Futuro ancestral

Los pueblos indígenas de Brasil se deshacen de la idea de futuro occidental para intentar conservar y crear mundos en el presente.

Cazando peces en la Amazonia. Brasil, 1890-1923

Cazando peces en la Amazonia. Brasil, 1890-1923 | Library of Congress | Dominio público

Frente a la proyección de futuros cada vez más improbables, la idea de futuro ancestral reivindica que el porvenir debe partir de presentes habitables. Para ello, se hace necesario articular relaciones interespecíficas y vincularnos con el planeta desde el reconocimiento y el respeto.

Un grupo de niños indígenas rema en una canoa. El mayor verbaliza la experiencia colectiva: «Nuestros padres dicen que ya estamos llegando cerca de como era antiguamente». Ailton Krenak usa esta imagen de niños de la etnia Yudjá, que viven a lo largo del río Xingú, uno de los principales afluentes del Amazonas, para abrir su libro Futuro Ancestral (Penguin Random House, 2024). En sus páginas, Krenak, único indígena de la Academia Brasileña de Letras (ABL), impugna la propia idea occidental de futuro: «Para empezar, el futuro no existe, apenas lo imaginamos. Decir que algo va a ocurrir en el futuro es una ilusión. (…) La verdad es que estamos viviendo cada vez más la proyección de futuros muy improbables, y preferimos mantener esa mentira en el presente». Krenak, que desde la publicación de su libro Ideas para postergar el fin del mundo (Prometeo Libros, 2021) es un auténtico best seller en Brasil, rechaza simultáneamente tanto las imágenes de futuros apocalípticos como las que presentan posibilidades de redención, porque ambas nos hacen actuar «como si todos los problemas del presente pudieran ser mágicamente resueltos después».

El futuro ancestral invocado por Krenak tiene más que ver con el ADN que con la genealogía. Más con la capacidad de volver al acontecimiento que creó el mundo, al código genético original que continúa vivo en nosotros y nos conecta con todas las especies, que con caminar al revés. «Los ríos, esos seres que siempre habitaron los mundos en diferentes formas, son quienes me sugieren que, si hay un futuro que pensar, ese futuro es ancestral, porque ya estaba aquí», matiza Krenak. El «aproximarse a la antigüedad» de la canoa cargada de niños Yudjá y el avanzar hacia un futuro ancestral evocan circularidad. Esbozan un tiempo curvo, espiralado, sinuoso. Un tiempo que nos envuelve y desdibuja lo lineal.

El escritor indígena Daniel Munduruku defiende en una entrevista reciente la importancia de la circularidad en las cosmovisiones indígenas: «Puedo generalizar sin miedo de ser injusto. En general, los pueblos indígenas tienen una concepción de que el tiempo es circular, como los ciclos de la naturaleza. No ven el tiempo como algo lineal, sino como algo que se alimenta a sí mismo, desdoblándose y proyectándose hacia delante. El pasado nos dice quiénes somos, de dónde venimos, y el presente es donde experimentamos el resultado de todo eso». Munduruku recela de la idea de futuro occidental, cuyo reverso es una economía lineal, productiva, extractivista. «Mirar hacia el futuro aliena a la gente sobre la necesidad más inmediata de construir nuestra existencia en el presente. Es una visión que educa a las personas en el egoísmo», argumenta.

No habrá futuro sin presente. No llegaremos al después sin preservar la receta superviviente que nos trajo al ahora. Y el ser humano no sobrevivirá sin los pueblos indígenas, sin los guardianes de las selvas tropicales. No es apenas la proclama poética de una urgencia, sino una comprobación empírica: las tierras indígenas son responsables del 80 por ciento de las lluvias en el sector agropecuario de Brasil. Los descomunales ríos voladores que nacen en la Amazonia gracias al fenómeno de la evapotranspiración de los árboles no existirían sin la presencia de una selva que los pueblos originarios protegen como nadie. La joven indígena Txai Suruí, que en 2021 se convirtió en un icono global tras su discurso de apertura en la COP26 de Glasgow, y una de las ponentes de la exposición Amazonias. El futuro ancestral, reivindica una nueva «generación nieta» para cultivar un presente. Abonando el ahora, los nietos de la ancestralidad devienen interlocutores entre el pasado y el futuro.

Retomar el tiempo, mundificar

El futuro ancestral está en las antípodas del no future del punk. Simplemente reniega de un futuro occidental que en su huida hacia delante abandona presentes habitables. La idea del porvenir solo es aceptable si en el presente florecen mundos, si la acción humana se dirige a la acción de mundificar. Inventar mundos, en palabras del propio Krenak, es mucho más interesante que inventar futuros. El futuro ancestral, arremolinado en un presente vivo y diverso, crea mundos y propicia alianzas entre una constelación de seres humanos y no humanos. El pueblo Tucano del alto río Negro considera cada árbol como un hogar para diversas formas de vida. Destruir es desnudar la tierra y afecta a todos los seres vivos. João Paulo Barreto, una de las voces más reconocidas de los Tucano, y uno de los invitados de la muestra «Amazonias», suele recordar que en la concepción de su pueblo el cuerpo humano está hecho de barro. No existe frontera entre ese cuerpo-barro y los organismos que lo rodean. Los bosques son una extensión del cuerpo y el cuerpo es una extensión del bosque. Para las cosmovisiones indígenas, la división entre cultura y naturaleza es un artificio, una separación contraproducente.

Por tanto, la naturaleza no es aquella idealizada wilderness, un idealizado mundo natural que traza una separación radical entre la naturaleza y un ser humano desnaturalizante y problemático para las otras especies. El medioambiente tampoco es El mundo sin nosotros (2007), el ensayo especulativo de Alan Weisman en el que el planeta renace saludable tras la casi extinción de la especie humana. El medioambiente es un mundo-con-ellos-y-ellas, con todos los actores no-humanos. Es un escenario político que articula relaciones interespecíficas y conforma mundos. La peruana Marisol de la Cadena investiga cómo las civilizaciones indígenas andinas dan voz a los seres-tierra (montañas, ríos, rocas, lagunas) y cómo establecen unas prácticas-tierra, relaciones de respeto para las cuales no funciona la distinción entre humanos y naturaleza.

La selva amazónica no es un desierto humano. Es otro tipo de jardín. Cuidando, cultivando e interviniendo ligeramente la selva, la ancestralidad indígena ha desarrollado un sofisticado manejo ambiental. Y ha conseguido la creación de pequeñas parcelas de agrofloresta que hacen innecesaria la destrucción del resto de la selva, como muestra el documental Floresta, um jardim que a gente cultiva (2024). El futuro ancestral permite negociar con el bosque, con los seres-tierra, con un tiempo otro despojado de ansiedad. El futuro ancestral, mundificando el presente, desbarata el extractivismo y la productividad de la mecanicista línea de la modernidad.

La diputada indígena brasileña Célia Xakriabá, en colaboración con Alok, uno de los DJs más reputados del mundo, lanzó el Manifiesto el futuro es ancestral para «entrar en otro tiempo de escucha más sensible». En la canción, de base electrónica y ropajes de triphop, que forma parte de un álbum en el que Alok colabora con ocho etnias indígenas, Xakriabá invoca a las «guerreras de la ancestralidad». Y proclama sin ambages que «nuestra lucha es por la retomada del tiempo». El futuro ancestral es el «tiempo de la naturaleza», «el tiempo de las aguas», «de la sequía», «del frío», «del viento». Xakriabá, doctora en Antropología, flotando en el flow que la conecta a la generación nieta, canta y recita que el futuro ancestral es «cuidar del lugar que estamos pisando». Y que esa es la única manera de retomar el sentido de la vida y de que el corazón siga latiendo. Sus versos-estrofas cierran circularmente la provocación intelectual de Ailton Krenak: «Somos la posibilidad de cura para el planeta / para acabar con todo tipo de mal / somos la raíz del pasado que conecta con el presente / Y el futuro es ancestral / El futuro es ancestral».

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