La hipótesis del «valle inquietante» en los robots

La hipótesis del «valle inquietante» defiende que cuando un robot se asemeja a una persona sin conseguirlo a la perfección produce extrañeza y rechazo.

Robot de la película The Monster and The Ape (1945).

Robot de la película The Monster and The Ape (1945). Fuente: Flickr

Uno de los retos implícitos de la robótica es crear un autómata que parezca y se comporte exactamente igual que un ser humano. Pero, ¿qué ocurre mientras no lo consigue? La hipótesis del «valle inquietante» defiende que cuando un robot se asemeja a una persona sin conseguirlo a la perfección produce una sensación de extrañeza y rechazo en el observador. Distintas aproximaciones han intentado explicar este fenómeno estético, que, pese a no estar probado, se ha popularizado en las últimas décadas, calando incluso en la cultura popular. Una conjetura que conlleva una pregunta: ¿qué nos hace humanos a ojos de los demás?

Hace 45 años, el profesor de robótica Masahiro Mori publicó un artículo en una revista minoritaria en el que compartía una curiosa observación. Según su experiencia, los seres humanos sienten más empatía hacia los robots cuando estos tienen aspecto humanoide, pero sólo hasta el momento en el que la semejanza es demasiado cercana. Según el científico japonés, produce entonces una extraña sensación de rechazo o aversión que sólo podría ser superada si la réplica fuese tan perfecta que pareciese un individuo real. Mori representó gráficamente su teoría trazando la línea de una simpatía que crece, cae en picado y remonta de nuevo, formando el valle que da nombre a esta eventualidad.

Representación gráfica del «valle inquietante» por Masahiro Mori, que relaciona empatía (shinwakan) con semejanza humana. Gráfico traducido por José Valenzuela.

Representación gráfica del «valle inquietante» por Masahiro Mori, que relaciona empatía (shinwakan) con semejanza humana. Gráfico traducido por José Valenzuela.

El robot como herejía o doble malvado

Las aproximaciones que han intentado explicar el «valle inquietante» provienen de diversas disciplinas, y abarcan desde lo filosófico hasta lo biológico, de lo más elevado a lo más banal. Entre las primeras, están las que defienden que el rechazo al robot se debe a un temor religioso-cultural a toda criatura autónoma que no sea obra de Dios. La leyenda hebrea del Golem, la estatua de barro a la que un rabino insufla vida, así como su adaptación moderna en Frankenstein, reproducen el mito del ser artificial como monstruo capaz de destruir a su creador.

El tema de la criatura insumisa se repite también en la ciencia ficción contemporánea, dando forma al estereotipo del androide ―y en cierto modo de la ciencia― como amenaza potencial. En este sentido, Jean Baudrillard considera el robot como la sublimación del control humano sobre los objetos y la naturaleza, pero en toda sumisión, en todo esclavo, está inherente la amenaza de la rebelión. El androide sublevado, argumenta el filósofo francés, simboliza el enfrentamiento del científico con su doble, un ser creado a su imagen y semejanza, pero que en su rebeldía se convierte en su igual. El desarrollo reciente de las llamadas «armas autónomas» actualiza este temor, introduciendo el miedo a la inteligencia artificial en el campo de la guerra.

La figura del doble es otra aproximación cultural que podría explicar el valle inquietante, siendo el rechazo al robot una respuesta al motivo del doppelgänger. En el folklore nórdico y germánico, la aparición de una réplica propia se considera un augurio de muerte o de desgracias por venir, así como la encarnación del reverso oscuro de uno mismo.

El propio campo de la robótica ha incidido abiertamente en este concepto del doble, siendo Geminoids de Hiroshi Ishiguro el proyecto más destacado. Desde hace una década, este científico japonés desarrolla robots a partir de modelos humanos reales, con el objetivo de entender cómo dotar de «presencia» a un autómata, cómo capturar y transmitir aquello que proporciona vitalidad. Con este objetivo, Ishiguro ha diseñado réplicas de sí mismo y de algunos de sus colaboradores, proveyéndolas de características tan realistas como piel de silicona flexible capaz de reaccionar a la presión, o de motores y mecanismos para simular la respiración.

Imagen de la pieza Area V5 de Louis-Philippe Demers que trata la hipótesis del «valle inquietante» y que se expone en la exposición +HUMANS del CCCB.

Imagen de la pieza Area V5 de Louis-Philippe Demers que trata la hipótesis del «valle inquietante» y que se expone en la exposición +HUMANS del CCCB.

Un valle más prosaico: confusiones, expectativas y enfermedad

Existen también aproximaciones menos poéticas a la hipótesis del «valle inquietante». En el campo de la psicología, el fenómeno se ha atribuido a una hipotética disonancia cognitiva entre lo que se observa y lo que se espera, esto es, entre encontrar humanidad en lo que sabemos que es inerte, o a la inversa, percibir lo artificial en lo que a todas luces parece vital. En palabras del físico francés Alexei Grinbaum, «cuando las copias no consiguen parecerse completamente al original, tanto su identidad como su diferencia se vuelven significativas».

En una línea similar, un experimento llevado a cabo en la Universidad de California con el apoyo de Hiroshi Ishiguro usó uno de sus Geminoids, así como la persona real que le sirvió de modelo y un autómata visiblemente artificial, para analizar con un escáner cerebral la reacción de un grupo de observadores a los movimientos de esos tres sujetos. Los resultados sugirieron que, sólo ante los movimientos de la réplica que simulaba ser humana, la actividad cerebral aumentaba en aquellas áreas dedicadas a la motricidad, dando a entender que el cerebro intentaba procesar una incongruencia entre la apariencia del androide y su movimiento, es decir, entre lo que era y lo que la mente esperaba de él.

Es de justicia mencionar finalmente la explicación que el propio Mori insinuaba en su artículo de 1970. Pese a reconocer que no había analizado profundamente el porqué del valle inquietante, el científico aseguraba no tener duda de que debía tratarse de «una parte integral de nuestro instinto de autopreservación». Siguiendo esta estela, algunas teorías relacionan el fenómeno como una respuesta de autodefensa ante la muerte y la enfermedad. La expresividad imperfecta de los androides sería interpretada de un modo instintivo como algún tipo de dolencia o defecto inmunológico, que repelería a los humanos por la posibilidad de una transmisión. El sujeto enfermo es al mismo tiempo una pareja poco fértil, por lo que provocaría en el organismo una reacción de desagrado o repulsión.

Una hipótesis por demostrar

Diversos experimentos sugieren la certeza del «valle inquietante» a partir de pruebas realizadas con niños, consumidores de videojuegos e incluso monos; usando no sólo robots, sino también imágenes digitales y muñecos de cera. Los resultados, sin embargo, no son tan consistentes como para demostrar una formulación tan vaga, y algunos científicos como Cynthia Breazeal, directora del grupo de Robótica Personal del MIT, le niegan incluso la condición de hipótesis, identificando el fenómeno como «una intuición».

Lo cierto es que en 2005 el propio Mori hizo un par de comentarios en público reconociendo la imprecisión de su hipótesis. El rostro de una persona que ha fallecido, argumentó, puede ser percibido como inquietante, pero en ocasiones transmite una sensación de calma y paz. Por otro lado, la manera de salvar la reacción de extrañeza no tendría que pasar necesariamente por mejorar las réplicas, sino que quizás una versión idealizada del ser humano, como el aspecto de una estatua de Buda, podría generar empatía gracias a su expresión de elegancia y serenidad.

Es importante destacar, por último, un par de elementos cómicos que subyacen en el «valle inquietante». Por un lado, si, como dice Baudrillard, el robot es una abstracción narcisista del ser humano, la aversión que produce el androide es casi una burla, una rebelión estética de la criatura ante la ambición de su creador. Por otro lado, es innegable el carácter abiertamente kitsch de algunos humanoides: malas imitaciones, reproducciones empobrecidas, que en su extrañeza pueden producir temor pero también provocar sarcasmo e incluso despertar compasión. Componentes que, en cualquier caso, evidencian las implicaciones filosóficas y psicológicas de la técnica, que no puede obviar su función y la necesidad de su encaje social. Un Masahiro Mori jubilado y de 85 años lo intuía de nuevo en una entrevista: «No creo que los robots tengan que ser necesariamente humanoides. De hecho, sería extremadamente difícil para ellos ayudar con las tareas del hogar y no es posible construirlos al precio de aspiradoras y lavavajillas».

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  • Therfer | 11 noviembre 2015

  • Equip CCCB LAB | 12 noviembre 2015

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