El concepto LAB ha hecho fortuna. Pero, al mismo tiempo, el uso y abuso del monosílabo exigen una reflexión crítica y autocrítica. Ramon Sangüesa, un referente indudable en la cultura lab, reflexiona sobre el modelo californiano, el prototipado, la creación de comunidades y el rol de las instituciones en la cocina de la innovación ciudadana.
Inspirar. Tomar carrerilla para el siguiente párrafo.
Barcelona Lab. Barcelona Civic Lab. Citizen’s Lab. Culture Lab. Citilab. Citylab. FabLab. MakerLab. HackLab. Laboratorios Ciudadanos. CCCB Lab. CoLab. Co-llaboratory. Co-laboratorios. LivingLab. MediaLab. FutureLab. MediaLab. MedLab. InnovaLab. GovLab. DIY Lab. Lab. Lab… Lab.
Expirar.
El concepto Lab ha hecho fortuna, qué duda cabe. Ha tenido la suerte de que se lo apropien todo tipo de actores: públicos, semipúblicos, privados, y cualquier otra combinación que se pueda imaginar. Si quieres proyectar cierta imagen, tienes que pegarte a las tres letras de marras. L-A-B. Como la vieja canción/presentación de Los Toreros Muertos, hay que poder decir: «¿Tú quieres un Lab? ¡Nosotros tenemos un Lab!»
No todos los labs son iguales, pero ninguno es para nada parecido a los viejos labs de bata blanca. Estamos ante entes/actividades que no producen moléculas farmacológicas (y no me refiero a la farmacología de Bernard Stiegler), sino cambios en «lo» cultural y «lo» ciudadano. O en su interacción y solapamiento. En suma, nuevas formas de crear conocimientos y cambios involucrando a personas distintas a las habituales. Creo que a esas personas en Citilab les llegamos a bautizar como «labbers». Otros les llamaban «usuarios» y alguno, «ciudadanos». Estábamos muy californianos en aquella época.
Y es que lo californiano ha dominado bastante el panorama «labero». En los últimos diez años, puedo entrever diversas oleadas en el mar de pensamiento de diseño que inundó las actividades de esos labs. Tanto fue así, que hubo quien confundió «lab» con «post-it». Luego pasamos a una versión más académico-crítica y le dimos dos vueltas al concepto de prototipo. Huyendo del explotador concepto de co-creación tipo IDEO (por poner un nombre pionero, californiano y empresarial), entramos en versiones más concienciadas, con una retórica mucho más cercana a las de la antropología y la sociología. Oleada 2: prototipado «serio».
Los prototipos. He visto prototipos que no os podríais creer. Y no los he visto más allá de las puertas de Tanhäuser, sino aquí mismo, correlacionados (que no causados, ya sabéis) con el pensamiento del momento. En la época 2.0, por ejemplo, de cada diez prototipos que vi ocho eran una red ‒alambre y plastilina. Indefectiblemente esa red mostraba el proceso de articulación de la comunidad que debía crecer en torno al proyecto. Porque era de rigor crear comunidad a partir del lab y la herramienta por excelencia de la época era la red.
Y, ¿dónde estaba la comunidad? Nadie entre los prototipantes dudaba lo más mínimo de que esos «miembros de la comunidad» iban a caer rendidos ante la propuesta. Y no siempre. Las más de las veces falló saber atraer y respetar a la comunidad en ciernes, o bien flaqueó la inversión o escasearon los recursos humanos necesarios para llevar el prototipo a la comunidad, la comunidad a la institución y el prototipo a la producción. Creo que las sutilezas y exigencias del metadiseño se perdieron por el camino.
No quiere decir esto que vayamos a renunciar a la potencia del lab. Al contrario, los espacios intersticiales con prácticas integradoras nuevas tienen potencial para desarrollar alternativas en el ámbito cultural y en otros. Habrá, quizá, que plantearse dentro de ese paraguas nuevas prácticas y anticipar cómo sostenerlas y financiarlas.
Una tarde de otoño, en Madrid, hace unos años departí con Antonio Lafuente y Marcos García sobre mi implicación en proyectos con Ferran Adrià y la Universidad de Columbia. Antonio hizo una distinción muy aguda de los procesos de innovación en la gastronomía y en la cocina popular. Planteó la metáfora de la cocina frente al laboratorio. Puede que sea la cocina una guía que nos sirva para acercar la exploración abierta a espacios y actores más transversales y menos mediatizados por las instituciones, a una innovación más capilar, distribuida y sin tantas celebridades. Puede.
En cualquier caso, sería un buen repuesto para el «lab». Esperemos, eso sí, que no nos secuestren también la cocina esta vez y tengamos otro sarampión de «cocinas de innovación cultural». Me malicio que como les llamemos «Kitchen», nos la secuestrarán y se nos volverá a colar la ideología californiana de rondón. Atentos porque los laboratorios Google X también se han organizado como cocina. En cualquier caso, a la familia labcocina no le será fácil escaparse de la tensión entre lo comunitario y lo neoliberal como ya apuntaron Austin Toombs, Shaowen Bardzell y Jeffrey Bardzell en su momento.
Mientras este verano empieza con el eco de varias jornadas sobre labs y sus tecnologías, me voy a dedicar a releer viejas propuestas de Joan Littlewood, Cedric Price y Gordon Pask, donde no necesariamente había institución pero sí mucha activación y el reconocimiento de la agencia de nuestros conciudadanos. ¡Buen verano!
Referencias
- A. Lafuente. La cocina frente al laboratorio. También en la revista Yorokobu.
- The Truth About Google X: An Exclusive Look Behind The Secretive Lab’s Closed Doors, Fast Company.
- P. Opazo (2016). Appetite for Innovation: Creativity and Change at elBulli. Columbia University Press.
- Los Laboratorios: Encuentros para una cultura abierta. MediaLab Prado. 2016.
- Tooms, A. Shaowen Bardzell, Jeffrey Bardzell; The Proper Care and Feeding of Hackerspaces: Care Ethics and Cultures of Making.
- Juliet Rufford (2011). «What Have We Got to Do with Fun?»: Littlewood, Price, and the PolicyMakers. New Theatre Quarterly, 27, pp. 313-328 doi:10.1017/S0266464X11000649.
Ricardo_AMASTE | 26 julio 2016
Aupa Ramón.
Hay quien dice que cuando todo es todo, nada es nada.
Yo más bien ahora mismo prefiero pensar que es que hay una forma de hacer, de proceso, de prototipo, de experimento, de prueba y error, de aprender haciendo, que se está demostrando útil para afrontar la complejidad derivada de este mundo manierista y hacerlo de forma colectiva.
Sin caer en la autocomplacencia, creo que quienes llevamos tiempo apostando por la idea de laboratorio, tenemos que mantener la posición, no de forma purista, sino abierta y hackeable, poniendo en cuestión las propias lógicas de laboratorio, extendiéndolas a otros ámbitos, sacándolas a la calle, poniéndola al servicio de la ciudadanía.
Parece que siempre andamos huyendo, escapando según los conceptos que comienzan siendo periféricos son cooptados por el centro-imperio-hegemonía-mercado. El centro va ocupando más espacio, como en un proceso de gentrificación de conceptos. Creo que hay que quedarse más tiempo sobre el terreno, como esos viejos que se resisten a abandonar su casa. Lo que tenemos que ver es cómo hacerlo, de modo ni propietario ni numantino, sino abriendo juego, contaminándonos-afectándonos, politizando la posición. Aprovechar la ola, como surfers contrabandistas. Sacar partido a la palabra ahora se entiende de forma generalista. Y resistir la tentación de buscarnos otra más inteligible, al fin y al cabo, un nuevo espacio de confort. Disfrutar de las contradicciones y problematizaciones ¿Podemos-queremos hacerlo?
Nosotras desde ColaBoraBora hemos hecho del lab nuestra playa. Justo ahora acabamos de publicar un proyecto sobre una plaza que es un living LAB de innovación social y desarrollo comunitario. Lo hemos llamado HARROBItik HARROBIra. Comparto aquí el informe: http://www.colaborabora.org/2016/07/07/harrobitik-harrobira/
Por otro lado, últimamente he pensado bastante en el tema de la cocina como metáfora (gran texto el de Antonio). Ingredientes, procedimientos, recetas, cocinar y comer, tradición e innovación, lo sensitivo y experiencial, el I+D artesano… En Euskadi la gastronómica es CULTURA y juega un papel muy importante en nuestras vidas. Está en el sustrato social y desde ahí se ha sabido innovar y se ha innovado en comunidad, desde algunas posiciones pioneras que supieron ver que la clave estaba no en las individualidades, sino en el tejido. Los restaurantes de estrellas forman parte de toda una cadena de sentido, de un ecosistema en el que conviven la comida casera, el producto local, las sociedades gastronómicas, los pintxos, los menús del día de calidad, la soberanía alimentaria, las escuelas de hostelería… Todo eso nos lleva a MasterChef y elBulliLab, tanto como a Cocina de Guerrilla o la cocina de Tabacalera de Lavapies (y una interesante experiencia que nos contó Amador Fernández Savater en TECNOBLANDAS, sobre la cocina como espacio otro para generar y abrir la comunidad y la participación).
Para terminar, una especie de llamamiento desde dentro de los laboratorios “¡Nosotras las Cobayas!” http://www.colaborabora.org/2014/05/21/nosotras-las-cobayas/
¡Y perdón por extenderme!
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