¿Podemos seguir pensando la sociedad desde la metáfora de lo líquido? Las nuevas experiencias mediáticas o laborales sugieren que la vida individual y social ya entró en un estado gaseoso. Como el planeta, la sociedad se ha recalentado y ya superó los 212 grados Fahrenheit, ese umbral donde el agua se convierte en vapor.
Sólido
Hace un cuarto de siglo, en el clásico La modernidad líquida, Zygmunt Bauman propuso la metáfora de la fluidez como modelo para comprender el devenir del mundo contemporáneo y una determinada fase de la modernidad. A Bauman le interesaba la transición de la sociedad sólida (la «modernidad pesada») a la líquida (la «modernidad liviana»), un cambio que modificó, entre otras cosas, la forma de ver el mundo y afrontar la vida misma. Uno de los efectos más importantes «ha sido la disolución de las fuerzas que podrían mantener el tema del orden y del sistema dentro de la agenda política. Los sólidos que han sido sometidos a la disolución, y que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad fluida, son los vínculos individuales y los proyectos y las acciones colectivos». Esta pérdida de solidez ya estaba presente en la reflexión postmoderna, por ejemplo, en otro clásico titulado Todo lo sólido se desvanece en el aire (All That Is Solid Melts into Air), publicado por Marshall Berman en 1982 e inspirado en una inoxidable frase de El Manifiesto Comunista.
«El modelo fordista era un sitio de construcción epistemológica sobre el cual se erigía toda la visión del mundo y que se alzaba majestuosamente dominando la totalidad de la experiencia vital». (Zygmunt Bauman, Modernidad líquida)
Bauman
Zygmunt Bauman usó la metáfora de lo líquido para interpretar todo tipo de relación o proceso social, desde las relaciones amorosas hasta la crisis de los cuarenta, la política o la educación. La transición a lo líquido se expresaba en múltiples ámbitos: en los objetos, en las relaciones, en el arte e incluso en cómo nos vemos a nosotros mismos. «La idea de un estado fijo, inmóvil, final, permanente -escribe Bauman en Arte, ¿líquido?– nos parece tan extraña y absurda como la imagen de un viento que no sopla, un río que no fluye, una lluvia que no cae». En el arte líquido los artistas se «centran en acontecimientos pasajeros» que, desde el inicio, se sabe que «serán efímeros».
La metáfora líquida inundó también la concepción del Estado y el funcionamiento del capitalismo. Cuando algunos estados -como en su momento el Reino Unido- o las empresas piden a la gente que sea flexible, significa que quieren «que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes», explicaba Bauman en 2017 al periodista de La Vanguardia Justo Barranco.
«Lo que se ha roto ya no puede ser pegado. Abandonen toda esperanza de unidad, tanto futura como pasada, ustedes, los que ingresan al mundo de la modernidad fluida». (Zygmunt Bauman, Modernidad líquida)
Metáforas
Las metáforas nos ayudan a pensar. Pensar la sociedad como algo líquido sirvió para describir una modernidad que, sin abandonar la idea de progreso, adoptaba formas más flexibles y fluidas. La metáfora líquida es móvil, dinámica y, si jugamos con ella, también puede incluir desbordes o turbulencias. Sin embargo, la propia idea de un flujo líquido lleva consigo una noción de linealidad, de «ir hacia algún lugar», de la misma manera que los ríos fluyen de las montañas al mar. Pero ¿es así la vida en el siglo XXI?
La metáfora líquida de Zygmunt Bauman se inspiraba en flujos que corrían por sus previsibles cauces, que se desplazaban de un lugar a otro siguiendo la orografía y que, algunas veces, desbordaban sus riberas. El devenir de ese río temporal era la modernidad. Estoy convencido de que la cultura contemporánea se representa mejor a través de una metáfora gaseosa, un entorno en constante movimiento donde millones de moléculas enardecidas chocan y rebotan entre sí. La metáfora líquida, con todo el respeto que merece el planteo de Zygmunt Bauman, ya no basta.
«Los productores mediáticos ya no pueden controlar lo que hace su público con sus contenidos una vez que salen de sus manos». (Henry Jenkins, Sam Ford y Joshua Green, Cultura transmedia)
Cultura snack
En el mundo actual, los nanocontenidos mediáticos (y nosotros con ellos) salen disparados como moléculas en estado gaseoso y chocan entre sí formando una interminable carambola textual. La explosión de la cultura snack, un entorno marcado por la brevedad, la fugacidad, la fragmentación, la remixabilidad y una elevada velocidad de circulación textual, es el caldo de cultivo de una forma cultural que emerge de la nueva ecología mediática e impregna todas las dimensiones de la vida social. La fragmentación y velocidad del videoclip, que tanto sorprendía a los analistas e intelectuales en las últimas décadas del siglo XX, era solo la antesala de una textualidad que está llevando el culto de la brevedad y la fugacidad hasta sus últimas consecuencias. La cultura snack se presenta como un espacio aún más enloquecido, recombinatorio y acelerado que deja atrás la época dorada de la neotelevisión de Umberto Eco y anuncia una nueva configuración cultural. Los frenéticos vídeos de TikTok, esas esquirlas mediáticas que rebotan por las redes, hacen que los breves videoclips ochenteros parezcan una interminable película soviética muda en blanco y negro.
«También podría decirse así: los bárbaros trabajan con esquirlas del pasado transformadas en sistemas de paso». (Alessandro Baricco, Los bárbaros)
Oposiciones
En la modernidad líquida, las oposiciones que habían dado un sentido a la vida -como el binomio privado/público- comenzaban a mostrar sus fisuras. Como indicó Bauman en Modernidad líquida, por entonces se estaba produciendo una «colonización de la esfera pública por temas que antes eran considerados privados, e inadecuados para exponer en público». Desde el momento en que millones de personas comenzaron a compartir su intimidad en las redes sociales, la oposición entre privado/público ha perdido su sentido. ¿Dónde termina lo privado? ¿Dónde comienza lo público? El trabajado selfi que circula por la mediasfera digital disolvió esa frontera. Esa oposición -junto a otras como natural/artificial o real/virtual- es cada vez menos efectiva a la hora de darle un sentido al mundo que nos rodea.
Black Mirror
La transformación del ecosistema mediático y cultural, anticipada o revisitada en varios capítulos de la serie Black Mirror como «The Waldo Moment», «Nosedive» o «Hang the DJ», afecta a todos los órdenes de la vida, desde la efímera constitución de parejas (¿alguien dijo Tinder?) hasta las nuevas formas de hacer política o encarar la jornada laboral. En resumen: la sociedad líquida de Bauman se evaporó. Como el planeta, la sociedad se ha recalentado y ya superó los 212 grados Fahrenheit, ese umbral donde el agua se convierte en vapor.
Caos
En la sociedad gaseosa todo se vuelve más impredecible y el caos domina sobre el orden. Cuando el filósofo flamenco Jan Baptista van Helmont (1580-1644) descubrió que las reacciones químicas podían producir sustancias que no eran ni sólidas ni líquidas, acuñó el término gas (del latín chaos, y este del griego Χάος) para describirlas. Buena parte del malestar en la (ciber)cultura contemporánea proviene de nuestra incapacidad para encontrar un punto de anclaje que permita dotar de significado a una realidad caótica y desconcertante.
Cerco un centro di gravità permanente.
Che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose sulla gente.
Over and over again.
(Cerco un centro di gravità permanente, Franco Battiato)
Amazon
La vida en la modernidad líquida se desarrollaba en no-lugares de paso como los shopping malls, esos «templos del consumo» que ofrecían lo que ningún espacio era capaz de brindar: un «equilibrio casi perfecto entre libertad y seguridad». La crisis de los malls, esas inmensas basílicas levantadas en los suburbios estadounidenses que (no solo) las nuevas generaciones dejan de visitar para satisfacer sus necesidades online, es quizás la mejor prueba del cambio de paradigma. La compra a través de plataformas, rápida y fugaz, nos garantiza que las mercancías se entreguen de manera gratuita (?) en nuestro domicilio, a fin de cuentas el lugar más «libre y seguro» posible. Siempre habrá un conductor o un rider necesitado dispuesto a aportar su granito de arena al entierro del mall.
«Es como un juego. Es decir, vas, apuntas con la pistola y eso me parece a mí lo más entretenido, sí. Pero no es entretenido, sino que son ocho horas, pero hacerlo un rato te puede entretener». (Trabajador de Amazon)
Esclavertad
Cada día que pasa la gasificación afecta a más dimensiones de la vida social. El mundo del trabajo no es una excepción. O quizás deberíamos decir el mundo del «no trabajo». Me explico: si la modernidad líquida se expresaba en formas laborales flexibles, donde un obrero o empleado difícilmente trabajaría toda su vida en la misma línea de producción, ahora ese escenario se ha exasperado y ha sido llevado hasta sus últimas consecuencias. El sector del delivery es quizás el más representativo de estas nuevas formas laborales.
Según los hallazgos del proyecto PLATCOM, una investigación que incluyó a trabajadores y trabajadoras del sector del reparto, el cuidado de ancianos, la limpieza y la conducción de vehículos, muchas personas que trabajan en/para las plataformas no lo consideran «un trabajo». El trabajo siempre está en otro lado, en otra actividad actual o futura, más formal, con sus horarios fijos y contratos.
A menudo, el trabajo en la «última milla» de las plataformas es considerado un pasatiempo para hacer dinero y llegar a fin de mes. Al mismo tiempo, algunos de esos no-trabajadores también expresaron su descontento con las condiciones cercanas a la esclavitud en las que deben desarrollar sus tareas. Tomen nota: en la sociedad gaseosa, otra oposición acaba de saltar por los aires, aquella que oponía el trabajo y el ocio. En el entorno laboral de las plataformas, no solo de delivery, suelen convivir discursos que reivindican la libertad (el no tener jefe y disponer de una amplia flexibilidad horaria) con otros que realzan la esclavitud (la hiperexplotación que instaura el nuevo taylorismo digital y geolocalizado centrado en las aplicaciones). Bienvenidos al mundo de la esclavertad.
«El fundador de Glovo recorre Europa en bici para repartir los dividendos a sus accionistas». (El Mundo Today)
Hombre nuevo
Si la sociedad líquida descendía como un río a partir del derretimiento de la rocosa modernidad sólida, la gaseosa emerge de la evaporación de ese curso de agua. Más que identificar escrupulosamente las diferentes fases históricas (lo sólido, lo líquido o lo gaseoso) y marcar sus límites, quizás convenga pensar estos modelos como simultáneos y superpuestos, pero siempre con uno de ellos hegemonizando a los demás.
Podríamos decir que a comienzos del siglo XXI la metáfora gaseosa es la que mejor representa las dinámicas sociales y culturales, sin que esto signifique la completa desaparición de las formas sólidas o líquidas. Todavía hoy la modernidad sólida sobrevive en las viejas líneas de producción fordista o en las pulsiones dirigistas de los estados o corporaciones que pretenden ordenar la sociedad desde arriba, así como la modernidad líquida está activa en los debates sobre la reducción de la jornada laboral en el empleo formal. Pero las formas gaseosas tienden a volverse dominantes en los medios, el trabajo, el aprendizaje o la política. Este cambio de paradigma, ¿es una consecuencia del paso del broadcasting al networking, de la difusión masiva de dispositivos móviles y de la explosión de TikTok?
Ojalá fuera simple la respuesta.
«El nuevo hombre no es el producido por el smartphone: es el que lo inventó, el que lo necesitaba, el que lo diseñó para su uso y consumo, el que lo construyó para escaparse de una prisión, o para responder a una pregunta, o para acallar un miedo». (Alessandro Baricco, The Game)
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