Fricciones de realidad

Una reflexión sobre el sentido de lo plausible en tiempos de cambio climático y aceleración tecnológica.

Como consecuencia del intenso calor, un comerciante y su secretaría se refugian en el agua para escribir sus cartas. 1926

Como consecuencia del intenso calor, un comerciante y su secretaría se refugian en el agua para escribir sus cartas. 1926 | Georg Pahl, Wikimedia Commons | CC BY-SA

En los últimos años se ha sentido con fuerza que necesitamos nuevas narrativas sobre la realidad. Pero no es un simple capricho, sino una herramienta social, un cambio necesario para poder dirigirnos al mundo y darle un necesario sentido. Ahora que nos enfrentamos al reto de estar todavía más polarizados, tiramos del hilo para pensar por qué se está convirtiendo en un tema cada vez más popular.

No sería nada nuevo insistir en que nos encontramos en una tesitura histórica, excepcional, volátil, de apariencia caótica. Pero aun así tiene una serie de implicaciones sociales que es necesario revisitar una y otra vez. El origen de estas implicaciones tiene que ver con cómo relacionamos estos sucesos que hacen que nos encontremos en una tesitura histórica, excepcional, volátil y aparentemente incomprensible a ratos.

Porque la lectura que hacemos del mundo, incluyendo la que afirma que no hay lectura temporal posible, que todo es simple y pura adaptación sobre la marcha, incide en cómo tomamos las decisiones. Tanto las que tienen una implicación directa en el mundo y participan de una especie de diseño de este, así como las de nuestro día a día. Los relatos, inclusive los que son científicos o dispuestos  para el conocimiento colectivo, ponen orden en el mundo.

Tampoco es en absoluto nuevo hablar de que vivimos en un momento en el que se reclama la generación y adopción de nuevas narrativas sobre el mundo que  nos ayuden a dar sentido al mundo; que nos ayuden a aspirar y construir un futuro mejor.

Algunas narrativas ya están ahí. Desde las artes, la ciencia ficción o la especulación en diversas expresiones. En la ciencia, como captura(ba) el inicio de la exposición «Ciencia fricción»: los cambios de paradigmas que están suponiendo avances, desde los años 60 y 70, en biología, ecología, bioquímica, ciencias de la complejidad. En la filosofía y la filosofía de la ciencia, y más.

Pero que existan o acontezcan no significa, como bien sabemos, que trasciendan de manera instantánea. Como es de imaginar, vivimos en un momento en que conviven viejas y nuevas narrativas. Y de vez en cuando podemos ver las fricciones que generan hacia el mundo, o entre ellas.

Conceptos necesarios pero que parecen extraños: epistemología y creencias como súper herramientas para cambiar el mundo

Ofreceré aquí una pequeña pincelada muy introductoria a dos conceptos necesarios.

La epistemología es el estudio de qué es el conocimiento, qué hace que algo se entienda como conocimiento, tanto universalmente como en relación a una disciplina o ámbito humano concreto, y cómo lo construimos. No es lo mismo, sin embargo, que la pedagogía, que estudia cómo aprendemos y enseñamos, cuáles son los mejores sistemas para entregar información, datos y conocimiento de la forma más satisfactoria posible.

Por otro lado, la doxástica estudia cómo razonamos y construimos visiones del mundo y creencias sobre este. No creencias espirituales, sino razonamientos en los que, simplemente, creemos. Las creencias pueden estar fundamentadas en el conocimiento, como pueden no estarlo. Y pueden ser consistentes, o pueden presentar en muchas ocasiones agujeros lógicos, pero funcionan porque siempre son afirmaciones en las que creemos.

En 1993, los epistemólogos de la ciencia J. Ravetz y S. O. Funtowicz decían que la ciencia, para tener una aplicabilidad en aquel presente, necesitaba una reflexión sobre cómo se tenía que desarrollar y aplicar. Llamaban al modo clásico la «Ciencia Normal», concepto que para, T. Kuhn, un epistemólogo más afamado, significaba la manera habitual de operar de una comunidad científica dada. Normal en cuanto  habitual, pero también convertido en norma socialmente. La normalidad y lo que nos parece plausible, posible o realista van ligados.

En cambio, Ravetz y Funtowicz evidenciaban por entonces que este modo normal o incluso en ocasiones dogmático de hacer ciencia entraba en diferentes tipos de fricciones con la realidad y las necesidades sociales que dependían de un conocimiento científico actualizado sobre cuestiones como, por ejemplo, el cambio climático. Enunciaron una fase, en esa época, de experimentación y cambios paradigmáticos en la ciencia, bajo el concepto de «ciencia postnormal».

Debemos tener en consideración que hacia los años 60 y 70 comenzó a gestarse, en paralelo, una urgencia hacia la transdisciplinariedad para estudiar y comprender fenómenos del mundo que tienen comportamientos aparentemente caóticos (sin ningún orden posible) pero que, al analizar elementos más concretos del fenómeno, lo que parecía no tener explicación sí la tenía.

También se necesitaba una transdisciplinariedad para estudiar el comportamiento y las relaciones entre cosas que de manera aislada eran investigadas por diferentes disciplinas, como, por ejemplo, actividades de origen humano o interacción humana con animales, plantas, hongos, el medio ambiente, o aparatos electrónicos y de vigilancia.

Ahora nos resultará muy lejano, pero esas explicaciones con las que un importante grueso de las sociedades contemporáneas da sentido al mundo, como que la Tierra o Marte forman parte de un sistema mayor en un rincón de una entidad titánica denominada «la Vía Láctea», o el antropocentrismo y el humanismo (los humanos son/somos quienes damos forma y medida al universo, somos el centro de todo), fueron revoluciones copernicanas hace unos 500 y 200 años. En aquel momento fueron tachadas de narrativas caprichosas, e incluso blasfemias y tabúes. Hoy son normales.

Pero cada vez sabemos más, y la propia realidad que nos rodea también cambia, a veces sin importar si nuestras explicaciones lo hacen al mismo ritmo (como ahora sabemos, ¡no podemos controlarlo todo!).

La revisión y reflexión abierta de lo que entendemos como dado, como natural, es necesaria cuando advertimos que los mismos marcos con los que explicamos el mundo comienzan a dar problemas y la única respuesta que nos queda es que «nada tiene sentido, luego todo es caótico, luego vayamos sobre la marcha y ya veremos».

Marte, nosotros y los múltiples Martes. No hay que llegar allí para que ya sea un territorio de especulación importante

Space: the final frontier. These are the voyages of the starship Enterprise. Its five-year mission: to explore strange new worlds. To seek out new life and new civilizations. To boldly go where no man has gone before!

Pequeña narración que aparecía al principio de todos los capítulos de Star Trek (1966-1969).

Marte es un ejemplo de estudio interesante. Tal como se retrataba en la exposición «Marte. El espejo rojo», hoy en día lo vinculamos desde la corriente dominante como el siguiente espacio de colonización de la humanidad por derecho propio. Derecho que emerge precisamente del discurso sobre la naturaleza y nuestra posición central como seres humanos en el universo (antropocentrismo). O dicho de un modo aún más sencillo: porque podemos, cada vez estamos más cerca, inevitablemente, de los conocimientos técnicos necesarios para convertirlo en un futuro real.

Pero si superponemos el cuestionamiento de estos fundamentos por los que planteamos que Marte es la expansión necesaria, o bien transponemos las cuestiones materiales y después éticas que implican aceptar avances incluso solo científicos como algunos de los mencionados aquí, aparecen dilemas hasta ahora no planteados, y para algunos, tabú, incómodos, de pragmaticidad cuestionable respecto a la economía del día a día, y la aspiración a la máxima eficiencia.

Se nos abrirían nuevos Martes y nuevas preguntas más allá del: «¿Necesitamos realmente ir a Marte cuando hay problemas aquí en la Tierra?».

Marte para escaparnos de una Tierra ambiental y socialmente colapsada, como propone el trasfondo de Blade Runner (R. Scott, 1982).

Marte para expandirnos en el universo, romper el límite espacial de nuestro planeta actual. Y donde construir.

El Marte que participa de las relaciones gravitacionales entre los diferentes cuerpos que componen el Sistema Solar. Y tiene su propia entidad.

El Marte que es una entidad propia, con la incertidumbre de si alojó vida, y que se convierte en un espacio natural al cabo de unos siglos de ser haber sido estudiado y descubierto como algo más que una estrella roja en el cielo. Con su propia estabilidad y equilibrios ambientales, aunque durante un tiempo no estén hechos a la medida del ser humano.

El Marte que, como se enfatiza en series como The Expanse (2015-2021), por mencionar otros ejemplos que especulan con la expansiva complejidad y significado de ampliarnos hacia otros planetas a partir de la obra de K. S. Robinson, durante muchísimas décadas tendrá que permanecer dependiente de la Tierra (incluyendo la Luna) una vez se iniciase una colonización, por mínima que fuese.

¿Cómo hacer viable esta dependencia? ¿Qué ventajas compensan una Tierra de la que se dice que ella misma requiere una terraformación a la medida del ser humano? Más allá del solucionismo tecnológico, que puede incrementar la complejidad y la presencia de elementos que dependen entre sí y que tal vez son redundantes, ¿existen otras soluciones? Y a partir de aquí uno puede seguir estirando por donde quiera…

Marte como un excelente laboratorio para generarnos preguntas que quizá no versan sobre Marte.

Una situación crítica sobre las explicaciones del mundo

A las 8 de la tarde no había posibilidad de que la energía solar emitiera porque era de noche.

Pablo Casado, líder del Partido Popular de España, 14 de noviembre de 2021.

For now, however, the question at hand is not whether we have the proper theory of truth, but how to make sense of the different ways that people subvert truths.

L. McIntyre, Post-truth, 2016.

Sobre las explicaciones del mundo en las que creemos tomar decisiones y le damos sentido, orden, a lo que nos pasa. Más en un mundo hipersaturado de información, contrainformación y una subversión de las dinámicas de confianza hacia unas nuevas.

Si en pleno 2019 alguien hubiera vaticinado que en 2020 habríamos sufrido una pandemia de proporciones épicas, lo más probable es que nadie lo hubiese creído. Lo significativo es que la idea de un acontecimiento con implicaciones humanas tan diversas, complejas y terribles, que hubiese roto cosas que damos por supuesto como naturales, como el día a día o tener disponibles en las tiendas cualquier producto sin necesidad de grandes almacenes, nos habría parecido imposible que nos sucediese a nosotros mismos.

La sensación de irrealidad. Y las sensaciones que provoca la incertidumbre de no entender qué debería pasar a continuación. Seguida de otro acontecimiento, y de otro, y otro, que no parecen normales. O bien porque no parecen seguir ningún sentido ni patrón, o bien porque las respuestas que se les da no parecen moralmente correctas, o son inéditas.

En cada rincón del mundo y en el reino mineral, hay algo que los humanos dimos tan por natural ¿Y si cuidar no fuera capricho moral? ¿Fuera pura condición vital?

Maria Arnal y Marcel Bagés, 2021, Fiera de mí (Canción).

No es un capricho moral clamar que necesitamos nuevos imaginarios para dirigirnos hacia el futuro, así como nuevas narrativas con las que dirigimos, y ordenamos, el mundo. Que además sean responsables con lo que es real. Incluyendo, incluso, lo asociado a nuestras relaciones sociales, o cómo se encauza la economía ante los dilemas de la sostenibilidad.

Nos ayudan a dar sentido. A estructurar con agilidad la toma de decisiones en relación a nuestro entorno y a los cambios que se dan en el mundo. O a estructurar el análisis ético, ahora que tanto se habla, por ejemplo, de la Inteligencia Artificial.

Como bien sintetizó también hacia los años 1980 el sociólogo L. Winner, así como otros científicos sociales, incluido B. Latour, la tecnología, como, por ejemplo, las apps, los sistemas de reconocimiento facial o los capturadores de CO2 como los que construye ClimateWork, se construye también en base a los criterios y valores de quien la diseña, produce y distribuye.

Así pues, para dar respuesta a los retos actuales, necesitamos antes determinar cómo los explicamos. Y así determinar con renovada claridad las respuestas, ya sea definitivamente expandirnos de nuevas maneras a lo largo del Sistema Solar, o amplificar nuestras relaciones de simbiosis y cooperación con la tecnología, o con otros seres vivos como las abejas, los árboles, los hongos y los invertebrados para mitigar el cambio climático no deseado y que nos destruye a nosotros mismos.

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