(En)redadas en el espejismo de las redes sociales

¿Son las redes sociales un nuevo instrumento de empoderamiento de las mujeres o se muestran incapaces de desactivar los mecanismos de desigualdad?

Marcha por la liberación de las mujeres en Washington, 1970.

Marcha por la liberación de las mujeres en Washington, 1970 | Library of Congress

¿Son las redes sociales un nuevo instrumento de empoderamiento de las mujeres o, por el contrario, se muestran incapaces de desactivar los mecanismos de desigualdad? Nuevo vehículo para incentivar la comunicación y el diálogo, las redes han llegado a nuestra vida digital bajo un atractivo envoltorio –la facilidad de uso y la inmediatez– y eso nos hace considerarlas, desde el optimismo, un acelerador del proceso de empoderamiento femenino. Pero es posible que la virtual sea tan solo la de una realidad paralela, sin vasos comunicantes con la cruda realidad, y que ni Twitter ni Facebook estén programados para poner en jaque la ancestral estructura patriarcal.

En (h)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, tecleanRemedios Zafra evoca la emancipación que supuso años atrás para las mujeres el empleo de las tecnologías de la vida cotidiana (de la lavadora al frigorífico pasando por el robot de cocina y la plancha eléctrica), buena parte de las cuales se extendieron como artículos de consumo de masas en los años cincuenta. Siendo una evidencia que las máquinas han facilitado, y mucho, la existencia de esa mitad de la población a que hasta la fecha se le ha negado la presencia en unos campos y otros, no es extraño que sirvieran para ratificar nuestro reinado en la tierra precisamente en el seno del sacrosanto hogar, único espacio donde nos era dado reinar. De ahí que se trate, para Zafra, de «tecnologías jerarquizadas, low tech, consideradas no productivas, sino mediadoras del consumo, herramientas prosumer, pensadas para tareas sin épica, tareas de la parte de la sombra (no vista) de la vida cotidiana».

Esos avances y otros nos permiten hoy a las mujeres disponer de mayor tiempo para dedicarlo a tareas como ejercer la medicina, llegar a diputadas o escribir este artículo, por lo que, por encima de sus defectos, quepa destacar sus virtudes. De ahí también que la llegada a los hogares de las nuevas tecnologías de la información nos haya pillado con una mayor disponibilidad y una excelente predisposición. Así las cosas, cuando en 2006 se dio el pistoletazo de salida para lo que se ha dado en llamar «la democracia digital» (es decir cuando Facebook, creado dos años antes, pasó a convertirse en un espacio abierto para todos los usuarios, que hoy son más de 350 millones), sucedió que, tras haber cultivado durante siglos el silencio y/o la parquedad de la expresión, creímos ver en esa nueva modalidad de la democracia nuestra oportunidad para conquistar finalmente la parte que nos correspondía en los espacios de la comunicación.

 La habitación propia virtual

En estos últimos años, hemos pasado de las low tech a las high tech, de la cárcel del hogar a la ventana abierta de par en par que supone la habitación propia virtual, de lo que Sadie Plant ha llamado el «tecnogénero» al «cibergénero». Como colectivo silenciado, nos hemos lanzado pues a aprovechar las redes sociales sin escudos, sin protección. También en 2006 la revista Time nos dio la razón en nuestra voluntad de participar de la fiesta de las redes en igualdad de condiciones: siguiendo su costumbre de elegir a un personaje célebre, optó por un personaje muy especial: «you».

Ese «tú» encerraba a todos los hombres y mujeres anónimos ante los cuales se abría una nueva era en la que ellos iban a ser protagonistas. Ese tú no tenía sexo y, por tanto, incluía también a las mujeres, que mal que bien habían conseguido ya su habitación propia (para decirlo con Virginia Woolf) y que ahora se lanzaban a su cuenta de correo, a su Twitter, a su grupo de Google…, es decir, a su habitación propia virtual. El acicate era grande y nuestra incorporación fue muy veloz, por lo que, a día de hoy, las mujeres son mayoría en el uso de las redes, como demuestran las cifras publicadas por el portal financiero Finances Online, del que resulta, por ejemplo, que un 76% de mujeres adultas estadounidenses hacen uso de Facebook, frente a un 66% de hombres.

Cierto es que en el universo de las TIC, las redes (sobre todo las llamadas horizontales o de contactos) se revelan como el instrumento ideal para la difusión de mensajes e informaciones (llegando si se tercia al extremo de la viralización), lo que las convierte en un ambicionado espacio por conquistar. En consecuencia, mientras los individuos y grupos sociales ya empoderados no han tenido más que adaptarse a su nuevo lenguaje para prolongar su dominio, los individuos y colectivos hasta la fecha silenciados se han lanzado a ellas tratando de alcanzar un grado de repercusión que no obtienen a través de los canales «oficiales».

¿No fueron acaso las redes sociales las protagonistas absolutas de las llamadas primaveras árabes? ¿Se hubiera producido en Túnez la Revolución de los Jazmines o Intifada de Sidi Bouzid si la inmolación de un joven vendedor ambulante no hubiera corrido como la pólvora en las redes? ¿Y el levantamiento de la egipcia plaza Tahir, hubiera sido posible sin la complicidad de los usuarios de Internet? ¿Podría la propia Yoani Sánchez «radiar» por Internet las injusticias de su país, Cuba, si no fuera conectándose a las redes gracias al wifi de un hotel de La Habana?

Un hombre durante las protestas de Egipto de 2011 lleva un cartel que dice "Facebook, # jan25, la red social de Egipto".

Un hombre durante las protestas de Egipto de 2011 lleva un cartel que dice «Facebook, # jan25, la red social de Egipto». Fuente: Wikipedia.

En las redes, sobre todo en Twitter, han tenido también su principal baza los movimientos de indignación de nuestro país, por lo que el 15-M Democracia Real Ya consiguió reunir por Internet bajo un puñado de hashtags a 130.000 personas, que se dice pronto. Nos preguntamos a qué velocidad hubiera avanzado la conquista de los derechos para los negros en Estados Unidos si alguien hubiera grabado con un Ipod el momento en que en 1955, en la capital de Alabama, Rosa Parks rehusó cederle su asiento a un blanco en un autobús público. Es evidente que la imagen hubiera corrido como la pólvora, mucho más rápido que las posaderas de Scarlett Johansson.

Un nuevo paradigma comunicativo

Aunque hay redes que han tenido mayor o menor aceptación que otras, en su conjunto siguen yendo al alza, pisándole los talones al desarrollo de las nuevas aplicaciones. Por poner un caso, el empleo de Twitter se disparó en 2010 a raíz de la llegada al mercado de los smartphones, o teléfonos inteligentes, y son ya 70 millones los tuits que diariamente se publican. De modo que las redes no solo son codiciados canales «extraoficiales», sino que lo son in crescendo, lo que invita a las mujeres a pensar que rigen en ellas leyes distintas a las que rigen fuera y, más aún, a hacerse ilusiones en lo que se refiere a la incidencia de su participación en ellas.

Las pruebas fehacientes de su enorme impacto y su ascenso imparable nos hacen leerlas como un instrumento de liberación enormemente útil asimismo en el proceso de empoderamiento que llevamos décadas impulsando e inclusive como una herramienta capaz de acelerarlo sustancialmente. ¿Serán las redes armas de combate contra la desigualdad de género igual que parecen estar sirviendo para ayudar a derrocar regímenes antidemocráticos? Y de ser así, ¿hasta qué punto su repercusión es real y cuenta en la cadena de indicadores que manejan el mundo?

La capacidad de las redes de redefinir el espacio propio desde el que se interactúa y de crear comunidades virtuales es innegable. Las redes «tejen redes» y, por tanto, «nos entretejen», de modo que son un campo excelente para visibilizar las diferentes problemáticas, incluidas las femeninas. La duda es si, al estilo de BlackPlanet (red social creada en 1999), pueden servir solo para juntar a los ya iguales, de ahí que, poniéndonos en lo peor, servirían para gestar una gran comunidad de feministas del que permanecerían ajenos los que no lo fueran.

Porque las redes no son tan solo un lugar de intercambio de propuestas destinadas a mejorar el mundo, como no son tampoco una fábrica de amores idílicos, sino que tienen también un gran potencial publicitario, y la publicidad sigue siendo tremendamente androcéntrica, de ahí que Boyd y Ellison las consideren como un conjunto de «servicios con sede en la red», es decir, como una prolongación de la realidad no virtual y no como un nuevo paradigma. De ahí que, como afirma Judy Wajcman en El tecnofeminismo, si «la relación entre tecnociencia y sociedad está actualmente sometida a un profundo y urgente cuestionamiento», ¿cómo no van a depararnos las tecnologías digitales, de mucha más reciente implantación, visiones utópicas y distópicas (la terminología es suya)? En este ámbito nos movemos, pues, entre «el optimismo utópico y el fatalismo pesimista» (de nuevo Wajcman).

Feminismo en red

El primer Manifiesto Ciberfeminista se presentó, de la mano de las VNS Matrix, a mediados de los noventa en Adelaida, Australia, en que tuvo lugar la Primera Internacional Ciberfeminista en la Documenta X. Aunque es probable que el movimiento ande algo descabezado o acaso que se halle en continuo proceso de redefinición, desde sus filas se sigue afirmando taxativamente que en el ciberespacio no hay desigualdades de género y que Internet tiene la capacidad de transformar los roles de género convencionales. ¿Es acaso una ilusión sobre todo extendida entre las más jóvenes, que también piensan que en la realidad no virtual el techo de cristal ya no existe?

Pegatinas hechas para la Primera Internacional Ciberfeminista.

Pegatinas hechas para la Primera Internacional Ciberfeminista. Fuente: Wikimedia Commons.

De hecho, los estudios de género ya incluyen investigaciones acerca de cómo se elaboran y transmiten los discursos feministas en el nuevo espacio de la comunicación (se sirven en especial para ello de las redes sociales), llegando a la conclusión mayoritaria de que se trata de una corriente que no tiene un horizonte de expectativas distinto al resto de feminismos, pero que aprovecha las nuevas capacidades para realizar acciones virtuales y coordinar estrategias. Lamentablemente también parece muy lejano, como especulaba el primer ciberfeminismo, que Internet acabe con la diferencia sexual (Judith Butler se refiere a «deshacer el género»). Por no hablar de la posibilidad de que si un día se llegase a borrar la diferencia sexual, esta cancelación sirviera para llevar a cabo una suerte de amnistía: cancelar el pasado, olvidar los siglos de oprobio y lanzar la llave de la dominación al mar de la cibernética.

Sí es una constatación de que Internet permite el anonimato sexual, que nos ofrece la posibilidad de librarnos de la tiranía del cuerpo y que eso lleva a borrar los límites entre los sexos. «Prefiero ser una cyborg a una diosa», escribe Donna J. Haraway, entendiendo cyborg como aquello en que nos estamos convirtiendo los habitantes de un mundo postmoderno: «una criatura en un mundo postgenérico», como la bautiza en Ciencia, cyborgs y mujeres. Pero surge la duda de si la actividad de las mujeres en la red, en las redes, proporciona a sus hasta la fecha silenciadas identidades una mayor entidad como prescriptoras, si son las redes el altavoz que las mujeres andábamos buscando para inscribirnos en la nueva realidad.

Eso significaría que las redes están capacitadas para colaborar proactivamente en la construcción de esa nueva realidad y que no son tan solo un burdo espejo de lo que sucede fuera de ellas; significaría que de algún modo tienen capacidad para sentar nueva jurisprudencia, para «feminizar el mundo que circula a través de ellas». Es decir, ¿han sido las mujeres invitadas a la fiesta de las redes o son unas meras intrusas, se las valora o se las consiente? Y lo que es más importante, ¿van a ser capaces de vehicular a través de ellas mensajes transformadores? Y en caso de estar ya haciéndolo, ¿cómo se monitorizan y se miden los resultados de ese empoderamiento?

Quisiéramos pensar en las redes como en un espacio compartido, donde se produzca lo que Saskia Sassen llama «la lógica de la incorporación». Que sean una especie de entramado de redes abiertas en el que sea posible incorporar nuevas formas de conocimiento, que a su vez cuestionen aquellas impuestas por el mainstream. Parafraseando de nuevo a Sassen y llevándola al terreno del género, redes capaces de driblar la lógica de la distorsión patriarcal y propiciar nuevos mecanismos, nuevas lógicas de distribución paritaria. Constatada la utilidad de las redes como vehículo de comunicación (véase como ejemplo El tren de la Libertad, nacido contra las nuevas propuestas de ley del aborto de Gallardón que tuvo en las redes su principal baza), queda saber si servirán como instrumento de transformación.

¿Visibilizan las redes realmente las tareas de las mujeres o las reducen a una nueva forma de invisibilización, como hacían las que podíamos llamar «tecnologías de la cocina»? No se trata de ser pesimistas, pero sí de destacar la ambivalencia de las redes y de sus posibles efectos. El tiempo dirá si sirven para la disensión o para la afirmación. Mientras, en lugar de hablar de (h)adas, mejor hablar de (en)redadas, entendiendo por enredadas tanto enganchadas a las redes sociales como liadas, engatusadas. Lo que no quita que a diario millones de mujeres de un rincón y otro del planeta, en precarios locutorios o desde portátiles de última generación, sigan desgranando en Twitter, Tuenti o Facebook sus voces esperanzadas, con el convencimiento de que hay alguien al otro lado que las está escuchando.

Bibliografía

Donna J. Haraway: Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza (Madrid, Cátedra, 1991).

Sadie Plant: Ceros + Unos, Mujeres Digitales + la nueva tecnocultura (Barcelona, Destino, 1998).

Judy Wajcman: El tecnofeminismo (Madrid, Cátedra, 2006).

Remedios Zafra: Netianas. N(h)hacer mujer en Internet (Madrid, Lengua de Trapo, 2005).

Un cuarto propio conectado. (Ciber) Espacio y (auto)gestión del yo (Madrid, Fórcola, 2010).

(h)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean (Madrid, Páginas de Espuma, 2013).

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