La burbuja de los NFT ha estallado. ¿Larga vida a la burbuja?

Revestidos con una pátina cultural y pop, los NFT funcionan como una narrativa introductoria al mundo de la especulación.

Derribando muñecas en un stand de la fiesta, Taos, New Mexico, 1940

Derribando muñecas en un stand de la fiesta, Taos, New Mexico, 1940 | Russell Lee, Library of Congress | Dominio público

El ejemplo más paradigmático del estallido de la burbuja de los NFT es la bajada del precio del primer tuit de la historia. Este se vendió por 2,9 millones de dólares en su salida al mercado. Un año después, el abril pasado, se abandonó un intento de revenderlo, ya que la oferta máxima era de 14.000 dólares. ¿Cómo se ha producido esta pérdida del 99 por ciento del valor en un periodo tan corto?

En realidad, los NFT no han muerto porque nunca estuvieron vivos. Por más vueltas que le demos, cuando el producto en sí es totalmente reproducible con exactitud y de manera gratuita por medio de un simple clic, el único valor que tiene es, exclusivamente, el precio al que lo puedes revender.

Se precisa, pues, de un gran ejercicio de hiperstición y profecía autocumplida para poder extraer valor del producto. Es decir, que la propaganda que se ha hecho de los NFT ha resultado imprescindible para inflar la burbuja y permitir que algunos (básicamente los primeros) inversores ganaran dinero. Siguiendo la lógica de los esquemas Ponzi, hace falta que entre más gente de manera constante en el mundo de los NFT para que la confianza y el crecimiento no se estanquen. Y a la hora de acercar al gran público a la inversión en activos digitales ha resultado imprescindible el uso de técnicas de sugestión emocional.

En un intento de otorgar validez a este formato por la vía no solo monetaria, se ha tokenizado el primer tuit enviado por el fundador de Twitter, Jack Dorsey. Así, el objeto tiene un valor nostálgico y cultural asociado. De la misma manera, tokens de memes históricos como el Nyan Cat se vendieron por cantidades millonarias. Que el valor de los NFT esté intrínsicamente ligado a la confianza en este mismo valor, sin que exista ninguna otra estructura oficial, bancaria o estatal que lo apoye, obliga a que se expanda la credibilidad por medio de estas estrategias. El uso de referentes pop puede servir como una cortina de humo: puedes hacer ver que inviertes en cripto por el apego y el cariño hacia un determinado artefacto cultural, fingir que el interés existe por el fetichismo hacia un famoso, un artista o su obra, o camuflar las inversiones bajo capas de ironía, siendo consciente de que los Bored Apes no son más que micos estéticamente feos generados aleatoriamente por un algoritmo, y que la gracia es, precisamente, esta. Pero tal como decía Dan Olson en el vídeo viral Line goes up: este no es un fandom como el resto, porque el producto en sí no tiene ninguna importancia, sino solo el beneficio que se derive.

Igual que la entrada de inversores es importante, también lo es que quien invierte no desista y venda, ya que si este movimiento sucediera de forma masiva, bajaría el valor del criptoarte. Se da, pues, un ambiente supuestamente comunitario donde los participantes de este gran castillo de naipes se tienen que convencer constantemente, tanto los unos a los otros como a ellos mismos, de que serán ricos si aguantan el tiempo suficiente. Este relato se completa con la afirmación de que se trata de un grupo selecto de visionarios que han sabido avanzarse a sus contemporáneos y que, gracias a esto, accederán al edén de la abundancia y no tendrán que trabajar nunca más. Mantener alta la expectativa de lo que vendrá se ha convertido en una divisa importantísima y es imprescindible hacer crecer el hype incesantemente.

En la publicación de su propia colección, el influencer más famoso entre los que han adoptado los NFT en el estado español, Willyrex, declaró: «Los que confiaron serán recompensados! Los que no lo hicieron quedarán retratados!». Quien sabe si de forma ominosa o sardónica.

En sus primeas presentaciones al gran público, la intersección entre arte digital y blockchain se definió como una herramienta que permitiría que artistas pudiesen obtener beneficio de sus obras. Aun así, la democratización que tanto se presagió no ha sucedido, ni tampoco la desaparición de intermediarios. Todavía es menos posible afirmar que esta tecnología haya permitido ganar dinero a la mayoría de artistas, puesto que los gastos derivados de crear y mantener los NFT suponen un gran obstáculo. Por no hablar del reparto desigual de sus ventas, que se traduce en que muy poca gente realmente hace negocio comerciando con su arte de esta manera.

Tampoco es que todo lo anterior suponga ninguna novedad dentro del mundo del arte comercial. Es bien sabido que los circuitos de galerías tienden a ser excluyentes y a basarse en la especulación derivada del hype de la novedad y en la capacidad de absorber nuevas tendencias. Los NFT encajan perfectamente en esta lógica: cuanta más gente se ponga de acuerdo en que un objeto arbitrario tiene valor, más valor tendrá este objeto. De todas maneras, el mercado del arte no es un nicho suficientemente grande como para sostener las necesidades especulativas de los tokens no fungibles.

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La realidad es que los NFT funcionan, sobre todo, como una narrativa introductoria al mundo de la especulación, alejados de los estereotipos a los que se asocian normalmente. Los brokers dejan de ser unos tipos grises y airados, en trajes de chaqueta impolutos e inseparables de sus maletines, para convertirse en gente mucho más próxima: influencers, streamers o vloggers. En lugar de expertos economistas (a pesar de que los interminables y complicados tecnicismos se mantengan), chavales normales y corrientes. El cryptobro, la última tribu digital de moda, acostumbra a lucir la estética minimalista de camiseta, gorra y zapatillas de deporte que tanto triunfa entre los desarrolladores de Silicon Valley. El cryptobro es cualquiera, podría ser tu vecino, o incluso podrías ser tú.

El horizonte final de todo este fenómeno parece ser, también, la última esperanza de reflotar los NFT después de que su reputación se haya visto terriblemente perjudicada. Dentro de la lógica de convertir cada aspecto de la cultura humana en un producto cuantificable y vendible, por medio de clics y estadísticas, a lo largo de la última década hemos visto cómo nuestras acciones en el ciberespacio se transformaban, cada vez más, en formas de construir una marca personal. Mientras tanto, nuestros trabajos se han uberizado y gamificado. Siguiendo esta lógica, la transformación del juego en negocio es el horizonte último del capitalismo de plataforma y de la economía de la atención. Especialmente a través de los videojuegos.

Para mantener el crecimiento exponencial que ha sufrido el mundo de los videojuegos en los últimos años, han sido necesarias prácticas de explotación como el crunch y se ha dado pie a fenómenos rocambolescos como los streamings interminables. Los NFT parecen una nueva oportunidad de expansión que podría impedir una recesión de la que ya se empieza a hablar.

La venta de herramientas, skins, nuevas utilidades o contenido descargable exclusivo para quien lo paga ha sido una práctica en ascenso, que ha culminado en la creación de los llamados play to earn. Se trata de videojuegos basados en criptomonedas, donde la propia mecánica importa mucho menos que la posibilidad de ganar dinero jugando. Empresas tan importantes como Epic Games o SquareEnix han apoyado la tokenización de aspectos de sus juegos por medio de NFT y la creación de economías internas.

Habrá que ver si esta propuesta enderezará el mundo de los cryptotokens y será capaz de introducir gente nueva en la comunidad jugadora. Durante el ascenso de los videojuegos de rol masivos (MMORPG, Massively Multiplaying Online Role-Playing Games), como, por ejemplo, World of Warcraft, dos décadas atrás, se generó una economía sumergida alrededor de la compraventa de accesorios y personajes que afectaba sobre todo a trabajadores sin derechos. De momento, observando en qué estados se han implementado con más éxito los play to earn, que resultan ser, precisamente, aquellos con problemas económicos y desigualdades más evidentes, no parece que los NFT nos hayan conducido a ningún futuro esperanzador, al contrario de lo que predicaban algunos de sus entusiastas hace un par de años.

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