Las bibliotecas experimentales de Seúl

Si toda la información ya está en Internet, ¿qué vamos a buscar en las bibliotecas? Cuatro bibliotecas de Seúl apuestan por hacer que el libro lleve a la experiencia física y no a la pantalla.

Desfile de la Cruz Roja. Brisbane, 1944

Desfile de la Cruz Roja. Brisbane, 1944 | State Library of Queensland | Dominio público

En una sociedad en la que hemos convertido las bibliotecas en espacios multimedia y transversales, un proyecto experimental de bibliotecas en Seúl tiene aún los libros como protagonistas. Para alcanzar este propósito, los centros convierten la lectura en una vivencia. En una sociedad que dispone de toda la información con un solo clic, el futuro de las bibliotecas puede pasar por las bibliotecas temáticas, donde acciones cotidianas como cocinar, viajar o escuchar música se entremezclan con la lectura para transformarla en una experiencia sensorial, artesanal y colectiva.

Bajo la máscara corporativa de Hyundai Card Libraries, en Seúl han abierto sus puertas en los últimos cinco años cuatro pequeñas bibliotecas cuya existencia y concepto son absolutamente inesperados. En la época en que las bibliotecas tienden a ser grandes espacios transversales y multimedia, esas cuatro son pequeños laboratorios especializados. En la época en que las bibliotecas se han poblado de personas que buscan en el ámbito libresco un contexto para sumergirse en sus pantallas, en esas cuatro bibliotecas los libros se consultan en relación con objetos que les dan sentido: los textos conducen a la acción física, en lugar de llevarte a la tecnología. En las bibliotecas del Diseño, de la Cocina, de la Música y del Viaje los libros siguen siendo los protagonistas.

La Biblioteca del Diseño se parece a un pequeño museo de arte contemporáneo, con un jardín central que articula los tres pisos del edificio. Sus tres zonas se rigen por criterios clásicos de la biblioteconomía: en la primera se encuentran los libros de arte contemporáneo, los catálogos de museos, las publicaciones periódicas y los volúmenes de diseño industrial; estos también están en la tercera área, junto con los de arquitectura, los de diseño de interiores, público y orgánico, y los de fotografía; mientras que en la segunda encontramos la bibliografía sobre diseño de libros, marketing, comunicación visual, diseño de usuario y títulos varios. En un rincón minúsculo de la segunda planta, por ejemplo, al lado de un cubículo con vistas a los tejados de los hanok del barrio, se han seleccionado una veintena de libros sobre la pequeñez: lavabos, miniaturas, minimalismo, micropisos.

Para que un libro sea seleccionado para el fondo de la Biblioteca del Diseño tiene que ser inspirador, útil, intermediador, influyente, transversal, clásico (de hecho o en potencia) y bello. También el resto de bibliotecas han hecho públicas las pautas que han seguido sus respectivos curadores para seleccionar el catálogo de títulos. Lo que singulariza el proyecto, por tanto, no es un nuevo concepto acerca de la dimensión libresca de la biblioteca, sino la curaduría y una puesta en escena que genera una atmósfera totalmente distinta de la que encontraríamos en la biblioteca de una facultad de diseño. La arquitectura y las atenciones se han puesto al servicio de la creación de una experiencia distinta, sensorial, artesanal y muy agradable. Junto a las mesas y los sillones de lectura, hay máquina de café y nevera con botellas de agua. En todas las superficies donde se pueden apoyar libros se encuentran unas cajas de madera con lápices Faber-Castell y hojas en blanco. Todo ha sido pensado y escogido para que el lector se sienta un ser privilegiado, que va a disfrutar de la posibilidad de traducir su lectura en apuntes, dibujos, realidades futuras.

Hyundai Card Design Library

En cada una de las cuatro bibliotecas se ofrecen marcapáginas distintos, que remiten a la singularidad de cada proyecto y a la sintonía entre sus cuatro encarnaciones, con una apuesta indudable por el papel, como tacto y como diseño. El folleto que explica la Hyundai Card Libraries es de un gusto exquisito, porque el libro de papel está en el centro de todas las experiencias: bibliografía sobre arte, artesanía y diseño en la Biblioteca del Diseño; libros de recetas, sobre materias primas o sobre cocina en la de la de la Cocina; literatura de viaje, mapas, guías o la colección entera de National Geographic en la del Viaje; biografías de cantantes, ensayo musicológico, partituras y títulos melómanos en la de la Música. En sus alrededores se despliegan las interfaces que permiten convertir la lectura en vivencia y en recuerdo. Esos lápices de la Design Library. Esos discos y tocadiscos de la Music Library (a la venta en la tienda vecina, Vinyl & Plastic). Esos mapas interactivos de la Travel Library. Esas bandejas y cacerolas, fogones y hornos de la Cooking Library. El lector se convierte en hacedor, en maker. En ese contexto estimulante, su conocimiento no proviene de Youtube o de Wikipedia, sino de un libro que, por lo general, selecciona con pareja o con amigos. Gracias al mapa, al tocadiscos, al café o a la mesa del restaurante la lectura se vuelve colectiva, experiencia en grupo, experimentación de los cinco sentidos. Como ha escrito Damon Krukowski en The New Analog. Cómo escuchar y reconectarnos en el mundo digital (Alpha Decay): «Pienso que la perturbación digital de nuestra vida cultural es una oportunidad para repensar esa división analógico/digital y volver a analizar lo que hemos arrojado al vertedero no para limpiarlo y volverlo a poner en funcionamiento igual que antes, sino para entender cuáles de esas cosas son las que todavía necesitamos».

Las cuatro bibliotecas contienen estructuras que evocan una casa portátil. En la del Diseño es el esquema de una cabaña de madera; en la del Viaje es un techo en forma de colmena irregular que recuerda el de la buhardilla de un Bed and Breakfast; en la de la Música hay módulos que evocan la intimidad de la habitación donde los adolescentes crean su banda sonora (y una sala de conciertos o discoteca), y en la de la Cocina, una suerte de invernadero exterior que hace las veces de comedor y otro, interior, que clasifica y muestra todo tipo de ingredientes. Se trata de ofrecer espacios seguros, silenciosos, donde se puedan desarrollar habilidades y conocimientos que no son los propios ni de la academia ni de la empresa. Que son prácticos, pero se vinculan con la vida doméstica, con el ocio (como la lectura por placer, en el calor de un hogar semipúblico, compartido), y no con la carrera profesional ni con la transformación directa de trabajo en dinero.

Para entrar en estas cuatro bibliotecas es necesario poseer una tarjeta de crédito Hyundai. Su mera existencia, de hecho, es consecuencia de la crisis que estaba atravesando el departamento bancario de la multinacional. El CEO de Hyundai Card and Hyundai Capital, Ted Chung, decidió apostar algunos millones de euros en una iniciativa sin precedentes: la construcción de cuatro centros de conocimiento que fueran lugares de reunión atractivos para los jóvenes, espacios creativos y sociales, alternativas a la cafetería o al karaoke, donde también pudiera ocurrir la seducción. Escuchar música, diseñar una habitación o una casa, preparar un viaje o cocinar juntos: ¿por qué no podía ocurrir todo eso en el interior de una biblioteca? El acceso exclusivo y el eco mediático volvieron rentable la idea disruptiva.

Hyundai Card Music Library

Con esos cuatro centros culturales inesperados se prosigue la misión de Chung Ju-yung, el creador del imperio Hyundai, un modelo para los emprendedores globales con su cóctel Molotov de hombre que se inventó a sí mismo, aprendiz de Ford, psicópata de la rapidez y la eficacia y hombre comprometido con su país. En Made in Corea. Chung Ju-yung and the Rise of Hyundai, Richard M. Steers recuerda que en 1970 fundó la Universidad de Ulsan y, a finales de los años noventa, financió un gran nuevo edificio para la Ewha Womans University. Tal vez en el siglo XXI la estrategia para potenciar la educación de una sociedad no pase por las instituciones educativas para jóvenes, sino por las bibliotecas temáticas para todas las edades.

La existencia de bibliotecas privadas no es una característica exclusiva de nuestro tiempo (lo son las mejores bibliotecas universitarias de los Estados Unidos, incluso la Biblioteca Pública de Nueva York pertenece a una fundación privada), pero sí es cierto que algunas entidades están brindando a sus clientes, en los últimos años, beneficios exclusivos en sus fundaciones culturales abiertas al público. Así ocurre, en España, con los centros culturales de “la Caixa”, gratis para sus clientes y con pago de entrada para el resto de los visitantes. Más allá de la consabida alianza entre empresa y política pública, que en España ha llevado al colapso de las redes locales de los centros culturales y sociales de las cajas de ahorro, estos experimentos que se pueden permitir las multinacionales deben ser leídos como laboratorios de iniciativas que podrían aplicarse en el futuro a las bibliotecas públicas. Viajar, cocinar, escuchar música o dibujar son acciones profundamente humanas, que implican la lectura pero no la tienen como fin, sino como medio. Esa lógica puede ser absolutamente fértil para seguir imaginando nuestras bibliotecas futuras. Si la información ya está en Internet, ¿qué vamos a buscar en las bibliotecas? Experiencias profundamente digitales, pero no en el sentido electrónico de la palabra, sino en el manual, en el de los dedos protagonistas: desde la lectura de toda la vida hasta las distintas artesanías creativas. No en vano la mayoría de los estudios de arquitectura, aunque dispongan también de carísimos softwares de simulación tridimensional, siguen trabajando con maquetas de cartón.

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  • Gicelt Solaro | 16 enero 2019

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