James Bridle: La tecnología es política

El artista británico reivindica con su obra el deber de la ciudadanía de dar forma al progreso ante las luces y sombras de la revolución digital.

Thalia Bell haciendo una demostración de cómo funcionaba la radio. Tallapoosa County, 1926

Thalia Bell haciendo una demostración de cómo funcionaba la radio. Tallapoosa County, 1926 | Auburn University Libraries Special Collections and Archives | Dominio público

El desarrollo de la sociedad de la información se basa en la creencia más o menos consciente de que la tecnología por sí misma mejora la vida de las personas. Un relato plausible pero que no siempre incide en los aspectos más controvertidos —y poco debatidos— de este proceso histórico y cultural. La obra del artista y escritor James Bridle transcurre por el lado menos visible de la revolución digital y pone bajo los focos algunas de sus derivas. Aprovechando su visita al CCCB como invitado del festival The Influencers, repasamos sus proyectos más destacados.

Pese a concentrar un enorme poder económico y facilitar una capacidad de control antes inimaginable, el sector tecnológico es visto con simpatía. Su imagen como motor de desarrollo y progreso sobrevive al paso de los años, a diferencia de otros ámbitos de la economía como el bancario o inmobiliario. Todo ello pese a externalidades como el extractivismo de datos, la vigilancia gubernamental, las aplicaciones militares o, recientemente, la amenaza de destrucción masiva de empleo.

El artista y escritor James Bridle ha basado la mayor parte de su carrera en revelar los entresijos de las nuevas tecnologías, especialmente de aquellas vinculadas al poder político y militar. Con un enfoque no apocalíptico, ni siquiera pesimista, este británico afincado en Atenas apuesta por el conocimiento como condición necesaria para evaluar la realidad. «Vivimos en un mundo formado y definido por la computación», escribe en uno de sus ensayos, «y uno de los trabajos del crítico y del artista es llamar la atención sobre el mundo tal y como es».

Asaltar los cielos

Si el tópico es cierto, y el siglo XXI empezó con la caída de las Torres Gemelas, James Bridle es sin duda un artista del tercer milenio. Nacido en 1980, su juventud ha transcurrido entre las invasiones de Afganistán e Irak, atentados terroristas en su país natal, la guerra de Siria y el nacimiento del ISIS. Su obra bebe de un contexto de tensiones entre seguridad y libertad, un espacio de fronteras difusas en el que han proliferado unos artefactos técnicos inquietantes: los drones militares.

Los vehículos aéreos de combate no tripulados son armas diseñadas para llevar a cabo ataques selectivos o misiones de espionaje sin necesidad de piloto. Por su tamaño reducido, los drones militares pueden actuar en territorio enemigo sin ser detectados o llamar la atención. Durante un tiempo, esta invisibilidad física también fue mediática. La prensa occidental no informó sobre su uso hasta aproximadamente 2012, pese a que estas aeronaves se emplean en países como Pakistán o Afganistán desde 2004.

El trabajo de James Bridle se inició como una respuesta a esa escasez de información. Drone Shadows, uno de los primeros proyectos sobre el tema, respondía a una pregunta sencilla: ¿Cómo sería estar al lado de un dron? En 2012, las fotografías sobre este tipo de armamento eran prácticamente inexistentes, por lo que era difícil imaginar su escala o nivel de sofisticación tecnológica. Tras llevar a cabo una investigación sobre sus medidas y aspecto, el artista empezó a dibujar siluetas de estas aeronaves en espacios públicos, en un intento de hacerlas visibles a los transeúntes. En una línea de trabajo paralela abrió Dronestagram, una cuenta en Instagram con imágenes de las coordenadas exactas en las que se documentaban ataques. En este caso, la pregunta implícita era otra: ¿Por qué sabemos tan poco de los lugares y las personas que nuestros gobiernos bombardean?

 

Drone Shadow 007. London, 2014 | © James Bridle

Drone Shadow 007. London, 2014 | © James Bridle

En paralelo a su trabajo con drones militares y previamente a la expansión de estas herramientas para uso doméstico y civil, Bridle inició una línea de investigación con globos caseros de helio, a los que llamó «prototipos de dron». Un medio con el que empezó a explorar modos de contrarrestar el uso de aeronaves policiales, así como de obtener imágenes aéreas independientes y autogestionadas. Su proyecto más destacado en este ámbito es The Right To Flight, la instalación de un globo suspendido en el cielo de Londres durante cuatro meses. El ingenio estaba dotado con cámaras y routers que le permitían comunicar datos en tiempo real a cualquier persona que lo solicitase. Al mismo tiempo, el artista británico organizó talleres y conferencias sobre las posibilidades lúdicas y políticas de la fotografía aérea ciudadana, así como su relación con la cartografía y la vigilancia gubernamental.

El mapa y el territorio

Aunque no es evidente, la fotografía aérea tiene implicaciones en la percepción del espacio físico. Los servicios de mapas digitales muestran al usuario, el portador de la señal GPS, como el centro del mundo; pero también establecen un tipo de perspectiva y relación de poder basados en quién tiene la capacidad técnica para capturar imágenes desde el cielo. En un intento de deconstruir esta manera de ver, James Bridle ha desarrollado obras como Rorschmap o Anicons, que aportan una nueva estética cartográfica. En manos de estas aplicaciones, las capturas tomadas por globos caseros o satélites se transforman en caleidoscopios, recuperando la belleza y el sentido de descubrimiento de los primeros atlas.

La pugna por la fotografía aérea refleja también tensiones a ras de suelo, especialmente cuando se usa para fines securitarios. La generación de Bridle —recordemos, la del No a la Guerra, también en Inglaterra, así como el movimiento Occupy— ha aprendido a la fuerza que el espacio público no es público en todas las acepciones del término. En determinadas ocasiones, el estado puede desplegar su autoridad sobre el terreno para reclamar su hegemonía, especialmente cuando este se usa para fines no previstos. «Es en esos momentos», escribe Bridle, «cuando las estructuras reales de la vida urbana se hacen visibles: una matriz de permisos y observaciones, muchas de ellas ilegibles la mayor parte del tiempo».

La tensión sobre el control del espacio se hace también evidente en la proliferación de sistemas de videovigilancia públicos y privados. El artista ha trabajado este tema en distintos formatos (Every CCTV Camera, The Nor), entre los que se incluyen paseos por Londres en los que fotografía y registra cuantas videocámaras encuentra. En esta suerte de deriva situacionista, Bridle ha llegado a contar 140 cámaras en un solo trayecto de dos kilómetros. Y por si la sensación de acecho fuera poca, la policía le interrogó en una ocasión tras verle deambular, sacando instantáneas. Como él mismo ironizó más tarde, la retención se debió «a un posible delito de prestar atención».

Migraciones y ciudadanía en un mundo virtual

El veto sobre lo que es visible y transitable abarca espacios públicos y privados, pero también procesos administrativos. En Seamless Transitions, un proyecto de 2015 sobre la deportación de migrantes, James Bridle descubre que es ilegal fotografiar los centros de detención y tribunales que se usan en Gran Bretaña para llevar a cabo repatriaciones. Una red de instalaciones que, paradójicamente, incluye vestíbulos de lujo y aviones privados. El motivo: las compañías aéreas no quieren transportar a pasajeros bajo coacción, especialmente tras la muerte por paro cardiorrespiratorio de un ciudadano angoleño que estaba siendo deportado a su país en 2010.

Con el propósito de evidenciar la existencia de estos espacios, James Bridle adquirió planos y fotografías por satélite, entrevistó a académicos y activistas, y trabajó con una agencia de visualización de edificios para recrearlos. De este modo, y aunque el resultado no deja de ser una representación virtual en 3D, el artista saca a la luz rincones inaccesibles, al tiempo que revela cómo funciona el sistema británico de inmigración.

Seamless Transitions

Aunque Bridle ha trabajado concretamente el tema de las migraciones y la crisis de refugiados en Europa, es remarcable su reinterpretación del concepto de ciudadanía en un sentido amplio. Este es el tema central de Citizen X, una extensión para navegadores que rastrea dónde se encuentran los servidores de las webs que se visitan en Internet. La herramienta muestra las ubicaciones en tiempo real y dibuja una bandera con los fragmentos de esas nacionalidades. Un planteamiento sencillo pero efectivo que constata una nueva forma de ciudadanía, la ciudadanía algorítmica. En esta nueva manera de habitar el mundo, las libertades y derechos de las personas se calculan, reescriben y cuestionan en función de su navegación; de un modo imperceptible para el usuario pero accesible —aunque sea de un modo agregado— para gobiernos y empresas.

Dar forma al progreso

«Lo personal es político» fue una de las máximas más populares del feminismo de los años sesenta y setenta. Con ella, se manifiesta que los sistemas de opresión sobre las mujeres no solo se articulan en el terreno económico o legal, sino que la vida cotidiana esconde relaciones de poder que hay que revelar y combatir.

Para James Bridle, lo tecnológico es político. Las nuevas tecnologías están imbricadas en la misma naturaleza de la sociedad actual, por lo que es necesario preguntarse por su diseño en términos de poder. Los drones, las cámaras de videovigilancia, los servidores son solo artilugios técnicos, son los sistemas legales y políticos los que les dan forma y les permiten operar en una u otra dirección.

«Las tecnologías son historias que nos explicamos a nosotros mismos sobre lo que somos y de qué somos capaces», escribe James Bridle en un ensayo reciente, «pero no producen el futuro por sí mismas, ni son mágicas, ni están separadas de la agencia humana». Con su obra y trabajo crítico, el artista británico reivindica el deber de la ciudadanía de dar forma al progreso, una tarea que apela directamente a nuestra capacidad crítica ante las luces y sombras de la revolución digital.

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  • Nil | 24 octubre 2017

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