Hacia un «giro bacteriano» en el arte, la arquitectura y el diseño

El proyecto de diseño urbano «Geo-Llum» propone un sistema experimental de alumbrado público alimentado por bacterias en el vecindario del Clot de Barcelona.

Último farol a queroseno en Buenos Aires, 1931

Último farol a queroseno en Buenos Aires, 1931 | Archivo General de la Nación (Argentina) | Dominio público

En el arte, la arquitectura y el patrimonio cultural, los microorganismos tradicionalmente se han considerado una amenaza desde el punto de vista de los estudios de biodeterioro y conservación, de la misma manera que, en su momento, las bacterias fueron descritas –desde Robert Koch a Louis Pasteur– como «animales invasores» y agentes patológicos de mala reputación desde que la ciencia descubrió la causalidad entre las enfermedades y las bacterias en el siglo xix. Recientemente, sin embargo, los organismos unicelulares procariotas se han rehabilitado en el seno de la tendencia de un enfoque post-antropocéntrico para hacer frente a la pérdida de biodiversidad, a la salud de los ecosistemas y a la transformación urbana, como la que ilustra la iniciativa S+T+ARTS de la UE «Repairing the present».

En lugar de contribuir a la contaminación lumínica urbana generalizada, la artista Samira Benini Allaouat, junto con su equipo decididamente interdisciplinar, se propone instalar Geo-Llum en una zona de rehabilitación urbana impulsada por la comunidad para resaltar y sensibilizar al público sobre la capacidad catalizadora de las bacterias del suelo, como la especie Geobacter descubierta en 1987, tanto en la biorrehabilitación de los suelos contaminados como a la hora de convertir la energía química de las sustancias orgánicas en corriente eléctrica. El proyecto, apoyado por el CCCB en calidad de centro regional de S+T+ARTS, no solo aborda la investigación contemporánea de pilas de combustible microbianas (MFC, en inglés), centrada en fuentes de energía alternativas y renovables para sustituir nuestra actual dependencia de los combustibles fósiles, sino que, además, subraya que los seres humanos están profundamente mezclados con las ecologías microbianas, lo que da lugar a la pregunta de «¿cómo podríamos integrar los microorganismos para diseñar ciudades más sostenibles?», enriqueciendo así el microbioma urbano, fomentando una mejor interacción ecológica para aumentar la biodiversidad –entendida más allá del enfoque común en plantas y animales– y para mejorar la salud de los habitantes de las ciudades que albergan múltiples especies. Las esculturas lumínicas, cuyas formas orgánicas están hechas de biomateriales y sirven también como colectores de agua de lluvia, tienen como objetivo capacitar a la población local, pero también llamar la atención sobre el hecho de que los microorganismos, después de crear los principales gases de la atmósfera terrestre (nitrógeno, oxígeno y dióxido de carbono), siguen dando forma y tienen una presencia generalizada en nuestros entornos tanto externos (en-vironments) como internos (in-vironments); constituyen, tal como afirma Ted Krueger, «dos ecologías […] el entorno que habitamos [y] el microbioma: lo que nos habita. Ambos son fundamentales para nuestra supervivencia».[1]

Samira Benini Allaouat presenta la escultura de luz ecológica «Geo-Llum»

En paralelo al desplazamiento de las áreas de interés científico desde el Proyecto Genoma Humano (1990-2003) al Proyecto Microbioma Humano (2007-2016), en 2021 se lanzó una iniciativa europea de investigación del microbioma (International Human Microbiome Coordination and Support Action – IHMCSA) para mejorar la salud y el bienestar de las personas. Por otra parte, el arte basado en la investigación ha contribuido en gran medida a un cambio en la percepción cultural al considerar progresivamente a los organismos procariotas como agentes, soporte material, motivaciones, metáforas y modelos de producción de conocimiento. Los artistas han desplazado los tropos orientativos de los códigos individuales a las ciudades celulares o microbianas, de las perspectivas tradicionales sobre la identidad y la individualidad humanas a la del cuerpo humano como un ecosistema u holobionte[2] donde colaboran y compiten una gran variedad de especies celulares.

Así, Geo-Llum se inscribe en un movimiento más amplio de artistas que abordan las cuestiones ambientales tanto externas como internas (por ejemplo, la hipótesis intestino/cerebro que estipula la influencia de la microbiota intestinal en la salud cerebral durante toda la vida). Algunos ejemplos: En Pancreas (2009-2012), la escultura biotecnológica de Thomas Feuerstein, las bacterias manipuladas son las protagonistas: células de neuroglia humana que crecen en un recipiente de cristal en forma de cerebro humano y que se alimentan de glucosa, obtenida por bacterias OMG capaces de descomponer la celulosa de los libros triturados siguiendo una dieta estricta: así, las células tienen que conformarse con la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Desde una perspectiva metabólica, el «alimento para el pensamiento» se convierte en el «pensamiento para el alimento».[3] Por otra parte, en la instalación de Adam Brown The Great Work of the Metal Lover (2012), las bacterias extremófilas se emplean por su capacidad innata para metabolizar metales tóxicos: en un biorreactor que simula una atmósfera reducida y sin oxígeno, la bacteria Cupriavidus metallidurans produce partículas de oro de 24 quilates que el artista puede juntar para crear pequeñas pepitas, resolviendo por tanto y de manera aparente una antigua incógnita alquímica para transmutar los metales comunes en oro sintetizando una sustancia alquímica llamada piedra filosofal o Lapis philosophorum. Estas bacterias extremófilas no solo desempeñan un papel destacado en nuestra comprensión de los orígenes de la vida, sino que contribuyen al desarrollo de herramientas de exploración geobiológica (por ejemplo, bioindicadores y biosensores), y se utilizan para filtrar los metales tóxicos de los suelos contaminados por la industria o las aguas residuales. En definitiva, sanean el desastre provocado por la humanidad y pueden convertir nuestra «mierda» en oro. Mientras que en Microbial Schöppingen (2012), de Mick Lorusso, el artista aprovechaba las bacterias productoras de electricidad para iluminar una aldea escultórica en miniatura como instalación en una galería, Gilberto Esparza usa Geobacter en sus gastrobot» (robots que se alimentan de basura orgánica) para producir corriente eléctrica y luz, no para los seres humanos sino para las plantas: sus Plantas autofotosintéticas (Autophotosynthetic Plants) (2013-2014) consisten en un sistema simbiótico que produce energía a partir de las aguas residuales, convertidas en luz que las plantas acuáticas situadas en el centro de esta instalación distribuida necesitan para realizar la fotosíntesis, independizándolas así de las fuentes de luz natural. Esparza rompe deliberadamente con la postura antropocéntrica para imaginar que estos robots wetware realicen tareas útiles únicamente para nuestra propia especie, aunque la ambigüedad entre los «órganos» del sistema que recuerda a un sistema circulatorio y nervioso o a un cerebro rudimentario y la red amorfa distribuida se mantiene de manera voluntaria.

Gilberto Esparza – Plantas autofotosintéticas (Autophotosynthetic Plants), vista de la instalación de la exposición OU\ /ERT: Phytophilia, Chlorophobia, Situated Knowledges, Emmetrop Bourges 2019, fotografía de Axel Heise.

Gilberto Esparza – Plantas autofotosintéticas (Autophotosynthetic Plants), vista de la instalación de la exposición OU\ /ERT: Phytophilia, Chlorophobia, Situated Knowledges, Emmetrop Bourges 2019, fotografía de Axel Heise.

Esto nos lleva a preguntarnos cómo nuestros cuerpos humanos pueden volverse más sensibles a las nuevas relaciones con el –en gran medida invisible– mundo microbiano, si «aún tenemos que entender los microorganismos como posibles colaboradores o socios […]. La escala micro-lógica debe integrarse en la actividad de los diseñadores y, para ello, debemos cambiar la definición de nuestra tarea de la creación de objetos a la elaboración de sistemas que incluyan un componente biológico importante».[4] Podría argumentarse, como hace el artista y arquitecto Philippe Rahm, que debe establecerse una «historia natural de la arquitectura»[5] basada en el supuesto de que la disciplina de la arquitectura nace incluso de la necesidad de mantener la temperatura del cuerpo humano en 37ºC, proporcionando refugio y teniendo en cuenta el impacto de las epidemias, las vacunas y los antibióticos, pero también el acceso generalizado a fuentes de energía fósil (geológicas, de origen vegetal) que llevaron a sustituir los constructores biológicos por otros mecánicos, hasta el desarrollo basado en la biología de nuevos materiales de construcción y técnicas de iluminación «libres de CO2». Los biólogos se refieren actualmente a las bacterias como «antiguos arquitectos» capaces de construir «viviendas de alto nivel» mediante la «actividad sensorial y fisiológica coordinada interespecífica (“conciencia” … y “diseño”) para desafiar la idea preconcebida de que la arquitectura humana consciente constituye un rasgo excepcional».[6]

En este sentido, la «co-corporeidad» puede ser una estrategia para abordar cuestiones de hábitats, tanto «nuestros» como no humanos, y las formas post-antropocéntricas del oikos entendidas como «hogar» a través de disciplinas y escalas (como ha hecho recientemente un proyecto de investigación austriaco del mismo nombre). Combinando la investigación sobre arquitecturas performativas, arte, bio(tecno)logía, inteligencia artificial y aprendizaje automático, propone un escenario materializado de interacción transespecífica, materiales vivos y adaptables, coreografías de pigmentos y movimientos fototácticos de los microorganismos como una posibilidad de arquitecturas receptivas con estructuras flexibles que se adaptan al cambio bacteriano y a futuras técnicas de construcción autoorganizadas, incluidos los biopolímeros y la impresión 3D.[7] Y con respecto al hype de los «materiales inteligentes», prevalece un enfoque sistémico y crítico que afirma que la inteligencia no solo debe referirse a la imitación de la cognición humana, sino a la inteligencia descentralizada de los ecosistemas; sistemas que son capaces incluso de limpiar el desastre provocado por la humanidad en tiempos de graves crisis ecológicas y atmosféricas.


[1] Krueger, Ted (2016), «Microecologies of the Built Environment». En: Terranova, Charissa y Tromble, Meredith (eds.): The Routledge Companion to Biology in Art and Architecture. Nueva York: Routledge; p. 241.

[2] Margulis, Lynn y Fester, René (1991), Symbiosis as a source of evolutionary innovation. Cambridge MA: MIT Press.

[3] Feuerstein, Thomas y Hauser, Jens (2020), «From Metaphors to Metabols». En: Adam Bencard, Martin Grünfeld, Jens Hauser y Louise Whiteley (eds.): Stofs(R)ifter. Metabolic Machines. Copenhague: Medical Museion; p. 56.

[4] Krueger, ibid., p. 242-243.

[5] Rahm, Philippe (2020), Histoire naturelle de l’architecture – Comment le climat, les épidémies et l’énergie ont façonné la ville et les bâtiments. París: Éditions du Pavillon de l’Arsenal

[6] Krumbein, Wolfgang E. y Asikainen, Celeste A. (2011), «Ancient Architects». En: Margulis, Lynn; Asikainen, Celeste A. y Krumbein, Wolfgang E. (eds.): Chimeras and Consciousness. Cambridge MA: MIT Press; p. 63-65.

[7] Hauser, Jens (2022), «Co-Structuring New Corpo-Realities». En: Imhof, Barbara; Mitterberger, Daniela y Derme, Tiziano (eds.): Co-Corporeality of Humans, Machines, & Microbes. Basilea: Birkhäuser, p. 7-13. Descarga gratuita de la publicación: https://birkhauser.com/en/books/9783035625882

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