La innovación pública: abierta, social, cultural

El elemento clave de la innovación pública es aportar valor a destinatarios legítimos, alcanzar impactos positivos en sectores de la población.

Niños con un avión de fabricación casera, Savin Hill.

Niños con un avión de fabricación casera, Savin Hill. Leslie Jones, 1934 – 1956. Boston Public Library. CC-BY-NC-ND.

La empresa pública Correos y Telégrafos experimenta con la prestación de servicios sociales. Funcionarios se agrupan para innovar en comunidad. Grupos de ciudadanos cocrean servicios. Los niños diseñan sus propios espacios de juego, de la mano de agitadores culturales. Entre tanto, algunos se preguntan si es posible la innovación pública. Pues no lo sabemos, pero está sucediendo.

La innovación pública existe

No hay hogar sin buzón de correos y no hay buzón sin cartero, esa persona que pasa por nuestro portal cinco días por semana. Nos tememos que cualquier día desaparecerá, ya que la revolución digital impone otros canales de comunicación y transporte. Sin embargo, en otros tiempos era una figura indispensable en la comunidad. Cuando niño, vivíamos en un quinto piso sin ascensor. La anciana vecina de enfrente bajaba a la compra a la hora exacta para poder coincidir con el cartero en el portal, que amablemente le ayudaba a subir las bolsas.

Pues bien, en la empresa estatal Correos y Telégrafos han decidido recordar quiénes son y qué valor aportan. Recientemente han puesto en marcha el servicio Correos te visita, que asigna a los carteros funciones de intermediación para el cuidado de personas mayores. Tal como dice Cinco Días, «acudirán a los domicilios donde vivan personas mayores solas para comprobar su estado de salud y anímico, y ver si tienen alguna necesidad. Posteriormente, informarán a los familiares a través de correo electrónico».

Traigo a colación este caso, porque lo considero un ejemplo canónico de innovación pública. Se ha diseñado un servicio absolutamente nuevo, de demostrada utilidad, que aprovecha el conocimiento existente. Para acabar de entender qué es innovación pública, conviene leer el post de Paco Prieto, donde ha imaginado el proceso completo de diseño de esta innovación.

El ejemplo nos pone sobre la pista del elemento clave de la innovación pública: aportar valor a destinatarios legítimos. Los recursos organizativos se reformulan a la luz del conocimiento y la creatividad; cuando consiguen alcanzar impactos positivos en sectores de la población, por vía directa o indirecta, podemos considerarlos innovaciones públicas.

Curiosamente, la propia institución no informa sobre este programa piloto en su sitio web. En cambio, comunica que está probando el uso de drones para el reparto en zona rural. ¿Constituye esto también innovación pública? Seguramente, pero no olvidemos que la clave no es tanto el uso de tecnología, como la constatación de que aporta valor a la sociedad. Frecuentemente, la tecnología se justifica a sí misma, con cierto brillo fetichista.




La innovación pública es social

Sin entrar en el debate conceptual sobre la diferencia entre la innovación pública y la innovación social, toda innovación pública tiene un carácter social, no solo en su propósito ‒la creación de valor público‒, sino también en su producción. La innovación es un asunto de personas que tienen ideas, que producen productos o servicios y que los consumen.

Ahora bien, la estructura organizativa del sector público limita la producción de la innovación al estamento político, al estamento directivo y a ciertas unidades ‒modernización, tecnología‒ creadas a tal fin, dejando fuera el resto del talento humano, de dentro y de fuera de las instituciones. Y, sin embargo, la innovación espontánea surge en las rendijas del sistema. En 2013 publiqué Intraemprendizaje público, un libro dedicado a las personas intraemprendedoras de nuestras Administraciones públicas, donde descubrimos que las inconformistas constituyen, contra viento y marea, el origen de la mayoría de los cambios.

La Administración pública no va a abandonar su estructura burocrática o, al menos, no de la noche a la mañana. El reto, entre tanto, consiste en habilitar contextos organizativos que favorezcan la aparición de innovación en el interior de las instituciones. Podemos describir esta tarea como la superposición de metaestructuras en red sobre la base burocrática. ¿Alguna referencia concreta que sirva de ejemplo? Quizá el caso más claro son las comunidades de práctica y comunidades de aprendizaje que están surgiendo en el sector público para potenciar la construcción conjunta de conocimiento.

Los dos mejores casos que tenemos por aquí son el programa Compartim en el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya, y el programa de comunidades de aprendizaje de la Diputación de Alicante. Ambos casos son pruebas de que se puede promover la innovación de manera formal, sin ahogar la espontaneidad que alimenta la innovación.

Otro ejemplo de emergencia de la innovación se produce en las redes de innovadores públicos, de las cuales Novagob se ha convertido en la más relevante en el ámbito iberoamericano.

La innovación pública es abierta

La gobernanza pública del siglo XXI se rige por el paradigma del gobierno abierto, que coloca en el centro los valores de la apertura y la colaboración, en la búsqueda de un servicio público mejor y más legitimado. Si a muchas empresas privadas la innovación abierta les permite llegar a los mercados con productos mejor definidos, al sector público le sucede lo mismo y de manera mucho más acuciante, ya que la participación es una demanda social irrenunciable.

Decía Joan Prats que «la Administración sigue a la sociedad como la sombra al cuerpo». La sociedad, de la mano de la tecnología, ha entrado con naturalidad en la era de la información ubicua. Para el sector público, la transparencia ya no es optativa y la apertura es un requisito.

Estamos viviendo algunos emocionantes avances en materia de transparencia y de rendición de cuentas. En cambio, no queda aún clara la ruta de la participación ciudadana y de la colaboración público-privada. Lo único seguro es que merece la pena avanzar en la construcción de confianza entre las administraciones y la ciudadanía.

Las innovaciones suelen surgir en los márgenes. El reconocimiento de este hecho debe llevar al sector público a no pretender monopolizar la innovación con fines sociales, sino más bien a ponerse a disposición de los agentes sociales que emprenden, especialmente cuando su emprendimiento se dirige hacia el bien común.

Vamos a poner un ejemplo en el marco de lo cultural. Tenemos algunas televisiones públicas autonómicas que destinan presupuestos disparatados a fracasar en el intento de competir con las televisiones privadas. Con una mirada abierta, ¿no sería mucho más provechoso poner estas cadenas al servicio del sector audiovisual local? Tal vez no consiguieran aumentar el share ‒o sí: es difícil bajarlo aún más‒, pero a cambio estaríamos alimentando un potente sector audiovisual. ¿Nos ponemos a calcular cuál de los dos modelos produce un mayor valor social y económico?

Modelo de innovación pública.

Modelo de innovación pública. Alberto Ortiz de Zárate – www.eadminblog.net. CC BY-SA.

La innovación pública se aprende

El sector cultural tiene mucho que aportar a la innovación. No solo como sector donde las innovaciones suceden, sino especialmente como colectivo que posee una actitud creativa y un repertorio de rutinas innovadoras. Más importante que la innovación en cultura es el progreso de la cultura de la innovación y la facilitación de contextos que produzcan innovación emergente.

Nuestros niños y jóvenes se están educando en un sistema que no aprovecha suficientemente las oportunidades de innovar en educación y de educar en innovación. La educación es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de las escuelas, ya que toda la sociedad ‒no solo progenitores y docentes‒ forma parte del sistema educativo. Voy a acabar este artículo con una experiencia en que la educación, la creatividad y la participación se combinan para crear innovación pública y ciudadanía cívica, desde una aproximación cultural.

Zaramari es una asociación, radicada en Bilbao, que desarrolla proyectos culturales sobre urbanismo e innovación social. Ha llevado a cabo el programa Arkitente como plataforma para acercar la arquitectura a la infancia a través de las escuelas y los centros de ocio educativo.

Uno de sus proyectos más completos se denomina JolasPlaza. El área de participación e innovación social del Ayuntamiento de Portugalete (Bizkaia) contactó con Zaramari en 2014 para encargarle la cocreación del resideño del espacio de juegos de una plaza pública, mediante un proceso de participación con niñas y niños del barrio. El proceso fue modélico y el resultado, altamente satisfactorio. Precisó de la generosidad del arquitecto municipal, que supo delegar responsabilidad, y de la capacidad infantil de producir inteligencia colectiva en una dinámica lúdica.

Os dejo con María Arana, de Zaramari, quien condujo de forma brillante el proceso.




Ver comentarios1

  • Dani Giménez Roig | 18 febrero 2016

Deja un comentario

La innovación pública: abierta, social, cultural