Para los adolescentes Internet supone un espacio de de ocio, de interacción y de construcción de la propia identidad. Pocas veces se preguntan el origen y el destino de la información que circula por esa red infinita y aparentemente volátil. La actividad en línea abre espacios de relación y admite temáticas impensables en el mundo presencial. Definir la esfera privada y la capacidad de controlar la información que se expone sobre uno mismo son retos actuales que hay que explicar, entender y abordar desde los agentes involucrados en la educación. Este post explora por qué es importante la privacidad de unos jóvenes que experimentan a corazón abierto en la eternidad digital.
La revolución comunicativa no ha hecho más que empezar. Jóvenes y mayores nos hemos sumado al carro de la modernidad porque promete hacernos la vida más fácil, más cómoda o más divertida, pero aún tenemos que entender qué es, cómo funciona y cuáles son las contrapartidas. El hecho de que podamos tener cuentas de correo o perfiles «gratuitos» nos altera el esquema clásico basado en la transacción económica. Todavía estamos aprendiendo que cuando no pagamos por un servicio, como contrapartida, el producto son nuestros datos personales. Nuestro nombre, nuestra dirección, nuestros gustos, nuestros contactos, nuestro historial médico, los lugares que visitamos ayer o el libro que nos gustaría comprar. ¿Aceptaríamos una barra de pan a cambio de la agenda o las fotos del móvil? Rotundamente no, pero lo hacemos cada vez que nos descargamos una aplicación de forma gratuita. Socialmente estamos aceptando la invasión constante de nuestra dimensión más personal y sensible, sin plantearnos sus consecuencias.
Según el Pew Research Centre, el 90% de adolescentes se conectan al menos una vez al día y una cuarta parte lo hacen constantemente. Internet es herramienta, medio y escaparate, mientras los jóvenes desempeñan un doble papel como consumidores y a la vez productores de informaciones. En este contexto la definición de la esfera privada en el siglo XXI –esto es, distinguir entre lo público y lo íntimo– se convierte en un ejercicio complejo. Por un lado, está la privacidad física y la identidad propia del mundo off-line, pero hay que sumarle la privacidad en línea y la gestión de la «huella digital». Con la llegada de los smartphones y la conexión permanente, gestionar esta identidad múltiple y entender los códigos de los dos mundos requiere acompañamiento y guía. La privacidad es algo que se aprecia cuando falta y, como decía Cory Doctorow en esta entrevista en el CCCB, las consecuencias de la pérdida de privacidad no son inmediatas.
A continuación se exploran cinco factores clave que hay que conocer para comprender por qué es importante la privacidad digital para los adolescentes del siglo XXI.
Factor #1 – Un laboratorio de identidad
Las redes sociales suponen un escaparate nuevo y accesible donde presentarse y representarse a sí mismos. Prácticamente el 80% de adolescentes tiene un perfil propio en alguna red social (FAD, 2015). Facebook, Twitter y otras plataformas forman parte de su día a día. El entorno en línea facilita la superficialidad e invita a generar contenidos de forma espontánea e impulsiva. Publicar va acompañado de la «recompensa» o el «fracaso» según cómo reaccionen los demás, cuántos son y cómo lo hacen. El número de dedos con el pulgar arriba implica una nueva forma de medir la popularidad de una persona y crecer en un medio voraz puede conllevar crisis que deben abordarse desde el uso responsable y el acompañamiento consciente.
Factor #2 – El escaparate constante
La cantidad de información accesible sobre cualquier persona no tiene precedentes. Controlar, comparar y hacer seguimiento de uno mismo y de los demás es mucho más sencillo en un espacio donde prácticamente todo se hace a la vista de los demás. De acuerdo con Ballesteros y Megías, los jóvenes afirman que se renuncia en gran medida a los espacios de intimidad y que incluso personas desconocidas pueden tener mucha información sobre ellos. Tener un perfil en una red social no predispone automáticamente a ser una víctima de ciberacoso por parte de un desconocido, no es un factor de riesgo per se. El riesgo está en los usos: dar mucha información personal y ser proclive a comunicarse con desconocidos duplican las probabilidades, como explica este artículo de Sengupta y Chaudhuri (2013).
De hecho, los adolescentes son cada vez más conscientes y recelosos de su espacio, y las chicas son especialmente críticas. Que sean reflexivos sobre la relación entre lo que posibilita la red y el detrimento de la privacidad, es importante. Pero, en un contexto carente de alternativas, las opciones son o la no participación (desaprovechando las oportunidades que puedan brindar) o el uso indiscriminado (sin conocer el coste de oportunidad).
Factor #3 – En directo y para todos
Otra de las novedades importantes es que utilizando las redes sociales se desdibuja el esquema tradicional de emisor y receptor. En el caso del muro de Facebook, por ejemplo, cada persona tiene de media unos 130 «amigos», que generalmente incluyen contactos de conocidos del entorno familiar, la escuela y otros espacios de su día a día. Todos estos contactos son potencialmente receptores de cualquier mensaje que se lance. En las redes sociales funcionamos por el mecanismo de la audiencia imaginada: producimos los mensajes teniendo en cuenta solo a aquellas personas de la red que puedan estar relacionadas de alguna forma y no todas las personas de la lista de los contactos. Es lo que los expertos en privacidad denominan los «modelos de amenaza».
Este estudio demuestra que ser consciente de la diversidad de la audiencia ayuda a ser más estratégico a la hora de publicar información o estados sobre uno mismo. Por ejemplo, el hecho de ver fotografías de los contactos seleccionadas aleatoriamente que pertenecen a diferentes ámbitos puede generar un efecto disuasorio. Para un adolescente, su «enemigo» pueden ser los padres y los familiares y buena parte de ellos desarrollan estrategias de protección (por ejemplo, modificando la configuración de la privacidad). Pero, hay que ampliar el debate para que la audiencia imaginada no es explícita y sincrónica: potencialmente y cada vez más, hay jefes, aseguradoras, universidades o empresas de marketing, por poner algunos ejemplos, dispuestos a hacer uso de esta información para su beneficio.
Factor #4 – La privacidad
Hasta ahora nos hemos concentrado en la identidad digital que de forma activa proyectan los adolescentes sobre ellos mismos, pero en las redes sociales el control sobre la propia información ya no depende de ellos, sino que son también los demás quienes pueden proporcionar fotografías, comentarios o referencias de cualquier tipo, convirtiendo la privacidad en un derecho individual que requiere de la complicidad de la responsabilidad colectiva. Dicho de otro modo, preservar la privacidad depende en una pequeña parte de uno mismo, en buena medida de los vínculos con quienes convivimos en la red y a nivel macro depende de que socialmente pongamos límites a la innovación irresponsable.
Factor #5 – La red que todo lo sabe y nunca olvida
Pero en el momento en que las redes son el espacio de pruebas donde los adolescentes tienden a sobreexponerse, convirtiendo el perfil en una bitácora minuciosa de su trayectoria, una foto o un comentario desafortunado puede terminar costando un trabajo, el acceso a instituciones o un perjuicio para su reputación. Cada vez es más habitual «googlear» los nombres de las personas antes de contratarlas o en el momento en que aparecen en algún medio de comunicación. Cada vez vemos más historias de destituciones o carreras truncadas debido a mensajes o contenidos expuestos en redes sociales. Y parece que socialmente estos mensajes fuera de contexto y probablemente caducos tengan más razón que la propia persona confesando que era un error, pidiendo disculpas o simplemente admitiendo que era una jugada adolescente y que no volvería a hacerlo. Es más, esta red nunca olvida. Y si uno quiere borrar sus propios contenidos, siempre queda el registro en línea o incluso los testimonios de otros usuarios que lo capturan y lo almacenan.
La importancia de educar en el uso responsable
Internet y particularmente las redes sociales son plataformas interactivas donde los adolescentes vierten una gran cantidad de información sobre ellos mismos de forma poco dirigida y reflexiva. Los cuatro primeros factores explican cómo el entorno en línea tiene un efecto multiplicador sobre situaciones que existían previamente. La gran diferencia, y posiblemente el aprendizaje más urgente, es que Internet y las compañías que hay detrás de las redes sociales constituyen un registro perenne y permanente, con un negocio basado en la monetización de los datos personales de los usuarios. Los riesgos para la privacidad en el uso de Internet y las redes sociales son poco tangibles y quedan invisibilizados.
Educar y formar a adolescentes en el siglo XXI implica enseñarles a comprender y relacionarse con el mundo en línea. Las herramientas disponibles todavía son escasas y limitadas, pero suscitar su debate en el aula y la toma de conciencia de buena parte de la comunidad educativa es imprescindible. De ello depende el futuro individual de nuestros jóvenes y el mañana colectivo con respecto a la reconquista de la privacidad como derecho fundamental.
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