
Una mujer trabajando en la Compañía de Planificación y Operación Ferroviaria. Budapest, 1953 | Fortepan / Nagy Gyula | Dominio público
En tiempos de crisis, la imaginación adquiere un papel central como herramienta de crítica y de generación de futuros alternativos. Es el primer paso para que se convierta en realidad lo que proyectamos. Por este motivo, es necesario democratizar la capacidad imaginativa y extenderla a todos los ámbitos de la vida.
Vivimos un momento de sensaciones convulsas, donde hay una guerra de relatos alineados con el pánico moral e incluso lo que podríamos llamar una batalla de la imaginación a propósito del futuro climático o de la deriva de la humanidad con la inteligencia artificial, por citar algunos. Una cruzada que se articula, se expande y se refuerza desde diferentes espacios y dimensiones, de los medios tradicionales a las redes. La proliferación de herramientas para construir realidades y manipular la información nos aboca a un contexto de confusión y duda perenne. Algo no está bien en el sistema, porque hace falta algo más que espíritu crítico para sobrevivir en este magma. La capacidad de cuestionar es fundamental, pero sin salidas alternativas nos conduce a la desafección y al pesimismo.
Si algo puede mantenernos en el lado optimista de la película, es precisamente la capacidad de ficcionar. La imaginación es oxígeno en este contexto incierto que a veces puede resultar asfixiante. En esencia, la especie humana está compuesta por seres metafóricos, y es, en efecto, la capacidad simbólica la que nos puede ayudar a mantener el optimismo. A pesar de que la semilla imaginativa es propiamente humana, el capital imaginativo se distribuye de manera desigual. El ámbito simbólico es el principal campo de batalla, y esto explica la insistencia de las jerarquías de poder en imponer narrativas dominantes y controlar el imaginario colectivo. Como escribió Alice Walker: «La mejor manera de perder el poder es creer que no lo tienes.»
No se trata de ficcionar para distraernos y quedarnos cómodos dentro de la cueva, sino como el primer paso para salir y modelar la realidad para construir sociedades en las que poder vivir en armonía entre personas, especies y cuidando el planeta que nos acoge.
Imaginación e imaginario, dos conceptos diferentes
Fijémonos un momento en la etimología de las palabras, que nos revela orígenes radicalmente diferentes (en el sentido más puro del término: raíces). La imaginación (imaginatio) es el resultado de figurarnos o representarnos algo. Ocurre en el plano mental y no se concreta más allá de nuestra ideación. No es tangible ni perceptible por los sentidos, a la vez que existe de forma íntima. Como decía bell hooks en Todo sobre el amor, «lo que no podemos imaginar no puede llegar a ser». Imaginarlo es, por tanto, la condición de partida indispensable para que pueda pasar. Al mismo tiempo, esta dimensión interior y propia es la que sitúa la imaginación en un reducto personal e intransferible de libertad, absolutamente desligada de las realidades exógenas que pueden verse, probarse, olerse o tocarse desde la experiencia corpórea de los sentidos.
La vida social desde el plano imaginativo puramente individual sería compleja, porque necesitamos experiencias compartidas que puedan religarnos como grupo o comunidad. En torno a los años sesenta, la sociología reflexionó sobradamente sobre la relación entre la persona (sujeto individual) y la sociedad (sujeto colectivo). El resultado de la suma de las partes es más que el agregado de subjetividades individuales en tanto que se eleva sobre lo que tienen en común. C. Wright Mills lo bautiza como «imaginación sociológica» y se configura según la estructura social que rodea la individualidad. Esto incluye las condiciones de existencia en el ámbito geográfico, histórico y el rol o posición desde el que se participa en esta sociedad. La imaginación sociológica incorpora también los comportamientos de acuerdo con asimetrías, relaciones de poder y desigualdades.
Para Edgar Morin, la cristalización de la existencia común es el imaginario colectivo
–término que acuña en 1960 y que hoy se utiliza popularmente–, y se apoya en los mitos, en los símbolos y en otras representaciones. Morin, además de sociólogo, era cineasta, y estudió largo y tendido cómo el imaginario colectivo alimenta las representaciones en la cultura de masas y viceversa. Por eso, los rituales, las tradiciones, las leyendas, las novelas, los dichos y las supersticiones nos ubican recordándonos costumbres, límites y expectativas.
La conciencia de las desigualdades y la importancia de nacer en un barrio o en otro, con un sexo u otro, con una identidad de género y unas prácticas de clase determinadas, es lo que hoy nos lleva a hablar de poder y privilegios. Las primeras en alzar la voz son las activistas del feminismo negro norteamericano a finales de los setenta, pero es en 1989 cuando Kimberlé Williams Crenshaw plantea la interseccionalidad. En concreto, la vincula a casos legales en los que las mujeres tenían que escoger entre presentar una reclamación por racismo o por sexismo. Los efectos combinados de raza (afrodescendiente) y sexo (mujer) les dificultaban en gran medida escoger el motivo de la denuncia de manera aislada.
Podríamos decir que la imaginación es la capacidad y el potencial de crear, de inventar de nuevo y vencer las opresiones del imaginario. Este, el imaginario, a su vez no deja de ser una concreción específica de actitudes, normas y prácticas esperables de la vida social, que varían en función del lugar, el momento y el colectivo específicos. La imaginación es inherentemente dinámica; los imaginarios –sobre todo el dominante– aspiran a fijarse y a ser reproducidos ad infinitum.
Para el propósito central del artículo, adoptaremos la mirada de Ruha Benjamin, investigadora interdisciplinaria y autora de un manifesto por la imaginación. Rescata la definición de Mills: vincular los problemas individuales a procesos sociales más amplios. Y la trasciende eliminando la distinción entre los dos conceptos, donde el dinamismo de la capacidad de imaginar es la forma de producir (y no solo reproducir) imaginarios sociales. Se refiere a la imaginación como el espacio de los sueños y a los imaginarios en perspectiva crítica como imposiciones de la imaginación dominante, que aspira a una hegemonía y universalidad que no tiene. La imaginación es también poesía y la poesía es radicalmente política. Cuando alguien le pide a Amanda Gorman que deje de hacer poesía sobre cuestiones políticas, ella responde que la poesía es precisamente la manera de lanzar las preguntas más peligrosas y atrevidas en relación con el mundo.
Otro ámbito claramente ligado a la construcción de imaginarios es el de la ciencia ficción. La virtud de George Orwell con su Gran Hermano de 1984 no tiene tanto que ver con su capacidad de inventar y de imaginar como de llevar al extremo los ingredientes del imaginario dominante con un manto de futurible tecnológico. Dicho de otro modo, cabría preguntarse si la ciencia ficción tiene más de profecía autocumplida que de predicción. Este tipo de relatos influyen incluso en los imaginarios sobre el potencial tecnológico actual y se convierten en fuentes de inspiración para las innovaciones tecnológicas y digitales de nuestros días (por ejemplo, los términos «ciberespacio», de Neuromante (William Gibson, 1984) y «metaverso», de Snow Crash (Neal Stephenson, 1992).
Pioneros como Jules Verne y H. G. Wells establecieron las bases del género en el siglo XIX, y gran parte de la narrativa dominante fue elaborada por voces masculinas. Con el paso del tiempo, autoras y otras voces subrepresentadas han comenzado a poner en duda esta hegemonía. Desde textos tempranos, como El mundo resplandeciente de Margaret Cavendish (1666), hasta narrativas contemporáneas, la ciencia ficción feminista a partir de los setenta ha abierto espacios para la crítica social, la definición de identidades y la visión de futuros alternativos sin las limitaciones impuestas por las normas sociales actuales. Desde Ursula K. Le Guin hasta Tamsyn Muir, pasando por Octavia Butler o Margaret Atwood. De acuerdo con Lisa Yaszek, profesora de Estudios de Ciencia Ficción en el Instituto de Tecnología de Georgia: «Las mujeres, adoptando personajes que iban desde reinas guerreras y astronautas heroicas hasta amas de casa infelices y alienígenas, fueron pioneras en el desarrollo de nuestro sentido de la maravilla por los diferentes futuros que podríamos habitar.»
Otro ejemplo de la imaginación radical y colectiva como herramienta de transformación social es la ficción visionaria. Se caracteriza por un enfoque orientado a la justicia y a menudo vinculado a la descolonización del imaginario. Octavia’s Brood, un compendio de relatos de los movimientos de justicia sociales editado por Adrienne Maree Brown y Walida Imarisha, plantea que «la descolonización de la imaginación es la forma más peligrosa y subversiva, allí donde nacen las otras formas de descolonización. Una vez la imaginación se desata, la libertad es ilimitada».
Más allá del relato: reimaginar el contrato social
El contrato social es una de las respuestas posibles a la manera de convivir, de organizarnos, de generar valor, de distribuir la riqueza y de relatarnos. En una economía ampliamente basada en los datos, se genera una injusticia epistemológica, y diversos movimientos están impulsando esquemas de gobernanza de los datos y de la inteligencia artificial bajo perspectivas feministas y decoloniales. IT for Change, por ejemplo, revela que detrás de la cadena de valor de los datos se generan cadenas de sufrimiento y precarización. A+ Alliance impulsa el proyecto «Self» para poner de manifiesto que las aplicaciones de salud se basan en la mirada capacitista y en supuestos cuerpos normativos, para acabar generando su propia aplicación. Vale la pena recuperar la sesión del Decidim Fest y ampliar el espectro desde el Sur Global. A fin de abrir la puerta a la imaginación, podemos comenzar con dos palabras: «¿Y si…?». Unas pocas letras que nos catapultan al atrevimiento y a salir de las inercias. Rob Hopkins impulsó el Ministerio de la Imaginación desde su pódcast From What If to What Next: a lo largo de cien capítulos fue convocando a potenciales ministros de la imaginación para reinventar el arte, la cultura, la democracia, la aceptación del fracaso; con el juego como forma de pensar desde el cuerpo, la equidad, los medios o la regulación. El resultado de venerar y nutrir la imaginación en clave de conversación es este delicioso manifiesto.
La imaginación también se atreve con otros ejemplos, como la política prefigurativa, que a menudo juega con y conjuga la creación de nuevas instituciones, estructuras y prácticas con el espíritu de volver obsoleto el statu quo. Como dice Ruha Benjamin: «Acuérdate de imaginar y de crear los mundos sin los cuales no puedes vivir, de la misma manera que desmantelas aquellos en los que no puedes vivir.» Un buen ejemplo es el Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII), una evolución del proyecto The Syllabus, donde están creando nuevas infraestructuras e instituciones que ofrecen alternativas digitales viables a la visión limitada que predomina en la opinión pública.
Hay incluso una red de ciencia ficción económica (Science Fiction Economics network), liderada por Kate Bee. Se dedica a experimentar nuevos paradigmas económicos y organizativos como Enspiral o Centrifuge (una tecnología financiera descentralizada y basada en una cadena de bloques o blockchain para préstamos transparentes entre particulares).
La emergencia climática nos empuja también a imaginar y capturar los susurros gigantes (Giant Whispers), en términos de Patrick Reinsborough; son invitaciones a concretar alternativas desde la resistencia local. Un susurro puede adoptar la forma de una pandemia, de un meme, de una serie viral o de una presidencia de gobierno.
La imaginación puede ayudarnos asimismo a generar nuevos referentes allí donde tenemos vacíos: en un mundo polarizado, en el que la geopolítica cada vez triangula con un número menor de actores y en el que todavía hablamos de norte y sur, construir el imaginario de la mayoría global nos permite dibujar relaciones interdependientes entre regiones que se salen del pequeño cuadrilátero donde ahora mismo caben Estados Unidos, China y Rusia, tres de los ciento noventa y tres estados que hay en el mundo; el margen para tejer una mayoría es amplio. Lo mismo nos ocurre con los referentes de masculinidades que no sean tóxicas ni hegemónicas. Debemos poder ofrecer inspiración y modelos de los que aprender. En Raising Boys Who Do Better, Uju Asika nos invita a revisar qué quiere decir ser chico y hombre, pero también a atrevernos a imaginar mejor el mundo que nos rodea. Asika afirma que quien consigue inspirar la imaginación en los demás, puede lograr cualquier hito.
Y si te dicen que es imposible, recuerda las palabras de Kelly Hayes: «Muchas de las cosas que se dice que no se pueden hacer, en realidad no se han intentado de manera significativa en nuestro contexto o a lo largo de nuestras vidas. Es fácil mantener los mitos de la imposibilidad cuando se destruyen todos los experimentos.»
En definitiva, es urgente que la imaginación se erija como un acto radical de posibilidad distribuido de forma equitativa. Es el primer recordatorio para contestar a los poderes fácticos y desafiarlos, para democratizar el capital imaginativo y desbancar la concentración de la capacidad de construir imaginarios colectivos. Dibujar otros mundos nos permite focalizar las energías en soñar, crear y nutrir los mundos que sí que queremos habitar.
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