Hong Kong se ha convertido en el canario de la mina de un mundo marcado por las tensiones entre las demandas de sociedades complejas y las estructuras de poder que no consiguen encajarlas. Hablamos con Jason Y. Ng de qué es lo que convierte a Hong Kong en un caso a seguir con atención.
Licenciado en finanzas y con un máster en dirección de empresas, abogado, escritor, articulista de prensa, activista político y defensor de múltiples causas sociales. Es imposible definir a Jason Y. Ng (pronunciado «Jason Eng») empleando una sola de estas ocupaciones. Si en los últimos años lo encontramos un poco por todas partes no se debe únicamente a su hiperactividad, sino también a que, como dice el propio Ng, Hong Kong se ha convertido en el canario de la mina de un mundo marcado por las tensiones entre las demandas de sociedades complejas y las estructuras de poder que no consiguen hacerlas encajar. Con él hablamos de qué es lo que convierte a Hong Kong en un caso a seguir con atención.
El movimiento prodemocrático en la excolonia británica se remonta muchos años atrás, incluso antes de la devolución del territorio en 1997 una vez amortizado el botín impuesto al imperio chino tras las guerras del opio a finales del siglo XVIII. La perspectiva de un Hong Kong democrático nace cuando aún se encuentra bajo el dominio británico y toma fuerza cuando Pekín se compromete de forma vaga a ofrecer más democracia. Sin embargo, el punto de inflexión viene marcado a finales de 2014 por la Revuelta de los Paraguas, una reacción contra una reforma restrictiva de la ley electoral que llevó a un bloqueo encabezado por los estudiantes del centro financiero de la ciudad. No solo porque fue la primera amenaza seria a la fórmula «un país, dos sistemas» acordada entre Margaret Thatcher y Deng Xiaoping en la década de los ochenta para encajar el territorio plenamente capitalista en el contexto de una China comunista –una realidad muy diferente después de más de un siglo de desconexión–, sino también porque, como constata Jason Ng, los acontecimientos posteriores llevan a pensar que es difícil detener el camino de la desobediencia iniciado en aquel 2014.
«El único motivo por el cual ofrecemos resistencia es por el fuerte control que ejercen. Si lo relajaran, verían cómo la gente comienza a relajarse y a continuar con su vida. Nadie quiere luchar ni estar siempre en la calle […] Cuando ves amenazada tu propia existencia, te ves forzado a salir a la calle y a protegerte a ti, a tu familia y a las generaciones futuras».
En efecto, con el statu quo desequilibrado, Hong Kong se sacude como un columpio. Cuanto mayor es la intervención de Pekín en los asuntos del territorio, más fuerte es la respuesta ciudadana. Cuanto más fuerte es la respuesta ciudadana, más convencido está Pekín de que ha de controlarla… Y esto a pesar de que, años después de aquella escalada de desobediencia en 2014, todo el mundo se preguntaba si no habría sido un espejismo. Ng incluso llegó a escribir un artículo donde se preguntaba esto mismo, en un momento en el que los paraguas habían acabado despertando un sentimiento más bien de nostalgia y cansancio. Hasta que, claro está, todo volvió a sacudirse con la propuesta del Decreto de Extradición de 2019, que fue visto por el movimiento prodemocrático como una erosión de las garantías legales del territorio y el enésimo intento por parte de Pekín para saltárselas a la hora de perseguir voces críticas.
Ng no esconde su dedicada implicación –y podríamos decir que incluso instigación– intelectual como un ciudadano comprometido más. Con su trilogía sobre Hong Kong (Hong Kong State of Mind, Hong Kong no es ciudad para lentos, Umbrellas in Bloom), Ng ha recorrido las principales claves de este conflicto, comenzando por valores fundamentales, como la libertad de expresión, que Ng siente que a Hong Kong le está siendo arrebatada. Pero hay otras, como haber estado sometida al poder colonial, el papel del territorio como puerta de entrada a China y a la vez muy abierta al resto del mundo, las crecientes desigualdades de una sociedad mucho más presionada que en las generaciones anteriores, o incluso la elevadísima densidad de población y el hecho de que «todo circule mucho más deprisa»… Todo esto ha contribuido a que esta sociedad vaya por delante a la hora de desafiar a una China cada vez más influyente en todo el mundo.
«Mientras muchos gobiernos extranjeros están dispuestos a seguir la línea del Partido Comunista Chino y hacer lo que Pekín les pide, por motivos económicos o comerciales, los hongkoneses están dispuestos a sacrificar sus propios intereses económicos para hacer frente a China. Este espíritu de lucha es lo que hace que Hong Kong sea diferente al resto del mundo y que esté más preparada para ser la primera línea de defensa ante la expansión china».
Una primera línea que, cinco años después de la Revuelta de los Paraguas, ya no es una simple protesta pacífica, sino que el descontento se ha extendido a los diferentes distritos de Hong Kong. Esto ha llevado a la radicalización de una parte de los manifestantes, con cócteles molotov o armas caseras utilizadas contra la policía, o incidentes como la muerte de un operario de limpieza por el impacto de un adoquín.
En este sentido, Ng deja claro su posicionamiento a favor de la no-violencia. No solo porque la violencia conduce a más violencia, sino también porque «complica la narrativa de cara a la comunidad internacional. Mucho de lo que hacemos depende de cuánto presiona la comunidad internacional a China. Si perdemos autoridad y si perdemos el apoyo de la comunidad internacional, perderemos la lucha. Y yo no quiero que eso pase». Y añade:
«En realidad, desconocemos qué planes tiene Pekín, si están dispuestos a permitir algún tipo de sufragio universal; no sabemos qué cartas se guardan. Si asumimos que es tan imposible que ni siquiera tiene sentido intentarlo, eso es exactamente lo que quieren que hagamos […] Nuestro trabajo como sociedad civil es tensar los límites todo cuanto podamos […] Incluso si parece imposible, puede que esa sea la impresión que quieren que tengamos. Y en ese caso no podemos dejar que nos ganen la partida. Pero, aunque fuese imposible, la política no se basa en calcular costes y beneficios o qué es posible o imposible. A lo largo de la historia, la mayoría de los movimientos políticos en todo el mundo han estado impulsados por gente que se encuentra en situaciones de enorme desesperación que, como no tiene nada que perder, ha salido a la calle y ha expresado sus demandas. Así es como se cambian las cosas. Continuaremos con esta filosofía.»
Al ser preguntado sobre su identidad, Ng no titubea: «Sí, soy chino, desde el punto de vista étnico. Pero cuando me preguntan de dónde soy, siempre respondo que soy hongkonés». Ciertamente, si algo ha cambiado con los años de protestas es el número de habitantes de este territorio que piensan como Ng y sienten que existe una desconexión emocional con la China continental.
«Años atrás, nadie hubiera sabido responder muy bien a esta pregunta. Hoy, la gente puede referirse cada vez más a aspectos identitarios tangibles que nos enorgullecen, como nuestra música, nuestra poesía, nuestra literatura o nuestra lengua, el cantonés. Este orgullo y esta dignidad irá cristalizando en nosotros y serán cada vez más diferenciados».
Sin miedo a pecar de ingenuo y consciente del desequilibrio de fuerzas, Ng sentencia que la solución al problema de Hong Kong «es muy sencilla»: se le tiene que escuchar. Y acaba deseando que sus palabras sean escuchadas por aquellos que deciden su futuro político.
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