Habitualmente se piensa en la Amazonia como una selva virgen, pero diversos estudios revelan que los pueblos indígenas han dejado una clara huella en el paisaje y su conformación. Por cortesía de Caja Negra Editora publicamos un avance de La naturaleza política de la selva, de Paulo Tavares.
En los imaginarios coloniales y modernos, los pueblos indígenas de la Amazonia han sido definidos siempre mediante categorías que hacen referencia a lo incompleto, la ausencia o la carencia: sociedades sin fe, sin ley y sin escritura, sociedades sin agricultura ni sistemas de manejo de recursos, sin economías de mercado o instituciones gubernamentales complejas. Se trata de sociedades en estado de naturaleza, sociedades sin historia.[1] Uno de los argumentos más recurrentes a favor de este punto de vista ha sido la supuesta inexistencia de complejos urbanos en el paisaje selvático, tanto en el pasado histórico, en forma de evidencia arqueológica, como en el presente moderno, a través de grandes infraestructuras espaciales. Supuestamente constreñidos por las condiciones ambientales de los trópicos, las limitaciones tecnológicas y las «economías de subsistencia», se decía que los pueblos de la selva carecían del producto más notable de la civilización: la ciudad. Se trataría por lo tanto de sociedades no urbanas, en el sentido de que no podían desarrollar las estructuras tecnológicas, espaciales, culturales y políticas que caracterizan la polis. Las cartografías presentadas en este capítulo cuestionan esta perspectiva colonial. Se inscriben en una investigación sobre la campaña genocida que el Estado brasileño llevó a cabo contra los pueblos indígenas de la Amazonia durante la dictadura militar de los años setenta y ochenta. A través de una arqueología de la violencia registrada en mapas, documentos y en el tejido botánico de la selva, esta investigación revela una imagen radicalmente diferente de la naturaleza de la Amazonia. Al examinar detenidamente estas evidencias, vemos que la selva es, en gran medida, una construcción diseñada que resulta de las diversas formas en que las sociedades indígenas se involucran con la tierra, la manipulan y la transforman.
La naturaleza diseñada del bosque
Las interpretaciones cartográficas estándar presentan los bosques de la Amazonia como ambientes no intervenidos, clasificando toda el área como una masa ininterrumpida de «bosques antiguos» o «altos bosques», términos utilizados para designar bosques que presentan un carácter primario y que no han sido modificados por la acción humana en el pasado reciente y tampoco en el remoto. Esta «ceguera óptica» en la cartografía es en gran medida el correlato espacial de una «miopía epistemológica» que ha condicionado históricamente las formas en que las ciencias modernas interpretaron la naturaleza de la Amazonia. En un amplio abanico de campos –etnografía, biología, arqueología, geografía, etc.–, así como en la cultura occidental en general, existe la constante suposición de que las sociedades indígenas no ejercieron ninguna influencia sobre la composición de las especies y la biodiversidad de la Amazonia. Estudios etnobotánicos y arqueológicos recientes demuestran que nada podría estar más lejos de la realidad. Los modos de habitar de los pueblos de la selva no solo dejan una clara huella en el paisaje, como revela la arqueología de los pueblos desaparecidos, sino que también han desempeñado y desempeñan una función notable en la conformación de las asociaciones vegetativas y los contenidos de especies selváticas.[2]
Los sistemas indígenas de gestión del paisaje en la Amazonia están formados tradicionalmente por varios focos de roza y quema en diversas fases de uso distribuidos dentro del bosque; cada uno de estos focos suele contener un número impresionante de plantas y cultivos.[3] Cuando el bosque vuelve a crecer sobre este tapiz de plantas y poco a poco reclama el terreno de las aldeas abandonadas, es otro tipo de bosque el que emerge, con especies particulares de árboles y plantas sembradas por las actividades de los habitantes de las aldeas y los animales atraídos por los antiguos asentamientos. Muchas sociedades nativas de la Amazonia reconocen que las zonas de roza y quema y otras zonas artificiales funcionan como atractores de importantes agentes de dispersión y gestionan deliberadamente ciertos tipos de plantas para aumentar su presencia y potenciar así la distribución de semillas y la germinación de determinadas especies. La composición resultante del bosque que crece sobre un campo abandonado es similar a un huerto que continúa siendo aprovechado y a menudo tiene importantes connotaciones simbólicas para los pueblos indígenas, pues configura un elemento arquitectónico vivo y poblado dentro de una infraestructura urbana mayor compuesta por aldeas antiguas y nuevas.
Dado que estas formaciones forestales secundarias parecen tan naturales como los bosques antiguos y contienen índices similares de biodiversidad, el ojo inexperto apenas puede detectarlas en el paisaje. Sin embargo, estas son el producto de un compromiso social a largo plazo con el entorno o, según la definición del etnobotánico William Balée, son «bosques culturales», construcciones botánicas antropogénicas forjadas por tipos específicos de interacción entre dinámicas culturales y naturales que albergan «inscripciones, historias y memorias en la propia vegetación viva».[4] Los bosques en barbecho originados por los sistemas indígenas de gestión de la tierra «representan una especie de reforestación indígena», sostiene Balée, «en cuanto que la riqueza de especies de los bosques altos está siendo sustituida por bosques secundarios de riqueza equivalente a través de la mediación cultural».[5] Por lo tanto, estos sistemas actúan en favor de la mejora y no del agotamiento de la biodiversidad, y es por ello que tendemos a ver estos artefactos humanos como naturaleza prístina, ya que en gran medida son bosques propiamente «naturales». La cartografía de las ruinas de estos pueblos es una prueba del proceso sociohistórico de «construcción arquitectónica» de la selva, que estuvo a punto de ser destruida por las políticas de borramiento ideadas por la dictadura militar. Además de la naturaleza política de la violencia perpetrada contra los modos de habitar indígenas, esta arqueología revela que la naturaleza de la selva es en sí misma política, que la Amazonia es el producto de disposiciones socioespaciales que se sustentan en –y que a su vez sustentan– la vida del bosque. El exterminio de pueblos originarios conduce a la destrucción del bosque, ya que la diversidad biológica y la social, la naturaleza y la cultura, son en la Amazonia estructuralmente interdependientes.
Imágenes de la naturaleza – paisajes de violencia
En un estudio pionero publicado en 1989, Balée estimó que al menos el 11,8 por ciento de la Amazonia está compuesta por bosques antropogénicos. Esto equivale a imaginar un territorio mayor que Francia, cubierto por un entorno extremadamente biodiversificado diseñado por sistemas indígenas de gestión del paisaje.[6] Desde entonces, nuevos hallazgos arqueológicos han demostrado que esta cifra es probablemente mucho mayor, y así confirmaron que el pasado del territorio más biodiverso de la Tierra es tan rico en cultura como en naturaleza. En otras palabras, la estructura botánica y la composición biológica de la selva tropical es en gran medida un «patrimonio urbano» de diseños indígenas.
La Amazonia ha figurado durante mucho tiempo como la representación por excelencia de la naturaleza en el imaginario y las construcciones epistemológicas de la cultura y las ciencias occidentales. Sin embargo, como revela la arqueología del pasado reciente y profundo de la selva, esta imagen de la naturaleza es en realidad producto de la violencia colonial. Antes que una prueba de carencia, la supuesta falta de evidencias arquitectónicas en el paisaje de la selva indica limitaciones en las formas en que el conocimiento moderno ha interpretado los paisajes tecnificados de la Amazonia. La fabricación de esta epistemología ha estado íntimamente relacionada con los imaginarios coloniales que funcionaron como uno de los instrumentos más poderosos y duraderos en el proceso histórico de exterminio de los pueblos indígenas.
Las ruinas de la selva muestran que la violencia ha sido un factor determinante en la configuración de las representaciones y el entorno de la Amazonia, al tiempo que hacen visible cómo las nociones dominantes de sociedad y naturaleza sirvieron para fundamentar y legitimar dicha violencia. A medida que investigamos y conocemos las historias de estas ruinas vivientes, estas comienzan a revelar modos alternativos de concebir y organizar las relaciones entre poblaciones y ambientes, pues describen tecnologías espaciales capaces de «producir naturaleza».
Estos diseños de mejora de la biodiversidad están bien vivos en la memoria y en las prácticas cotidianas de los pueblos de la selva. Por lo tanto, la protección de sus derechos sobre la tierra significa también el diseño de un sistema ecológico planetario más resistente para enfrentar las ruinas del cambio climático antropogénico.
Descolonizando la ciudad
Observar la arquitectura de los modos de habitar indígenas en la Amazonia exige un cambio radical de perspectiva y un ejercicio de descolonización de la mirada. En lugar de ver la ausencia de ciudad, es el propio concepto de ciudad el que debe ampliarse y transformarse. La distribución espacial de árboles y especies vegetales, la geometría del follaje, las ligeras variaciones en el relieve y la topografía, las diferencias en la composición del suelo, etc., son todos índices de formas específicas de ensamblajes sociales, «registros arquitectónicos» que son el producto de complejas interacciones entre las acciones humanas, las fuerzas ambientales y la agencia de otras entidades no-humanas, ellas mismas copartícipes en el «diseño del bosque».
Así como los arquitectos leen la ciudad como un palimpsesto histórico producido por fuerzas sociales que se codifican en forma material –capas sobre capas de ruinas que constituyen un tejido vivo de relaciones sociales–, la Amazonia debe interpretarse a través de la sintaxis del diseño urbano, o bien el concepto de lo urbano debe elaborarse de nuevo para incorporar la naturaleza construida que presenta el bosque. La relación entre figura y fondo se subvierte, en la medida en que lo que se definía como el entorno, la antítesis o el exterior del espacio cívico, se incorpora como parte constitutiva de una «polis expandida», en la que humanos y no-humanos cohabitan en un espacio político común. En este proceso se hace visible todo un nuevo concepto de lo urbano, cuyos contornos abarcan una polis multiespecie que en un principio nos puede resultar difícil de reconocer porque durante demasiado tiempo nuestra perspectiva ha estado confinada a los recintos epistémicos de la ciudad occidental.
El «otro» radical que presenta el bosque no es un paisaje completamente natural, la negación absoluta o la antítesis del entorno urbano culturalmente saturado. Es una forma totalmente distinta de arquitectura, que cuestiona los fundamentos coloniales de las categorías hegemónicas de conocimiento al revelar las estructuras de poder que estas sostienen y la violencia que infligen.
Traducción de Alejandro Limpo González.
[1] Véase Pierre Clastres, La sociedad contra el Estado. Ensayos en antropología política, Madrid, La Llevir-Virus, 2010 y Arqueología de la violencia. La guerra en las sociedades primitivas, Buenos Aires, FCE, 2009.
[2] William L. Balée, Cultural Forests of the Amazon: A Historical Ecology of People and Their Landscapes, Tuscaloosa, University of Alabama Press, 2013. Mis comentarios sobre la naturaleza cultural de los bosques amazónicos también se basan en una extensa entrevista con el etnobotánico Nigel Smith.
[3] Los Kayapó del sureste de la Amazonia, por ejemplo, pueden reconocer al menos doce variedades de plátanos en un mismo claro; los Tukano del noroeste de la Amazonia tienen nombres para más de 130 tipos de mandioca. Los waimiri-atroari reconocen como especies de uso más del 80 por ciento de las especies de árboles y enredaderas en zonas densamente boscosas, y entre los Ka’apor de la Amazonia oriental esta cifra puede alcanzar el cien por cien. Véase William Milliken y otros, Ethnobotany of the Waimiri Atroari Indians of Brazil, Chicago, University of Chicago Press, 1992.
[4] William L. Balée, Cultural Forests of the Amazon, op. cit., p. 2.
[5] Ibid.
[6] William L. Balée, «The Culture of Amazonian Forests», Advances in Economic Botany, vol. 7, 1989.
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