¿Están vivos los virus?

Una conversación entre dos artistas para explorar los límites del lenguaje y las taxonomías de lo vivo.

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic de Xenoangel, 2020-21

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic, Xenoangel, 2020-21

Una conversación entre los artistas Roc Jiménez de Cisneros y Serafín Álvarez que parte de la problemática de ubicar los virus (y otras entidades igual de escurridizas) en la taxonomía de lo vivo. Un intercambio sobre límites, clasificaciones, síntesis y autonomía, pero también una mirada crítica a las múltiples capas de antropocentrismo que permean nuestra forma de pensar en el mundo.

Roc Jiménez de Cisneros (RJdC): Una idea que me ha sobrevolado desde que empezó la pandemia –y, como mucha gente, leí todo lo que pude sobre virus y epidemias–, es el estatus que le otorgamos (que le permitimos) a los virus en el mundo. Es decir, no tanto cómo funciona o qué hace un virus respecto a otros organismos sino la categoría que tiene respecto a ellos. Qué lugar ocupa un virus en la jerarquía de la vida. Y la respuesta semioficial parece ser que «ninguno»: la visión prevalente de la comunidad científica es que un virus no está vivo. Evidentemente, interacciona con organismos vivos, pero, técnicamente, no vive. Y esto, incluso en el menor de los casos, me parece un poco excéntrico.

El lenguaje es seguramente la máquina más compleja que la mayoría de humanos utilizamos a lo largo de nuestras vidas. Y esa máquina articula y ordena de forma transparente nuestra realidad. A menudo, enunciar algo de forma colectiva es suficiente para cristalizar conceptos que no son solamente enunciados, sino estructuras mentales, sociales y políticas (que a su vez generan otras, que a su vez generan otras…). Esta capacidad del lenguaje es tan fascinante como peligrosa, porque la usamos también constantemente para generar estructuras cuando menos cuestionables. Porque esta máquina compleja que es el lenguaje es colectiva, pero no por ello horizontal, pues está sujeta a una jerarquía muy definida.

Así, por ejemplo, la afirmación de que un virus no está vivo porque es un paquete de ARN o ADN sin células, y por tanto necesita secuestrar la maquinaria celular de otros organismos para reproducirse, me parece uno de estos axiomas de los que podemos aprender. Y cuestionar.

Serafín Álvarez (S.Á.): A mí también me sorprendió descubrir que, al parecer, un virus no está considerado una forma de vida. Igual que a ti, este descubrimiento también me llevó a hacerme preguntas en relación a cómo el lenguaje ordena nuestra realidad –por cierto, ¿podrías elaborar un poco más a qué te refieres cuando dices que lo hace de forma transparente? Lo primero que hice fue preguntarme cuáles son las propiedades que caracterizan a algo para que consideremos que está vivo. Intenté responder a esta pregunta con mis propias palabras y conocimientos, elaborando una lista de checks que un ser vivo satisface y que algo que no está vivo, no. Fracasé. Al intentar comprobar la fiabilidad de esa lista no dejaba de encontrar cosas no vivas que poseen varias de esas propiedades y seres vivos que no satisfacen algunas de ellas. La lista que intentaba construir se desmoronaba una y otra vez, era como intentar dibujar el límite del mar sobre la arena, un límite que se diluye con cada nueva ola. Sin embargo, este fracaso en mi intento por identificar cómo determinamos cuándo algo es un ser vivo y cuándo no, lejos de frustrarme, me pareció extremadamente estimulante. En nuestra vida cotidiana suele resultarnos muy sencillo mirar a nuestro alrededor y discernir aquellas cosas que están vivas de las que no lo están, pero intentar describir esta diferencia con precisión es abrir una cáscara que encierra un enorme pozo de complejidad, y que pone a prueba ese mismo lenguaje que utilizamos para describirla.

Humberto Maturana y Francisco Varela, por ejemplo, intentaron responder a esta pregunta de un modo diferente, no atendiendo a la tradicional enumeración de propiedades sino a cierto tipo de organización dinámica según ellos característica de los seres vivos, organización que describieron como autopoiesis, la capacidad de un ser vivo de producirse a sí mismo. Aunque pienso que esta aproximación tampoco es infalible.

Un virus está en los límites de lo que consideramos vida, y encuentro esos límites fascinantes. En Las palabras y las cosas Michel Foucault explica que la vida es una categoría de clasificación que no existía hasta finales del siglo XVIII. Como todas las demás categorías, depende del criterio que uno adopte y sus límites son movibles; es imposible delimitarlos con precisión.

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic de Xenoangel, 2020-21

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic, Xenoangel, 2020-21

RJdC: Usé «transparente» en el sentido de «prácticamente invisible». El lenguaje es algo que permea en gran medida nuestra actividad y es tan ubicuo y necesario que a menudo no nos damos cuenta de su presencia o de hasta qué punto modela nuestra forma de entender. Un buen ejemplo de esto es el plegamiento de proteínas, que es el proceso a través del cual una proteína se repliega en su estructura tridimensional. De vez en cuando, una de estas proteínas se pliega adoptando estructuras que resultan nocivas para algunas especies, como la nuestra. ¿Te acuerdas de las vacas locas? Pues eso. Esa enfermedad está causada por priones, que son estas proteínas que la ciencia llama sin ningún reparo «mal plegadas», lo que me parece un uso del lenguaje muy fuerte. ¿Cómo que mal plegadas? Que no sean óptimas para nuestra existencia no significa que estén «mal». La estructura tridimensional óptima, en cambio, se llama «estructura nativa», que también trae consigo una mochila casi bíblica. Y por si esto fuera poco, cuando una de estas proteínas pierde su estructura nativa, a eso se le llama «desnaturalización» (y está tremendamente cerca de equiparar lo natural con lo humano). Todos estos términos hablan casi más de nosotros que de las proteínas. Me parece pretencioso decir que un prión, la proteína que causa esas encefalopatías espongiformes, «no funciona». Es evidente que no es ideal para muchos mamíferos, pero los priones funcionan perfectamente. Eso es lo que ocurre cuando usamos un lenguaje diseñado para hablar sobre humanos para hablar de cosas tan increíblemente diferentes de nosotros.

Tal como señalas, el tema clave aquí son los límites. Sin umbrales no hay taxonomía, y el criterio de tu cita de Foucault lo es todo. El consenso casi unánime de la biología actual señala la presencia de células como la línea roja para demarcar la categoría de lo vivo. Mi pregunta es si ese umbral concreto es el más adecuado. Un paramecio con una única célula ocupa la misma categoría (no el mismo lugar en la jerarquía, pero forma parte del subgrupo «vivo») que un mamífero con trillones de células. Y por supuesto no pretendo cuestionar que los organismos unicelulares estén vivos. Más bien propongo reexaminar la forma en que esos umbrales afectan a casos particulares como el de los virus.

Porque un virus es muy diferente de un cuerpo humano, una planta de albahaca o un delfín, pero también lo es un protozoo. Es decir, la puerta de entrada al club de los organismos vivos no es una cuestión de diferencia morfológica, de fisiología. Creo que ese acceso implica un montón de prejuicios más o menos sutiles que hacen que la noción de «vida» se defina de acuerdo con condiciones súper específicas –esos checks que tú mencionas: metabolizar energía, crecer, reproducirse, etc., que tienen cierto sentido pero parecen inclinar la balanza peligrosamente hacia una fenomenología y una fisiología claramente humanas.

Con gusto aceptamos como vivos algunos animales y plantas que tienen características bastante extrañas comparadas con las nuestras. Algunos insectos, reptiles y tiburones pueden reproducirse sin aparearse. Lo mismo ocurre con la hidra, ese depredador invertebrado hermafrodita de pocos milímetros que caza lanzando neurotoxinas a sus presas y parece no tener cerebro. Algunas especies de estrellas de mar pueden regenerar una extremidad cortada. Y esa extremidad amputada a veces puede desarrollar un nuevo disco central y nuevos brazos, lo que da como resultado una nueva estrella de mar completa. Nada que ver con la reproducción de la mayoría de los mamíferos. En fin, la lista de seres vivos que funcionan siguiendo normas muy diferentes a las de nuestro ciclo vital es larga, pero a nadie se le ocurre proponer que esos organismos no están vivos por ser radicalmente diferentes de otros. Por eso me parece arbitrario que un virus esté fuera de esa categoría por no tener células. ¿No podría ser esa una más de esta larga lista de excepciones que constituyen la diversidad de lo vivo?

En ese sentido, el proyecto de Maturana y Varela me parece, efectivamente, una de las aproximaciones más interesantes, porque prescinde de muchas de esas precondiciones y trata de llevarlo a un nivel más bajo, hablando en términos de autonomía, de relaciones con el entorno, de ciclos, de cadenas de estados, de intercambios de información con el medio o con otras unidades.

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic de Xenoangel, 2020-21

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic, Xenoangel, 2020-21

S.Á.: El concepto de autopoiesis es interesantísimo y fascinante, y gran parte de su interés, desde mi punto de vista, reside en eso que señalas de tratar de verlo desde un nivel más bajo. La autopoiesis precede a la reproducción o a otros checks a la hora de determinar si algo está o no vivo. Es por esto que los virus no se consideran vivos, porque no metabolizan, no se mantienen a sí mismos de forma autónoma, no son por sí mismos autopoiéticos, necesitan entrar en una entidad que sí lo sea, como lo es una célula. Lo que quería decir es que pienso que la autopoiesis tampoco es 100% infalible a la hora de describir qué es un ser vivo, del mismo modo que no puede serlo ninguna otra definición. Y lo que comentaba es que esta imposibilidad no me decepciona, al contrario, me estimula.

De nuevo, es un tema de límites. Hablando de células: la mayoría de células que hay en nuestro cuerpo no son células humanas sino de bacterias. Pero sin ellas no podríamos sobrevivir, son necesarias para mantener esa autoorganización, para que nuestro cuerpo funcione. Somos holobiontes, no podemos trazar una clara línea divisoria. Si consideramos que un ser humano está vivo a pesar de que para ello depende de otros seres más pequeños, ¿por qué determinamos que un virus no lo está por el hecho de que depende de seres más grandes? No intento proponer que un virus sea un ser vivo, que conste, sencillamente estoy, como tú mismo propones, intentando cuestionarlo y aprender haciéndolo. Lo que quiero decir es que a veces no es fácil determinar dónde acaba un organismo y empieza otro, y es en ese margen donde creo que el concepto de autopoiesis no es infalible, porque asume una unidad claramente distinguible. Aquí tenemos un tema de escalas, algo que también me fascina. Consideramos nuestro cuerpo como una unidad, pero si lo miramos bajo el microscopio vemos esas células como unidades separadas autoorganizadas. Maturana y Varela propusieron la célula como el límite, como la mínima unidad autopoiética, pero si seguimos acercándonos, vemos que esas células están formadas por moléculas, que están formadas por átomos, que están formados por partículas subatómicas, que están formadas por partículas aún más pequeñas… y la autoorganización se da en todos esos niveles. Si en lugar de hacer zoom-in hacemos zoom-out tenemos sistemas sociales, planetas, galaxias, etcétera. ¿Son un ecosistema, el planeta Tierra o la biosfera seres vivos? No soy un experto en el tema pero diría que, en principio, responden a los criterios de autoorganización y automantenimiento propuestos por la autopoiesis. Maturana y Varela no estaban seguros, y fueron reticentes a la adopción del concepto por parte de otras áreas, como, por ejemplo, las ciencias sociales, pero sin duda es una cuestión interesante.

RJdC: Mucho. Y es una pena que no haya calado más hondo en el imaginario colectivo. Vamos, que si no consideramos a los virus como vivos, raro sería que se aceptara la idea de una galaxia como organismo. Tal vez uno de los principales escollos en todo esto es que, como señalas en el caso de Maturana y Varela, la propia noción de célula ha adquirido un papel demasiado central en nuestra forma de ver el mundo. Tal vez este pensamiento celulocéntrico que, al menos en Occidente, es absolutamente normativo, es el que relega otras visiones de la vida (autoorganización = vida) a un plano de casi ficción.

Como dices, los virus necesitan las células de otro agente para reproducirse, y esa ausencia de aparato celular (o ese gesto más o menos parasítico) es lo que parece descalificarlos. Tal vez sería más constructivo considerar ese intercambio como uno de los marcadores de lo vivo. Las plantas necesitan luz y nutrientes del suelo, nosotros necesitamos alimento, agua, etc. Son patrones muy diferentes, pero el principio es similar: estamos utilizando a otros agentes de la cadena para mantener la homeostasis a través de intercambios de energía.

El otro prejuicio que señalas, el de la escala, es también crucial en todo esto. Si los virus fueran del tamaño de perros, orcas o pulpos, a nadie se le ocurriría pensar que no son organismos vivos. Sabemos que estamos condicionados para ignorar cosas extremadamente pequeñas como si no tuvieran derecho a la vida (matar un insecto no suele estar tan mal visto como matar una ballena). Pero es que en este caso va todavía más allá. No es que la escala microscópica incida en el derecho a la vida de un virus, es que ni tan solo se les concede el derecho a ser considerados vivos. Y esa exclusión de la categoría de lo vivo conlleva otras implicaciones interesantes. Cuando alguien afirma que un virus «no está vivo», seguramente no quiere decir que está «muerto». Significa más bien que se encuentra en una especie de limbo ontológico, ni vivo ni muerto, que es muy parecido a la categoría que otorgamos a algunos seres mitológicos como los vampiros o los zombis; los no-muertos, los muertos vivientes, que habitan también esa zona ontológica gris completamente estanca. Así que, en ese sentido, según el consenso actual, los virus son también no-muertos. Y aunque no estoy de acuerdo con esos umbrales, la taxonomía que propone la ciencia significa de algún modo que estamos rodeados de no-muertos incluso fuera de nuestra ficción.

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic de Xenoangel, 2020-21

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic, Xenoangel, 2020-21

S.Á.: Es interesante esta analogía que propones, aunque existe una diferencia fundamental. Por lo general, los no-muertos de la mitología y la ficción estuvieron vivos antes de convertirse en vampiros/zombies/fantasmas/etc., vivieron y «no murieron del todo», o lo hicieron y «resucitaron», y esa transformación es significativa: los no-muertos siempre lo son en relación a un estado anterior en el que estuvieron vivos. Un virus, sin embargo, no ha tenido esa vida previa, nace ya en ese limbo ontológico.

Especular sobre las hipotéticas relaciones entre los virus y los no-muertos me hace recordar que en muchos relatos de zombies el causante es un virus; por ejemplo, en Resident Evil el desencadenante de la catástrofe es un virus sintetizado por una importante farmacéutica a modo de arma biológica. Esto nos lleva a otro interesante umbral de lo vivo: la biología sintética, la disciplina que se ocupa de sintetizar formas de vida in vitro. Es decir, formas de vida que no han nacido sino que han sido diseñadas y fabricadas, por ejemplo, bacterias con diversas aplicaciones. Hablábamos de cómo el lenguaje construye y moldea realidades desde una perspectiva antropocéntrica, por ejemplo, señalando y describiendo qué es vida y qué no lo es o determinando si ciertas proteínas están «mal» plegadas. Pero aquí vamos más allá. Ya no se trata únicamente de nombrar una cosa como viva o no, sino de materializarla, de traerla al mundo. Si antes decíamos que el concepto de vida era un constructo, aquí estamos literalmente construyendo organismos. El término «sintético» ya trae consigo una gran cantidad de problemáticas: entendemos como sintético algo que es artificial, por lo general en contraposición a algo natural, lo que, dependiendo del contexto, de quién lo valora y del momento puede tener acepciones negativas –algo «falso», algo que pretende hacerse pasar por otra cosa, etc., por ejemplo, la carne cultivada, que es carne antinatural, que no es carne real…; pero también positivas –algo que reproduce otra cosa mejorándola (insisto en lo del contexto, por supuesto, no existe un mejor universal), ya sea a nivel cualitativo, económico, etc., por ejemplo, esa misma carne cultivada, que reduciría la matanza de animales para el consumo cárnico y que permitiría controlar los nutrientes. ¿Está vivo un organismo autopoiético sintetizado? ¿Es posible diseñar formas de vida? ¿Qué implicaciones éticas conlleva?

RJdC: Entiendo tu puntualización sobre los no-muertos, pero hay algo que me interesa mucho de mi analogía original y tiene que ver con la evolución de la figura del zombi en menos de un siglo de recorrido. Desde la mitología y el folclore haitianos, pasando por el filtro híperracista de Occidente (el zombi como el extranjero, el exótico, el infiel, etc.), el zombi se ha ido resituando poco a poco en el marco de la crisis ecológica global, y, tal como apuntas, hoy tiene más que ver con ese tipo de argumentos (experimentos fallidos, pandemias). Lo que me parece curioso es cómo se han alineado en una especie de relación metonímica las dos nociones: la de la ficción, en la que el zombi es el producto de una pandemia vírica, y la del virus como algo que pudiera parecer vivo, pero no lo es. Efectivamente, más que muerte, el zombi conlleva un estado mental y fisiológico alterado que desafía normas biológicas y sociales. Y esa capa de moralidad no dista mucho de la moral que conduce a empujar a los virus hacia ese limbo.

Respecto a lo de la vida sintética, la respuesta depende de lo que consideres vida «diseñada». La agricultura es más o menos eso, supongo. Pero incluso hay ejemplos recientes de vida sintética en un sentido más literal, como esos ejemplares de E.coli creados con un genoma 100% sintético hace dos o tres años. El problema vuelve a ser lingüístico y moral, creo. Seguimos empeñados en esa asociación entre lo sintético y lo artificial, contrario a lo natural, como dices. (El concepto de natural es peligrosísimo).

El significado que tiene la palabra síntesis en la química es el de una combinación de reacciones, lo que encaja con sus raíces griegas, lejos de esa connotación de aberrante o de falso. Yo suelo reivindicar la idea de Robert Moog, el padre de los sintetizadores, que le dio ese nombre pensando más en la raíz griega que en la idea de artificialidad que sigue imperando en nuestros días. En el documental de 2004 sobre su vida y obra, Moog decía: «Hacia 1967 (…) pensamos en el proceso de hacer los sonidos como juntar partes, que es lo que significa «sintetizar»: crear algo a partir de sus partes. Y fue entonces cuando decidimos usar la palabra “sintetizador». (…) No queríamos dar a entender que lo que hacía fueran sonidos (…) falsos, eran sonidos sintetizados reales».

Igual que esas bacterias sintetizadas en un laboratorio en Gran Bretaña no son «falsas», sino bien reales, a pesar de que sean sintetizadas. La síntesis meramente como combinación de partes es importante en relación, por ejemplo, a eso que mencionabas al principio de que nuestros cuerpos están formados, en parte, por células de bacterias no-humanas. En ese sentido toda la vida es sintética, fruto de combinaciones.

Adaptacioens de Study for Critters de Marija Avramovic de Xenoangel, 2020-21

Adaptaciones de Study for Critters de Marija Avramovic, Xenoangel, 2020-21

S.Á.: Efectivamente, el concepto de natural es intrincado, la idea misma de naturaleza es un artificio. El vídeo «Natura» de Un vocabulario para el futuro del CCCB, de Gerard Ortín Castellví y Bruno Latour, cuestiona la frontera entre lo que entendemos por natural y por cultural, afirmando que es una oposición que utilizamos como criterio moral. Parecido a tu afirmación de que, en cierto sentido, toda la vida es sintética, ​​entendiendo síntesis como el proceso de crear algo a partir de sus partes; Latour afirma que, en cierto sentido, todo en la Tierra es artificial, ya que todo ha sido «diseñado» por alguna forma de vida: una ciudad está producida por la acción humana de un modo similar a cómo el oxígeno está producido por cianobacterias.

En los binomios natural/artificial, naturaleza/cultura, etc. nos encontramos frontalmente con lo que explicabas al inicio de esta conversación sobre cómo el lenguaje ordena nuestra realidad, generando una importante estructura sobre la que establecemos una multitud de aspectos de nuestra vida.

Lo mismo sucede en relación al concepto de síntesis. Si trazásemos un recorrido por la historia de sus significados veríamos que es un término polivalente y resbaladizo. Esto es lo que hace Sophia Roost en los interludios de Synthetic: How Life Got Made. Es interesante el planteamiento que explicas que hay detrás del nombre sintetizador, pero, aunque esto sea contrario a las intenciones de Moog, es cierto que la idea de síntesis sonora como un proceso de mímesis o imitación de algo «real» está efectivamente muy arraigada y muchas veces connota falsedad y artificialidad. Es más, muchos pioneros evitaron referirse a sus instrumentos como «sintetizadores» para escapar a esas connotaciones. Sea como fuere, es interesante esta aproximación a la síntesis con relación a su raíz etimológica griega, no como la imitación de algo existente sino como la construcción de algo nuevo a partir de la combinación de sus partes. Permite ver las cosas de otra manera.

Me recuerda a los xenobots, una… ¿nueva forma de vida? creada en 2020. Los xenobots están diseñados por un ordenador y fabricados por manos humanas. El ordenador crea un organismo digital mediante una configuración aleatoria de células y testea la capacidad de ese organismo para realizar una tarea determinada, por ejemplo, desplazarse. Repite esta operación miles de veces, generando miles de organismos virtuales, cada uno de ellos con una diferente configuración aleatoria de células, y selecciona a los más aptos para esa tarea, por ejemplo, aquellos que consiguen desplazarse más lejos. Luego, científicos humanos fabrican esos organismos en un laboratorio utilizando tejidos biológicos, reproduciendo con células animales las «mejores» configuraciones de células simuladas digitalmente. Comportamientos inesperados emergen de la interacción de los organismos resultantes, como, por ejemplo, que se multipliquen o que trabajen en equipo. Proyectos como este sin duda cuestionan esos límites de la vida que han estado presentes a lo largo de toda nuestra conversación. No estoy diciendo que los xenobots sean seres vivos, pero sin duda cuestionan qué entendemos por vida.

Si al inicio decíamos con palabras de Foucault que la vida es una categoría que no existía antes del siglo XVIII, podríamos aventurarnos a decir que, como tal, quizá dejó de existir a finales del siglo XX. Veamos qué formas de vida nos depara el siglo XXI, y qué redefiniciones.

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¿Están vivos los virus?