Unas semanas antes del confinamiento, pedimos a varios colaboradores que nos enviaran textos inspiradores para contrarrestar la ola de malas noticias sobre el estado actual del mundo. Queríamos publicar un post plural que inspirara esperanza y optimismo, preguntas imprescindibles, ideas luminosas, soluciones humildes. Este es el resultado, en medio de la pandemia global cuyas consecuencias y lecciones están definiendo el futuro cercano.
- 7 de marzo de 2020, de Víctor Recort
- ¿Qué preferirías?, de Berta Gómez Santo Tomás
- El Internet lleno y diverso, de Albert Lloreta
- Fracasar codo a codo, de João França
- Tuits, de Joana Moll
- Vivir de la música, de Tania Adam
- Desde abajo; hacia arriba, de Lucas Ramada Prieto
- ¿Qué está colapsando?, de Toni Navarro
- Esperanza y optimismo, de Míriam Hatibi
7 de marzo de 2020
Víctor Recort
«¿Cómo conseguiré imponer mi autoridad sobre mi guardaespaldas después del acontecimiento?». El acontecimiento es el colapso ambiental. La pregunta, hecha en petit comité, se la formuló un multimillonario anónimo al experto en tecnología Douglas Rushkoff. El vaso medio vacío: todo se irá al traste antes de lo que nos gustaría. El vaso medio lleno: nos tienen miedo. La cita de John Berger: «El futuro que tanto les asusta llegará. Y entonces lo que quedará de nosotros es la confianza que hemos mantenido en la oscuridad». Escribo todo esto en la habitación más pequeña del piso, que hace las veces tanto de vestidor como de estudio. Son las nueve, porque pasa lo que siempre pasa a las nueve: desde la ventana, que da al patio de un colegio, se cuela «Bon dia», de Els Pets. Quizá sí que hace un buen día.
¿Qué preferirías?
Berta Gómez Santo Tomás
«El futuro es imposible, pero también obligatorio»
Kate Millet, Sita
«¿Qué preferirías: viajar al pasado o al futuro?». Éramos cuatro en aquella furgoneta aparcada en mitad de Escocia, cuando alguien lanzó la pregunta. Fui la única que escogió el futuro: ¿para qué ir a lo conocido –y poco agradable en términos generales, pensaba yo– pudiendo ir al progreso, a la promesa de lo nuevo, a las maravillas de la tecnología?
¿Y si el futuro es la inexistencia? ¿Y si se cumplen los pronósticos? Como siempre, aquí hay una respuesta correcta y es viajar al pasado. Solo así esquivamos las preguntas apocalípticas. Pero elegirlo también nos confirma lo imprescindible de tener un futuro, como condición humana: únicamente el pasado nos garantiza un habrá.
El futuro es capacidad de imaginar. Opera en clave política. Como la ciencia ficción feminista. Como la utopía y la distopía: el futuro es lo que queremos y lo que no queremos ser. La frase «the future is female» que luce mi camiseta significa the present is female pero the past wasn’t. Si cuando estaba en la universidad hacía mío el lema «nos roban el futuro», ahora creo que solo trataron de estrechar los márgenes de lo posible –comprar una casa, tener bebés, firmar un contrato– pero las posibilidades de pensar(lo) son nuestras. Porque el futuro es imposible, pero también obligatorio.
El Internet lleno y diverso
Albert Lloreta
Contra el aislamiento y la soledad homogeneizada de las redes «sociales» (entrecomillar con los dedos), pervive aún una de las características fundacionales del mundo digital que me hace pensar en una idea que mi abuela ha repetido siempre y que me genera calidez y esperanza: «¡Hay gente en todas partes!». Esta idea de plenitud va de la mano de una diversidad que tiende al infinito: como si conviviéramos todos en un castillo comunitario gigantesco y laberíntico, Internet está infectado de microcomunidades, directorios y creadores con intereses hiperespecíficos, cada uno en su rincón. El mundo digital nos sigue ofreciendo puertas para ir de viaje a las obsesiones de los demás, a vidas que suceden en paralelo a las nuestras o a momentos estelares u olvidados del pasado digitalizado. Y a mí todo esto me genera la paz de percibir la humanidad como un solo cuerpo sin límites, complejo, vivo e indomesticable.
Fracasar codo a codo
João França
A menudo fracasamos cuando intentamos transformar el mundo. A veces también fracasamos cuando tan solo intentamos vivir dignamente, como tanta gente que se hipotecó y que con la crisis lo perdió todo. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca lleva once años convirtiendo estos fracasos en un «sí que se puede». Sí que se puede convencer de ideas revolucionarias y sí que se puede luchar por tu hogar cuando lo has perdido todo, codo a codo con otra gente. «Fracasar lo bastante como para aprender de los fracasos», me critica un amigo, «tal vez sea un privilegio». Construir proyectos colectivos consiste justamente en crear contextos donde poder, vengamos de donde vengamos, fracasar mejor.
Tuits
Joana Moll
¿Qué pasaría si los tuits de Trump en los que niega el calentamiento global aparecieran invertidos en Twitter? ¿Se consideraría un atentado contra la libertad de expresión o un ejercicio de salud pública? A veces, los movimientos más sutiles, casi mudos, tienen una rugiente capacidad de transformación, como un virus. Esta intervención recoge todos los tuits sobre el cambio climático publicados por Donald Trump desde 2011 a 2019 y ofrece la posibilidad de invertirlos o no.
Vivir de la música
Tania Adam
Es importante vivir de la música. Practicarla. Con ella se produce una especie de purga que nos permite salir fuera de nosotros mismo, lejos de la realidad. En África se vive de la música. Es un acervo colectivo cuyas cualidades espirituales son compartidas por todos. Un arte, una forma de cultivar la vida, pues la música no es para complacer el oído o para expresar emociones; es para vivir. Y la vida no es exótica. La tradición musical europea colonizó la armonía, veneró el ritmo y categorizó las músicas africanas como exóticas, como «músicas del mundo». Pero esas músicas poco tienen de mundanas, vienen del espacio exterior; son alienígenas. De ahí que, frente a la distopía social provocada por el encuentro con Europa, los africanos hayamos utilizado la música para alcanzar el outer space que nos legó Sun Ra.
Desde abajo; hacia arriba
Lucas Ramada Prieto
Mi rayo de luz brilla chiquito pero intenso. Se cuela de abajo hacia arriba, súbito e inesperado, pero con la fuerza de toda una vida por ser escrita. No solo señala un camino, lo crea.
La norma adulta empieza a resquebrajarse. La idea de que la experiencia vivida y sabida prevalece sobre la que empieza a entender, ya no aplasta con tanta fuerza. Por los motivos que sean –no quiero pensarlo–, la mirada infantil hacia el mundo se está infiltrando en el saber colectivo, y parece ser que con la entidad y la identidad propia que merece. Y no hablo de la cultura para las criaturas, hablo de lo que ellas dicen sobre su existencia. De su cosmovisión. Sin ella no somos nada. Porque ni fuimos ni serán.
Ahora solo nos toca escuchar.
¿Qué está colapsando?
Toni Navarro
«Colapso: síndrome chino-planetario […]. Ultravirus […]. Se apresura a comerse tu televisor, infectar tu cuenta bancaria y hackear xenodatos de tu mitocondria», (Meltdown, 1994). Hoy estas palabras de Nick Land, a las que regreso obsesivamente desde que empezó la cuarentena por el COVID-19, adoptan un tono casi profético –«hipersticioso», diría él–. ¿Qué está colapsando? En alguna parte «Bifo» afirma que el sistema financiero no sobrevivirá a la pandemia; para Žižek, la única alternativa es la solidaridad y la cooperación global. Quizá las facultades adivinatorias de Land fallaron en algo: la singularidad tecnocapitalista no conquista la Tierra sino que está siendo (o puede ser) desensamblada.
Esperanza y optimismo
Míriam Hatibi
Pizarnik acaba uno de sus poemas escribiendo que «pulsamos los espejos hasta que las palabras olvidadas suenan mágicamente».
De alguna forma, siempre estamos haciendo eso. Buscamos en los espejos de los demás. En los espacios que nos son casa (debates, charlas o talleres) coincidimos con alguien con quien todo hace clic: comentamos aquello que debería ser importante y sabemos que hemos encontrado a quien llamar compañera.
Frank Barat le pregunta a Angela Davis si se puede ser optimista sobre el futuro y ella afirma que «es en lo colectivo donde encontramos reservas de esperanza y optimismo». ¿Serán esas las palabras olvidadas?
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