualidad –una ilusión de realidad– que, a base de repetición, termina consolidándose en el oxímoron de una verdad absoluta y contingente que deviene una suerte de infraestructura simbólica. Esta define, en función de intereses hegemónicos, nuestros horizontes de posibilidad y guía nuestras percepciones del mismo modo que una presa regula el caudal de un río.

Pero, más allá de los significados y comportamientos, también afectan a las cosas en sí mismas. Las ficciones instituyentes se materializan en ciudades, hogares, vehículos y fronteras, pero también en sistemas de interacción, productos financieros y regulaciones laborales.

Aquí, pues, la ficción puede ser entendida como un tropo –una figura retórica cuyo significado original se desvía por otro camino– que nos permite indagar en aquello que nos es presentado como real. En efecto, la ficción se utiliza como un dispositivo de control (al fin y al cabo, el monstruo de la capa roja es una metáfora, por ejemplo, de las alambradas comportamentales que levantaban los pecados capitales en relación con el premio del cielo o el castigo del infierno y que se despliegan en favor de los intereses de la institución eclesiástica) y, en este sentido, puede considerarse también como una tecnología blanda –aquellas que inciden en los comportamientos y actitudes y que pueden utilizarse para seducir, comunicar, infundir miedo o confianza.

Reapropiarse de la ficción

Utilizando la idea de ficción como un radar para determinadas formas de control social, quizás seamos capaces de identificar cómo nos llegan, qué nos cuentan, quién las produce, qué formas toman, qué cuentan, qué no cuentan y qué finalidades tienen. En resumen, atender a las políticas que subyacen en estas narrativas y estar especialmente atentos a los medios a través de los cuáles nos llegan, porque estas tienen efectos en nuestros pactos de convivencia entre personas y nuestra relación con ecosistemas, empresas y tecnologías. Contribuye a definir los límites de lo que entendemos como humanos, seres vivos, usuarios, consumidores o ciudadanos.

Así quizás podamos seguir tensando nuestras credulidades y generando herramientas para comprender e intervenir en los poderes que nos gobiernan. Ser conscientes de que las grandes corporaciones nos cuentan cuentos nos hará un poco menos crédulos y nos dará herramientas para no aceptar acríticamente futuros que se nos imponen por intereses comerciales.

Pero no solo eso. Tenemos que ser capaces de crear contraficciones. La ficción es una tecnología táctica que abre alternativas y vías de escape a un mundo profundamente injusto y desigual que aceptamos como si no pudiéramos hacer nada para cambiarlo. Servirnos de la ficción puede abrirnos a imaginar otros mundos más respetuosos. Descubrir espacios no colonizados por el capital y abrir lugares donde encontrarnos con la diferencia en toda su irreductibilidad. Desenvainar la ficción como una forma de reencantar la realidad con el zumbido de la posibilidad sin las restricciones que nos imponen los mercados o las instituciones que nos gobiernan.


[1] David Casacuberta explora en su artículo titulado Injusticia algorítmica un escenario alternativo al que conducen las corporaciones tecnológicas para poner en evidencia la discriminación que reproducen los sistemas llamados inteligentes.


Fiction as method, editado por Jon K Shaw y Theo Reeves-Evison. Sterngberg Press

Futures & Fictions, editado por Henriette Gunkel, Ayesha Hameed y Simon O’Sullivan. Repeater

Fixtions: ficciones colaborativas para intervenir desde la especulación en realidades emergentes, Andreu Belsunces, en Temes de disseny, Elisava

Narratopías de futuro: el agotamiento de lo posible, Laura Benítez. CCCBLab

Futuro(s): desde dónde, hacia cuándo y para quién. Andreu Belsunces, en Design Does, Elisava

Ver comentarios0

Deja un comentario

Las políticas de la tecnología-ficción